El blog del periodista Txerra Cirbian

Categoría: Libros y literatura (Página 1 de 2)

La Venecia del comisario Brunetti (parte 2)

Donna Leon, en Barcelona, en 2005.

El pasado domingo pudisteis leer ‘La Venecia del comisario Brunetti‘ (parte 1), hoy os dejo aquí el resto del reportaje que escribí en 2005.

El Mercado de Rialto: compra y cocina

Los Brunetti hacen la compra diaria en el mercado de Rialto. Van temprano, porque esta parte de Venecia es el centro comercial de la ciudad y lugar de paso casi inevitable para los miles de turistas que a diario se dirigen hacia la Piazza San Marco. «¿Es que no tienen mercados en su país ¿No venden comida allí «, se queja Paola Brunetti en una de las novelas. Pasa que Rialto, su puente y sus alrededores son objetos preciados para los fotógrafos.

A los puestos de pescado, carne, frutas y verduras del mercado de abastos acuden cientos de venecianos con sus carritos de la compra. Éstos, a diferencia de los habituales, calzan unas ruedas más grandes para salvar con facilidad los escalones de los pequeños puentes que salvan los innumerables canales de la ciudad.

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La Venecia del comisario Brunetti (parte 1)

Portada del libro de Seix Barral.

Como lector asiduo de Donna Leon y de las peripecias de su personaje estrella, el comisario veneciano Guido Brunetti, no he podido dejar de leer su último libro, ‘Una historia propia’, editado por Seix Barral en castellano. Un título que me parece más apropiado en inglés: ‘Wandering through life’ (‘Vagando por la vida’).

Y digo esto (lo de ‘vagabundear’) porque, en realidad, no estamos ante un libro de memorias ni una autobiografía al uso, sino breves relatos relacionados con su vida de profesora de inglés a lo largo de más de 40 años, hasta que se estableció en Venecia en los años 80. Una ciudad en la que ha vivido hasta hace relativamente pocos años: decidió intalarse en un pueblo de la cercana Suiza.

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El libro, el librero y el invitado

Como muchos sabéis, una de mis pasiones (y obsesiones) favoritas es Venecia. Estos días andaba buscando un libro de viajes de Jan Morris que es, quizá, lo mejor que se ha escrito sobre sobre la ciudad de los canales en este género viajero. En la búsqueda, estuve deambulando el pasado domingo por entre los puestos del Mercat de Sant Antoni de Barcelona.

De tanto en tanto, me acercaba al vendedor de un puesto con textos de viajes, historia o arquitectura, y le preguntaba si tenía algún libro de esos temas sobre Venecia. Pero nada. No había suerte. En un tenderete localicé un, bastante ilustrado, sobre música veneciana, pero lo deseché por ser muy sencillo.

De repente, en uno de los pasillos de entrada al mercado, pregunté sin demasiada esperanza al encargado. Para mi sorpresa, me aseguró que tenía varios, pero en Premià de Mar. Vaya, pensé. Qué mala suerte. Pero el hombre, que se me identificó como Àlex Pons, me pasó su tarjeta y su correo electrónico, para que le escribiera y recordara mi petición. Estaba un poco desilusionado, pero al ver el nombre de su librería, abierta en 2019, pensé que era una señal: L’Illa del Tresor.

Cuando llegué a casa y me conecté al ordenador, eché una ojeada a su web. Me gustó mucho la frase “Un espacio, muchos tesoros” sobre una foto en blanco y negro con la portada del cuento ilustrado ‘Mil abrazos y un pellizco largo’ (Lumen), de Albert Arrayás. También la forma de presentarse: “Documentalistas de formación y libreros de vocación. Ofrecemos un espacio para curiosear, descubrir y disfrutar con nosotros de libros con muchas historias que contar”. Y su lema: “Creemos en el valor de los libros y disfrutamos dándoles otra oportunidad”.

Pues nada, al día siguiente escribí a Àlex recordándole mi petición y me respondió al poco rato que no tenía el libro que yo estaba buscando (¡lástima!), pero sí otro: “Tengo a mano un ejemplar de ‘Historia de Venecia’ (Almed editorial, 2009), de John Julius Norwich. Es de tapa dura y en perfecto estado, cosido, descatalogado en este formato”. Me decía el precio (muy correcto) y que también “debo tener un par más, antiguos, en inglés”.

Hijo de un vizconde, título nobiliario que también heredaría, Norwich (1929-2018) fue un diplomático inglés y uno de los mejores y más populares historiadores británicos recientes, siendo autor de numerosos libros, programas de radio (presentó hasta un concurso de la BBC, ‘My Word!’) y unos 30 documentales para televisión. Durante unos años, a inicios de los años 70, fue presidente de la fundación sin ánimo de lucro Venecia en Peligro, dedicada a recaudar fondos para diferentes proyectos de restauración en la ciudad italiana.

Yo ya había usado esta ‘Historia de Venecia’ (“una obra fundamental e indispensable”, en palabras de mi admirada Jam Morris) como referencia en mis guías, ya que la red de bibliotecas de Barcelona me ha permitido consultarla cuando la necesité, pero mi glotonería de coleccionista bibliófilo me empujó a pedirle a Àlex Pons que me la trajera este domingo a Barcelona. Y esta mañana, puntual, me he acercado a su puesto en el Mercat de Sant Antoni para recoger la obra: más de 700 páginas de amena erudición histórica.

Mientras le pedía el libro, Àlex me ha comentado que el cliente con el que estaba hablando también era un gran fan veneciano. Ha echado un vistazo al volumen y, con un “ah, sí, Norwich”, ha asegurado tenerlo en su biblioteca. Luego hemos intercambiado unas palabras: él también ha visitado Venecia en más de 15 ocasiones, desde que tenía 19 años, cuando viajó allí por primera vez.

Era el momento de identificarme, pensé, y explicarles que había escrito una reciente guía veneciana y mi ‘Venecia de cine’, que espero actualizar pronto. El hombre, algunos años mayor que yo, se ha presentado como abogado y profesor universitario, de nombre Joan Ramón Rodoreda. Y en efecto, el señor es, ni más ni menos, que director honorífico del Máster en Empresa Internacional y Comercio Exterior del Instituto de Formación Continua de la Universidad de Barcelona. Toda una agradable sorpresa.

Todo sobre Indiana Jones, en un libro

El escritor y guionista Salva Rubio acaba de publicar el libro que muchos hubiéramos querido escribir y todos los fans estábamos deseando leer: ‘Tras los pasos de Indiana Jones: objetos mágicos, lugares míticos y secretos de la saga‘, editado por Minotauro (Planeta).

Una obra que, dividida en dos partes, en una de ellas recoge la biografía más extensa y completa del héroe creado por George Lucas y Steven Spielberg, y en la otra, llena de sorpresas y descubrimientos, explica todo sobre las cuatro películas, la serie, las novelas, cómics y videojuegos que llenan el universo del arqueólogo del sombrero y el látigo.

Para saber más cosas sobre el libro, hemos querido charlar con el autor en esta entrevista, que publiqué originalmente en Nosolocine.net

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Entrevista en Radio Euskadi

Hace ahora justo un mes, Roge Blasco, un periodista vasco premiado por la Sociedad Geográfica Española y que presenta los programas ‘Levando Anclas’, desde 1984, y ‘La Casa de la Palabra’, desde 1997, en Radio Euskadi, me entrevistó con motivo de la publicación de la actualización 2021 de mi guía sobre Venecia (Ecos Travel Books), que había escrito en 2020, pero que la pandemia me obligó a poner al día. Fue una charla muy amena, en la que también nombramos mi libro ‘Venecia de cine’.
Este es el enlace al contenido del programa. La entrevista se inicia hacia el minuto 36 y la podéis oír directamente aquí abajo.

En referencia a nuestra charla, Roge escribió una entrada en su blog, titulada ‘Txerra Cirbián en una Venecia de cine, que reproduzco a continuación.

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Rutas y gastronomía de los Pirineos

En el mundo del periodismo de viajes, en el que hay excelentes profesionales, no es demasiado habitual encontrar libros colectivos. Los hay en muchos otros ámbitos (histórico, social, de investigación) incluso en la narrativa o la poesía, donde no es extraño encontrar recopilaciones de cuentos y obras de diversos poetas. Este texto se ha publicado originalmente como ‘Rutas a pie y toques gastronómicos en los Pirineos», en Nosolocine.

Por eso me ha sorprendido gratamente el recién publicado ‘Gastrorutas por los Pirineos’, escrito a seis manos por tres periodistas de viajes, el vasco Txusma Pérez Azaceta, el aragonés Eduardo Viñuales y el argentino radicado en Catalunya César Barba. Un texto que, además, está prologado por el cocinero Martín Berasategui. Lo acaba de sacar de la imprenta la pequeña editorial Ecos Travel Books.

El famoso chef guipuzcoano, con 12 estrellas Michelin (tres de ellas en su restaurante de Lasarte), explica muy bien el trasfondo del libro: una “propuesta sencilla y honesta, salir de excursión por el Pirineo y coronar el paseo con una comida a pie de montaña”. Una idea surgida de la unión de tres amigos que “han decidido unir esfuerzos para dar a conocer un puñado de rutas” por la cordillera pirenaica, acompañadas de explicaciones sobre productos gastronómicos de cada zona y de “restaurantes, fondas y mesones donde reponer fuerzas”.

El resultado son 30 rutas sin especial dificultad, para realizar solos o en familia, en cada una de las cuales se incorpora un producto gastronómico de cada zona y entre uno y tres restaurantes donde comer o tomar algo. Todas las rutas son para realizar a pie e incluyen una detallada descripción, un mapa de la misma y una ficha con detalles como sus puntos de inicio y final, la distancia y desnivel de la excursión, y el tiempo aproximado para realizarla.

La parte catalana del libro se inicia con el Camino de Ronda entre Tamariu y Aigua Xelida y el Cap de Creus, y discurre por puntos de las comarcas de la Garrotxa, el Ripollés, la Cerdanya, el Alt Urgell, el Solsonés y los dos Pallars, para culminar en el Vall d’Aran. Un paseo por las pasarelas de Montfalcó abre la parte aragonesa, que pasa por Benasque, Ordesa, Aísa, Echo y cierra las pasarelas del Vero en Alquézar. Las rutas de la vertiente navarra y vascopirenaica ascienden a varios montes: el Lakhura, en Isaba; al Orhi, en Otsagabia; al Urkulu en Orbaitzeta, y al Mendixuri en Burguete, para acabar dando una vuelta a Peñas de Aia, en Oiartzun, ya en Gipuzcoa.

De estas 10 últimas rutas se ha encargado Pérez Azaceta (Legazpi, 1958), un veterano montañero que ha subido a montañas de medio mundo (incluidos algunas del Himalaya y el Aconcagua). En los años 90 participó en la fundación de la revista de montaña ‘Likken’ y, más tarde, en la de ‘El Mundo de los Pirineos’ y ‘Euskal Herria’. Tiene numerosos libros, como ‘Montes de Gipuzkoa’, ‘Los mejores recorridos para conocer la montaña vasca’, ‘Rutas y restaurantes con encanto de Navarra y de Gipuzkoa’, entre otros títulos.

Viñuales (Zaragoza, 1971) es autor de la primera ‘Ecoguía del Pirineo Aragonés’ y de otros muchos textos, como ‘Rutas para observar aves en Aragón’, ‘365 días en el Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido’ y ‘El Moncayo’, paraíso de los naturalistas’, así como el libro de recetas ‘Del monte a la mesa’, coescrito con su esposa, Sara Ruiz.

Finalmente, César Barba (Paraná, Argentina, 1959) es uno de los responsables de Ecos Travel Books, junto con el también periodista Sergi Ramis, y es autor de buena parte de las guías de viajes de la editorial (de Islandia a Finlandia, pasando por Escocia, Berlín y las Repúblicas Bálticas), así como colaborador habitual de revistas como ‘Viajes National Geographic’ y ‘Descobrir Catalunya’.
Podéis encontrar estas ‘Gastrorutas por los Pirineos’ en librerías especializadas o comprarla a través de internet, en la web de Ecos (https://www.ecostravelbooks.com/producto/gastrorutas-por-los-pirineos/ ) y Amazon (https://www.amazon.es/dp/8412273311 ).

El poeta de la covid y del universo

Llega Sant Jordi, 23 de abril, día del libro, y las calles (especialmente de Barcelona) se llenan de gentes en busca de un libro y una rosa. Es entonces cuando los autores más populares se aprestan a firmar ejemplares para lectores devotos. No es la poesía el género más vendido, ni los poetas, los escritores más famosos. Y si me apuran, los poetas que escriben en castellano, aún son menos conocidos que sus colegas que lo hacen en lengua catalana.

Pero me gustaría que conocieran al soriano Silvano Andrés de la Morena (Cuevas de Ayllón, 1953) básicamente por dos razones: una, por cumplirse 20 años de su primer libro de poemas, ‘Aquietando luz‘ (2001), y otra, porque acaba de publicar ‘El universo en octosílabos‘ (2021), su décimo poemario, en el que ha sido capaz de explicar en verso la historia del universo, una hazaña única. También aprovechó el confinamiento para escribir su novena obra, ‘Poeta en la covid‘ (2020).

Andrés de la Morena tiene, además, algunos trazos biográficos muy interesantes. Joven estudiante antifranquista en Soria, se licenció en Filología Hispánica en la Universidad de Barcelona, ciudad donde conocería a la que es su esposa, donde nacieron sus dos hijos y donde aún reside, ya jubilado. Fue profesor de los institutos Terra Roja de Santa Coloma de Gramenet y Ernest Lluch de Barcelona, ha escrito numerosos trabajos teóricos sobre docencia. Durante más de una década escribió dos veces a la semana la columna ‘Caleidoscopio‘ del periódico Heraldo de Soria.

Le he querido sorprender con una pregunta de ignorante, pero Andrés de la Morena saca a relucir la paciencia didáctica de quien ha pasado 40 años dando clase a adolescentes. Ah… y podéis oír la entrevista, justo aquí debajo.

– Silvano, ¿qué es un octosílabo?
– La explicación es muy fácil. Es un verso que tiene ocho sílabas. ¿Por qué ocho? Cada lengua tiene un sistema fónico peculiar. En castellano, el octosílabo es el periodo fónico completo que uno pronuncia sin necesidad de pararse a respirar. Cada ocho sílabas, aproximadamente (no siempre es así, pero generalmente sí), hacemos una pequeña pausa inconsciente para tomar aire y seguir hablando. De ahí que el octosílabo es el verso que sale espontáneamente, el de toda la poesía tradicional popular, la de la calle, la del cantar y recitar, y del romancero.

– Y en muchas canciones actuales, claro. Pero ¿cómo se le ocurrió explicar el universo en octosílabos?
– Es un tema que viene de lejos. En lo que llamo exordio del libro, que es una especie de prólogo personal, está explicado. Yo nací en un pueblo de Soria donde había una tradición cancioneril muy fuerte y diversa, donde se han encontrado manuscritos de recogida de canción tradicional de hace tiempo. Afortunadamente, mi padre, de joven, escribió un cuaderno completo con toda la tradición cancioneril, especialmente de rondas nocturnas del pueblo. De ahí que yo, desde pequeño, siempre he oído canción romance, en octosílabos. Y después, por mi propia formación universitaria y literaria, el romance es uno de los grandes capítulos de la literatura española.

