El pueblo de Tjørnuvík está encajado entre montañas.

Durante la primavera del año 2017, en el Salón del Turismo de Barcelona, que ya había empezado a llamarse Feria B-Travel, descubrimos la existencia de un pequeño país llamado Islas Feroe, del que yo únicamente había oído hablar en términos futbolísticos. Su selección, formada básicamente por aficionados, solía ser goleada por la escuadra española durante los partidos previos a la antiguamente denominada Copa de Europa.

Dentro de un stand dedicado a viajes a los países nórdicos e Islandia, había un microespacio dedicado a las Feroe. Aún recuerdo que los folletos relegaban este archipiélago a las páginas finales. Los ojeamos, vimos fotografiados sus paisajes y, casi por chiripa, unas semanas más tarde decidimos viajar allí por nuestra cuenta.

No fue sencillo, porque eran los primeros vuelos directos que efectuaba desde Barcelona la compañía de bandera feroesa, Atlantic Airways, y tan solo lo hacía un día a la semana (los martes de finales de junio a finales de agosto, y así siguen). El precio, además, era respetable: en torno a las 5.000 coronas danesas (unos 700 euros) ida y vuelta por persona.

Una vez logrado el vuelo, empezamos a buscar alojamiento a través de internet, con gran susto por nuestra parte, ya que nos redujeron las opciones hoteleras a unos pocos establecimientos y muy costosos. Eso nos llevó a reservar de forma precipitada algunos de los hoteles más caros, ya que los baratos aparecían como ya reservados. Posteriormente logramos reservar algunos B&B (bed and breakfast) más económicos, pero también más sencillos.

Lo cierto es que el vuelo directo fue estupendo. El nuestro fue el penúltimo de la temporada. Luego había que volar vía Dinamarca. El tiempo, nos respetó relativamente: de las siete jornadas que estuvimos en las Feroe, nos llovió tres días y lució algunas horas el sol durante otros cuatro días. La estancia estuvo bien y los paisajes, espectaculares. Quedamos tan impresionados, que escribí una guía de viajes, muy sencilla, pero la única en castellano. Y también este artículo que publiqué en la revista Viajes de National Geographic y os dejo aquí abajo.

El Atlántico, a la izquierda, y el lago Sørvágsvatn, a la derecha.

Un rincón secreto en medio del Atlántico

Perdidas en la inmensidad del oceáno Atlántico norte, a medio camino entre Noruega e Islandia, y a unos 250 kilómetros por encima de Escocia, Feroe son uno de esos pequeños paraísos para senderistas, amantes de la naturaleza y los pájaros marinos, que merece la pena visitar.

Se denominan Føroyar, en feroés, y Færøerne, en danés, que significa “islas de los corderos”. No es extraño: hay más ovejas que personas. Con poco más de 50.000 habitantes, casi un 40% reside en el conglomerado urbano formado por la capital, Tórshavn, y sus alrededores.

Føroyar, las islas de las ovejas.

En total son un conjunto de 18 islas, casi todas habitadas, que constituyen un país autónomo dentro del Reino de Dinamarca. No pertenecen a la Unión Europea por deseo propio.

Aún bastante virgen para el turismo de masas, hay muy pocas agencias de viajes especializadas en ellas, como Boreal Travel y Tierras Polares, que acostumbran a incluirlas junto a destinos más de moda, como Noruega, Islandia, otros países nórdicos y Groenlandia.

La cinematográfica bahía de Saksun.

No son baratas, como ocurre en todos los países escandinavos, pero es de esos destinos que puede encajar perfectamente en una semanita de vacaciones, aunque siempre sea preferible disponer de algo más de tiempo para recorrer con calma la mayoría de las islas del archipiélago.

Hasta no hace mucho, para volar a las Feroe había que pasar por Copenhague, pero desde hace un par de años, la compañía de bandera del país, Atlantic Airways, tiene vuelos directos desde Barcelona y Palma con el aeropuerto de Vágar desde mediados de mayo a mediados de septiembre, una vez a la semana. Existe la posibilidad de viajar en barco desde Dinamarca en un ferry que hace la ruta hasta Tórshavn e incluso continúa hasta Islandia.

