El extraño nombre de Cees Nooteboom corresponde al poeta, novelista, ensayista, traductor e hispanista holandés Cornelis Johannes Jacobus Maria Nooteboom (1933), Premio de las Letras Neerlandesas y uno de los escritores de viajes más interesantes que he podido leer y al que, además de admirar y envidiar, me unen dos cosas en especial: su amor por Menorca y por Venecia.

De la isla balear, que ambos llevamos visitando más de 40 años, ha escrito ‘Lluvia roja‘ (2012), y sobre la ciudad de los canales, tiene el estupendo libro ‘Venecia. El león, la ciudad y el agua‘ (2020), ambos publicados por Ediciones Siruela, editorial que también tiene otros interesantes títulos suyos.

Sobre Menorca y Nooteboom ya escribiré más adelante, porque aún estoy leyendo su libro veneciano y no me da tiempo ahora. Sólo quiero reproducir unas palabras que dedica a los vientos: «A menudo sopla en la isla la tramontana, y con idéntica frecuencia el xaloc. Junto con los demás vientos, todos ellos portadores de bellos nombres, han contribuido a que los isleños hayan desarrollado una lengua dura, que rebota, con la que son capaces de hablar contra el viento, una lengua que suena a fragmentos de tiestos de barro arrojados a un barreño de zinc. El menorquín leído es una lengua bellísima, una lengua antigua». Sé que mis amigos menorquines apreciarán esas palabras.

A lo que iba. Que Nooteboom escribe sobre Venecia de una forma original y diferente a como lo han hecho otros escritores. Por ello, viene a sumarse a la lista de autores (Jan Morris, John Julius Norwich, Joseph Brodsky, Tiziano Scarpa…) que guardo como guías literarios de esa ciudad italiana. Y lo hace con frases con las que me siento (y, sin duda, nos podemos sentir todos) identificado(s).

Por ejemplo, el sentimiento que nos invade a llegar a la gran Piazza: «En la plaza busco el lugar donde vi por primera vez el campanile y San Marco. De esto hace ya mucho tiempo, pero aquel instante sigue grabado en mi memoria (…) En aquel lugar el ser humano había creado algo imposible: en un par de terrenos pantanosos, había inventado un antídoto, un remedio mágico contra toda la fealdad del mundo (…) Aquel sentimiento de felicidad que me embargó nunca me ha abandonado (…) Desde entonces he visitado Venecia a menudo y, aunque el flechazo de la primera vez no se ha repetido, subsiste en mí esa mezcla de embeleso y confusión».

Leo esas palabras y compruebo lo difícil que es para mí expresar algo similar con mi pobre léxico. Pese a disfrutar de la estancia veneciana, Nooteboom añade: «No quisiera que se me malinterpretara, me siento feliz en Venecia, y, sin embargo, es una felicidad con regusto, sí, quizá debido a la acumulación de pasado, la sobreabundancia de belleza, la felicidad excesiva y la inquietud que causa el laberinto».

Donna Leon y Michael Dibdin.

En otro momento, no duda en citar a otros dos escritores (uno de los cuales es para mí un descubrimiento): «Hay dos autores de ‘thrillers’ interesados en Venecia: Michael Dibdin y Donna Leon. Me gusta leer ‘thrillers’ y mis favoritos son aquellos cuya acción se desarrolla en Venecia, porque me da la impresión de que, al leerlos, me ayudan a entender mejor la ciudad. Al fin y al cabo, te muestran muchas cosas. Astilleros, hospitales, palacios, crimen y corrupción hay en todas partes. Y, cuando leo este tipo de cosas sobre un extraño bastión secular, me entran ganas de visitarlo».

A mí me pasó con Donna León, y ya os he escrito algunas cosas sobre ella y sobre su comisario Brunetti. Ahora me ha descubierto a Michael Dibdin (1947 – 2007) y, especialmente, a su serie de novelas protagonizadas por el emblemático comisario italiano Aurelio Zen. Fueron once aventuras, que acabaron con la muerte de su autor. Dibdin también es autor de ‘La última aventura de Sherlock Holmes’, una curiosa vuelta de tuerca sobre el personaje de Conan Doyle.

Por cierto…. el comisario Zen también tiene una versión audiovisual. Pero eso os lo explicaré mejor otro día.