– Perdone el inciso. Su primer libro, ‘Aquietando luz‘, se publicó justo ahora hace 20 años, cuando usted tenía 46 o 47 años. ¿Cómo llegó tan tarde a la poesía?
– Fue el primer libro publicado, pero no el primer poema que escribí, naturalmente. Yo ya había escrito antes muchas cosas, algunas aún están pululando por ahí. A veces las quiero buscar y prefiero no encontrarlas, porque no sé con qué sorpresa me encontraré. La escritura me venía ya de antes. Si me permites la ironía, Cervantes escribió ‘El Quijote’ tardísimo, en su etapa de madurez absoluta. En cuanto a la edad, a la cronología vital y personal se refiere, yo estoy entre lo tardío de la escritura del Quijote y lo temprano de Rimbaud, que escribió toda su obra a los 20 años, uno de los grandes poetas del siglo XIX y de la modernidad, sin duda.

– Volviendo a su último libro…
– La segunda razón del porqué ese extenso poema es porque el año pasado, en 2020, escribí un romance sobre un hecho peculiar de mi pueblo, una cuestión muy interesante, que se convierte también en una obra. Después de publicarlo en la misma editorial que este, Huerga & Fierro, un día se me ocurre que, si ya había escrito sobre lo micro, que era mi pueblo, por qué no me lanzaba a escribir sobre lo macro, que es el universo.

– No hay muchas obras poéticas sobre este tema…
– Yo diría que no hay ninguna, descriptiva, sobre el universo. Esta obra empieza con el Big Bang, analiza lo que pasa en los primeros minutos, en los 380.000 primeros años, en la formación de estrellas, galaxias y cúmulos de galaxias, en la aparición de la vida y la vida humana… En este sentido y escrito en verso narrativo, diría que no hay otra obra igual. Poemas sobre el universo, estrictamente líricos, sí. No muchos, pero sí hay dedicadas a las estrellas, al sol, a la luna… que siempre ha atraído al espíritu romántico, la atracción de lo misterioso, de la inmensidad.

– Usted ha acudido a varios especialistas para que comprobaran si lo que usted había escrito correspondía a la realidad científica.
– Uno de mis miedos era si acertar o no acertar, a pesar de que esto fuera poesía, con lo que los conocimientos actuales o las hipótesis más plausibles nos dicen que las cosas son. En este sentido, después de escribirlo, envié el manuscrito a varios especialistas de diferentes ciencias, desde Física y Astrofísica, Química o Biología.

– De hecho, su prologuista es Pablo G. Pérez-González, investigador del Centro de Astrobiología, dependiente del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y del Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (CAB/CSIC-INTA).
– En efecto.

Y en el prólogo escribe: “Tanto el poeta como el astrofísico dan un paso atrás para ver con perspectiva la realidad y los dos puntos de vista se juntan en esta obra de Silvano Andrés de la Morena. Los nexos entre la poesía y la cosmología física se exploran en un poema que habla de las eternas preguntas sobre nuestros orígenes y sobre nuestro destino, con el rigor científico exigido y con la belleza de la palabra.
– Nunca podré estar más agradecido de lo que estoy por las palabras que me ha dedicado el prologuista, que sin duda es un gran especialista en su campo. Es un hombre al que conozco por su obra y, en especial, por la subsección de ciencia que publica en el diario ‘El País’. Me puse en contacto con él, le envié mi libro, le gustó y tuvo la amabilidad de hacerme este prólogo, que eleva muchísimo mi obra.

– ¿Hay algún fragmento o pliego, como ha dividido usted su libro, que quisiera destacar?
– No sabría decir. Es complicado para un autor elegir una parte de un libro, pero podría resultar interesante algunos de los fragmentos del penúltimo pliego, el cuarto, donde hablo de la vida humana. En un momento determinado, surge la chispa, que es el lenguaje verbal. Y a partir de este, que es inseparable de la autoconciencia humana, todo cambia absolutamente, porque el lenguaje nos permite encontrarnos con la realidad y con los otros, distinguir el ayer del hoy y el hoy del mañana, y sobre todo no sólo comunicarnos, sino construir el arte, el conocimiento, la ciencia. Creo que algunos párrafos de ese pliego a mucha gente le resultarán especialmente atractivos.

– “Es el lenguaje verbal / que nos ha hecho, de verdad, / muy humanos por hablar, / por hablar y vocear, / (pum, bip, grrr, ploff, crac) / también por saber callar”, leo en ese apartado de su libro.
– Exactamente.

– Una curiosidad. ¿De dónde procede su nombre?
– Etimológicamente, la palabra Silvano viene del latín: Silvanus es el dios de la selva, nombre que proviene del latín, pero procedente del indoeuropeo y del griego, ‘hile’, que significa bosque, arbusto, selva… En cuanto a mi nombre, me lo pusieron en honor a mi padrino, que era mi tío Silvano. Pero además, curiosamente, si miras el calendario, el 18 de febrero, que es mi cumpleaños, pone San Silvano. Una doble coincidencia total.

– ¿Qué le llevó a estudiar Filología?
– En Bachillerato, yo era un chico de Ciencias, pero tuve una excelente profesora de Literatura y un excelente profesor de Filosofía, que me llevaron a hacer el cambio a Letras. Y después de hacer tres años de universidad en Soria, hubo un encuentro que me llevó a acabar la carrera en Barcelona.

– Explique, explique.
– Pues porque un magnifico comunicador, escritor y profesor catalán, que sin duda conocerás, llamado Sebastià Serrano, trabamos una gran amistad en Soria. Y como al acabar tercero tenía que salir de Soria, entre ir a Madrid o venir a Barcelona, que geográficamente estaba más lejos, opté por esta última, porque Serrano iba a ser mi profesor.

– ¿No tuvo problemas con el catalán?
– En Catalunya me encontré con una realidad diferente a la de Soria, básicamente la lengua, pero, aprendí catalán en seguida y ya está. Sin duda, el saber latín y el griego, que me apasionaba, facilitaron el aprendizaje. Además, conocí a una compañera en la universidad, que sigue siendo mi mujer, que hizo que acabara quedándome en Barcelona. Y hasta ahora.

La Venecia del comisario Brunetti

Como sabéis, y un par de libros escritos por mí así lo atestiguan, Venecia siempre me ha fascinado. Me he pateado la ciudad unas cuantas veces y, aún así, sigue siendo casi una desconocida. Las penúltimas, en invierno, cuando menos turistas hay y más auténtica es. Y la última, por ahora, en enero de 2020, pocas semanas antes de la llegada de la puñetera pandemia de covid-19.

A lo que iba. Un buen día, creo que al filo del año 2000, descubrí las entretenidas novelas del inspector veneciano Guido Brunetti, el personaje creado por Donna Leon en 1992, en la novela ‘Muerte en La Fenice’.

Esta profesora y escritora estadounidense de 78 años, estudió en Italia cuando era joven e incluso trabajó como guía turística en Roma, vivió un tiempo en Londres y luego trabajó como profesora de idiomas en escuelas de EEUU en Suiza, Irán, China y Arabia. En 1981 se instaló en Venecia mientras trabajaba (lo hizo hasta 1995) en una delegación de la Universidad de Maryland en la Base de la Fuerza Aérea de EEUU en Vicenza.

Fue ya en el año 2005, cuando había leído la mayor parte de las novelas de la autora (14 entonces, hasta ‘Piedras ensangrentadas’), me planteé trazar una posible ‘ruta Brunetti’ por los escenarios habituales del personaje, las calles, plazas y muelles, por donde caminaba.

Contacté con la escritora. A lo largo de dos entrevistas, una, a través del correo electrónico, y otra, en persona, durante el primer Encuentro de Novela Negra Europea, que se celebró en el CCCB de Barcelona en enero de 2005, Donna Leon fue muy amable al revelarme algunos detalles de su vida cotidiana en Venecia y de los escenarios de sus novelas.

Y así, varios meses y 500 fotos más tarde, todo ello desembocó en un reportaje que apareció publicado el 14 de julio de 2005 en el suplemento ‘Libros’ de El Periódico de Catalunya, y cuyo texto os reproduzco a continuación (en su día, hice una copia en este otro blog).

La Venecia de Brunetti: un paseo por los escenarios clave de la serie policiaca de Donna Leon

El barrio de San Polo: un piso muy céntrico

“Brunetti vive cerca de Campo San Polo”, me explicó Donna Leon. Si uno mira un mapa de la ciudad de los canales, el barrio (‘sestiere’) de San Polo es geográficamente el ombligo de Venecia, aunque el de San Marco sea el más turístico. Es el barrio más pequeño de la ciudad de los canales, en el que viven muchos venecianos y en el que se pueden encontrar muchos bares, restaurantes, tiendas y comercios, y el famoso mercado y puente de Rialto.

La familia de Guido Brunetti la integran su esposa Paola y sus hijos Chiara y Raffi. Su domicilio está situado en un último piso de un edificio de cuatro alturas, detalle que la autora especifica así, en la primera novela, ‘Muerte en La Fenice’ (1992): “Subió los 94 escalones hasta su apartamento del cuarto piso”. Es un palazzo, aunque no como el de su suegro, el conde Failer, o los del Gran Canal, cuya estructura original data del “siglo XV” y cuyo último nivel fue edificado ilegalmente hacia los años 50, algo que se explica en ese primer libro de la serie y que es descubierto por un funcionario del catastro veneciano en el título ‘Amigos en las altas esferas’ (2000).

Se trata de un piso agradable de cuatro habitaciones, pero con un solo baño, con vistas sobre los tejados de la ciudad. La escritora explica que en su momento se inspiró en un piso real, propiedad de unos amigos: “La casa existe. Es fácil de encontrar. Se camina de Rialto hacia Campo San Polo y, tras superar la floristería Biancat, poco después de San Aponal, un poco más adelante, a la izquierda, hay una calle estrecha que acaba en ese edificio”.

Como todas las casas venecianas, la del comisario se encuentra al final de una larga y estrecha escalera, que así evita las famosas mareas altas (la ‘Acqua alta’ que da título a una de sus novelas) que inundan las zonas bajas de la ciudad. Por ello, viviendas y locales situados a nivel de la calle suelen colocar unos tablones de madera o planchas metálicas que cubren las entradas en cuanto suena la sirena que avisa de la subida de las aguas. Para el turista es una distorsión, pero para los venecianos es normal: usan pasarelas de madera y botas de goma para recorrer la ciudad.

El Mercado de Rialto: compra y cocina

Los Brunetti hacen la compra diaria en el mercado de Rialto. Van temprano, porque esta parte de Venecia es el centro comercial de la ciudad y lugar de paso casi inevitable para los miles de turistas que a diario se dirigen hacia la Piazza San Marco. “¿Es que no tienen mercados en su país ¿No venden comida allí “, se queja Paola Brunetti en una de las novelas. Sucede que Rialto, su puente y sus alrededores son objetos preciados para los fotógrafos.

A los puestos de pescado, carne, frutas y verduras del mercado de abastos acuden cientos de venecianos con sus carritos de la compra. Éstos, a diferencia de los habituales, calzan unas ruedas más grandes para salvar con facilidad los escalones de los pequeños puentes que salvan los innumerables canales de la ciudad. Tampoco es inusual ver a los vecinos con el carrito en dirección a la Piazzale Roma para tomar un autobús e ir a comprar a grandes superficies comerciales de Mestre. La diferencia de precio con Venecia es tan notable que el viaje merece la pena.

Paola Brunetti es la cocinera de la familia. Dice Donna Leon que a su personaje, profesora de Literatura en un instituto e hija de un conde, le gusta cocinar. Tiende hacia la cocina tradicional. Guido, su marido, asegura estar “saturado de la nueva cocina”. Entre los sabrosos platos que pueden leerse en las novelas hay de una lasaña a unos involtini con jamón y corazones de alcachofa y un risotto con jengibre; de un pez espada con gambas y salsa de tomate a un estofado de cordero a la polenta… Y todo ello regado con un vino blanco pinot grigio. De postre, fresones con mascarpone.

Entre San Polo y Rialto: vinos y quesos

En general, el comisario va y viene andando desde su casa a la oficina. Y si tiene prisa, toma el vaporetto en la parada de San Silvestro, a la que se accede a través de un oscuro y feo túnel que sale a la pequeña plaza homónima.

En ese trayecto a pie, por la tarde, y de regreso a casa, Brunetti suele pararse a comprar en las tiendas de las calles adyacentes a Rialto, evitando las situadas junto al puente.

Donna Leon ofrece un par de pistas: “Mis tiendas favoritas son La Baita, donde desde hace 20 años compro todo tipo de quesos, y Mascari, donde suelo comprar frutos secos, pesto, aceitunas y pasta”, explica.

Este último establecimiento es un clásico. La antigua Drogheria Mascari está situada en la misma Via San Polo, 381, junto a la Ruga dei Orefici, y su colorido y abigarrado escaparate es apabullante: vinos y aguardientes italianos, dulces, turrones, cafés e incluso regaliz. Y especias, de todos los tipos, orígenes, olores y sabores.

No sería extraño, pues, que Brunetti comprara aquí ese prosecco que suele tomar con Paola, ese fresco, afrutado y rico vino blanco espumoso algo similar al cava. O el café de la mañana o la grappa que toman tranquilos después de la comida.

Regentada por un par de atareados empleados, La Baita es una minúscula parada situada en la esquina de la Ruga dei Orefici con la Ruga Vecchia de San Giovanni. Tienen todos los quesos y el mejor parmesano, aunque al lado del Gran Canal, en el Campo Erbaria, hay otra excelente. Ninguna de ellas es barata. Nada en Venecia lo es.

Campo Santo Stefano: el último caso del comisario

En la novela ‘Piedras ensangrentadas’ (2005), un inmigrante ilegal, un ‘vu cumprá’, como los denominan los venecianos, es asesinado a tiros en Campo San Stefano en los días previos a las fiestas navideñas. La escritora hace referencia a un problema de nuestros días: la presencia de los sin papeles en las ciudades y su utilización por mafias de diverso signo.

En Venecia, estos inmigrantes se sitúan cerca de la Piazza San Marco, en las calles adyacentes y en las rutas turísticas, sobre todo al caer la noche, cuando las puertas de las boutiques de la zona ya han cerrado. Son chicos jóvenes, negros en su mayor parte, que ofrecen perfectas imitaciones de bolsos de Prada, Gucci o Louis Vuitton a precios irrisorios si se los compara con las lujosas tiendas situadas a sus espaldas.

Campo San Stefano, donde se sitúa el crimen inicial, es una gran plaza, situada entre el Palazzo Grassi –que durante los últimos meses de 2004 e inicios de 2005 exhibía una gran muestra dedicada a Dalí– y el teatro de La Fenice, la emblemática sala de ópera recuperada tras el devastador incendio que la destruyó en 1996, un lugar muy apreciado por Leon, reputada melómana.

