El blog del periodista Txerra Cirbian

Categoría: Cine (Página 4 de 12)

La primera visita de James Bond a Venecia

A lo largo de 1962, ahora hace 60 años, el director británico Terence Young (1915-1994) filmó en diferentes escenarios de todo el mundo ‘Desde Rusia con amor‘ (1963), la segunda entrega de las peripecias del espía más famoso de todos los tiempos: James Bond.

Con guión de Richard Maibaum, a partir de la quinta novela de Ian Fleming sobre el personaje, Sean Connery volvía a meterse en la piel de 007, Daniela Bianchi encarnaba a la chica de la película y Robert Shaw y Lotte Lenya eran los malos-malísimos de turno.

La mayor parte de los paisajes reales se rodaron en Turquía, pero el inicio se situaba en un campeonato de ajedrez dentro de un palazzo veneciano y el final discurría bajo el famoso Puente de los Suspiros, con la pareja protagonista besándose, con el tema ‘From Russia with love’ de Matt Monro sonando de fondo. ¿Era Venecia? Os lo explico.

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Venecia, hace 80 años

Si en la anterior entrada os hablaba de películas ambientadas, pero no rodadas en Venecia, como ‘Sombrero de copa‘, hoy me voy a referir a las primeras películas con imágenes reales de la ciudad. Naturalmente, se trata de primitivos documentales.

Dicen que el pionero fue Alexandre Promio, un operador de cámara de los hermanos Lumière que filmó unos planos del Gran Canal ¡subido a bordo de una góndola! No es extraño, porque a este hombre se le considera autor del primer travelling de la historia del cine. Aquí inventó el travelling acuático, y esto ocurría allá por el año 1896.

Pero si realmente os apetece descubrir cómo era esa ciudad antes de la Segunda Guerra Mundial, no dejéis de ver ‘Venezia minore (Venecia menor’), un precioso documental que muestra cómo era la ciudad en 1942, antes del conflicto bélico. Hace ahora 80 años.

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Sombrero de copa veneciano

Ginger Rogers y Fred Astaire, en la película (imagen del Norton Simon Museum).

Como ya os he contado en entradas anteriores, al empezar a escribir ‘Venecia de cine‘ decidí abrirlo con ‘El ladrón de Venecia‘ (1950), el primer filme que supo aprovechar mejor los escenarios naturales de la ciudad de los canales y, en especial, el interior de Palacio Ducal. ¡Y con María Montez como protagonista!

Pero, evidentemente, hubo otras películas anteriores con pocas (ninguna o muy breves) escenas venecianas que deseché. Una de ellas fue ‘Sombrero de copa‘ (1935), pese a que mis editores me habían sugerido incluir en el libro este clásico de la comedia musical. Una lástima. Os explico la razón.

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María Montez en el Palacio Ducal

María Montez y Jon Hall, en una foto de los años 40.

Cuando pensé en escribir el libro ‘Venecia de cine‘ tuve ciertas dudas sobre por dónde empezar a hacerlo. Si por la época del silente, con varias películas mudas ya rodadas en la ciudad de los canales, o por los inicios del sonoro. La lista de filmes era tan enorme, y mis editores me apretaban para no alargar en exceso el número de páginas, que decidí abrirlo a partir del final de la Segunda Guerra Mundial.

Y entonces apareció un nombre mítico: María Montez. A lo largo de su corta pero extensa carrera, intervino en 26 películas. Una de las últimas, ‘El ladrón de Venecia’ (1951). Pero antes de que os cuente cosas de este filme, os diré que esta estrella, a quien en su época apodaron Reina del Technicolor, nació en Dominicana y era de ascendencia canaria.

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El Carnaval de Venecia y Casanova

En Venecia pasan muchas cosas durante todo el año. Para quienes estéis pensando en viajar a la ciudad de los canales los próximos días, semanas o meses, la capital veneciana ya ha puesto en marcha su agenda de actos culturales, sociales y festivos para dar la bienvenida al visitante, de la mano del departamento de turismo municipal.

Algunos de los eventos anuales más importantes incluyen la Bienal de Arte y Arquitectura, el Festival Internacional de Cine, la fiesta del Redentor y la Regata Histórica, sin olvidar uno de los principales acontecimientos invernales: el Carnaval, que este 2022 se inicia el 12 de febrero y finalizará el 1 de marzo. Una fiesta que yo asocio, no me preguntéis por qué, a Giacomo Casanova y su retrato en películas.

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Un suplemento de gran cine

Shirley MacLaine, fotografiada por Graziano Arici.

Este domingo tuve la suerte de que llegara a mis manos un ejemplar de la mítica revista semanal L’Europeo, que en su segunda etapa se publicó como suplemento mensual del diario italiano Il Corriere della Sera. Fue un número especial dedicado a la Mostra di Venezia y su historia, publicado en septiembre de 2008. Sólo por su maravillosa portada, con una jovencísima Shirley MacLaine navegando por el Gran Canal y seguida por un montón de paparazzi, merece la pena.

La revista la tenía Rosa A., una joven que trabajó en su día en el Festival In-Edit (certamen internacional de cine documental musical) y que, en un viaje a Milán, en septiembre de 2008, se topó de bruces con esa portada en un quiosco. Se enamoró al instante y hasta este domingo la había tenido en el salón de su casa.

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Spiderman en Rialto

Este fin de semana se ha estrenado ‘Spider-Man: no way home’ (2021), que sigue la estela de ‘Far from home‘ (‘Lejos de casa’, 2019) y ‘Homecoming‘ (‘De vuelta a casa’, 2017), la primera, las tres dirigidas por Jon Watts. Hay montones de reseñas de esta última película del superhéroe de Marvel y también buenas críticas, así que no iré por ahí.

En un blog como este, dedicado al cine y a Venecia, no podía faltar una entrada dedicada a la estupenda aventura previa, cuando Peter Parker (Tom Holland) visitaba la ciudad de los canales durante un viaje de fin de estudios junto a sus compañeros de instituto y con MJ Jones (Zendaya) en el punto de mira romántico de la historia.

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Pilar García Elegido

Pilar García Elegido (foto de Cultura Joven).

Pilar García Elegido es una premiada directora, productora y guionista madrileña, con varios cortometrajes, documentales y vídeos de creación a sus espaldas, así como asesora de cine en la Comunidad de Madrid. Pese a no conocerla personalmente, es de esas personas a las que sigo con interés a través de las redes sociales.

Sirva esta presentación para deciros que Pilar también es una amante de los viajes, con pequeños y muy cuidados vídeos, de destinos como La Habana, Malta, Cracovia, Johnaesburgo o Cádiz, entre otros. Y, naturalmente, Venecia. Se suma así a otros cineastas españoles que plasman en imágenes su admiración por la ciudad de los canales.

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Paula Ortiz

Paula Ortiz y Liev Schreiber, en Venecia.

En efecto, Paula Ortiz, directora de ‘De tu ventana a la mía’ (2011) y de la premiada ‘La novia’ (2015), ha sido la tercera cineasta española filmando en Venecia, si bien lo suyo será seguramente una serie y no un largometraje: estuvo rodando una adaptación de ‘Across the river and into the trees (Al otro lado del río y entre los árboles)’, una de las últimas novelas de Ernest Hemingway, en el otoño de 2020.

Ortiz buscó las localizaciones para esta película a inicios de 2020, cuando la epidemia empezó a llegar al norte de Italia y eso la obligó a volver a casa. El rodaje se inició en octubre y el equipo, con el gran Javier Aguirresarobe como director de fotografía, estuvo lidiando con algunas paradas técnicas a causa de la pandemia.

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Álex de la Iglesia

Callejuela veneciana, fotografiada por Álex de la Iglesia.

Como decíamos en la entrada anterior, Álex de la Iglesia es el segundo cineasta español que ha rodado en Venecia: filmó ‘Veneciafrenia‘ en octubre de 2020, como primera entrega del sello ‘The Fear Collection‘, una serie de películas de terror impulsadas por el director vasco con su productora, Pokeepsie Films, apadrinado por Sony Pictures España y Amazon Studios. Eso le augura una buena distribución en cines y en la conocida plataforma digital de pago. En octubre de 2021 la estrenó en el Festival de Sitges.

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Pionero en Venecia

Miquel Quer, en una escena de ‘La redempció dels peixos’.

Nada mejor para poner en marcha un nuevo blog dedicado a Venecia y el cine que abrirlo con el rodaje de dos directores españoles en la ciudad de los canales: Álex de la Iglesia y Paula Ortiz aprovecharon la ausencia de turistas durante los últimos meses de 2020, pese a las restricciones causadas por la pandemia, para filmar sendas películas. Una buena noticia que me permite recordar a Jordi Torrent, el pionero.

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Todo sobre Indiana Jones, en un libro

El escritor y guionista Salva Rubio acaba de publicar el libro que muchos hubiéramos querido escribir y todos los fans estábamos deseando leer: ‘Tras los pasos de Indiana Jones: objetos mágicos, lugares míticos y secretos de la saga‘, editado por Minotauro (Planeta).

Una obra que, dividida en dos partes, en una de ellas recoge la biografía más extensa y completa del héroe creado por George Lucas y Steven Spielberg, y en la otra, llena de sorpresas y descubrimientos, explica todo sobre las cuatro películas, la serie, las novelas, cómics y videojuegos que llenan el universo del arqueólogo del sombrero y el látigo.