Las rocas de Drangarnir, vistas desde Bøur.

Lo primero que asombra al viajero que llega por vía aérea al archipiélago son el verdor de sus prados, en montañas que se alzan desde el mar y donde abundan los acantilados cortados a pico. Vapuleadas por el viento y la lluvia, persistentes todo el año, estas islas no tienen ni un árbol a la vista. El tiempo, variable y cambiante, obliga al turista a usar capas de ropa de abrigo como una cebolla. Un forro polar y un buen chubasquero son la opción más recomendable, así como un buen calzado cómodo e impermeable.

Aunque el viajero no disponga más que de unos días, ha de saber que las distancias en las Feroe son cortas, siempre y cuando no haya de tomar un ferri, que siempre alarga los tiempos de desplazamiento. Por eso, si se desea visitar la isla de Mykines, el paraíso de los aficionados a la ornitología, o cualquiera de las islas del sur, en especial Suðuroy, cuyos acantilados acogen también miles de aves marinas, se ha de disponer de una jornada entera para cada una de ellas.

El puerto de Tórshavn.

En las últimas décadas, la ingeniería ha unido por carretera las principales islas del archipiélago, mediante diversos puentes y dos túneles marinos: el de Vágar, donde se encuentra el aeropuerto, con Streymoy, donde está la capital, Tórshavn, dos puntos separados apenas por 46 kilómetros; y y el que une las islas de Eysturoy y las norteñas de Borðoy y Viðoy.

Tórshavn es la capital europea más pequeña y como tal, perfecta para recorrerla a pie, pasar un par de días en ella o, incluso, convertirla en campamento base para alojarse y desde donde recorrer el resto del archipiélago, ya que la estructura hotelera de las Feroe es aún algo escasa.

La iglesia de Kirkjubøur.

Pasear por su puerto deportivo, recorrer la parte vieja de la península de Tinganes y ver sus casas negras con tejados de hierba, los edificios históricos de paredes rojas, visitar su catedral de madera blanca, y comer o cenar algo en los numerosos restaurantes de la zona, es un plan perfecto.

Una excursión muy sencilla y cercana desde la capital es a Kirkjubøur, un pueblecito que fue sede episcopal durante la Edad Media y es el sitio histórico más importante de las islas, ya que alberga las dos iglesias más visitadas de las islas. Quizá por ello también se encuentra en este lugar el restaurante Koks, único estrella Michelin.

El Gigante y la Bruja, los dos islotes más famosos de Eiði.

El punto más alejado de Tórshavn por carretera es Viðareiði, situado en la isla de Viðoy, en el extremo noreste. Realizar un breve ascenso por la ladera del monte el monte Villingadalsfjall, permite contemplar uno de los paisajes más extraordinarios de las Feroe: fiordos de enorme belleza y fáciles de recorrer mediante estrechas carreteras panorámicas, perfectamente asfaltadas.

Veamos algunas citas imprescindibles: Gjógv, con su puertecito natural donde se practican numerosos deportes de aventura; Eiði, donde se encuentran los peñascos de Risin y Kellingin; la ensenada de Tjørnuvík, encajada entre montañas y un mar bravío que miran hacia el Gigante y la Bruja (como llaman a los dos citados islotes de Eiði); la bahía de Saksun, un remanso de paz de colinas verdes y un arenal por donde pasear en bajamar, que suele aparecer en películas y anuncios; y Vestmanna, desde donde parten embarcaciones para ver los impresionantes acantilados y cuevas marinas de la zona y los miles de pájaros que allí anidan.

La cascada de Gasádalur, en el pueblo de Sørvágur

De vuelta a Vágar, esta isla alberga las dos cascadas más fotográficas del archipiélago: la de Gasádalur, en el extremo noroeste, un pueblecito de muy poquitos habitantes, al final de una carretera que parte de Sorvágur y pasa por Bøur, con las mejores vistas sobre Mykines y los tres islotes situados entre esta y la costa; y la de Bøsdalafossur, cuya caída hacia el mar únicamente se puede ver después de una caminata junto a la orilla del lago Sørvágsvatn, el más grande de las islas, situado junto al aeropuerto. Una buena excursión como despedida de las Feroe.