En San Stefano se instala un mercadillo navideño, presidido por un gran arco de madera y con una veintena de paradas artesanas; las más decoradas tienen la forma de casitas de madera prefabricada y llenas de luces de colores. Allí, el turista que afronte el frío invierno veneciano podrá encontrar, como explica la novela, “quesos de corteza oscura de Cerdeña; aceite y queso de la Toscana; salami de todos los diámetros y longitudes de la Reggio d’Emília”, así como dulces y típicos regalos de esas fechas.

La Jefatura: un discreto lugar de trabajo

Guido Brunetti es comisario de la policía veneciana. Es funcionario de grado superior, por encima de los agentes uniformados y de los detectives o inspectores de paisano. Sólo tiene por encima en la escala al vicequestore, el engreído Giuseppe Patta, y al questore, que rara vez aparece en las novelas.

La sede de la jefatura (questura) de ficción aparenta ser más grande de lo que en realidad parece desde fuera: un edificio de cuatro alturas cuyo único distintivo oficial es la bandera de Italia y un par de rótulos, uno de ellos con las palabras Polizia di Stato sobre una puerta verde no muy grande de dos hojas. Está situada en la Fondamenta San Lorenzo, o muelle del río homónimo, frente al puente y la plazoleta del mismo nombre.

En el recorrido hacia su casa, Brunetti, gira a la izquierda por la callejuela de Borgoloco San Lorenzo, pasa por encima del puente Novo, sigue por la calle y el Campo Santa Maria Formosa, el puentecito y la calle Mondo Nuovo.

En esta estrecha callejuela, en el número 5.801, se encuentra uno de los restaurantes preferidos de Donna Leon, el Alle Testiere, un minúsculo local de una decena de mesas, regentado por el chef Bruno Gavagnin, autor de una cocina de base tradicional con atrevidos toques modernos. No es un local para todos los bolsillos, pero su calidad –sobre todo el pescado– es excelente.

De Mondo Nuovo, Brunetti suele girar a la derecha por “un laberinto de pequeñas calles”, como San Lio, San Antonio y Bissa, Campo San Bartolomeo y Rialto. En ‘Vestido para la muerte’ (1994), por ejemplo, camina de Campo San Fantin hasta San Luca y Rialto.

El Ospedale Civil: escenarios menos conocidos

Venecia tiene zonas apenas transitadas por el turista de visita rápida, lugares que Donna Leon sí descubre a lo largo de sus obras. Es impensable una gran ciudad sin su hospital, y la capital del Véneto tiene varios, entre los que destaca el Hospital Civil (Ospedale Civile), en el Campo SS Giovanni e Paolo.

En un canal cercano aparece la víctima de ‘Muerte en un país extraño’ (1993). El forense amigo de Brunetti, Ettore Rizzardi, está peleado con la dirección del Hospital Civil, y prefiere realizar las autopsias en San Michele, la isla-cementerio situada enfrente. El comisario también ha tenido sus más y sus menos con alguno de los forenses y médicos de urgencias del centro.

Este hospital, ubicado en el dorso de Cannaregio, se encuentra en la Fondamenta Nuove, la zona de vaporettos que van y vienen de Murano, la isla de los artesanos del vidrio, y a Burano, la de las encajeras. No son islas habituales en las obras de Leon, si bien la autora está pensando en un caso que, revela, “pasará en Murano”. En efecto, al año siguiente publicaría ‘Veneno de cristal’ (2006), ambientada en ella.

En cambio, hay otras islas y zonas de la laguna que sí han sido escenarios de algún caso, como Pellestrina, en ‘Un mar de problemas’ (2001). Como se explica en su trama, ésta es una isla de pescadores, alargada como la del Lido y situada justo al sur de ésta. De hecho, si el turista lo desea, se puede visitar en un autobús que se toma con un billete combinado con el vaporetto.

Cineastas españoles en Venecia

Estos días en que siento la nostalgia viajera y en que los cines siguen cerrados en Barcelona, he querido volver a arrimar el ascua cinéfila a la sardina viajera y volveros a hablar de Venecia. Hay varias razones. La primera, el fallecimiento, ayer de Jan Morris, la mejor escritora de viajes, cuyo libro sobre Venecia es todo un referente (podéis leer aquí lo que ha escrito el colega Jacinto Antón, que la entrevistó hace unos años). La otra es que dos directores españoles (¡dos, y en plena pandemia!), Álex de la Iglesia y Paula Ortiz, están rodando en la ciudad de los canales. Una buena noticia que me permite recordar a un tercero, el pionero, hace unos años: Jordi Torrent. Este artículo se publicó originalmente en Nosolocine.net

Vamos por el primero: Álex de la Iglesia está filmando ‘Veneciafrenia‘. Es la primera entrega del sello ‘The Fear Collection‘, una serie de películas de terror impulsadas por el director vasco con su productora, Pokeepsie Films, apadrinado por Sony Pictures España y Amazon Studios. Eso le augura una buena distribución en cines (si la pandemia lo permite) y en la conocida plataforma digital de pago.

Al parecer, la historia se centra en un grupo de turistas españoles que viajan a Venecia con la intención de divertirse y acaban metidos en una pesadilla y luchando por salvar la vida. Ingrid García Jonsson encabeza un reparto que incluye a Silvia Alonso, Goize Blanco, Alberto Bang, Cosimo Fusco, Enrico lo Verso, Caterina Murino y Nico Romero, entre otros actores.

La primera vuelta de manivela (usando terminología analógica) se dio el pasado 5 de octubre en la ciudad italiana y se prolongarán durante siete semanas en localizaciones venecianas (callejuelas estrechas, plazoletas no demasiado transitadas, el mercado de Rialto y algunas paradas de vaporetto del Gran Canal) y en Madrid (básicamente en estudio). El propio De la Iglesia se despedía esta semana de esos exteriores con un tuit en que decía “últimos días en Venecia”.

Lo original de este filme es que los exteriores se han rodado en la capital del Véneto, algo inusual en la cinematografía española. De hecho, únicamente un director español lo había hecho antes: Jordi Torrent, un realizador catalán afincado en Nueva York que rodó en la ciudad, en 2014, ‘La redempció dels peixos‘. Enseguida me centraré en ella. Lo digo, porque, curiosamente, la realizadora zaragozana Paula Ortiz está filmando allí otro proyecto internacional.

La directora de ‘De tu ventana a la mía’ (2011) y de la premiada ‘La novia’ (2015) está en Venecia rodando una adaptación de ‘Across the river and into the trees (Al otro lado del río y entre los árboles)’, una de las últimas novelas de Ernest Hemingway. El gran Javier Aguirresarobe es el encargado de la dirección de fotografía.

Ortiz buscó las localizaciones para esta película a inicios de 2020 y la epidemia que empezó a llegar al norte de Italia hizo que volviera para casa. El rodaje se inició en octubre, hace unas semanas, y el equipo está lidiando con la situación, que volvía a estar complicada en Italia por culpa de la pandemia. La directora lo comentaba así en su Instagram: “lockdown / quarantine / venice / todos quietos hasta ver / standby / seguimos remando desde casa / across the river and into the trees / hemingway”.

El protagonista masculino es el actor estadounidense Liev Schreiber, quien también ha dejado constancia en Instagram de que le encanta la ciudad (“la más bella del mundo, además de Nueva York”) y sus gentes. Medios locales le han fotografiado comiendo pizza y fumando en el balcón de su apartamento.

El digital Deadline fue el primero en anunciar este proyecto durante el Festival de Venecia y citó como otros miembros del reparto a Matilda De Angelis, Laura Morante, Giancarlo Giannini y nuestro Javier Camara, que en enero de 2019 estuvo filmando algunas escenas de la serie ‘The New Pope’ en Roma y en Venecia.

Publicado en 1950, el libro narra las peripecias de un veterano coronel del ejército de EEUU, con problemas de salud, que acude a Venecia a cazar patos y para encontrarse con su joven y aristocrática amante veneciana. La novela incluye claros elementos autobiográficos, ya que Hemingway, cincuentón como su personaje, vivió una temporada en la ciudad de los canales junto con su cuarta esposa, Mary Welsh, y se enamoró (dicen que de forma platónica) durante una partida de caza de Adriana Ivancich, una jovencísima condesa de sólo 18 primaveras.

Además de este filme, Paula Ortiz tenía entre manos un guion sobre santa Teresa de Jesús, coescrito con Juan Mayorga que adaptaba la obra de este último ‘La lengua en pedazos’. El proyecto ha sufrido un traspiés, al habérsele denegado la subvención del Instituto de Cinematografía y Artes Audiovisuales, ya que se ha «agotado la dotación presupuestaria» de que disponía el ICAA para este año. Un problema que ha afectado a otros muchos conocidos realizadores. No hay dinero.

Pero volvamos al pionero, al primer cineasta español que se atrevió a ir a rodar a la ciudad de los canales: Jordi Torrent, que filmó ‘La redempció dels peixos (La redención de los peces)’ durante el verano de 2013 en Venecia. La película narra el viaje “laberíntico” de un hijo para conocer a su padre, que le abandonó cuando era un niño. Miquel Quer y Lluís Soler, encabezaban el reparto, lleno de actores venecianos. Jose López comentó el filme en su día en Nosolocine.

Torrent, que reside en Nueva York, respondió amablemente a mis preguntas por videoconferencia, cuando le indiqué que deseaba incluirle en una nueva edición de mi guía ‘Venecia de cine’ (2015). Me explicó que había usado como telón de fondo la caótica y laberíntica trama urbana de la ciudad de los canales para describir el proceso interno del joven tras descubrir la identidad de su padre, que oculta aspectos poco claros de su pasado y presente.

En la decisión del director pesó también su amor por la capital veneciana, al hecho de que su esposa, Flavia Galuppo, fuera neoyorquina de ascendencia italiana (además de directora artística de la película) y a que ambos tienen muchos amigos en la región. También me explicó algunos detalles más, que dejo para incluir en el libro y que podréis leer en cuanto se publique.

CODA. Después de publicado este texto, Jordi me ha dejado un amable texto en el apartado de comentarios, que también añado aquí. Dice lo siguiente: «Gracias, Txerra, por incluirme en este bonito artículo. Cómo nota a pie de página te hará gracia saber que la escena del estudio de artista que se ve en ‘La Redención de los Peces’ la rodamos en el estudio del pintor veneciano Bobo Ivancich, sobrino de la Ivancich que enamoró a Hemingway«.

Lo cierto es que Venecia sigue siendo un imán para el cine. Recuerdo que a la hora de afrontar mi ‘Venecia de cine‘ llegué a contar más de un centenar de películas allí rodadas. De ellas, decidí eliminar de la lista inicial más de la mitad que únicamente tenían algún plano puramente veneciano, y me decanté finalmente por una treintena larga. La mayoría corresponden a producciones filmadas ampliamente en la ciudad o cuya importancia a nivel internacional me ‘obligaba’ a incluirlas.

Cuando acabé de redactar el texto, decidí finalizarlo con ‘Effie Gray’ (2014), el melodrama de época rodado por Richard Laxton, con Dakota Fanning, Emma Thompson, Tom Sturridge y Greg Wise. En aquel momento, mis editores me sugirieron un límite de páginas, pero ahora me veré obligado a superarlo, porque no puedo dejar de incluir a estos directores españoles en una próxima edición del libro: Jordi Torrent, Álex de la Iglesia y Paula Ortiz.

‘Todas las criaturas grandes y pequeñas’, una serie de buen rollo

Entre las nuevas series que llegan a nuestras casas a través de la televisión tradicional en abierto o mediante las plataformas de pago vía internet (‘streaming’), hoy les escribo de una serie de las de buen rollo, de las que te hacen disfrutar con sus personajes e historias y acabar cada capítulo con una sonrisa. Se titula ‘Todas las criaturas grandes y pequeñas’ y la acaba de estrenar la plataforma española Filmin.

Se trata de una ficción inglesa actual, ambientada a finales de los años 30 del siglo XX y con todas las características de las mejores producciones británicas: buenos guiones, realizaciones más que correctas, estupenda recreación de la época y con un puñado de actores que saben sacar jugo a sus personajes. Además, les puedo asegurar que hará las delicias de los amantes de los animales, grandes y pequeños, como reza el título. También tiene ese tono agradable y cálido que ya poseía Los Durrell’, que también acoge Filmin.

De izquierda a derecha, AnnaMadeley, Samuel West, Nicholas Ralph, Rachel Shenton y Callum Woodhouse.

Pero vayamos por partes. Primero, la trama, que es una nueva adaptación de los libros de James Herriot (1916-1995), seudónimo del escritor James Alfred Wight, que ejerció durante décadas como veterinario rural en el condado de Yorkshire del Norte, en mitad de Inglaterra.

Se tratan de historias semiautobiográficas que el autor escribió en una docena de libros a partir del año 1969. Fueron tan populares, que lograron incrementar el número de jóvenes estudiantes de Veterinaria, además de dar lugar a un par de telefilmes y una teleserie.

El protagonista es el mismo James Herriot joven, recién salido de la Universidad y que vive en Glasgow con sus padres. Un día le llega una oferta de trabajo en la zona del parque nacional de Yorkshire Dales por parte de un, más bien excéntrico, veterinario llamado Siegfried Farnon. Este vive en un caseron, Skeldale House, con una ama de llaves, la señora Hall, y posteriormente el hermano menor de Farnon, llamado Tristan, un bala perdida.

Las peripecias de todos ellos y sus relaciones con los vecinos, granjeros y ganaderos del condado, más los cuidados que proporcionan desde gatos y perros domésticos a caballos y vacas a punto de parir, conforman el simpático núcleo argumental.

Los veterinarios y el ama de llaves.

La primera adaptación de los libros de Herriot fue una película para la televisión, rodada en 1975, sólo seis años después de la publicación de la obra literaria original. Fue dirigida por Claude Whatham e interpretada por Simon Ward (como James) y Anthony Hopkins (como Siegfried), acompañados de Lisa Harrow, Brian Stirner y Freddie Jones. Su secuela, con otros actores, fue menos interesante, pero la BBC decidió impulsar una serie, que se mantuvo en pantalla de 1978 a 1990, a lo largo de siete temporadas y 90 episodios, con Christopher Timothy, Robert Hardy y Peter Davison al frente del reparto.

La miniserie actual de seis capítulos que llega ahora a Filmin parte del mismo material, pero con nueva savia, con un reparto encabezado por el joven actor escocés Nicholas Ralph (1990), como el joven, ingenuo pero eficaz James Herriot, su primer papel de importancia.

El veterano Samuel West (1966) encarna a Siegfried Farnon, cuya dura apariencia esconde a un tipo noble y generoso. West es hijo del legendario Timothy West y un rostro muy popular en el cine y la televisión inglesa, con trabajos que van desde ‘Regreso a Howards End’ a ‘The Crown’. El tercero en concordia es Callum Woodhouse, que ya interpretó a Leslie Durrell, el hermano aficionado a las armas en la serie de ‘Los Durrell’, le proporciona el toque juerguista a Tristan Farnon.