Para saber más cosas sobre el libro, hemos querido charlar con el autor en esta entrevista, que publiqué originalmente en Nosolocine.net

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Queridos camaradas

Hace unos días se estrenaba en salas comerciales ‘Queridos camaradas’, la última película de Andréi Konchalovsky, hermano mayor del algo más famoso y premiado director ruso Nikita Mijalkov, que pasó con cierta discreción por Hollywood, donde rodó filmes como ‘El tren del infierno’ y ‘Tango y Cash’. El filme recrea con seca precisión, en un ascético blanco y negro y encuadre académico, la masacre de Novocherkassk (1961). Con el título de «El desencanto hacia el comunismo de Estado», escribí originalmente este artículo en Nosolocine.

Lo hace a través de la mirada de un cuadro del Partido Comunista local (una espléndida Yulia Vysotskaya, esposa del director), militante nostálgica de estalinismo pero que acaba desencantada cuando sus ideales (y la posible muerte de su hija) chocan con la cruda decisión del Gobierno soviético del ‘aperturista’ Nikita Jrushchov: disparar contra los trabajadores de una fábrica en huelga y eliminar todo rastro de esa masacre.

De ‘Queridos camaradas’ ya ha escrito aquí mismo, en Nosolocine, el amigo José López. Y coincido con él en la admiración hacia esta obra mayor de Konchalovsky, un cineasta que a sus 83 años muestra la otra cara del totalitarismo comunista, ese que los idealistas de izquierdas empezaron a ver años después de esa masacre con la Primavera de Praga y que ahora mismo ponen de relieve las insólitas manifestaciones que se están produciendo en Cuba por motivos bastante similares a los de ‘Queridos camaradas’: la escasez económica y la ceguera de las autoridades ante los deseos de libertad y de poder expresar su oposición al régimen, sin miedo a ser detenidos, apaleados o muertos. Y esto, aún reconociendo que el bloqueo de EEUU hacia la isla es el causante de gran parte de sus problemas.

Desde un punto de vista de los ideales de las izquierdas, en que la democracia popular es aquello a lo que se desea llegar, ¿cómo es posible que los militares que han de defendernos de los tiranos y poderosos, sean obligados a disparar contra el propio pueblo? ¿Por qué las nuevas élites comunistas utilizan el vocablo “contrarrevolucionario” para definir a quienes no comulgan con sus ideas?

La película de Konchalovski nos quita una vez más la venda de los ojos y nos descubre que el comunismo sin democracia ni libertad de expresión es otra forma de totalitarismo represivo. Es el desencanto hacia ese comunismo de Estado en que derivó la extinta Unión Soviética, un sistema político y administrativo que poco tiene que ver con los ideales que pretenden conseguir una sociedad más justa e igualitaria. Unas ideas en las creían los grandes pensadores italianos Antonio Gramsci, Palmiro Togliatti y Enrico Berlinguer, y los comunistas que lucharon contra el franquismo y por traer la democracia a España.

Fina Sensada, cine y solidaridad

«Fina Sensada, una vida dedicada al cine y a la solidaridad» fue el título con el que publiqué inicialmente esta entrevista, el 4 de julio de 2021, en la web de Nosolocine. Con el mismo, anunciaba que el 19 de julio se iba a celebrar la puesta de largo de la fundación dedicada al compañero de Fina, Fernando Fonseca, el médico de los pobres, fallecido en 2014.

Hay personas que dejan huella, y otras que, al lado de estas, hacen posible que esa huella perviva. Ahora os hablaré de una de estas últimas. La primera fue el doctor Fernando Fonseca, cirujano traumatólogo, cooperante y fundador de Médicos del Mundo en Catalunya, que falleció en 2014.

Quien está haciendo lo imposible para que su legado siga vivo es su compañera, Fina Sensada (Barcelona, 1957), a quien conocí hace 35 años, cuando coincidimos en unos cursos de cine y luego, cuando fue la secretaria de rodaje de mi primer y único cortometraje, ‘Quizá no sea demasiado tarde’ (‘Potser no sigui massa tard‘, 1988). Su último documental es ‘Ojo a ojo’, sobre refugiados rohinyás en el campo de Kutupalong, en el sur de Bangladesh. Es a ella a quien quiero que conozcáis a través de esta entrevista.

–¿Qué era de tu vida antes del cine?
–Vengo de una familia normal, de clase media, de un pueblo del Bages, con dos hermanas mayores y sin ningún contacto con el mundo del cine. Mi padre era constructor y murió en un accidente de coche, cuando yo era pequeña. A mí, desde jovencita me gustaba la fotografía, pero en casa querían que yo hiciera Económicas. Como tenía un primo de mi edad que iba a estudiar Derecho, en la familia se imaginaban un despacho en Manresa, en el que pudiéramos trabajar los dos, una, como economista y el otro, como abogado. Así que me encontré haciendo una carrera sin que me gustara.

–¿De dónde te vino el gusanillo?
– Por esa época también hacía de canguro para sacarme un dinerillo. Así conocí a una maquilladora de cine, María Rosa, que iba a trabajar en ‘La plaça del Diamant’, de Paco Betriu, que ha muerto hace poco. Era el verano de 1981. Un día me preguntó si me gustaría estar en el rodaje, y lo dejé todo para estar en la película. Me apunté al equipo de decoración de Francesc Candini y estuve tres meses, entre preparación y rodaje. Entré en un mundo mágico. Me quedé enamorada del trabajo de Rosa Vergés, que era una de las ayudantes de dirección y lo controlaba todo. Y pensé que eso era lo que me gustaba: controlarlo todo, no ser de los que van antes y lo dejan montado, sino estar donde se hacen las cosas. Así empecé. Me quedé tan impactada que decidí que quería dedicarme al cine. Cuando se lo expliqué a la familia, pensaron que estaba loca, que quería vivir del cuento. Me peleé con todos e insistí e insistí, que aquello era lo que me interesaba. Les dije que estudiaría fotografía, porque inicialmente quería ser directora de fotografía, para poder entrar en ese mundo, porque entonces en Catalunya no había nada para estudiar. Y así empecé en el Institut d’Estudis Fotogràfics y me busqué la vida para ir de meritoria. Así estuve en una segunda película, ‘La revolta dels ocells’, de Lluís Josep Comeron, con Jorge Sanz casi un niño y yo le llevaba, casi como si fuera su canguro. Luego fui a parar al ICC e hice ‘Pueblos de Catalunya’, de nuevo con Betriu. Y paralelamente me apuntaba a trabajar en lo que salía, en películas, como meritoria de dirección. También me interesaba hacer formación y me apuntaba a seminarios y a lo que hiciera falta para hacer la parte teórica del cine que entonces no se impartía en ninguna parte. No había ninguna escuela reglada. Sólo algunas academias donde había gente que quería hacer dinero, más que otra cosa.

–Ah, sí, yo recuerdo haber hecho un cursillo de cine en Oviedo y otro en un centro de FP de la Zona Franca de Barcelona.
–Ese fue en el taller de cine que dio Rosa Vergés en el Institut de Noves Professions en el que coincidimos. A mí me gustaba mucho el trabajo de Rosa y luché por ser script (continuista, secretaria de rodaje). Inicialmente quería ser directora de fotografía, pero mi novio de entonces, Joan Benet, estaba en el departamento de cámara y para no competir en ese terrero me pasé al equipo de dirección. Para aprender y estar con muchos directores, pensé que lo mejor era ser script, porque estás a su lado, ves cómo planifican, cómo dirigen… Es perfecto.

– Tienes un carrerón.
– He estado en muchas películas y coproducciones, al lado de directores como Bigas Luna y Mario Camus, y me he ido a Argentina y a Chile. Y me elegían porque yo me he adaptado a todo el mundo. Me iba sola desde España a cualquiera parte, a donde fuera. Y he estado en películas muy grandes, muy espectaculares, aunque aquí igual no han tenido tanta fama, como ‘Tierra de fuego’, de Miguel Littin, sobre la conquista de la Tierra del Fuego; o ‘Nowhere’, de Luis Sepúlveda, sobre un grupo de presos chilenos enviados a las montañas; o ‘Ave María’, una coproducción mexicana de época, preciosa, de Eduardo Rossoff… Como experiencia vital, están muy bien, pero de todas ellas, de la que estoy más orgullosa es ‘Adosados’, de Mario Camus. Era un señor, un maestro. Lo tenía tan claro que era un placer verle dirigir. Lo tenía todo en la cabeza y lo bien que sabía tratar a su equipo y dirigir a los actores. Es con quien he disfrutado más en una película, haciendo de script. También, quizá, con Bigas Luna, haciendo ‘Las edades de Lulú’, en Madrid, aunque era un señor muy peculiar.

– Para ser script has de ser muy rigurosa, has de tomar notas, hacer polaroids de cada plano…
– Sí, pero lo más chulo de ese trabajo es que tú llevas toda la historia en la cabeza, controlas toda la continuidad de la película, y estás tanto en el rodaje como en el montaje. Estás en el medio, entre el director y el productor, para que el material que se ha rodado se pueda montar. Es un trabajo precioso, que tiene una parte creativa increíble ignorada por todos.

– Pero lo dejaste.
– No hubiera dejado, pero llegó un momento, a inicios de los 2000, que estaba muy quemada. Había vivido dos inviernos, uno aquí y otro en Argentina, no sabía dónde estaba, estaba harta de hoteles y de aviones. Llegaba la noche y no sabía dónde estaba. Así que dije basta. Llevaba casi 20 años trabajando y toda la década de los años 90 sin parar. Y decidí por mí misma, por mi familia, mis amigos, que ya sabía lo que eran había las grandes películas y las coproducciones y ese cine ya no me interesaba. Para aprender estuvo bien, pero quería hacer otras cosas, volver a Barcelona y trabajar aquí en lo que había, que eran telefilmes.