Callum Woodhouse, el Leslie de ‘Los Durrell’, es aquí el juerguista a Tristan Farnon.

A destacar que esta nueva adaptación ofrece notables toques de igualdad de género y un mayor peso de los personajes femeninos de la trama, empezando por Anna Madeley, como la señora Hall, la ama de llaves, y Rachel Shenton, como la atractiva granjera Helen Alderson.

Como casi siempre en las producciones inglesas, el puñado de actores secundarios ofrece recitales notables que aportan brillantez a sus personajes, aunque sean de corta duración. Y aquí destaca con luz propia la gran Diana Rigg, fallecida el pasado mes de septiembre: aquí hizo uno de sus últimos trabajos, encarnando a la señora Pumphrey, una adinerada dama a cuyo regordete y enfurruñado perro pequinés ha de tratar el joven veterinario Herriot.

Diana Rigg, como señora Pumphrey, y su glotón pequinés.

Finalmente, en el apartado técnico, hay que señalar que los dos primeros episodios están dirigidos por el británico Brian Percival, conocido por su trabajo en la serie ‘Downton Abbey’, la miniserie ‘Norte y Sur’ y las películas ‘A boy called dad’ y ‘La ladrona de libros’.

Ah… y no se pierdan los bonitos títulos de crédito, unos dibujos o pinturas animadas que recuerdan algunas de las portadas de los libros originales y también a estilo de los créditos de la serie ‘Los Durrell’, si bien en este caso fueron diseñados por Alex Maclean mientras que en las ‘criaturas’ la dirección de arte se debe a Thomas Goodwin.

Las aventuras del veterinario inglés ya tienen continuación: el Channel 5 británico estrenará la segunda temporada de la serie el próximo mes de enero. Filmin la emitirá en octubre de 2021, según ha avanzado su director editorial, Jaume Ripoll.

Lluís Segura, novelista romántico

Lluís Segura (Barcelona, 1973) es un cineasta surgido de la ESCAC, la prestigiosa Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Catalunya. En ella fue profesor de dirección y guión durante seis años, y coordinó y produjo dos de los primeros filmes colectivos de sus alumnos, la simpática ‘Puzzled love’ (2011) y ‘Los inocentes’ (2013), del género de terror.

Lo que se sabe menos es que Segura pertenece a la primera promoción del centro, la misma en la que se formaron JA Bayona, Kike Maíllo, Roser Aguilar y Guillem Morales, entre otros. Con los dos primeros colaboró en los guiones de sus cortometrajes ‘Mis vacaciones’ y ‘El hombre esponja’, de JA, y ‘Los perros de Pavlov’, de Kike. Director de varios cortos y un largometraje, realizador de anuncios publicitarios y guionista de otros trabajos, hace un par de años escribió un divertido ‘Diccionario sexual supremo’. Ahora se estrena en la literatura de ficción con ‘Contagiados de amor’, una novela “romántica y canalla en tiempos de la covid-19”, como asegura en su portada.

– Director de cine metido a escritor. ¡Vaya cambio!
– No, no. Yo hago lo que siempre he hecho: contar historias. Y puedes hacerlo con imágenes o con un texto. Y si supiera hacerlo de otra forma, con otras artes, lo haría. Si supiera hacer teatro, lo haría con una obra de teatro, por ejemplo. Me gusta ir cambiando, porque me aburro muy rápido. Siempre estoy escribiendo guiones, con lo que aquí tampoco hay mucha diferencia.

– Y una historia ¡romántica y canalla!
– Es que quería contar algo rápido. Tenía que actuar con urgencia, porque no me daba tiempo a convertirlo en algo audiovisual.

– Lo dice porque la centra en una convivencia durante los dos meses de confinamiento…
– Sí. La historia de amor que se desarrolla entre un soltero empedernido y una mujer por culpa del estado de alarma. Y lo que, en principio, era una relación ocasional se transforma en otra cosa.

– Utiliza el gancho de ‘basado en hechos reales’.
– La novela está dentro del apartado de ‘ficción biográfica’ de Amazon. Unir biografía y ficción parece un contrasentido, pero es así. El libro está basado en lo que nos ha pasado a mi pareja y a mí durante estos meses, algo de lo que yo iba tomando notas cada día. Los acontecimientos hicieron que la estancia de mi chica se alargara semanas cuando en principio sólo tenía que pasar la noche en casa. Hechos dramáticos y complicados, malas noticias que nos han ido uniendo más. Algo que también te muestra cómo son las personas realmente. Y al final, lo que era un rollo de una noche se convierte en muchas noches más, conoces más a la persona y te vas enamorando… o no. Si los lectores compran la novela, ya lo verán [ríe].

– ¿Dónde se puede encontrar la novela?
– En Amazon, tanto en su formato digital como en papel. En el primer caso, la novela cuesta 2,99€ y en el segundo, 10,38€. Ahora está de oferta, o sea, que se animen los lectores, porque pronto tendré que subir un poco el precio.

– ¿Cómo la ha editado?
– Pues me la he autoeditado, porque las editoriales estaban un poco remisas a hacerlo. Con una amiga, Esther Fernández, que me ayudó a publicar mi anterior libro, ‘Diccionario Sexual Supremo‘, hemos creado un sello, Le Book, y nos hemos lanzado a la piscina para autoeditar libros. Yo ya tengo tres más en marcha y hay amigos que se han interesado en la idea para que publiquemos los suyos.

– ¿Esther Fernández? ¿Procedente también de la ESCAC, como usted?
– Sí. Ella estudió en la ESCAC y me ha ayudado en la producción de varios cortos míos. Es muy creativa y hace muchas cosas.

– Usted también es director de cine y guionista. ¿Cómo lo lleva?
– El cine lo tengo un poco dejado de la mano de dios. He preferido ponerme a escribir, porque con todo este parón del virus y me he dedicado mucho a la escritura. Ya tengo preparadas tres o cuatro historias que se convertirán en libros, algunos más avanzados que otros, pero que van a salir ya.

– Y que se pueden transformar en una película o en una serie, porque este ‘Contagiado de amor’ tiene todo para ser un guion de cine o de tele.
– Sí, sí. Estos libros son muy susceptibles de convertirse en una peli o una serie. Ojalá.

– Dice que tiene el cine algo abandonado, pero usted, que estuvo involucrado en los primeros guiones de los cortos de JA Bayona, sigue siendo uno de sus asesores.
– He sido el asesor creativo de un par de películas de JA, sí. De ‘Un monstruo viene a verme’ y de ‘Jurassic World: El reino caído’.

– ¿En qué consistía su trabajo?
– Es como un ayudante de dirección, pero antes del rodaje. Asesoras también sobre el guión y también sobre el montaje posterior. Es como una mano en la que se apoya el director para no estar solo en la preparación de una película y/o en la postproducción de la misma.

– ¿En la última?
– En ‘El señor de los anillos’ no he colaborado. Era un encargo de Amazon, empezó a rodar, tuvieron que para por la pandemia y hace una semana han vuelto a reiniciar el rodaje.

– Usted dirigió dos cortos, ‘Doroteah’ (1999) y ‘¡Nena!’ (2008) antes de debutar en el largometraje, con ‘El club de los buenos infieles’ (2017).
– En efecto. La podéis ver en Netflix.

– Hubo críticas que la tacharon de “machista”
– Cada uno puede interpretar lo que quiera de una obra, pero no es machista. Al revés. Critica a los hombres de una forma divertida y cómica. Expone sus debilidades, miedos y defectos, y eso no creo que se pueda definir como machista. Fue mal vista de manera injusta. En el equipo había muchas mujeres y gustó a muchas espectadoras. En ningún momento mi intención era hacer una película machista sino enseñar a todo el mundo que, a veces, los hombres tenemos actitudes ridículas y hay que cambiarlas. En la película, los hombres son inicialmente de una forma y acaban de otra manera; han evolucionado como personas. ¿Era una película sobre la infidelidad masculina? Sí, pero no era machista. Era un tema complicado y me metí en un lío. Pero yo necesito películas que toquen temas difíciles.

– ¿Algún proyecto nuevo?
– Escribí el guion de un cortometraje llamado ‘Beef’, dirigido por Ingride Santos, que ha tenido un montón de galardones nacionales e incluso ganó el premio al mejor corto del prestigioso Festival de Cine de Miami. Con su realizadora estamos escribiendo la versión largometraje de la historia, una trama muy realista sobre una adolescente que quiere triunfar en la música trap.

– ¿Y alguna película propia en mente?
– Tengo muchas en mente, pero ahora voy a escribir esos libros y luego intentaré que se conviertan en películas. Levantar proyectos cinematográficos hoy en día es muy complejo. Y he descubierto que escribir un libro es igual de difícil pero mucho más rápido… Y muchísimo más barato, y más asequible. Esto me permite ir sacando ideas de esta especie de embudo de proyectos que tengo en mi cerebro, porque si no serían cosas que no sacaría nunca. Son películas en formato libro. Y como suele decir que el libro siempre es mejor que la película, aquí ya tienen el libro.

– El amor (o el terror o el crimen) en los tiempos del… coronavirus.
– Creo que hay que hacer arte, cine, libros, sobre lo que estamos viviendo, la pandemia y todo lo que nos está pasando. Hay pocas cosas y hay que hacer mucho, porque de lo que pasa sólo sabemos lo que dicen los políticos, los médicos y los periodistas. Ahora mismo, del virus y la pandemia tenemos información de ese calibre. Pero, ¿y del amor? ¿Dónde lo hemos aprendido antes? En los libros, en las películas, en el teatro. ¿Y ahora? Nos falta el punto de vista artístico y deberíamos hacer más cosas sobre este tema. Me pongo a ver películas y está todo desactualizado. Y yo necesito que se actualice todo. Ya sé que se están rodando cosas, pero necesito que haya más. Por ejemplo, ves ‘Fiebre del sábado noche’ y la discoteca abarrotada y piensas, ¡¡pero qué hace toda esa gente bailando en sin mascarilla!!

Fotógrafo y rockero ‘on the road’

Hace casi 40 años que Ferran Sendra (Barcelona, 1958) retrata a estrellas del rock en concierto. Ahora ha querido publicar un libro de fotografías, titulado ‘Rocks on the Road’, donde nos descubre pueblos, detalles y paisajes de Estados Unidos y el Reino Unido que han inspirado grandes canciones de ese estilo de música y portadas icónicas de discos de Pink Floyd, Eagles, Led Zeppelin, Deep Purple o Guns N’Roses.

En el libro podemos ver lugares como la Promised Land, el Cadillac Ranch y las Badlans de Bruce Springsteen; el Misisipí de Johnny Winter; el Memphis de B.B. King; el Nashville de Johnny Cash; la Nueva York de Bob Dylan; la California de los Eagles; los desiertos de Mojave y Death Valley de los U2; las carreteras de Texas de los ZZ Top; callejones que inspiraron a los Clash, a David Bowie y a Lou Reed, y hasta la prisión de Illinois de los Blues Brothers.

Además del vídeo que resume el espíritu del libro, Ferran nos ha respondido a algunas preguntas sobre su triple afición (fotografía, rock y viajes) para los amigos de Nosolocine.net (donde se ha publicado originalmente este texto) y nos muestra algunas de las imágenes que ilustran su libro.

– ¿Cuándo empezaste a hacer fotos de conciertos y por qué?
– Hace tanto que no recuerdo si primero fue hacer fotos y luego ir a conciertos, o al revés. Todo comenzó hacia 1976. Entré en el diario ‘Avui‘ con 17 años. Primero estuve en teletipos y luego en compaginación. Aún no había fotógrafos ni sección de Fotografía, pero con Jordi Garcia-Soler [fallecido el pasado 31 de mayo] empecé a ir y publicar fotos de los conciertos de la época. Básicamente cubríamos los de la Nova Cançó, pero pronto vi que los conciertos de rock internacional que llevaba Gay & Company eran los que a mí me interesaban, porque era el tipo de música que yo escuchaba. Aquellas primeras actuaciones de Lou Reed, Iggy Pop y Eric Clapton, entre otros, aún las recuerdo.

– ¿De qué fotos de músicos estás más contento?
– Es difícil elegir fotos, porque de las que estoy más contento no son las mejores. Las fotos que hice del primer concierto de Lou Reed en el Palacio de Deportes de Barcelona no valen nada, pero con tener una foto de esa noche ya tengo suficiente. Las fotos de los grandes del rock ya desaparecidos les tengo un cariño especial, como las de Frank Zappa, Rory Gallagher, Jerry Garcia, Bo Diddley, Pete Seeger… La lista es larga.

– ¿Cómo se te ocurrió la idea de viajar a los lugares del rock?
– Todo viene de un primer viaje a Londres en 1980. Al ver la Battersea Station de la portada de ‘Animals‘, de los Pink Floyd. Hice aquella foto y empecé a buscar lugares y paisajes relacionados con los artistas y bandas que me gustan. Pero no me he limitado a las portadas. De los videoclips, documentales o biografías sacas mucha información. En el libro hay cosas tan diferentes como la portada ‘Hotel California‘ de los Eagles en Los Ángeles; la estatua de Willie Nelson en Austin (Texas); las ‘Badlands‘ de Bruce Springsteen en Dakota; la tumba de Jim Morrison en París y las casas de los cuatro Beatles en Liverpool. De hecho no es un libro de portadas de discos (aunque hay más de 50), ni de fotos de conciertos. Las fotos de conciertos son la base que hace que todo tenga sentido, pero no son lo más importante.

– ¿Cómo planificastes esos viajes?
– Tengo una libreta donde me he ido apuntando todas las localizaciones que he encontrado. En cuanto tengo unas cuantas, de Chicago, por ejemplo, voy y trato de hacerlas. A veces, con un solo viaje no lo encuentras todo. Nueva York es un caso aparte, no te lo acabas nunca. Esto lo he hecho muy poco a poco. Prácticamente todas las localizaciones son de Inglaterra y Estados Unidos.

– ¿Qué imágenes destacarías?
– Me gustan las que pueden pertenecer a más de un disco o una canción, esas que no tienen una referencia concreta y clara, que se pueden asociar a muchas canciones: imágenes del Misisipí, de Tennessee, los paisajes inhóspitos de la Gran América, aquellas carreteras interminables, desiertos, coches, trenes…

– Para acabar, veo que tienes grandes colaboraciones en los textos…
– Era importante que los textos reflejaran el espíritu que yo quería dar a todo, y necesitaba gente que entendiera el proyecto desde el primer momento, amigos con los que he trabajado y pasado muchas horas. Manel Fuentes, David Castillo, Jordi Vidal y Jordi Bianciotto me conocen bien, han captado lo que quería enseñar y lo han clavado. Sus introducciones ayudan mucho a entender lo que yo he querido contar con imágenes.

El cine que le gustaba a Woody Allen

Desde mediados de mayo, los aficionados al cine pueden encontrar en las librerías, y en castellano, ‘A propósito de nada’, la autobiografía de Woody Allen. Seguramente, hay pocos cinéfilos que no la hayan leído y disfrutado ya, y pocos colegas que no hayan hecho su crítica, con la palabra “polémicas” incrustada en casi todos los titulares que he visto.
Pues bien: aquí NO voy a referirme al TEMA del que todo el mundo ha hablado o escrito, sus relaciones con Mia Farrow. No me da la gana.

‘Annie Hall’

Estas memorias son tan amplias (y dispersas), abarcan tantas parcelas de la vida y carrera del pequeño cómico judío, que resulta difícil realizar un comentario poco extenso. Seguro que mis amigos de Nosolocine escribirán sobre el libro en algún momento, porque sé que les ha gustado tanto como a mi. Hay tal la infinidad de datos, personajes y anécdotas (no dejen de leer lo que explica sobre Diane Keaton, ‘Annie Hall’ y los premios Oscar), que resulta casi inabarcable.

Por esa razón, me quiero centrar en algo muy cinéfilo, algo que muchas veces nos intriga y que los periodistas solemos preguntar a los cineastas cuando les entrevistamos: qué directores y películas les han influido a ellos a la hora de ponerse detrás de la cámara.

Así, en los primeros capítulos del libro hay una página en la que Woody Allen cita los filmes que ha visto y los que no, los que le gustan y los que no. Y lo que escribe no deja de sorprenderme…

‘Armas al hombro’

“No he visto ‘¡Armas al hombro!’ ni ‘El circo’, de Chaplin; tampoco ‘El navegante’, de Buster Keaton. Jamás he visto ninguna de las versiones de ‘Ha nacido una estrella’ (…), ni ‘¡Qué verde era mi valle!’, ‘Cumbres borrascosas’, ‘Margarita Gautier’, ‘La dama de las camelias’, ‘Ben-Hur’, ‘El secreto de vivir’, ‘Caballero sin espada’, ni muchas otras”, asegura el realizador. Y añade: “No es mi intención menospreciar ninguna de esas obras, sino poner de manifiesto mi ignorancia y el hecho de que llevar gafas no convierte a nadie en una persona especialmente culta, ni mucho menos en un intelectual”.

Y de la misma manera, también dice haber visto “una buena cantidad de películas” y bastantes filmes extranjeros, aunque sigue creyendo que su gusto “os sorprendería”. Por ejemplo: “Prefiero Chaplin a Keaton. Eso no encaja con las preferencias de la mayoría de los críticos y estudiantes de cine, pero a mí Chaplin me parece más gracioso, aunque Keaton era mejor director”. Y para él, Chaplin es más gracioso que Harold Lloyd: “Este ejecutaba grandes gags visuales de forma brillante, pero nunca consiguió entusiasmarme”.

‘Vértigo (De entre los muertos)’

No se considera un fan del famoso Lenny Bruce ni tampoco le gustaba en exceso Katharine Hepburn: “Estaba estupenda en ‘Larga jornada hacia la noche’ y en ‘De repente, el último verano’, pero muchas veces me resultaba demasiado artificial. Cuando se veía en apuros siempre recurría al llanto. En cambio, adoraba a Irene Dunne y a Jean Arthur. Spencer Tracy siempre me parecía muy creíble, salvo en ‘La impetuosa’”, con Hepburn, precisamente.

Y Allen añade poco después: “Me limito a señalar unos pocos productos culturales icónicos que sorprendentemente no representaron tanto para mí como para el público en general. Como ‘Con faldas y a lo loco’ o ‘La fiera de mi niña’, que no me hicieron gracia. Tampoco me gusta ‘¡Qué bello es vivir!’ Francamente, me encantaría estrangular a ese cursi ángel de la guarda. Jamás pude creerme ‘Tú y yo’. Adoraba a Hitchcock, pero no hay manera de que pueda ver ‘Vértigo’. Estoy loco por Lubitsch, pero ‘Ser o no ser’ no me parece nada divertida. Sin embargo, ‘Un ladrón en la alcoba’ me parece una maravilla, un huevo de Fabergé”.

El cineasta confiesa que le encantan los musicales, pero no le gusta ‘Un americano en París’. “Nunca me reí con Eddie Bracken, Laurel & Hardy ni con, Dios no lo permita, Red Skelton. Por supuesto que los hermanos Marx y W. C. Fields son lo mejor de lo mejor (…). ‘El gran dictador’ y ‘Monsieur Verdoux’ no me parecen ni remotamente graciosas. Desde luego que ver a Chaplin pateando ese globo terráqueo por el aire no me parece de ninguna manera un ejemplo de genialidad cómica. Pero a quién le importa lo que yo piense: todo es cuestión de gustos”.

Hay quien se llevará las manos a la cabeza, pero yo entiendo a Woody Allen: a todos no nos gusta lo mismo. Muchas veces, los críticos nos esforzamos por animar a la gente a ver ciertas películas que nos entusiasman, pero a las el público apenas va a ver. En cambio, tendemos a destrozar aquellas que suman éxitos de taquilla, como ocurre con las de Santiago Segura. Recuerde el lector, que la crítica (cinematográfica, teatral, literaria) es un género de opinión con elementos informativos.

No quiero acabar este artículo sin referirme a una reflexión que hace Woody Allen sobre el hecho de rodar, de dirigir, elogiando siempre a sus colaboradores, que –asegura– salvaron más de una vez alguna de sus películas: “Cuando miro a través de la cámara, sé si estoy viendo lo que había previsto. Si no, corrijo algo (…) Si el personaje que estoy filmando camina en dirección a algún sitio, lo seguimos con la cámara, ya que tiene ruedas. Pongo a un sustituto en mi lugar y, cuando el iluminador termina de preparar los focos, ya estamos listos para rodar. Le digo al sustituto que se vaya a tomar una cerveza y me pongo en su lugar. Interpreto la escena que he escrito y la digo como quiero oírla. La cámara rueda y yo grito: «Bien, ¿lo tenemos?». Si no estoy contento con algo, lo repito”, escribe.

Lo que dice parece de sentido común. Parece sencillo de hacer, pero este señor bajito y con gafas ha rodado medio centenar de películas. Alguna es floja, pero ninguna se puede considerar un fracaso en taquilla y entre ellas hay un puñado de obras maestras. ¿Qué más se le puede pedir?

Lobsang Rampa, ¿lama reencarnado o ‘fake’ literario?

Esta mañana, mientras intentaba ordenar mi biblioteca por enésima vez, he descubierto algún libro repetido. No son muchos, la verdad.
‘El tercer ojo’, de T. Lobsang Rampa, es uno de ellos. Le hago una foto y se lo comento a mi esposa.

-Mira, tengo este libro de Lobsang Rampa, comprado en 1979, y el mismo, de 1999.

-¿Quién es ese señor?

-¿No sabes quién es Lobsang Rampa? Imposible… Si fue el tipo más famoso en los años 70 a la hora de divulgar historias de espiritualidad budista escribiendo una serie de novelas en las que se hacía pasar por un lama tibetano huido a occidente tras la invasión china del Tíbet.

-Ah. Vale.

La frase, dicha así, sin más interés, mientras vuelve la vista a las páginas del periódico, me da un poco de rabia y me obliga a buscar más información sobre el tema para defender su interés.

De repente veo que el prestigioso diario británico ‘The Guardian’ publicó hace una semana un artículo firmado por David Bramwell, y titulado ‘El lama tibetano que era realmente un fontanero de Devon’.

En resumen, lo que explica el reportaje y también otras fuentes es que ‘The Third Eye’ fue un libro publicado por Secker & Warburg por primera vez en noviembre de 1956, después de que el manuscrito fuera rechazado por otras editoriales que no se fiaban de quien decía ser un monje tibetano llamado Tuesday (‘martes’) Lobsang Rampa.
El famoso expedicionario austriaco Heinrich Harrer, autor de ‘Siete años en el Tíbet’ (1952) (adaptado al cine por Jean-Jacques Annaud y con Brad Pitt como protagonista), pagó a un detective para que investigara quién era Rampa y descubrió que se trataba de Cyril Henry Hoskin (1910-1981), el hijo de un fontanero británico de Plympton (Devonshire), que no llegó a acabar la escuela secundaria. La noticia se publicó en la prensa, pero en lugar de desmentirlo, cuando se le preguntó al interesado, Hoskin no negó ser Hoskin, pero explicó que su cuerpo había sido ocupado por el espíritu de un lama llamado precisamente Lobsang Rampa. Vamos, que se había reencarnado en él.

La familia del interesado asegura que el abuelo de Hoskins fue ingeniero jefe de las obras hidráulicas de Plympton, que sus padres tuvieron un negocio de electricidad y que él fue un niño débil, enfermo de tuberculosis. Por esta razón, dicen, no fue apto para el servicio militar y pasó mucho tiempo desempleado. Tenía ya más de 40 años cuando se ‘destapó’ como escritor.

¿Y de qué iba el libro? La historia, escrita en forma de autobiografía, comienza en el Tíbet durante el reinado del 13º Dalai Lama, cuando Rampa es un niño, hijo de un miembro del gobierno. A lo largo de las páginas, escribe de cómo crece, estudia y aprende tanto las bases del budismo como una serie de habilidades extrasensoriales, especialmente a partir de la ‘inserción’ de un tercer ojo en su frente, que le permite ver auras humanas y saber cómo son en realidad las personas con las que trata.

Es evidente que en esa época, después de la Segunda Guerra Mundial, las enseñanzas del budismo y su ideal pacifista empezaban a calar en occidente.

Al margen de la imagen folclórica de los monjes con túnicas de color azafrán y los cráneos rasurados, el budismo tiene unos 400 millones de fieles en todo el mundo, especialmente desde India y el sureste asiático hasta China y Japón. Una de sus ramas más conocidas es la del budismo tibetano, famosa gracias a la figura del Dalai Lama, que tanto predicamento tiene entre gente famosa, con el actor Richard Gere al frente.

Y parece más que probable que las enseñanzas de Siddharta Gautama, más conocido como Buda, influyeran en el primitivo cristianismo, dado que el nepalí vivió cuatro o cinco siglos antes que Jesucristo (y evito aquí cualquier elemento relativo a la divinidad del segundo).

Los años 50 y 60 fueron muy receptivos a las enseñanzas de las filosofías orientales, que calaron a fondo en el movimiento hippy, por ejemplo. En esa tesitura, ¿qué más daba que Rampa fuera un impostor o no, cuando lo que contaba era lo que la gente quería leer?

Hoy en día podríamos definirlo como literatura de autoficción y nos quedaríamos tan panchos. Y sus lectores, encantados, siguieron sus peripecias en varios libros más: ‘El médico de Lhasa’ (1959), ‘Historia de Rampa’ (1960), ‘La caverna de los antepasados’ (1963), ‘La túnica azafrán’ (1966) y ‘El ermitaño’ (1971). A estos se suman otros textos en los que Rampa mezclaba elementos religiosos, clarividencia y fenómenos paranormales. Hubo, uno, ‘Mi vida con el lama’ (1964), del que aseguró le había dictado telepáticamente su gata siamesa. En total, escribió 19 libros.

Pese al éxito popular, la prensa británica no dejó de acusarle de ser un farsante, lo que hizo que el escritor se mudara con su esposa, San Ra’ab, primero a Irlanda, luego a Uruguay y, a final de los años 1960, a Canadá, donde obtuvo la ciudadanía canadiense en 1973. Rampa murió en Calgary el 25 de enero de 1981. Tenía 70 años.

Tanto si fue un lama falso como si no, sus libros influyeron en animar a otras muchas personas a estudiar y divulgar de forma seria y apasionada el budismo tibetano, las filosofías orientales y otras formas de espiritualidad. Recuerdo una reciente charla con Francesc Miralles, uno de nuestros escritores más versados en el tema, en la que comentó: “Es que la gente quería creer en la existencia de Lobsang Rampa no de Henry Hoskin. Por eso le siguieron comprando libros”.

Quizá porque aún nos fascina el personaje ‘The Guardian’ publicó el artículo de David Bramwell y quizá por eso escribo yo estas líneas. Ah… Y casi 40 años después de su muerte, una web mantiene la llama viva del personaje ¡en 36 idiomas!: https://www.lobsangrampa.org/es/index.html

Con posterioridad a la publicación del artículo original, mi amigo Gabriel Jaraba, experto en el tema, me comentó un par de frases, que quisiera añadir. Son estas:

“Mientras Lobsang Rampa escribía sus imaginaciones, ya era sobradamente conocida la figura de Alexandra David-Neel, la gran viajera francesa que fue la pionera en el descubrimiento occidental del Tíbet, que aprendió lo más central y auténtico del budismo tibetano de fuentes originales, pues conoció al XIII Dalai Lama en el monasterio de Kalimpong, ¡en 1912! A su vez, un alemán, Ernst Lothar Hoffmann, recorriendo Asia desde Sri Lanka hasta Tibet, en los años 30, se convirtió en un lama auténtico, conocido como Lama Anagarika Govinda, por transmisión auténtica recibida de su maestro Tomo Geshe Rimpoché. Y en los años 50, el primer estadounidense en ser ordenado monje tibetano fue Bob Thurman, padre de la actriz Uma Thurman y prestigioso profesor de la universidad de Columbia, conocido como Robert A. Thurman, a quien he tenido el honor de conocer».

«Además, recomiendo vivamente la obra de Anagarika Govinda ‘El camino de las nubes blancas’, recientemente reeditada por Atalanta, que muestra los avatares de una búsqueda espiritual auténtica en pos del budismo tibetano”.

Sólo puedo agradecerle a Gabriel, una vez más, sus conocimientos y amabilidad.

Entrevista con Francesc Miralles

Coautor de ‘Ikigai’, uno de los libros más leído dentro y fuera de España, Francesc Miralles ha escrito numerosos ensayos y obras de ficción, es músico y colaborador habitual en temas de psicología y espiritualidad en el diario ‘El País’ y en Radio 4. Su última y reciente novela es ‘La biblioteca de la Luna’

Nacido en Barcelona, en 1968, Francesc Miralles, es desde hace dos décadas un prolífico escritor de novela infantil y juvenil (algunas, premiadas) y también de adultos, con creciente fama en el terreno de la no ficción centrada en la espiritualidad y la autoayuda. El encuentro se produce una tarde de inicio de invierno en una pequeña tetería del barrio de Gràcia, donde charlamos hasta que el móvil le recuerda que tiene una cita más importante: recoger a su hijo de su clase de música. Esta entrevista se publicó originalmente en el diario digital Catalunya Plural.

-Usted es un escritor de éxito, pero dice que su vida académica fue un fracaso.
-Sí. Fue muy mala, hasta los 17 años. Suspendía mucho, cuatro asignaturas por trimestre o así. Era muy despistado, vivía en otros mundos, no sabía qué quería hacer con mi vida.

-¿Era un chaval problemático?
-No. Quizá un poco nihilista. Estaba en ambientes del punk. Me gustaba ir a los conciertos con los amigos y escuchar ese tipo de música. No tenía interés por nada en especial, sólo música y películas… No pensaba en otras cosas.