– Te pasaste a ayudante de dirección.
– Es que, a veces, como script, les daba mil vueltas a los equipos de aquí, era como un pepito grillo. Y ser script aquí era también como dar un paso atrás. En cambio, ser ayudante de dirección, me permitía subir de categoría y un mejor sueldo Aunque ser mujer y ayudante de dirección, trabajando como se trabaja aquí, hizo que me quemara mucho. También hice mucha publicidad, que me servía para ganar dinero. Eran cosas de calidad, pero no me gustaban nada de nada. Como una serie de 20 anuncios para Nokia, que rodamos en Barcelona, con técnicos y actores de todas partes.

– Y también lo dejaste.
– Creo que estaba rodando la serie ‘Des del balcó’ (2002), con Jesús Garay como director y Tomàs Pladevall como director de fotografía, y tenía tal estrés, tanta angustia, que después de ir un par de veces a urgencias, porque me ahogaba, con crisis de ansiedad, tensión y tensión, decidí hacer un parón. Fue tan duro rodar para el productor Ricard Figueras durante seis meses, con tan pocos medios, que me planteé tomarme un año sabático.

– Un cambio de chip.
– Rosa Masip, del área de Internacional de TVE, me dijo: “¿Quieres conocer la realidad de este mundo? Pues ven conmigo. Iremos a hacer entrevistas. Tú llevarás la cámara y yo, los contenidos”. Me fui a hablar con mi amigo Llorenç Soler y le dije que quería comprarme una cámara e ir a rodar por esos mundos. Me recomendó una de las primeras cámaras digitales, una pequeña Sony. “Ponla en automático y no te líes. Déjate llevar”, me dijo. El primer viaje que hicimos con Rosa fue a Marruecos, ella y yo, mano a mano, con la idea de retratar a la joven generación marroquí y de entrevistar al rey, que no fue posible porque se produjo el incidente de la isla de Perejil [julio de 2002].

– ¡Qué casualidad!
– Luego fuimos a Gambia, para hacer un trabajo sobre la ablación; a Cisjordania, para seguir los pasos de un palestino; y otras cosas preciosas. En este periodo, como a inicios de 2005, me vinieron a buscar de Metges del Món por si quería acompañarles a hacer un reportaje a Sri Lanka, que acababa de sufrir el tsunami (diciembre de 2004). Y la persona que me entrevistó fue el doctor Fernando Fonseca (Caspe, 1946).

– Tu primer encuentro.
– Tomándonos algo en un bar de la plaza del Diamant, en Gràcia. Cuando empecé a hablar con él, vomité toda la frustración que llevaba dentro: que venía del mundo de la ficción, que estaba muy quemada, que yo no era de alfombras rojas, ni de actores, ni de frivolidades, ni de glamur… Mientras, él me iba mirando. Y me dijo: “Tú vas por buen camino. Has ido aprendiendo el lenguaje cinematográfico, la forma de expresarte en imágenes, que hoy en día es más importante que la palabra. Si yo doy una conferencia, aunque haya gente que piense que lo que digo es importante, seguramente estará pensando en otra cosa mientras hablo. Pero si tú haces un audiovisual con profesionalidad, corazón y amor, piensa que nadie en una sala dejará de ver lo que has hecho. Les atraparás. Y eso es importante en el sector donde nosotros nos movemos”. Y añadió: “Piensa que no todo es cine, sino que hay material sensibilizador para universidades, escuelas, conferencias… Y se ha de hacer con la misma rigurosidad que una película, porque las cosas, para que lleguen e impacten han de estar bien hechas. Y tú tienes la experiencia y las herramientas para que ahora puedas hacer cosas pequeñas con el nivel exigido, para hacer cooperación e irte por esos mundos donde, si no tienes las cosas claras, te pierdes. Hay que huir del sensacionalismo. Es muy fácil captar una imágenes, pero hay que ponerles ética. Tú, además, eres la última. No te pondrán las escenas a tiro. Captarás lo que puedas. Es supervivencia a nivel visual. Por eso, si no tienes experiencia, no harás nada”.

– Y te convenció.
– Me aceptaron y me fui con ellos a hacer el documental de su trabajo en la zona, donde habían instalado varios hospitales de campaña. Y me quedé tan impactada con aquel señor, que al cabo de tres o cuatro meses ya estábamos viviendo juntos. Hubo un intercambio mutuo, una conexión entre ambos. Me propuso ir con él para filmar expediciones quirúrgicas, él con su bisturí y yo con mi cámara. Y usaríamos ese material para medicina, universidades, sensibilización… Y ha sido impresionante desde entonces: el terremoto de Haití, los refugiados de Darfur… Todo lo que he aprendido a su lado ha sido impactante. Con Fernando yo he aprendido a ser más humana. Fue un gran maestro, una persona increíble.

– ¿Era mayor que tú?
– Sí, once años más. Era cirujano y presidente de Metges del Món (Médicos del Mundo Catalunya). En sus orígenes, él había estado también en Médicos sin Fronteras (MSF). Empezó a hacer cooperación con ellos y estuvo en la guerra de Bosnia y en la de Irak. Pero él no terminaba de creer en estas grandes organizaciones, porque hay mucha burocracia y le obligaban a ir a un país u a otro en función de sus programas. Razones políticas. Por esa razón, en el 2000 creó su propia organización, más pequeña, la Associació Humanitària de Solidaritat de Girona, con la que operaba cada año a 100 niños.

– Explícanos quién era Fernando Fonseca.
– Fernando nació en el norte de Marruecos. Su padre era un militar portugués, capitán de artillería, y su madre era aragonesa, de Caspe. De pequeño se hizo muy amigo de un niño bereber, un niño amazig. Cuando tenía 2 o 3 años, era un crío muy delicado y cogió una neumonía. Y su padre mandó buscar penicilina a Andorra, con una avioneta, y se salvó porque era hijo de un militar. Un poco más tarde, cuando tenía 6 o 7 años, su íntimo amigo cogió la tuberculosis, que era la enfermedad de los pobres. Y él le fue a pedir ayuda a su padre, pero este le dijo que su amigo no tenía derecho a la penicilina porque era un niño pobre. Según me contaba, ese puñetazo en su corazón infantil le impactó tanto, ver la realidad de aquel mundo, que por ser pobre no tenía derecho a una medicina, que decidió entonces que de mayor sería médico de pobres para redimir a su amigo. Y por eso, toda su vida se ha dedicado a ir por esos mundos, lugares de pobreza o en guerra, para ayudar a los niños a ponerse de pie. Por eso se hizo traumatólogo, especialista en manos y microcirugía, para poder atender a quemados y efectos de minas antipersonas… Y en cuanto pudo, empezó a ir por todo el mundo: a la India de Vicente Ferrer, a la Amazonia de Pere Casaldáliga o al Chad del Padre Michel, donde este capuchino francés tenía un pequeño centro para discapacitados, donde ayudaba a los niños con polio. Y Fernando iba allí, cada año, para operar a 100 niños.

– ¿Qué es lo que más te atrajo de Fernando?
– Cuando le conocí, me impactó su filosofía de vida. No tenía casa ni coche. Nunca quiso tener bienes materiales. Decía que si sólo llevas encima una mochila, con un par de camisetas y el cepillo de dientes, podrás salir del avión con la libertad que te da no tener que pararte a esperar la maleta. Y eso lo aplicaba a la vida. Si has de cambiar de país y no tienes nada, no tendrás que preocuparte por el apartamento que dejas. Si vas ligero de equipaje, no te preocupa esa presión.

– ¿Dónde había estudiado Medicina?
– Aquí, en la Central (Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona), pero luego se estableció en Girona, donde tenía un despacho privado, además del Hospital de Girona, donde le gustaba más trabajar, porque era un sitio más pequeño, con condiciones más precarias, donde podía aprender y era un ambiente más de pueblo y menos agresivo que Barcelona. A Fernando le gustaba mucho el cine. Siempre decía que cuando vio ‘Barbarroja’ de Akira Kurosawa, supo que él quería ser como el médico de la película. El cine le acompañaba siempre y por eso le interesaba mucho la imagen y cómo esta podía reflejar lo que él hacía. Por eso nos complementábamos tan bien. Él con el bisturí y yo con mi cámara.

– ¿Cómo falleció?
– En 2010 tenía muchos dolores de cabeza. Le hicieron un TAC y le vieron un tumor. Se lo estirparon, pero al ver que era maligno, le hicieron tratamiento (radioterapia). Murió el 19 de julio de 2014.

– Cuatro años duros…
– Sí, los más duros de mi vida. Y lo dejé todo para estar con él, para estar a su lado, cuidándole, haciendo de enfermera y de secretaria para que pudiera seguir viajando por el mundo. Hasta el día que se fue, con una gran dignidad. Me dio una lección enorme durante todo ese proceso. Él me iba informando de lo que le pasaba en cada momento, desde la enfermedad hasta la muerte. Y sin dejar de trabajar. Fuimos a Chad con su silla de ruedas, y al rodaje y presentación en Venecia de la película ‘La redempció dels peixos’ (2013), de Jordi Torrent, que produjimos nosotros porque Fernando consideró que allí había una historia interesante y que rodamos en la misma Venecia con la ayuda de Flavia, la esposa de Jordi, que es italiana. El último viaje fue a República Dominicana, donde me surgió un trabajo de docencia, y donde quiso venir también pese a su estado.

– ¿Qué pasó luego?
– Yo llevaba varios años descolgada de todo y de todos. Pero intenté seguir con un plan suyo de enviar material quirúrgico a Gaza, pero hubo unas historias muy raras y lo dejé. La parte idealista y romántica que yo había vivido con él no era igual en todas partes y organizaciones. Empecé a revisar todos los documentales que habíamos grabado con nuestra productora y que han pasado por varios festivales. Y empecé a pensar en hacer un documental sobre su deseo, que no pudo cumplir, de visitar a los niños a quienes había operado y que más le habían impactado. Teníamos el guion y todo. Sus niños ‘adoptados’ eran cinco: una niña de Bagdad, Mawj, que había perdido el brazo durante la guerra; Chanceline, una nena del Chad de 3 años, que se arrastraba porque no tenía tibias hubo que amputarle las piernas; Jose, un niño dominicano aquejado de graves deformaciones y a quien Fernando operó y logró poner derecho; un pescador cubano a quien un tiburón se le llevó una mano, y Bakité, un niño de 7 años de Darfour a quien una mina le arrancó las dos manos y un ojo. Fernando me había explicado el ruta que quería seguir para visitar a cada niño, y deseaba acabarla en Uzbekistán, la patria de Avicena, el gran sabio de la Medicina, e Iran donde esta su tumba.

– ¿Lo has podido rodar?
– Aún no. Pero como todo esto Fernando me lo dejó por escrito, tengo que hacerlo. Es su legado. Al inicio no sabía cómo, entre el duelo y las dificultades que me planteaba llevar a cabo el documental. Al final pensé que, además de esas historias, tenía que construir la parte central, la historia de Fernando niño y de su amigo Alí. Además de intentar levantar este proyecto, con la ayuda de Jordi y Flavia, paralelamente, pensé que se tiene que conservar su obra médica. Y para poder seguir con su labor, allí donde aún se necesitan médicos. Y fue Toni, de los cines Girona, y Jaume, su gestor, quienes me sugirieron crear una fundación. Y que la base inicial de la misma fueran las más de 600 horas de documentales que habíamos rodado. Algo en lo que también me ayudó Mariona, de la Filmoteca, a la hora de valorar todo ese material.

– Recuerdo que hubo un acto de presentación…
– En efecto. Fue el 27 de febrero de 2020, un acto precioso al que acudieron muchos amigos de Fernando, gente muy conocida de su ámbito. La lástima es que 15 días más tarde estábamos encerrados con el estado de alarma a causa de la pandemia. Durante todo este año he estado dándole forma a la fundación, y lo más importante, encontrar al equipo médico quirúrgico para seguir la obra de Fernando. Quedó oficialmente constituida el día de Sant Jordi de este 2021: medicina, cine, sensibilización, formación y cooperación. Los cinco pétalos de una rosa mosqueta.

Entre las personas que respaldan la Fundación Fernando Fonseca se encuentran el bailarín y coreógrafo Nacho Duato; el doctor Marc Garcia-Elias, cirujano-traumatòlogo especialista en manos; la doctora Anna Ey, cirujana-traumatóloga especialista en pies zambos; la periodista Ruth Gómez, consultora en temas de cooperación de las Naciones Unidas; el traumatólogo francés Dorio Djimamnodji; Joan Antoni Melé, miembro del Consejo Asesor de Triodos Bank y promotor de la banca ética; la coreógrafa y bailarina Catherine Allard de It Dansa; el periodista Joan Roura, de TV-3; Diego Chacaltana, un amigo íntimo de Fernando, y Assumpcio Fàbregas, otra amiga.

Y este 19 de julio, séptimo aniversario de la muerte de Fernando Fonseca, Fina Sensada y sus amigos volverán a recordarle con la puesta de largo de la fundación, en presencia de los patronos y dando a conocer sus proyectos de futuro. Eso sí, con la ética y la excelencia en el trabajo como polos de actuación.

Yo ya no voy al cine

Querían ustedes un titular llamativo. Pues ahí lo tienen: yo, un veterano periodista cultural, antiguo crítico de cine y hasta director de un cortometraje (pecados de juventud), ya no voy (casi) a las salas. Venga, admito ese ‘casi’ delante de la ‘boutade’. Y supongo que esta provocación será ‘castigada’ por buena parte de mis amigos y colegas, que empezarán a tirarme de todo (de forma figurada, espero). Y para añadir más leña al fuego les confesaré que lo mío, ahora, ya no es ‘Cinema Paradiso’, sino el ‘streaming’: ver películas y series a través de una pantalla conectada a internet.

Permítame el lector recordar unas palabras de Álex de la Iglesia cuando era presidente de la Academia del Cine, en la gala de los Premios Goya de 2011: “Hace 25 años, quienes se dedicaban a nuestro oficio jamás hubieran imaginado que algo llamado internet revolucionaría el mercado del cine de esta forma y que el que se vieran o no nuestras películas no iba a ser sólo cuestión de llevar al público a las salas. Internet no es el futuro, como algunos creen. Internet es el presente”.

Y seguía así: “Internet es la manera de comunicarse, de compartir información, entretenimiento y cultura que utilizan cientos de millones de personas. Es parte de nuestras vidas y la nueva ventana que nos abre la mente al mundo… (Los usuarios de Internet) son nuestro público. Ese público que hemos perdido y que no va al cine, porque está delante de una pantalla de ordenador. (…) No tenemos miedo a internet, porque internet es, precisamente, la salvación de nuestro cine”.

El director vasco, que acaba de estrenar su primera serie para una gran plataforma, ’30 monedas’, en HBO, fue clarividente. Hace casi 10 años de esas palabras y lo que dijo ya es una realidad. Recordemos que el vídeo bajo demanda (VOD) de Netflix para ordenadores empezó en el año 2007 y que el servicio de ‘streaming’ de HBO data de 2010 (como cadena de cable nació en 1966). Y ese mismo 2010 resurgió la catalana Filmin en la forma que ahora la conocemos, con una tarifa plana, aplicaciones para tabletas y la difusión en ‘streaming’ en alta definición.

Vuelvo al titular inicial. Siento confesar que ahora apenas voy a una sala de cine, y no es por ganas, porque siguen siendo el mejor lugar para ver una película, sin ninguna duda. Y no sólo superproducciones de estreno, sino los clásicos en blanco y negro que exhibe la Filmoteca.

Una sala de cine sigue teniendo algo de comunitario y misterioso, y más cuando la gran pantalla blanca, antes, se descubría detrás de unas cortinas gigantescas, generalmente rojas, como solían serlo también las butacas y las alfombras rojas que poblaban pasillos y vestíbulos.

Hubo una época en que conocía y saludaba a casi todos los porteros de cine de Barcelona. Y ellos a todos los periodistas culturales que acudíamos a los pases de prensa matinales y, luego, a las proyecciones de tarde y noche. Eran otros tiempos.

En parte estoy de acuerdo con lo que decía el colega Toni Vall, hace unos días, con respecto a la iniciativa de algunas de las grandes ‘majors’ de estrenar sus películas en sus plataformas digitales: «No tengo ningún interés en ver películas sólo en mi casa, aunque la dinámica de las distribuidoras y las productoras va hacia aquí. Contenidos ‘on line’ para ser vistos en casa, inexorablemente (…) Me estoy sintiendo expulsado del cine. Y es una sensación terrible, muy dolorosa».

Yo tengo otras razones para quedarme en casa. Os las explico.

La primera, evidentemente, la pandemia. Los cines y teatros han hecho un gran esfuerzo para adecuarse a la situación sanitaria pero toda precaución es poca y, si uno es población de riesgo, prefiere abstenerse. Tengo muchos amigos que acuden cada día a las salas y ninguno de ellos ha pillado la enfermedad. Cuando he ido a ver una película me siento en silencio más seguro en una de sus butacas que en el súper de la esquina o el centro comercial más cercano.

Otra razón: me he vuelto comodón. Siempre había soñado con tener una pequeña sala de cine, como hacían los directores y actores de Hollywood en las películas. Algo sólo posible para ricachones con mucha pasta hasta hace poco. Eso ha cambiado con las nuevas y enormes pantallas de los televisores inteligentes, que convierten cada salón en una soñada sala de cine.

Unos meses antes de la pandemia decidí aprovechar una oferta y compré una tele de 55 pulgadas, que mi esposa vio muy por encima de las posibilidades del tamaño de mi sala de estar. Pero ahí está y ya no parece tan grande. Con mi colección de películas en DVD y Blu-ray, y con un trío de plataformas cuyo contenido no me lo acabaré nunca soy un poco más feliz.


Y una tercera razón: la económica. Una entrada de cine de estreno cuesta entre 4,9€ del día del espectador y los 9€ de un festivo, 6€ una matinal y 8€ un día laborable. Multipliquen ustedes por dos, si son una pareja, y añadan si van con niños. También hay un estupendo abono anual de la Filmoteca de Catalunya por 90€ (un talonario de 10 entradas sale por 20€).

Cualquier familia con niños que se apunte al Disney+ pagará 6,99€ al mes o 69,99€ al año. Yo mismo estoy suscrito a varias plataformas y comparto otras con familiares. La suscripción anual a Filmin, la única íntegramente española, es de 84€ al año (la mensual básica cuesta 7,99€), y luego se pueden ‘comprar’ estrenos por unos 4€, como hacen el resto de empresas de ‘streaming’ salvo Netflix, que lo hace sin coste adicional (su plan básico cuesta 7,99€). Evidentemente, con esta competencia, no hay color. La balanza familiar se decantará siempre hacia este lado.

¿Significa esto que nos encaminamos inexorablemente hacia la desaparición de las salas de cine? Espero que no. Hace unos años, cuando el mundo de la prensa escrita empezó a decaer frente a la naciente digital, muchos periodistas no queríamos creer que el papel pudiera desaparecer. Y vamos camino de ello, con algunas salvedades (diarios de fin de semana con sus suplementos; algunas revistas especializadas) por las que el lector aún está dispuesto a pagar un poco más.

Una cosa similar puede pasar con los cines, convertidos en refugio de cinéfilos militantes. Sobrevivirán un puñado de grandes salas para exhibir espectaculares ‘blockbusters’ y, también, si saben jugar sus cartas, pequeños locales donde se exhibirán producciones independientes (¿quizá bajando los precios de las entradas?). Un tipo de cine que está encontrando su refugio y mayor visibilidad en las plataformas digitales.