-¿Cuándo cambió usted?
-Hice un esfuerzo por pasar la selectividad, no sé cómo, y entré en la universidad. Primero, en Periodismo. No me gustó, estuve tres meses y dejé de estudiar, hasta el año siguiente, que entré en Filología Inglesa. Mientras, estuve trabajando de camarero en un bar del Barri Gòtic.

-Y su familia, ¿se lo tomaba con calma?
-Bueno, es que yo quería trabajar y con ese dinero, irme de viaje. Nos íbamos de interrail a ver otros países. Pero es que el bar donde trabajaba era muy interesante, con un ambiente bohemio. Allí había un pianista que fue quien me enseñó a tocar.

-Usted ha tenido un par de grupos de música (Hotel Guru, Nikosia). ¿Alguna influencia familiar en esa afición?
-No, aunque mi padre siempre estaba escuchando música y tenía miles de libros en casa. A mí me llevó a la música la eclosión de las bandas juveniles y la aparición de Ràdio Pica en Gràcia, una emisora que ofrecía música alternativa. Éramos como una tribu. Tocábamos música, traducíamos letras, grabábamos casetes, hacíamos fancines.

-Me hablaba de Filología inglesa, pero usted se licenció en alemana.
-Sí. Empecé inglesa en la UAB, con alemán como asignatura. Allí me influyó mucho una profesora de alemán, Anna Rossell, que me dio confianza y me hizo ser más responsable. Por eso me pasé a germánicas en el segundo ciclo, en la Central (UB), donde había poca gente, un ambiente más íntimo y relación más cercana con los profesores.

-El alemán tenía futuro…
-Sí. Cuando acabé la carrera, ya tenía varios trabajos: como traductor, como profesor… Había mucha demanda y no había problema para encontrar trabajo.

-Luego hizo un Máster de Edición.
-Cuando acabas Filología puedes ser traductor, profesor de idiomas o editor. Yo hice ese posgrado para meterme un poco más en el mundillo editorial. Aún no lo había acabado y ya tenía varios trabajos de traducir libros. De alemán había pocos traductores, pero también traducía mucho del inglés.

-¿Cómo conectó con las editoriales?
-Al inicio, por anuncios. En el Instituto Goethe alguien puso una nota en la que alguien precisaba un traductor de alemán y yo me presenté. Al final acabé en la Editorial Océano, donde traduje mucho y, al final, fui editor.

-¿En qué consistía su trabajo?
-Llevábamos libros de psicología, espiritualidad y crecimiento personal. Llegué a dirigir varias colecciones. Como una de divulgación, ‘El lector de…’, para jóvenes, que servía para introducirles en la vida y obra de autores como Kafka, Herman Hesse, Proust… También libros de autoayuda, recopilaciones de aforismos… Allí estuve varios años y fue mi primer contacto con estos temas. Traductor, corrector, eligiendo libros, luego escribiéndolos bajo seudónimo.

-¿Cómo?
-Mis primeros contratos fueron para escribir libros con seudónimo sobre estos temas. Trabajo editorial puro y duro. Elegías un nombre, tomabas como referencia varios libros sobre un tema y escribías uno nuevo. Lo hice muy a menudo. No se diferencia mucho del trabajo periodístico. La cuestión es que el refrito esté bien hecho.

-Por esa época, se fue a la India.
-A mí me gustaba lo que hacía, pero no el trabajo en aquella oficina. Si hubiera habido un ambiente amable, hubiera seguido. Pero allí había guerras e intrigas que me deprimían. Un día presenté la dimisión, y con el dinero que tenía, compré un billete a la India para estar un mes y medio con mi novia de entonces. Viajábamos en trenes, dormíamos en pensiones y allí escribí mi primera novela, infantil, ‘Perdido en Bombay’.

-¿Escribía en castellano o en catalán?
-En catalán, aunque no lo escribía muy bien. Compré una libreta a unos críos y un bolígrafo y empecé a apuntar las cosas que iba viendo en forma de la aventura de un niño que se pierde en la India. El relato lo presenté al premio Vaixell de Vapor. ‘Perdut a Bombai’ no ganó el premio, pero al jurado le hizo gracia. Dijeron a la editorial que les había gustado y que, si corregía el catalán y cuatro cosas más, lo veían muy publicable. Hice lo que me pedían, la reescribí y pagué a una amiga de Filología catalana para que me hiciera una corrección. La llevé a la editorial y se publicó. Fue la primera novela con mi nombre.

-Pero después sí que le premiaron.
-Sí, un año después, en el 2001. Presenté mi segunda novela, ‘Un haiku per a l’Alícia’, al Premi Gran Angular de literatura juvenil de la editorial Cruïlla, y lo gané.

-¿Cómo es su proceso de escritura?
-Entonces escribía a mano, en una libreta, y con una estilográfica. Y luego lo pasaba al ordenador. Escribía en el comedor, unas tres horas al día, y necesitaba dos o tres meses para el primer manuscrito. Luego, un mes más para pasarlo al ordenador y hacer las primeras correcciones. Eso lo hice con aquellas dos primeras novelas y ‘El llibre de l’hivern’. Era un poco romántico querer hacerlo de esa manera. Después empecé a escribir directamente en el ordenador.

-¿Por qué empezó escribiendo para jóvenes?
-Por varios motivos. Primero, porque es más fácil que te publiquen, cuando empiezas. Las editoriales de infantil y juvenil son más abiertas y si llegas a captar el registro, cómo funciona este tipo de literatura, y logras que te publiquen, pues tienes muchas escuelas y niños que te leen. Y luego vas a visitarles, con lo cual la cosa tiene otra alegría. En cambio, las editoriales para adultos tienen un elenco de autores muy asentados. La literatura catalana de entonces tendía a ser muy culta, con autores muy literarios, con argumentos muy aburridos, que no tenían nada que ver con mi mundo. Y eran círculos muy cerrados, un mundo difícil de entrar. Aún así, llegué a publicar un par de libros, ‘El somni d’occident’ y ‘Cafè Balcànic’.

-Pero, ¿es más fácil escribir para niños?
-Es un género que has de dominar. Para mí era muy fácil escribir en infantil y juvenil, porque yo tenía una mentalidad muy adolescente aún. Iba y sigo yendo a conciertos de rock, he ido de viaje a sitios de mochileros, que son muy jóvenes y con los que estoy acostumbrado a hablar. Para mí no era difícil meterme en la cabeza de un personaje de 17 años. Igual es difícil para un profe que ha cambiado y ya no se acuerda de cómo era de joven, pero yo he seguido haciendo esa vida.

-En muchas de sus novelas se incluyen temas filosóficos.
-Quizá se deba a mi anterior trabajo como editor de temas de espiritualidad oriental, autores japoneses, filosofía india, religiones del mundo. Todo esto está presente en mi obra, sí.

-Desde ‘Pulsaciones’, con Javier Ruescas, tiene usted un montón de colaboraciones con otros escritores.
-Sí, muchas: con Care Santos, Joan Bruna y Sonia Fernández-Vidal, una con cada uno. Con Àlex Rovira, ocho, y con Héctor García, llevamos ya cuatro, desde ‘Ikigai’ (2016) [un super-éxito internacional, publicado en 42 idiomas].

-¿Cómo trabajan ustedes?
-Cada coautoría es diferente. En algunas, uno escribe y el otro aporta las ideas, como con Àlex Rovira. Con Care Santos, uno escribió la primera parte de la novela y el otro la segunda. Con Héctor, vamos haciendo un capítulo cada uno. Como vive en Japón, hacemos citas a través de Skype a las 8 de la mañana. Pero después de las correcciones y los años, ya no recuerdas quién ha escrito qué.

-¿Ha hecho de ‘negro’ para otros autores?
-Sí. Y con mucho gusto, eh. Me encanta. Normalmente haces de negro de personas que saben mucho sobre un tema. Y es más: a algunos autores les gustaría ponerte en cubierta, y es el editor o tú mismo quien te niegas y dices ‘este es tu libro’. He hecho de negro de gente muy interesante, como la medium Marilyn Rossner. Fue muy interesante. Veía a una persona con un oficio de algo que jamás habrías pensado ver de cerca y que convives día a día con ella. Eres como un periodista: escribes de algo de lo que en principio no sabías nada; transmites lo que esta persona explica.

-¿Algún autor más?
-Mucha gente. Jesús Calleja, por ejemplo. Fui a su casa para grabarle su vida durante tres días y explicarla en un libro que publicó Planeta.

-¿Fue bien?
-Normalmente, cuando haces este tipo de trabajo, te tratan muy bien. Siempre hay excepciones, pero en general, la gente es muy amable. Calleja lo fue. Lo que pasa es que luego, en los agradecimientos, puso una lista de 150 personas y yo ni salía. Pero, vamos, a mí me da igual.

-¿Es un trabajo que se paga bien?
-Depende de la importancia del autor, de la dificultad y el tiempo. Si te lo encarga una editorial profesional, grande, sí. Te sale a cuenta en función de las semanas o meses que tengas que destinar a hacer esto. Si pierdes mucho tiempo, no.

-Últimamente tiene mucho éxito con una literatura cercana a la de autoayuda.
-Como te decía, ya había escrito de estos temas con seudónimo. Y el primero con mi nombre fue ‘El zen de la empresa: soluciones sencillas para un mundo complicado’, que muy poca gente conoce. Le añadí el nombre de un coautor japonés que no existe, Yuki Ojiro, no sé muy bien por qué. Y ahora los que he hecho con Àlex Rovira.

-Pero, ¿por qué este tipo de literatura y no otro?
-Quizá porque es lo que mi entorno profesional me demandaba más. Y es de lo que entendía más, después de 10 años de traductor, corrector y editor de este tipo de temas. Es más fácil que pueda escribir sobre autoayuda que sobre García Lorca, ¿no? Por eso escribo una vez al mes en la sección de Psicología del diario ‘El País’ y lo mismo en la revista ‘Mente sana’. También tengo un programa de media hora a la semana en Radio 4. Como ves, todo de lo que escribía y mi mundo profesional era este. Y en este mercado, hay muy pocos especialistas. Hay mucha gente que escribe de ‘coaching’, pero gente que sepa realmente de crecimiento personal, hay muy poca gente.

-Vamos, que usted vive más de la autoayuda.
-Hombre, es que de la ficción es muy difícil vivir, eso seguro. De una novela, lo normal es vender mil ejemplares, y no vives de eso. Y la autoayuda es un tipo de libro que es más fácil que te lo traduzcan y vender más. Si tu haces un libro de no ficción de un tema nuevo y tiene interés, quizá te lo traduzcan a otros idiomas. Y actualmente se vende más no ficción que ficción..

-¿Es el caso del superéxito de ‘Ikigai’?
-Sí. Es mi fuerte. Que no quiere decir que sea lo que me gusta más, porque igual me gusta más escribir una novela. ‘Ikigai’ tiene una parte de trabajo periodístico. Fuimos a Ogimi, al norte de Okinawa, donde se concentran las personas más longevas del planeta. Habían estado dos grupos de investigación antes de nosotros, unos médicos, para estudiar alimentación y forma de vida, y unos sociólogos, para elaborar estadísticas. Pero ninguno con la idea de lo que nosotros queríamos hacer: entrevistar a todos aquellos ancianos y preguntarles por su propósito vital, éramos los primeros. Así tuvimos información muy fresca para hacer este libro, que nunca pensamos sería un superventas.

-No me lo puedo creer…
-Lo hicimos para los fans de Japón, pensando que se quedaría en ese ámbito, solo. Pero luego tuvo mucho éxito porque se da una visión positiva de la vejez, de que se puede llegar a ser anciano con plena actividad y motivación. También hay mucho interés por el concepto del ‘ikigai’ [la razón de ser, el propósito vital] en las empresas y en el mundo de la educación. El éxito no llegó de golpe, sino que se fue poniendo de moda en un país, y luego en otro, y en otro: ahora, en India, a donde iré en enero a algunos festivales literarios y a firmar libros, y antes en Turquía, Holanda y otros lugares.

-Curiosamente, su último libro es la novela ‘La biblioteca de la Luna’.
-Bueno, aquí hice lo que me dio la gana. Lo escribí porque quería. Tenía muchas ganas de hacer una novela de este tipo, pero nadie me encargó nada ni tenía ningún contrato. Siempre me había gustado mucho el tema de la Luna y me divertía mucho escribir esta aventura. No tenía intención comercial.

-A mí, lo que me parece, como en otras novelas, es que es terriblemente romántica.
-Puede ser. La novela quizá sí. Lo cual no quiere decir que yo lo sea en mi vida cotidiana. Pero sí me gusta introducir toques románticos, por el tipo de diálogo y las situaciones que se producen.

-Pero, al mismo tiempo, sus personajes son bastante solitarios.
-Eso es muy propio de las novelas, en general. Si te fijas por ejemplo en autores como Paul Auster o Haruki Murakami, sus protagonistas son hombres solos. La soledad da mucho juego. El lector se pone en el lugar de esa persona y le es más fácil acompañarla. Casi te diría que la soledad es una premisa para hacer una novela.

-Por cierto… tiene tres ‘best-sellers’ de intriga, con aroma a ‘El código Da Vinci’ (2006), protagonizadas por un periodista.
-Hasta aquellos años, las letras catalanas eran de alta literatura. No se había hecho un libro como ese, tipo Dan Brown. Martí Gironell y otros autores similares aún no habían escrito los éxitos por los que se les conoce. Había algunas novelas policíacas, pero nadie se había atrevido a hacer un ‘thriller’ tipo James Bond, en catalán. Y, de hecho, el libro estuvo seis o siete meses en las listas de más vendidos. Gustó a mucha gente, y para mí fue un divertimento.

-Reconocerá que los periodistas no somos como su personaje.
-Ni como Tintín, tampoco. Para eso están las novelas, para que pasen cosas que no ocurren en la realidad.

Los ‘Robots de cine’ de Jordi Ojeda

Estamos rodeados de robótica y no nos damos cuenta”, explica este conocido ingeniero catalán, experto en cómics, robótica y ciencia ficción. Aquí le entrevistamos para hablar de seres artificiales, reales e imaginarios, a raíz de la reciente publicación de su libro ‘Robots de cine. De María a Alita‘ (Diábolo Ediciones). Este texto ha sido publicado primeramente en el diario digital Catalunya Plural.

Jordi Ojeda (Barcelona, 1966) es de los pocos especialistas en ciencia ficción que sabe realmente de qué habla y escribe: es ingeniero industrial con un Máster en Producción Automatizada y Robótica por la Universitat Politècnica de Catalunya. Hace una década creó la empresa Rational Time, centrada en algo tan actual como la organización del tiempo de trabajo, que mantiene en standby. Responsable desde hace años del proyecto ‘Cómic, Ciencia y Tecnología‘, en el que usa la historieta como instrumento pedagógico y divulgativo, también es profesor del Departamento de Empresa de la Universitat de Barcelona y ha comisariado diversas exposiciones, las más populares, en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona y el Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya.