Quiero citar precisamente a Filmin, que no solo apoya y potencia nuestro cine, sino que ofrece películas y series europeas independientes de gran calidad, ha rescatado una maravillosa biblioteca de clásicos y, en estos tiempos difíciles de pandemia, ha exhibido ‘on-line’ los contenidos de numerosos festivales cuya programación presencial era imposible desarrollar. Esta solución provisional no significa que los muchos certámenes que existen vayan a desaparecer, pero son fórmulas que en un futuro quizá deberán coexistir.

Nota: originalmente, publiqué este artículo en la web de Nosolocine. También hablamos del tema con Jose López en su programa de radio Nosolocine en las ondas (hacia el minuto 15).

Cineastas españoles en Venecia

Estos días en que siento la nostalgia viajera y en que los cines siguen cerrados en Barcelona, he querido volver a arrimar el ascua cinéfila a la sardina viajera y volveros a hablar de Venecia. Hay varias razones. La primera, el fallecimiento, ayer de Jan Morris, la mejor escritora de viajes, cuyo libro sobre Venecia es todo un referente (podéis leer aquí lo que ha escrito el colega Jacinto Antón, que la entrevistó hace unos años). La otra es que dos directores españoles (¡dos, y en plena pandemia!), Álex de la Iglesia y Paula Ortiz, están rodando en la ciudad de los canales. Una buena noticia que me permite recordar a un tercero, el pionero, hace unos años: Jordi Torrent. Este artículo se publicó originalmente en Nosolocine.net

Vamos por el primero: Álex de la Iglesia está filmando ‘Veneciafrenia‘. Es la primera entrega del sello ‘The Fear Collection‘, una serie de películas de terror impulsadas por el director vasco con su productora, Pokeepsie Films, apadrinado por Sony Pictures España y Amazon Studios. Eso le augura una buena distribución en cines (si la pandemia lo permite) y en la conocida plataforma digital de pago.

Al parecer, la historia se centra en un grupo de turistas españoles que viajan a Venecia con la intención de divertirse y acaban metidos en una pesadilla y luchando por salvar la vida. Ingrid García Jonsson encabeza un reparto que incluye a Silvia Alonso, Goize Blanco, Alberto Bang, Cosimo Fusco, Enrico lo Verso, Caterina Murino y Nico Romero, entre otros actores.

La primera vuelta de manivela (usando terminología analógica) se dio el pasado 5 de octubre en la ciudad italiana y se prolongarán durante siete semanas en localizaciones venecianas (callejuelas estrechas, plazoletas no demasiado transitadas, el mercado de Rialto y algunas paradas de vaporetto del Gran Canal) y en Madrid (básicamente en estudio). El propio De la Iglesia se despedía esta semana de esos exteriores con un tuit en que decía “últimos días en Venecia”.

Lo original de este filme es que los exteriores se han rodado en la capital del Véneto, algo inusual en la cinematografía española. De hecho, únicamente un director español lo había hecho antes: Jordi Torrent, un realizador catalán afincado en Nueva York que rodó en la ciudad, en 2014, ‘La redempció dels peixos‘. Enseguida me centraré en ella. Lo digo, porque, curiosamente, la realizadora zaragozana Paula Ortiz está filmando allí otro proyecto internacional.

La directora de ‘De tu ventana a la mía’ (2011) y de la premiada ‘La novia’ (2015) está en Venecia rodando una adaptación de ‘Across the river and into the trees (Al otro lado del río y entre los árboles)’, una de las últimas novelas de Ernest Hemingway. El gran Javier Aguirresarobe es el encargado de la dirección de fotografía.

Ortiz buscó las localizaciones para esta película a inicios de 2020 y la epidemia que empezó a llegar al norte de Italia hizo que volviera para casa. El rodaje se inició en octubre, hace unas semanas, y el equipo está lidiando con la situación, que volvía a estar complicada en Italia por culpa de la pandemia. La directora lo comentaba así en su Instagram: “lockdown / quarantine / venice / todos quietos hasta ver / standby / seguimos remando desde casa / across the river and into the trees / hemingway”.

El protagonista masculino es el actor estadounidense Liev Schreiber, quien también ha dejado constancia en Instagram de que le encanta la ciudad (“la más bella del mundo, además de Nueva York”) y sus gentes. Medios locales le han fotografiado comiendo pizza y fumando en el balcón de su apartamento.

El digital Deadline fue el primero en anunciar este proyecto durante el Festival de Venecia y citó como otros miembros del reparto a Matilda De Angelis, Laura Morante, Giancarlo Giannini y nuestro Javier Camara, que en enero de 2019 estuvo filmando algunas escenas de la serie ‘The New Pope’ en Roma y en Venecia.

Publicado en 1950, el libro narra las peripecias de un veterano coronel del ejército de EEUU, con problemas de salud, que acude a Venecia a cazar patos y para encontrarse con su joven y aristocrática amante veneciana. La novela incluye claros elementos autobiográficos, ya que Hemingway, cincuentón como su personaje, vivió una temporada en la ciudad de los canales junto con su cuarta esposa, Mary Welsh, y se enamoró (dicen que de forma platónica) durante una partida de caza de Adriana Ivancich, una jovencísima condesa de sólo 18 primaveras.

Además de este filme, Paula Ortiz tenía entre manos un guion sobre santa Teresa de Jesús, coescrito con Juan Mayorga que adaptaba la obra de este último ‘La lengua en pedazos’. El proyecto ha sufrido un traspiés, al habérsele denegado la subvención del Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales, ya que se ha «agotado la dotación presupuestaria» de que disponía el ICAA para este año. Un problema que ha afectado a otros muchos conocidos realizadores. No hay dinero.

Pero volvamos al pionero, al primer cineasta español que se atrevió a ir a rodar a la ciudad de los canales: Jordi Torrent, que filmó ‘La redempció dels peixos (La redención de los peces)’ durante el verano de 2013 en Venecia. La película narra el viaje “laberíntico” de un hijo para conocer a su padre, que le abandonó cuando era un niño. Miquel Quer y Lluís Soler, encabezaban el reparto, lleno de actores venecianos. Jose López comentó el filme en su día en Nosolocine.

Torrent, que reside en Nueva York, respondió amablemente a mis preguntas por videoconferencia, cuando le indiqué que deseaba incluirle en una nueva edición de mi guía ‘Venecia de cine’ (2015). Me explicó que había usado como telón de fondo la caótica y laberíntica trama urbana de la ciudad de los canales para describir el proceso interno del joven tras descubrir la identidad de su padre, que oculta aspectos poco claros de su pasado y presente.

En la decisión del director pesó también su amor por la capital veneciana, al hecho de que su esposa, Flavia Galuppo, fuera neoyorquina de ascendencia italiana (además de directora artística de la película) y a que ambos tienen muchos amigos en la región. También me explicó algunos detalles más, que dejo para incluir en el libro y que podréis leer en cuanto se publique.

CODA. Después de publicado este texto, Jordi me ha dejado un amable texto en el apartado de comentarios, que también añado aquí. Dice lo siguiente: «Gracias, Txerra, por incluirme en este bonito artículo. Cómo nota a pie de página te hará gracia saber que la escena del estudio de artista que se ve en ‘La Redención de los Peces’ la rodamos en el estudio del pintor veneciano Bobo Ivancich, sobrino de la Ivancich que enamoró a Hemingway«.

Lo cierto es que Venecia sigue siendo un imán para el cine. Recuerdo que a la hora de afrontar mi ‘Venecia de cine‘ llegué a contar más de un centenar de películas allí rodadas. De ellas, decidí eliminar de la lista inicial más de la mitad que únicamente tenían algún plano puramente veneciano, y me decanté finalmente por una treintena larga. La mayoría corresponden a producciones filmadas ampliamente en la ciudad o cuya importancia a nivel internacional me ‘obligaba’ a incluirlas.

Cuando acabé de redactar el texto, decidí finalizarlo con ‘Effie Gray’ (2014), el melodrama de época rodado por Richard Laxton, con Dakota Fanning, Emma Thompson, Tom Sturridge y Greg Wise. En aquel momento, mis editores me sugirieron un límite de páginas, pero ahora me veré obligado a superarlo, porque no puedo dejar de incluir a estos directores españoles en una próxima edición del libro: Jordi Torrent, Álex de la Iglesia y Paula Ortiz.

Lluís Segura, novelista romántico

Lluís Segura (Barcelona, 1973) es un cineasta surgido de la ESCAC, la prestigiosa Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Catalunya. En ella fue profesor de dirección y guión durante seis años, y coordinó y produjo dos de los primeros filmes colectivos de sus alumnos, la simpática ‘Puzzled love’ (2011) y ‘Los inocentes’ (2013), del género de terror.

Lo que se sabe menos es que Segura pertenece a la primera promoción del centro, la misma en la que se formaron JA Bayona, Kike Maíllo, Roser Aguilar y Guillem Morales, entre otros. Con los dos primeros colaboró en los guiones de sus cortometrajes ‘Mis vacaciones’ y ‘El hombre esponja’, de JA, y ‘Los perros de Pavlov’, de Kike. Director de varios cortos y un largometraje, realizador de anuncios publicitarios y guionista de otros trabajos, hace un par de años escribió un divertido ‘Diccionario sexual supremo’. Ahora se estrena en la literatura de ficción con ‘Contagiados de amor’, una novela “romántica y canalla en tiempos de la covid-19”, como asegura en su portada.

– Director de cine metido a escritor. ¡Vaya cambio!
– No, no. Yo hago lo que siempre he hecho: contar historias. Y puedes hacerlo con imágenes o con un texto. Y si supiera hacerlo de otra forma, con otras artes, lo haría. Si supiera hacer teatro, lo haría con una obra de teatro, por ejemplo. Me gusta ir cambiando, porque me aburro muy rápido. Siempre estoy escribiendo guiones, con lo que aquí tampoco hay mucha diferencia.

– Y una historia ¡romántica y canalla!
– Es que quería contar algo rápido. Tenía que actuar con urgencia, porque no me daba tiempo a convertirlo en algo audiovisual.

– Lo dice porque la centra en una convivencia durante los dos meses de confinamiento…
– Sí. La historia de amor que se desarrolla entre un soltero empedernido y una mujer por culpa del estado de alarma. Y lo que, en principio, era una relación ocasional se transforma en otra cosa.

– Utiliza el gancho de ‘basado en hechos reales’.
– La novela está dentro del apartado de ‘ficción biográfica’ de Amazon. Unir biografía y ficción parece un contrasentido, pero es así. El libro está basado en lo que nos ha pasado a mi pareja y a mí durante estos meses, algo de lo que yo iba tomando notas cada día. Los acontecimientos hicieron que la estancia de mi chica se alargara semanas cuando en principio sólo tenía que pasar la noche en casa. Hechos dramáticos y complicados, malas noticias que nos han ido uniendo más. Algo que también te muestra cómo son las personas realmente. Y al final, lo que era un rollo de una noche se convierte en muchas noches más, conoces más a la persona y te vas enamorando… o no. Si los lectores compran la novela, ya lo verán [ríe].

– ¿Dónde se puede encontrar la novela?
– En Amazon, tanto en su formato digital como en papel. En el primer caso, la novela cuesta 2,99€ y en el segundo, 10,38€. Ahora está de oferta, o sea, que se animen los lectores, porque pronto tendré que subir un poco el precio.

– ¿Cómo la ha editado?
– Pues me la he autoeditado, porque las editoriales estaban un poco remisas a hacerlo. Con una amiga, Esther Fernández, que me ayudó a publicar mi anterior libro, ‘Diccionario Sexual Supremo‘, hemos creado un sello, Le Book, y nos hemos lanzado a la piscina para autoeditar libros. Yo ya tengo tres más en marcha y hay amigos que se han interesado en la idea para que publiquemos los suyos.

– ¿Esther Fernández? ¿Procedente también de la ESCAC, como usted?
– Sí. Ella estudió en la ESCAC y me ha ayudado en la producción de varios cortos míos. Es muy creativa y hace muchas cosas.

– Usted también es director de cine y guionista. ¿Cómo lo lleva?
– El cine lo tengo un poco dejado de la mano de dios. He preferido ponerme a escribir, porque con todo este parón del virus y me he dedicado mucho a la escritura. Ya tengo preparadas tres o cuatro historias que se convertirán en libros, algunos más avanzados que otros, pero que van a salir ya.

– Y que se pueden transformar en una película o en una serie, porque este ‘Contagiado de amor’ tiene todo para ser un guion de cine o de tele.
– Sí, sí. Estos libros son muy susceptibles de convertirse en una peli o una serie. Ojalá.

– Dice que tiene el cine algo abandonado, pero usted, que estuvo involucrado en los primeros guiones de los cortos de JA Bayona, sigue siendo uno de sus asesores.
– He sido el asesor creativo de un par de películas de JA, sí. De ‘Un monstruo viene a verme’ y de ‘Jurassic World: El reino caído’.

– ¿En qué consistía su trabajo?
– Es como un ayudante de dirección, pero antes del rodaje. Asesoras también sobre el guión y también sobre el montaje posterior. Es como una mano en la que se apoya el director para no estar solo en la preparación de una película y/o en la postproducción de la misma.

– ¿En la última?
– En ‘El señor de los anillos’ no he colaborado. Era un encargo de Amazon, empezó a rodar, tuvieron que para por la pandemia y hace una semana han vuelto a reiniciar el rodaje.

– Usted dirigió dos cortos, ‘Doroteah’ (1999) y ‘¡Nena!’ (2008) antes de debutar en el largometraje, con ‘El club de los buenos infieles’ (2017).
– En efecto. La podéis ver en Netflix.

– Hubo críticas que la tacharon de “machista”
– Cada uno puede interpretar lo que quiera de una obra, pero no es machista. Al revés. Critica a los hombres de una forma divertida y cómica. Expone sus debilidades, miedos y defectos, y eso no creo que se pueda definir como machista. Fue mal vista de manera injusta. En el equipo había muchas mujeres y gustó a muchas espectadoras. En ningún momento mi intención era hacer una película machista sino enseñar a todo el mundo que, a veces, los hombres tenemos actitudes ridículas y hay que cambiarlas. En la película, los hombres son inicialmente de una forma y acaban de otra manera; han evolucionado como personas. ¿Era una película sobre la infidelidad masculina? Sí, pero no era machista. Era un tema complicado y me metí en un lío. Pero yo necesito películas que toquen temas difíciles.

– ¿Algún proyecto nuevo?
– Escribí el guion de un cortometraje llamado ‘Beef’, dirigido por Ingride Santos, que ha tenido un montón de galardones nacionales e incluso ganó el premio al mejor corto del prestigioso Festival de Cine de Miami. Con su realizadora estamos escribiendo la versión largometraje de la historia, una trama muy realista sobre una adolescente que quiere triunfar en la música trap.

– ¿Y alguna película propia en mente?
– Tengo muchas en mente, pero ahora voy a escribir esos libros y luego intentaré que se conviertan en películas. Levantar proyectos cinematográficos hoy en día es muy complejo. Y he descubierto que escribir un libro es igual de difícil pero mucho más rápido… Y muchísimo más barato, y más asequible. Esto me permite ir sacando ideas de esta especie de embudo de proyectos que tengo en mi cerebro, porque si no serían cosas que no sacaría nunca. Son películas en formato libro. Y como suele decir que el libro siempre es mejor que la película, aquí ya tienen el libro.

– El amor (o el terror o el crimen) en los tiempos del… coronavirus.
– Creo que hay que hacer arte, cine, libros, sobre lo que estamos viviendo, la pandemia y todo lo que nos está pasando. Hay pocas cosas y hay que hacer mucho, porque de lo que pasa sólo sabemos lo que dicen los políticos, los médicos y los periodistas. Ahora mismo, del virus y la pandemia tenemos información de ese calibre. Pero, ¿y del amor? ¿Dónde lo hemos aprendido antes? En los libros, en las películas, en el teatro. ¿Y ahora? Nos falta el punto de vista artístico y deberíamos hacer más cosas sobre este tema. Me pongo a ver películas y está todo desactualizado. Y yo necesito que se actualice todo. Ya sé que se están rodando cosas, pero necesito que haya más. Por ejemplo, ves ‘Fiebre del sábado noche’ y la discoteca abarrotada y piensas, ¡¡pero qué hace toda esa gente bailando en sin mascarilla!!

Marianne Sägebrecht, Percy Adlon y los 35 años de ‘Sugarbaby’

El otro día, revolviendo y tirando buena parte de antiguo material de prensa que tenía arrinconado en la casa del pueblo descubrí el referido a ‘Sugarbaby’ (1985), la película que reunió por primera vez al director alemán Percy Adlon y a la simpática y rellenita actriz Marianne Sägebrecht, que cumplió 75 años en agosto. La película, un curioso cuento de hadas romántico moderno, se estrenó en nuestro país hace ahora 35 años.

Nacida en Starnberg (Alemania), ella provenía del mundo del cabaret y del café-teatro, mientras que Adlon (Múnich, 85 años) era coetáneo de directores alemanes tan famosos como Herzog, Fassbinder y Wenders, pero nunca se alineó con ninguno de ellos. Procedente de una familia de hoteleros, no había asistido a ninguna escuela de cine, sino que empezó como actor y luego fue realizador de numerosos documentales para la tele.

En los años 70 conoció a una joven productora que sería su esposa, Eleonore (79 años) y con la que fundó en 1978 una compañía con la que realizaría varios telefilmes y su primer largo de ficción, Céleste (1981), sobre una sirvienta de Marcel Proust que se vería en el Festival de Cannes.

Pero, de hecho, fue la feliz confluencia de Adlon y Sägebrecht la que daría lugar a una exitosa y fugaz trilogía que lanzó a la escena internacional a ambos. El director explicó en su día que ‘Sugarbaby’ nació de dos imágenes relacionadas con su actriz: un día la vio flotando en una piscina con su enorme humanidad, y decidió que sería la apertura del filme; y una noche la vio bailando animadamente un rock en una discoteca, y convirtió la escena en el colofón de la historia.

Entre medio, una simpática trama: la oronda empleada de una funeraria se enamora de un guapo maquinista del metro, interpretado por Eisi Gulp (Múnich, 64 años), un actor callejero, bailarín y artista de circo. Ambos eran debutantes en el mundo del cine. Aprovechándose de que la rubia, elegante y flaca esposa del hombre se ha de ausentar unos días, la sensual y sexi Marianne planea una seducción en toda regla y logra llevarse al chico a la cama.

La comedia se llevó la Espiga de Plata del Festival de Valladolid de 1985 y se estrenó en el Cine Casablanca de Barcelona de la mano del Círculo A, empresa especializada exhibir películas en versión original, subtituladas, y que tenía como programadores a Jaume Figueras y Àlex Gorina, dos grandes de la crónica y la crítica cinematográfica.

Desconozco si se puede ver en alguna plataforma de pago, actualmente. Existe una versión subida a Youtube con subtítulos en portugués y un par de tráilers en alemán.