-Usted es una rareza: ingeniero, experto en gestión del tiempo y comiquero de pro. ¿De dónde sale?
-Soy hijo de emigrantes andaluces. Mi padre era albañil y mi madre, ama de casa. Currantes que han trabajado toda la vida para que sus hijos pudieran estudiar y vivir bien. De pequeño era muy buen estudiante y un día descubrí que existía la carrera de Ingeniería Industrial, una formación que me permitía dedicarme a casi cualquier cosa.

-¿La descubrió, así, sin más?
-Me gustaba la ciencia. De pequeño decía que quería ser físico. Cuando estaba en el instituto, daba clases particulares de Matemáticas y Física a otros chicos, incluso de clases superiores, lo cual suponía una pequeña fuente de ingresos. Los profesores se enteraron y mi profe de Física, con el que con el que me llevaba muy bien, me propuso acudir a unos seminarios nocturnos que él daba en la Universidad.

-¿Y eso, con sólo 15 o 16 años?
-Sí, pero aunque me esforzaba mucho, no me enteraba de nada, porque eran temas muy avanzados: Física cuántica, Teoría de la Relatividad y similares. Un día, el profe me preguntó si me lo estaba pasando bien. Le respondí que me estaba costando mucho seguirle, pero que no se preocupara, porque me iba a esforzar, con la idea de ser físico como él. Y él, que ya empezaba a ser amigo mío, me miró y me dijo que muchas gracias, pero que él no era físico, sino ingeniero industrial.

-¡Vaya chasco!
-Sí. Casi me dejó hecho polvo. Pero me explicó bien en qué consistía la carrera y donde estudiarla, y decidí que eso era lo que quería hacer. La Ingeniería Industrial de hace 30 años te permitía formarte para muchas cosas. Allí se daban las Matemáticas más difíciles después de Exactas, la Química más difícil después de Químicas y la Física más difícil después de Físicas. Te formabas de manera más generalista y te preparabas para todo lo que vendría después: ¡yo estudié Informática con cartulinas perforadas!

-No me diga…
-Yo entré en la Universidad en 1984 y me convertí en becario de la Escuela de Ingenieros en 1987, con 20 años. Anécdota: ¡yo fui quien sacó de las cajas y montó los primeros ordenadores personales que se compraron en la Universitat Politècnica (UPC)! Ahora puede parecer ridículo, pero en aquel momento, casi nadie sabía lo que era un ordenador. Incluso organizamos visitas de profesores para enseñarles qué era un PC. Pero yo tengo correo electrónico desde 1988, uno de los primeros.

-¿Cómo entraron los robots en su vida?
-En aquella época asistí a un máster de robótica que dirigía Gabriel Ferraté, que era el rector de la UPC. Entonces era el Instituto de Cibernética, que luego cambiaría de nombre. Era todo muy novedoso, con los primeros robots, las primeras computadoras industriales… Y como yo destacaba mucho, me pidieron que coordinara el máster al año siguiente. Yo soy ingeniero, especializado en organización industrial. De ahí que me interesaran los grandes proyectos de esa parcela, la automatización en general, más que la robótica.

-¿Qué leía de pequeño?
-Soy el tercero de cuatro hermanos. Mi hermana es un año menor que yo pero mis hermanos son más mayores: cuando yo tenía 10 años, ellos ya eran unos jóvenes de 18 y 23 años. De ahí que yo crecí con los cómics y libros que leían ellos y con la música que escuchaban, nos llevaban al cine… Así que toda mi vida he visto, leído y escuchado cosas que no eran las propias de mi edad. Y de todas ellas, a mí me interesaba mucho la ciencia ficción, no sólo la tecnológica, sino la sociológica, la que reflexionaba sobre sociedades del futuro, de escritores como Aldous Huxley o H. G. Wells. Entre los 12 y los 15 años, los viernes y sábados iba de ‘caza’ por las bibliotecas de Barcelona en busca de libros raros. Si me hablaban de un libro de Isaac Asimov, por ejemplo, miraba qué otros libros había escrito y dónde los podía consultar.

-¿Y su afición por los tebeos?
-Como le decía, leía muchos cómics gracias a mis hermanos, ya que no tenía dinero para comprarlos. En especial, gracias a uno de mis hermanos, que se casó muy joven, a los 20 años. Sus suegros tenían un quiosco y durante muchos años nos pasábamos la noche del viernes al sábado leyendo todas las novedades de la semana. Eso sí, a las 6 de la mañana, volvíamos a dejar todo el material bien colocado y en perfecto estado.

-¡Qué suerte!
-Pues sí. Hasta que fui a la Universidad y ya no lo podía hacer, porque tenía que estudiar. Pero yo, con 18 años, estaba al día de todos los cómics que se publicaban y vendían en los quioscos: recuerdo en especial el primer número de la revista ‘Totem”, porque en ella salían el Corto Maltés de Hugo Pratt, la Valentina de Guido Crepax, lo mejor de Moebius… ¡Espectacular! ¡Y yo sólo tenía 11 años!

-Leía gratis, pero no tenía tebeos propios…
-No. Hasta que empecé a trabajar de ingeniero y pude comprar mis propios cómics e ir haciendo mi biblioteca. Pero esas lecturas me ayudaron a tener una cultura de la que aún ahora me aprovecho. Cuando acabé la carrera, en 1990, entré a trabajar en el Institut Català de Tecnologia y me empecé a encargar especialmente de proyectos de formación y divulgación. Me interesaba cómo podía explicar mejor la ciencia para que la sociedad la entendiera mejor. Y en 1997 surgió el proyecto ‘Cómic, ciencia y tecnología’, es decir, divulgar la ciencia y la tecnología utilizando como instrumento pedagógico las historietas.

-¿Qué pensaban sus jefes?
-En aquel momento, nadie tenía ni idea de lo que estaba haciendo, porque hubieran pensado que me pasaba todo el día leyendo ‘Mortadelo y Filemón’. De los 22 años que llevo en este proyecto, salvo mi familia y amigos, hace sólo siete u ocho años que lo saben mis jefes; cuando empecé a salir en la prensa, la radio y la tele.

-¿Y le han ayudado?
-Siempre me he buscado la vida. En la UPC ha habido gente que me ha ayudado y jefes que me han puesto todas las trabas del mundo, porque no saben ni qué son los cómics ni entendían la importancia de que pudieras cautivar y animar a estudiar carreras científicas a la gente joven a partir de la lectura de los cómics. Fíjate que, en los años 60, en plena guerra fría, el Gobierno de EEUU pidió a las editoriales que introdujeran motivos científicos y tecnológicos en las historietas, sobre todo en los de superhéroes. Este fue uno de los motivos por los que Stan Lee desarrolló en Marvel personajes que eran científicos. Así, Reed Richards, el líder de los Cuatro Fantásticos, es un científico; Spiderman es estudiante de Química; IronMan es ingeniero… Cuando lees que Hulk era un físico que investigaba los rayos gamma, te interesa saber qué son.

-Pura miopía de esos jefes suyos…
-Es no ver que la cultura popular, como son los cómics, enfocados a cualquier edad, pero especialmente a los jóvenes, puede ayudar no sólo a que estudien ciencias, sino simplemente para adquirir el hábito de la lectura. Yo corrijo muchos exámenes y veo que la gente no sabe leer, no sabe escribir, no sabe expresarse. Tienen problemas de compresión lectora.

-¿Y usted cree que la historieta puede ayudar?
-Para mí, el cómic tiene cuatro usos: como una lectura, un libro de texto, temático, histórico, genérico; como recurso pedagógico, que te ayuda a explicar una lección; como plataforma para estudiar otras disciplinas artísticas, y como herramienta de comunicación, porque un dibujo te permite transmitir o expresar emociones o sentimientos.

-Volvamos al proyecto ‘Cómic, ciencia y tecnología’.
-Surgió en 1996 tras una charla sobre el tema a cargo de Francesc Solé Parellada, un catedrático de Economía que es un gran amante y coleccionista de cómics, a la que únicamente asistí yo. Solé, que había sido profesor mío, me invitó a ir a su casa para enseñarme los cómics que tenía. Fui a su casa y aluciné con su colección. ¡Brutal! Yo le propuse hacer un libro entre ambos con toda aquella documentación.

-No recuerdo un libro suyo así…
-No, no, espera. Como aquello era un trabajo colosal (íbamos con fotocopias, no había ordenadores), le propuse a Solé cambiar el proyecto de libro por algo más sencillo, como una exposición. Y podíamos convencer a algunas instituciones para que nos ayudaran, como el Col·legi d’Enginyers Industrials, la UPC y el Institut Català de Tecnologia. Y en 1997 expusimos en la UPC, en la que sería la última muestra exhibida en su sala de exposiciones.

-¡De esa exposición sí que me acuerdo!
-Sí, porque al año siguiente, en 1998, estuvo en el Salón del Cómic, y viajó a siete u ocho sitios más de Catalunya, casi siempre acompañada de una conferencia que daba yo. Y después, estuvo en Pamplona, Logroño, Madrid, Castellón, Valencia… 25 lugares diferentes hasta el año 2006 o 2007.

-También ha organizado otras muestras…
-Cuando llevamos la expo a Cantabria, en 2006, entre los asistentes se encontraba el responsable de cultura del Puerto de Santander, y nos propuso un proyecto en el que explicáramos la contribución de los puertos al desarrollo histórico, económico y sociológico de los territorios y ciudades donde había. Y este sería el germen de ‘Cómics a puerto’ y ‘Faros de papel’. Del 2007 al 2011 me dediqué a este proyecto, del que salieron exposiciones, libros, conferencias, artículos, congresos.

-Y luego llegaron los robots…
-En el 2011, Carles Santamaría, director del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, me pidió organizar una gran exposición central sobre los robots en el mundo del cómic, que se acabaría titulando ‘Robots en su tinta‘. Acepté con la condición de que el marco no fuera únicamente la historieta, porque los robots en la ficción surgen especialmente de la literatura y se han hecho muy populares en el cine y la televisión, pero son residuales en el cómic. Estuve trabajando en ello todo un año y la exposición se inauguró en la edición 30ª del salón, en el 2012, año que superó por primera vez los 100.000 asistentes. Fue un espectáculo, la mayor exposición sobre robótica que se había hecho en España hasta ese momento.

-Y fue el germen de más exposiciones sobre robots.
-Sí, a raíz de ‘Robots en su tinta’, realicé la exposición ‘Robots de película: de María a Eva’. Ambas son el germen de mi libro, junto a una tercera, pendiente de montaje, que se exhibirá en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT) de Alcobendas (Madrid) a lo largo de 2020. Es un proyecto que inicié en el 2017, pero que tiene ocho años de investigación y trabajo detrás, desde el 2011. Y que, al retrasarse su puesta en marcha, me ha permitido trasladar el trabajo de investigación realizado a este libro.

-¿Todo sobre robots?
-En realidad, sobre el ser artificial. No me podía referir solo a robots como R2D2 y C3PO, de ‘La guerra de las galaxias’, sino que tenía que hablar del tema de forma global. Por ello, empiezo por los autómatas del siglo XVIII y la literatura de ciencia ficción y seres artificiales del siglo XIX (la palabra androide se inventa en una novela francesa). Ya en el siglo XX paso por el teatro, donde se inventó la palabra robot (aunque referida al ‘trabajo esclavo’) en una obra de Karel Capek, en 1921, y el cine, con la María de ‘Metrópolis’, así como la literatura de Isaac Asimov. Hasta los años 80 hablo de robótica de forma cronológica, pero después hablo también de cíborgs, exoesqueletos, drones, la realidad aumentada…

-¿Para usted, cuál es ese primer ser artificial?
-El que marca el inicio de la ciencia ficción moderna es la criatura de Frankenstein en 1818, el primer robot biológico, porque tal y como aparece en la novela de Mary Shelley, se crea a partir de trozos de varios cadáveres. Fíjate que en ‘Avatar’ (2009), una película tan interesante como taquillera, los cuerpo azules de los na’vi que usan los protagonistas no dejan de ser unas fundas con el cerebro de esos humanos. En el fondo, son robots biológicos.

-¿Están todas las películas del género?
-No. El libro no es completista, sino que destaco las películas que yo creo que son interesantes para el lector con una serie de salvedades: no salen muchos títulos orientales ni de animación porque es probable que escriba una segunda parte sobre el cine asiático y el anime japonés. Como no se trata de un encargo, utilizo un lenguaje divulgativo para todos los públicos. Y lo he dividido en muchos capítulos para facilitar su lectura y consulta posterior.

-En el libro hay títulos buenos y otros, más regulares.
-Es que no hago crítica de cine, sino que hablo de robots de película. Podría estar todo un día hablando de ‘2001’ (de hecho, el año pasado impartí un curso de 20 horas sobre esta película de Kubrick), pero en el libro sólo hablo de HAL.

-El prólogo lo firma Kike Maíllo, el director de las películas ‘Eva’ y ‘Toro’.
-Cuando Kike estaba a punto de estrenar ‘Eva’ en el Festival de Sitges del 2011, yo era jurado en aquella edición. Nos conocemos y hemos ido coincidiendo en diferentes conferencias y presentaciones. Le comenté lo del libro, le envié el texto y me dijo que le había gustado mucho y que no tenía ningún problema en escribir el prólogo. Que lo haya hecho le da una pátina de calidad, de que haya confiado en mi. También fue importante para el editor y para la promoción del libro, claro.

-¿Podemos sacar alguna conclusión de su libro?
-Que cada vez más estamos rodeados de robótica y no nos damos cuenta. Mira tu móvil: funciona con inteligencia artificial. Por eso, este no es solo un libro sobre robots en el cine, sino una reflexión sobre tecnología y el concepto de criatura artificial. Todo nuestro entorno, hasta nuestro ocio, tiene relación con la robótica. Es fácil imaginar que dentro de unos años podamos hacer una réplica de nuestro cerebro y tener una copia de seguridad en internet. O podríamos tener una impresión en 3D de nuestro cuerpo, una funda, como en ‘Avatar’. Pues quizá esto ocurra dentro de 20, 50 o 100 años. Y todo esto, en la ficción, ya lo ha plasmado alguien de alguna manera, como Richard K. Morgan, en ‘Altered Carbon’ (2002) y que Netflix ha convertido en serie (2018).

Entrevista con Rosa Ribas

Nacida en El Prat de Llobregat, cosecha de 1963, y afincada en Frankfurt desde 1991, Rosa Ribas es una de esas escritoras catalanas que escribe en castellano y que, a la chita callando, se ha labrado una trayectoria novelística en la que destaca una tetralogía policiaca ambientada en Alemania y una trilogía donde lo policial, lo periodístico y lo social cristalizan en la Barcelona de los años 50. Los temas de la identidad y la emigración están presentes en toda su obra. También es columnista en ‘El Periódico de Catalunya’. Esta entrevista, en formato reducido, la he publicado recientemente en el diario digital Catalunya Plural. Ese texto más corto es el que he mantenido en la versión catalana de esta misma entrada.

¿Qué le hizo emigrar a Alemania?