Pero lo bueno de ‘Sugarbaby’ fue que propició la siguiente película del tándem Adlon-Sägebrecht, un par de años más tarde: ‘Out of Rosenheim’ (1987) que fue afortunadamente rebautizada como ‘Bagdad Café‘, que sería todo un éxito internacional, en parte gracias a la pegadiza canción ‘Calling You‘, interpretada por Jevetta Steele. Los lectores pueden ver la película en Filmin.

La historia, coescrita por Adlon y su esposa Eleonore, narra la odisea de Jasmin (Sägebrecht), una infeliz y gruesa señora alemana, cuyo indeseable marido deja tirada junto a un motel y gasolinera situados en un paraje desértico del medio oeste de EEUU. Para poder pagarse la estancia, Jasmin se ofrece a trabajar para Brenda (CCH Pounder), la malhumorada dueña del lugar, a la que poco a poco se irá ganando con su afabilidad. Al mismo tiempo, descubre el amor en Rudi, un maduro artista alojado en el motel, interpretado genialmente por el gran Jack Palance, en un papel romántico nada habitual en este actor.

El Círculo A de Figueras y Gorina logró que la película se estrenara en el Cine Casablanca, de nuevo en VOSE, con presencia de la actriz protagonista. El éxito fue tal, que la comedia se mantuvo en cartel año y medio. De rebote, el corto que se exhibía antes, ‘Quizá no sea demasiado tarde’, dirigido por quien firma estas líneas, logró la lotería de mantenerse ese mismo periodo de tiempo, siendo el cortometraje más visto en la historia de las salas de cine catalanas.

Posteriormente, ‘Bagdad Café’ se convirtió en 1990 en una serie de televisión interpretada por Whoopi Goldberg y Jean Stapleton, y dirigida inicialmente por el efectivo Paul Bogart. Pero no tuvo tanta suerte, pese a sus estrellas. Les falló el guión y la gracia del filme original.

Pero como no hay dos sin tres, Adlon volvió a contar con Sägebrecht para ‘Rosalie va de compras’ (1988), una crítica a la fiebre del consumo desaforado en forma de sátira, que resultó fallida. Ambientada en un pueblecito de Arkansas, la actriz interpreta a una alemana casada con un americano (Brad Davis), madre de familia numerosa y empeñada en vivir un tren de vida y de compras que durarán hasta que su tarjeta de crédito tenga fondos.

Fue la última vez que colaboraron actriz y director, que luego se distanciaron. Ella empezó a aparecer como secundaria en algunas películas de Hollywood, como ‘Presidente por accidente’ (1988), de Paul Mazursky, y ‘La guerra de los Rose’ (1989), de Danny DeVito, pero no quiso quedarse en EEUU. Prefirió volver a Europa para rodar ‘Marta y yo’ (1991), de Jirí Weiss, e incluso la patata frita de ‘La vida láctea’ (1992), a las órdenes de Juan Estelrich Jr., un horror pese a contar con intérpretes como Mickey Rooney, Emma Suárez, Jack Taylor y Feodor Atkine.

Desde entonces, Marianne ya no abandonaría el continente europeo e intervendría en filmes tan dispares como ‘El ogro’ (1996), de Volker Schlöndorff; ‘Corazones enfrentados’ (1998), de Jeroen Krabbé; ‘Astérix y Obélix contra César (1999), de Claude Zidi, seguida de varias series, miniseries y filmes para televisión como ‘Lilalu im Schepperland’ y las películas infantiles ‘Pettersson y Findus’, donde es la vecina del primer protagonista. También ha sido la decidida cocinera de la saga ‘Marga Engel’ y una secundaria habitual de la policiaca ‘SOKO München’. La actriz no ha parado de trabajar, ha recibido diversos premios en su país natal, pero no ha vuelto a tener el protagonismo ni el éxito de ‘Bagdad Café’.

A su director le pasó tres cuartos de lo mismo. Percy Adlon optó por la senda del cine independiente y los documentales. Tras el relativo fracaso de ‘Rosalie va de compras’ filmó ‘Salmonberries’ (1991), una curiosa historia de amor protagonizda por K.D. Lang. La trama, centrada en la peripecia de una joven esquimal, huérfana y andrógina que trabaja como minero en Alaska, fue coescrita por Adlon y su hijo Felix. La cantante canadiense le pidió a Adlon que le escribiera un guión a su medida, después de que el realizador la dirigiera en el videoclip de ‘So in love’.

Posteriormente, ‘Younger and Younger’ (1993), ‘Hawaiian Gardens’ (2001) y ‘Mahler auf der Couch’ (2010), han sido sus posteriores filmes de ficción más notables. La tercera, codirigida con su hijo Felix, ha sido su último trabajo. Desde hace años vive retirado con su esposa en California.

En cuanto a Felix Adlon, este es más conocido por ser el exmarido de Pamela Adlon, la cómica que ha escrito e interpreta la serie ‘Better Things’, donde encarna a una mujer madura y divorciada que vive entregada a la educación de sus tres hijas mientras intenta seguir adelante con su carrera de actriz. Vamos, como la vida misma.

El cine que le gustaba a Woody Allen

Desde mediados de mayo, los aficionados al cine pueden encontrar en las librerías, y en castellano, ‘A propósito de nada’, la autobiografía de Woody Allen. Seguramente, hay pocos cinéfilos que no la hayan leído y disfrutado ya, y pocos colegas que no hayan hecho su crítica, con la palabra “polémicas” incrustada en casi todos los titulares que he visto.
Pues bien: aquí NO voy a referirme al TEMA del que todo el mundo ha hablado o escrito, sus relaciones con Mia Farrow. No me da la gana.

‘Annie Hall’

Estas memorias son tan amplias (y dispersas), abarcan tantas parcelas de la vida y carrera del pequeño cómico judío, que resulta difícil realizar un comentario poco extenso. Seguro que mis amigos de Nosolocine escribirán sobre el libro en algún momento, porque sé que les ha gustado tanto como a mi. Hay tal la infinidad de datos, personajes y anécdotas (no dejen de leer lo que explica sobre Diane Keaton, ‘Annie Hall’ y los premios Oscar), que resulta casi inabarcable.

Por esa razón, me quiero centrar en algo muy cinéfilo, algo que muchas veces nos intriga y que los periodistas solemos preguntar a los cineastas cuando les entrevistamos: qué directores y películas les han influido a ellos a la hora de ponerse detrás de la cámara.

Así, en los primeros capítulos del libro hay una página en la que Woody Allen cita los filmes que ha visto y los que no, los que le gustan y los que no. Y lo que escribe no deja de sorprenderme…

‘Armas al hombro’

“No he visto ‘¡Armas al hombro!’ ni ‘El circo’, de Chaplin; tampoco ‘El navegante’, de Buster Keaton. Jamás he visto ninguna de las versiones de ‘Ha nacido una estrella’ (…), ni ‘¡Qué verde era mi valle!’, ‘Cumbres borrascosas’, ‘Margarita Gautier’, ‘La dama de las camelias’, ‘Ben-Hur’, ‘El secreto de vivir’, ‘Caballero sin espada’, ni muchas otras”, asegura el realizador. Y añade: “No es mi intención menospreciar ninguna de esas obras, sino poner de manifiesto mi ignorancia y el hecho de que llevar gafas no convierte a nadie en una persona especialmente culta, ni mucho menos en un intelectual”.

Y de la misma manera, también dice haber visto “una buena cantidad de películas” y bastantes filmes extranjeros, aunque sigue creyendo que su gusto “os sorprendería”. Por ejemplo: “Prefiero Chaplin a Keaton. Eso no encaja con las preferencias de la mayoría de los críticos y estudiantes de cine, pero a mí Chaplin me parece más gracioso, aunque Keaton era mejor director”. Y para él, Chaplin es más gracioso que Harold Lloyd: “Este ejecutaba grandes gags visuales de forma brillante, pero nunca consiguió entusiasmarme”.

‘Vértigo (De entre los muertos)’

No se considera un fan del famoso Lenny Bruce ni tampoco le gustaba en exceso Katharine Hepburn: “Estaba estupenda en ‘Larga jornada hacia la noche’ y en ‘De repente, el último verano’, pero muchas veces me resultaba demasiado artificial. Cuando se veía en apuros siempre recurría al llanto. En cambio, adoraba a Irene Dunne y a Jean Arthur. Spencer Tracy siempre me parecía muy creíble, salvo en ‘La impetuosa’”, con Hepburn, precisamente.

Y Allen añade poco después: “Me limito a señalar unos pocos productos culturales icónicos que sorprendentemente no representaron tanto para mí como para el público en general. Como ‘Con faldas y a lo loco’ o ‘La fiera de mi niña’, que no me hicieron gracia. Tampoco me gusta ‘¡Qué bello es vivir!’ Francamente, me encantaría estrangular a ese cursi ángel de la guarda. Jamás pude creerme ‘Tú y yo’. Adoraba a Hitchcock, pero no hay manera de que pueda ver ‘Vértigo’. Estoy loco por Lubitsch, pero ‘Ser o no ser’ no me parece nada divertida. Sin embargo, ‘Un ladrón en la alcoba’ me parece una maravilla, un huevo de Fabergé”.

El cineasta confiesa que le encantan los musicales, pero no le gusta ‘Un americano en París’. “Nunca me reí con Eddie Bracken, Laurel & Hardy ni con, Dios no lo permita, Red Skelton. Por supuesto que los hermanos Marx y W. C. Fields son lo mejor de lo mejor (…). ‘El gran dictador’ y ‘Monsieur Verdoux’ no me parecen ni remotamente graciosas. Desde luego que ver a Chaplin pateando ese globo terráqueo por el aire no me parece de ninguna manera un ejemplo de genialidad cómica. Pero a quién le importa lo que yo piense: todo es cuestión de gustos”.

Hay quien se llevará las manos a la cabeza, pero yo entiendo a Woody Allen: a todos no nos gusta lo mismo. Muchas veces, los críticos nos esforzamos por animar a la gente a ver ciertas películas que nos entusiasman, pero a las el público apenas va a ver. En cambio, tendemos a destrozar aquellas que suman éxitos de taquilla, como ocurre con las de Santiago Segura. Recuerde el lector, que la crítica (cinematográfica, teatral, literaria) es un género de opinión con elementos informativos.

No quiero acabar este artículo sin referirme a una reflexión que hace Woody Allen sobre el hecho de rodar, de dirigir, elogiando siempre a sus colaboradores, que –asegura– salvaron más de una vez alguna de sus películas: “Cuando miro a través de la cámara, sé si estoy viendo lo que había previsto. Si no, corrijo algo (…) Si el personaje que estoy filmando camina en dirección a algún sitio, lo seguimos con la cámara, ya que tiene ruedas. Pongo a un sustituto en mi lugar y, cuando el iluminador termina de preparar los focos, ya estamos listos para rodar. Le digo al sustituto que se vaya a tomar una cerveza y me pongo en su lugar. Interpreto la escena que he escrito y la digo como quiero oírla. La cámara rueda y yo grito: «Bien, ¿lo tenemos?». Si no estoy contento con algo, lo repito”, escribe.

Lo que dice parece de sentido común. Parece sencillo de hacer, pero este señor bajito y con gafas ha rodado medio centenar de películas. Alguna es floja, pero ninguna se puede considerar un fracaso en taquilla y entre ellas hay un puñado de obras maestras. ¿Qué más se le puede pedir?

Historia de un corto

Esta es la historia de un cortometraje titulado ‘Quizá no sea demasiado tarde’, del que se cumplen 30 años de su exhibición en cines de Barcelona. Lo rodó el autor de este blog y quien firma estas líneas. El texto se ha publicado originalmente en Nosolocine.net

Esta mañana, el amigo José López Pérez me ha tendido una emboscada, aprovechando el asunto este del confinamiento: “¿Por qué no nos escribes lo de tu cortometraje?” ¡Cielos! Es que no sé ni dónde tengo una copia, maldita sea, le aseguro.
Pero Jose, que de vez en cuando me pide ver el corto de marras, insiste: “Sí, hombre. Lo que recuerdes del rodaje y los actores y tal y tal”.

Me deja con el lío en la cabeza y empiezo a rebuscar entre viejos papeles y archivadores. La mayor parte del material utilizado está en la casa del pueblo, donde incluso guardo una copia en Betamax y otra en VHS, más algunos folletos… En alguna parte conservo un CD o un DVD, pero vete a saber. Una copia en 35 mm está guardada en los sótanos de la Filmoteca, y supongo que TV-3 debe conservar otra copia, que en su día usó para emitirlo por televisión.

De repente, entre los cinco o seis discos duros en los que guardo cosas (imágenes, programas y archivos, muchas veces repetidos), encuentro una carpeta con algunas fotos y recortes de prensa escaneados. Y qué sorpresa: ¡hace 30 años mi corto ‘Quizá no sea demasiado tarde’ se despedía del Cine Casablanca de Barcelona, después de haber estado 15 meses en cartel, todo un récord!

Tampoco os quiero engañar: la que estuvo todo ese tiempo era la película de la que mi corto era un simple telonero, pero eso os lo cuento luego. Me pongo pues a rebuscar en la memoria para escribir esta pequeña historia.
Desde que tengo uso de razón me ha fascinado el cine. Y recuerdo las sesiones matinales en Portugalete (Bizkaia), mi pueblo, y los pases dobles en cines de Barcelona cuando vine a estudiar Periodismo con 20 años.

Durante esa década, además de acabar la carrera y trabajar de periodista, fui estudiando cursos de cine donde y como podía. El encuentro con un buen amigo, Armand Rodríguez, fotógrafo y laboratorista, nos llevó a plantearnos escribir un guion de un cortometraje, uno de los pocos métodos que, a mediados de los años 80, tenían los jóvenes cinéfilos de pasar a la industria. Aún faltaban unos cuantos años para que naciera la ESCAC No saben sus alumnos la suerte que tienen.

Entre aquellos aspirantes coetáneos estaba Jesús Font, que rodaba ‘Per molts anys’, un corto con Ramoncín, y Javier Arazola, que hacía lo propio con ‘Un asesinato’. Javier estaría luego en mi equipo, como ayudante de dirección.

Al cabo de varias semanas de dar vueltas al guión, nos pusimos a la tarea de buscar dinero para rodarlo. La historia era sencilla, e incluía un ‘flash back’, una vuelta al pasado de los protagonistas que podía encarecer la producción: un guionista cuarentón, casado y con hijas, recibe la llamada inesperada de una mujer recién divorciada, que fue su amor de juventud, aunque ella nunca lo supiera. Tenía un cierto tono nostálgico y romántico, teñido con un ligero toque de humor.

Con la ayuda desinteresada de mucha gente, especialmente Norberto Rebecchi (1949-1994), crítico del diario que asumió la dirección artística, pusimos en pie un equipo técnico con profesionales como Mitxel Casado (fotografía), Mamen Boué (producción), Fina Sensada (script), Joan Benet (cámara) y Jordi Puig (montaje), entre otros.

Pedí consejo a mi compañero Gonçal Pérez de Olaguer, crítico teatral de El Periódico, que me sugirió varios nombres. Después de algunos contactos, escogimos a Mercè Managuerra y a Jaume Sorribas como protagonistas adultos. Ambos fueron absolutamente amables: no sólo no quisieron cobrar nada sino que aceptaron acudir a un par de ensayos antes del rodaje y a utilizar su propio vestuario.

Para elegir a los protagonistas cuando eran unos jóvenes estudiantes y a sus amigos, habíamos puesto un cartel pidiendo actores en el Institut del Teatre y en algunas academias de interpretación privadas. Hicimos unas pruebas de selección en la casa de Norberto a la que acudieron unas 60 chicas y chicos.

Finalmente, escogimos a los que se ven en la fotografía de grupo: Núria Badia y Marc Cases eran los ‘protas’, mientras los hoy bien conocidos Ágata Roca y Jordi Mollà eran sus amigos. Si sus papeles se hubieran invertido quizá el corto también sería diferente. En aquel momento yo no supe ver sus posibilidades, aunque Jordi ya prometía en su papel de pillo.

Y junto a ellos, algunos actores que aún veo de vez en cuando, como Sergi Calleja, Pepa Lavilla, Emilià Carrilla, María Tresaco, Lamin Cham, Marc Montserrat y Robert Govern, hasta completar el reparto de 19 intérpretes, más unas 30 niñas del colegio del Sagrado Corazón de Sarrià, que nos cedió el patio de la escuela. Entre las pequeñas, Laia Rodríguez, hija menor de mi coguionista.

Jaume Figueras y Àlex Gorina, magníficos periodistas de cine y programadores del legendario Círculo A, nos cedieron amablemente su despacho. Un chiringuito de la playa de Castelldefels sería, además, escenario y zona de cátering.

Todo estuvo listo para los primeros meses de 1988. Contábamos con la ayuda prometida de un conocido director y productor, que aquellos días también iba a filmar un largometraje. Él lo haría entre semana y nos prestaría una cámara y colas de negativo para poder rodar el cortometraje en fin de semana, que es cuando todo el mundo podía currar gratis en la peli.

Y de repente, cinco días antes de empezar, el productor se descolgó. Un drama. ¿Qué hacer? Parábamos todo, cuando todo estaba a punto para el sábado siguiente. Con mi mujer decidimos fundir los ahorros y tirar para adelante.

Rodamos horas y horas durante dos fines de semana, con algunas dificultades añadidas en exteriores: un día de sol espléndido la primera jornada y totalmente nublado la siguiente. Director de fotografía y cámara ajustaron filtros para que no se notara.

Los actores estuvieron sensacionales, y los chicos aguantaron el frío de una mañana soleada de invierno en la escena en que juegan un partidillo de fútbol en la playa.

Pasaron semanas desde el rodaje, montaje de negativo con la veterana Mercè Casas y dejarlo todo a punto para poder presentar el corto en el festival de referencia, el de Alcalà de Henares, y luego en Barcelona e incluso en una sección muy alternativa de San Sebastián. No obtuve ningún premio. Mecachis.

Tocaba intentar estrenar la película y acudí de nuevo al maestro Jaume Figueras. Me facilitó un hueco a finales de diciembre, para acompañar a uno de los dos largometrajes que se iban a estrenar por Navidad en el Casablanca, legendario cine de arte y ensayo de los Jardinets de Gràcia.

Entre los dos títulos, me cayó bien el de Marianne Sägebrecht, una actriz alemana regordeta, de quien había visto una comedia previa, titulada ‘Sugarbaby’ (1985), del mismo director, Percy Adlon. Y aposté por aquel nuevo filme de esta pareja: Bagdad Cafe (1987).

El 21 de diciembre de 1988 se estrenó esta película que, más tarde, llegaría a ser una serie en EEUU sin Marianne ni el gran Jack Palance, que también intervenía, pero con la coprotagonista negra, CCH Pounder. La comedia tuvo tanto éxito, que aguantó nada menos que 15 meses en cartel (algo impensable en la actualidad). La retiraron de cartel con todos los honores el 18 de marzo de 1990, hace ahora 30 años. Y mi cortometraje, aguantó con ella.

Más tarde logré que TV-3 la emitiera un par de veces. No me hice rico, pero pude cubrir la mitad de las deudas generadas, pero no seguí en el cine. Continué haciendo lo que, creo, mejor sabía: periodismo. Y escribir de cine cuando me dejaban.

The end.

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