Yo había estudiado Hispánicas  en la Central de la Universitat de Barcelona y estaba trabajando en institutos, dando clases, que es lo que generalmente hacen los filólogos, a la espera de obtener plaza fija. Me surgió la oportunidad de ir a Alemania gracias a una chica alemana que había hecho un Erasmus aquí y se volvía a su país. Y yo quería ver mundo antes de sacar las oposiciones y ser profesora de instituto, porque me entró un agobio al pensar que toda mi vida ya estaba trazada. Fue algo claustrofóbico. Como me interesaba la cultura alemana, pensé que estaba bien ir a Berlín, estar un año, aprender el idioma y su cultura, y después ya veríamos, antes de meterme en la jaula…

Al menos tenía un contacto para no ir perdida.

Sí, tenía esa amiga, Eva, que también era filóloga, una hispanista que habla un español excelente. Pues resulta que un día me dice que sus padres tenían en Kassel, una ciudad de provincias en el centro de Alemania, una pequeña editorial especializada en teatro barroco español, la más prestigiosa en la obra de Calderón de la Barca. Y me invitó a acompañarla. Allí me presentó a su hermano, Klaus, que vivía en Frankfurt, y ya llevo 27 años con él.

¡Amor a primera vista!

Absolutamente. Pero, claro, es que es una familia de hispanófilos total. Mi suegro, Kurt, que murió hace 10 años, era un gran conocedor de la obra de Calderón, había editado los autos sacramentales completos y publican ediciones críticas. Ahora es Eva quien lleva la editorial de mis suegros, junto con su marido, que es español. Y ambos tienen un tercer hermano, que vive en Bilbao, está casado con una vasca y habla euskera perfectamente.

¡Impresionante!

Nunca pensé que iba a caer en medio de esta familia alemana, absolutamente apasionada de la cultura hispánica y de nuestra época barroca. Cuando Klaus me presentó a sus padres, creo que mi suegro debió pensar «a esta nos la quedamos». Así, cuando iba a Kassel, tenía una pila de textos para corregir, porque él escribía un español maravilloso, pero le gustaba que le diera una última revisión. Y mi suegra, que ahora ya es muy mayor y está en una residencia, es una experta en las ediciones de Lope de Vega.

¿Y una editorial así puede sobrevivir?

Llevan más de 30 años en el sector y tienen más de 500 títulos publicados. Exportan mucho a España, a Latinoamérica, a universidades de EEUU, y hacen ediciones pensadas para bibliotecas, de tapa dura y cosido, porque son unos libros que van a ser muy usados, muy manejados. Son muy buenas ediciones.

¿Cómo empezó a escribir novela?

A mi suegro, que era renano,  más carnavalero y barroco que mi suegra (más prusiana), le agradaba contar historias mientras comíamos. Un día nos explicó un descubrimiento que había hecho: un cuadro, que está en El Prado, cuya historia es fascinante [se refiere a ‘Degollación de San Juan Bautista y banquete de Herodes’]. Le dije si podía usarla y de ahí salió ‘El pintor de Flandes’ (2006), una novela histórica que fue mi primer libro publicado, aunque yo había escrito otro, que no se editará nunca, porque es malísimo, aunque fue muy terapéutico…

Explíquese…

Sí. La escribí mientras trabajaba en el departamento de Románicas de la Universidad de Heilbronn, que era muy pequeñito. Llevaba 10 años viendo a la misma gente y, a veces, conoces a individuos de esos de los que piensas en qué bien si se cayera por unas escaleras… Bueno, mejor que no; mejor que escribas una novela policiaca en la que un profesor que viene de visita de Barcelona se carga al tipo ese y tal… Y así, medio en coña, empecé a escribir esa historia, que era muy mala, pero que a mí me sirvió para recordarme que lo que yo había querido ser siempre era ser escritora.

¿Pero usted ya había escrito antes?

Siempre había escrito, pero nunca me había atrevido a publicar nada ni a enseñar nada. Terminé esa policiaca y vi que era capaz de escribir una historia de 300 páginas. Pero de esa gran montaña de papeles, que no publiqué, nacería la comisaria Cornelia Weber-Tejedor. Como el protagonista era un profesor español que estaba en Frankfurt, necesitaba un personaje binacional, que hablara los dos idiomas. Y así nació Cornelia como personaje secundario, hasta que, más tarde, empecé a escribir novela policiaca.

¿Cómo fue recibido ‘El pintor de Flandes’?

Yo era una autora desconocida, con lo que tuvo una recepción limitada, pero me abrió las puertas. Me publicaron muy rápido, porque la editorial tenía un hueco en el catálogo, y curiosamente, a posteriori, es la novela mía con más ediciones: desde el 2006, ha salido en tapa dura, en bolsillo, en Planeta, en Random House y cinco ediciones de quiosco, porque me la compraron El País y El Periódico… Es una campeona.

En esa novela también existen luchas políticas intestinas.

Era el paradigma de la lucha entre la vieja política y la nueva: la del conde de Olivares, más tradicional, la de la corrupción y el mangoneo, frente a la del conde de Villamediana, más moderna. Bueno, esta es mi interpretación de los personajes. Este último, que pertenecía a la familia Tassis, que dominaba el correo en toda Europa, era el que manejaba y tenía la información, sabía todo lo que pasaba y jugaba esa baza. En el fondo, es como ahora: quien tiene la información, tiene el control. Como pasa en internet: saber cosas de la gente, vale más que su dinero.  Mira el comisario Villarejo…

Bueno… saca a la luz muchos trapos sucios, pero no pasa nada, no dimite nadie…

Sí, parece como si estuviéramos cauterizados: ya no nos choca nada, no nos afecta nada…

¿Cómo se definiría usted como escritora?

Yo soy autora de trama. Me gusta que pasen cosas. Me gusta la novela con historia. Una trama necesita una estructura, saber a dónde va, una curva dramática, llegar al lector, engancharle con lo más elemental de la narración, que es un qué pasó. Me gustan los finales fuertes, personajes potentes, aunque sean despreciables, como el Tom Ripley de Patricia Highsmith.

¿Cómo pasó del género histórico al policiaco?

De hecho, aquella mi primera novela fallida ya era policiaca.

Sí, sí, perdone. Me refiero a ‘Entre dos aguas’ (2007), claro.

Esta segunda novela policiaca mía nació de una imagen. Yo iba en el autobús y vi algo, como un cuerpo, flotando en el Meno, el río que cruza Frankfurt. Fue entonces cuando imaginé esa parte de la historia y hasta el nombre de ese personaje asesinado: se llamaría Marcelino Soto, un español que emigró a Alemania en los años 60. Y pensé las dos preguntas que sirven para iniciar una novela policiaca: quién lo mató y por qué.

El tema de la emigración, que a usted tanto le tira…

Es que me interesa mucho el tema de la identidad. Yo he trabajado en la Universidad con muchos chicos hijos de emigrantes. En Frankfurt somos extranjeros un tercio de la población. Y se dan las mezclas más curiosas que se pueden encontrar. Fue entonces cuando, de pronto, pensé en retomar a aquella comisaria hispano-alemana de segunda generación y que investiga quién mató a un emigrante de los que hicieron el proceso de la emigración dura, la de quienes viajaron en los trenes borregueros de la época y que nunca se han planteado la cuestión de si son españoles. Son los hijos de estos últimos, los que ya nacieron allí, quienes se mueven entre dos culturas. Son muy interesantes. Y aunque no quieran, se ven enfrentados a la pregunta de quién eres. Cómo se posicionan, a veces entre hermanos, uno más alemán y otro más griego, turco o italiano, por ejemplo. Yo no me había cuestionado ni preocupado de todo esto hasta llegar a Alemania. Y lo volqué en esta novela en el personaje de Cornelia. Esta, al principio, se presenta a sí misma como policía alemana, pero poco a poco se le revuelve su interior y no puede negar que le afecta también la parte española, la que representa su madre.

Pues ya lleva cuatro historias con el personaje…

En realidad sólo quería escribir una novela. Pero me enamoro de los personajes y pensé que tenía que acompañarla un poco más.

¿Habrá alguna aventura más de la inspectora?

De las novelas que no están hechas, nunca hablo. No, no, no.

¿Pero habrá más casos?

Ah, sí, sí. Voy a escribir más, pero no de momento. Escribir de Cornelia me gusta mucho, porque es como volver a casa. Tomas a este personaje, con el que llevas cuatro novelas, conoces a su familia, a todos sus amigos; conoces su barrio… Pero, por otro lado, se me van ocurriendo otras muchas cosas. Y como las novelas de Cornelia ya las sé hacer, prefiero escribir algo nuevo. 

¿Quién se parecería más a usted: la inspectora Weber-Tejedor o la periodista Ana Martí?[el personaje protagonista de su trilogía ambientada en los años 50]

En realidad, yo sería más ‘La detective miope’.

¿Lo dice por su miopía?

Y por muchas cosas más. A veces me dicen que tengo cosas de Cornelia, de Ana, de Beatriz… En realidad, todos los personajes tienen algo de ti. Pero, si me preguntan al que más quiero, es a esa loca, Irene Ricart, la protagonista de ‘La detective miope’: es la que más se parece a mí. Pero, en efecto, tengo 25 dioptrías en cada ojo. Me operaron y llevo unas lentes intraoculares. Pero no deja de crecer, aunque sea despacito.

Hábleme de esa novela, que pronto será adaptada al cine.

Es una novela que escribí con una alegría como nunca he escrito nada antes. Salió de mis cuadernos, de cosas que siempre apunto: un reportaje sobre una granja de arañas en Arizona; otro sobre el origen del vals vienés como música nacional hawaiana… Quedé fascinada, sobre todo por unas viejas fotos de príncipes y princesas maorís, con sus ropas maravillosas, sus trajes tipo Sissi, sus bandas, sus tirantes, sus faldas. Todo ello estaba en mi libreta. Y no recuerdo el momento exacto, quizá el día en que fui al oculista y me dijo que tenía otra dioptría más, cuando se me ocurrió la historia de una detective privada cuyo marido, mosso d’esquadra, e hija de 10 años han sido asesinados.

Una historia de venganza, pues…

Me gustan mucho las historias de venganza. Encontré, además, una voz en primera persona, que no había utilizado otras veces, y la trama salió sola. Tenía mi planificación, claro, pero todo fue saliendo de forma muy fluida. Tenía los casos y cómo los resuelve. Y había leído algo sobre la hipótesis de los  seis grados de separación…

¿Alguna anécdota en especial?

Una muy divertida. En la historia, puse un caso que se desarrolla en El Prat y en el que sale mi hermana como una mujer que pasea a su perro. Pues cuando se publicó el libro, mi hermana me dijo que no sabía la que había liado. Hay un personaje que piensa que es el fruto de un supuesto lío entre su madre y un hombre negro, y los vecinos estaban dándole vueltas y buscando  si me refería a un empleado del Banco de Sabadell o al de La Caixa, cuando era todo inventado.

En todo caso, parece una policiaca atípica.

Tienes todos los elementos de una novela negra, pero lo importante ella, su proceso, su locura, su miopía metafórica. Yo diría que es una tragicomedia melancólica, con personajes muy disparatados y, al mismo tiempo, muy humanos y tristes. Son personajes que viven sus obsesiones que, si te los miras de cerca, son muy raritos, unos frikis.

Me recuerda las historias de los hermanos Cohen.

Sí, sí, es muy ‘Fargo’, una película maravillosa, con momentos de gran brutalidad y sordidez, pero también es muy divertida. Me gustan ese tipo de historias. Por eso te decía que esta es mi novela favorita, con todos sus defectos.

Hábleme de su colaboración con Sabine Hoffman en la trilogía de Ana Martí.

Yo ya había escrito un par de ‘Cornelias’ cuando entre varios hicimos un librito-homenaje a una amiga muy querida que dejaba de la universidad, una profesora auxiliar a la que no se le renovó el contrato después de 15 o 20 años dando clase. Cada uno escribía lo que quería: poemas; relatos, ensayos… Yo estaba entonces dando un seminario sobre la gramática de Antonio de Nebrija junto con Sabine Hoffman, una filóloga doctorada en francés y español, y decidimos escribirle un relato de ficción a cuatro manos. Un cuento de unas 20 páginas en el que nos divertimos mucho y que nos llevó a pensar en hacer algo juntas con más empaque. Yo llevaba mucho tiempo con ganas de escribir una novela donde la filología, el conocimiento, la lengua y la literatura estuvieran en primer plano, y se lo comenté a Sabine. Queríamos que el protagonista fuera una mujer y fuimos ajustando el periodo hasta llegar a los años 50, que me parecía la época más interesante, la de los silencios, la de la juventud de mis padres. Y en la España de Congreso Eucarístico Internacional, que tuvo lugar en Barcelona en 1952, cuando se hizo una limpieza de pobres y delincuentes que fueron a la cárcel para que no se viera la miseria de la ciudad. Iba a ser solo una novela y con Sabine, que no había escrito aún ninguna, compartimos todo el proceso de aprendizaje. Nos documentamos e hicimos juntas el esquema, que era mucho más embrollado que mis obras anteriores. Cada una iba a escribir en su idioma, algo que deja muchos costurones en una novela. Así que decidimos que habría muchos personajes con una perspectiva propia. Y los capítulos nos los repartimos de forma que cada una tenía un paquete de personajes.

¿Cuáles, cada una?

Eso no lo decimos nunca [sonríe]. Teníamos cada una nuestros personajes y comentábamos: esto que está pasando, ¿qué personaje está en la mejor posición para contarlo? Pues esto, mejor que lo cuente Ana, y esto otro, Beatriz, y aquello, el inspector Castro… Así podía pasar que yo escribiera tres capítulos seguidos y luego fuera Sabine. Buscábamos fotos: a ver, qué pinta puede tener Castro. Mirábamos imágenes hasta que encontrábamos al personaje. Por deformación profesional, casi todas las fotos eran de escritores, que no saben que su alter ego era el poli facha [ríe]. Mira: esta es nuestra Ana Martí [y Ribas muestra una foto en su móvil]. Físicamente sería como mi tía Anna a los 18 años. Era guapísima, y ahora sigue siéndolo con 65 años. Y así fuimos trabajando. Cada tantos capítulos, nos los enviábamos. La una los leía, revisaba, corregía y se lo devolvía a la otra. ¡¡Y me pillaba unos rebotes!! La parte teórica es más fácil, pero la parte de escritura es muy personal y discutíamos. Pero al final llegábamos a un consenso.

¿Y el acabado final, el estilo?

Una vez redactado el manuscrito completo, yo traduje todos los capítulos al castellano y Sabine, al alemán.  No sé si sabes que la mirada del traductor es la más hipercrítica, la más inclemente. Lo ven todo. Leen la novela globalmente y luego, frase a frase. Los textos de Sabine pasaban ya no por mi mirada de escritora, sino de traductora. Y al revés. Finalmente, después de la edición y traducción, tuvimos una última s fase de pulido, que era donde eliminábamos el rastro de la otra: Sabine no existía como escritora en castellano y ella era la responsable única de la versión alemana, donde tenía que poner un poco más de información muy sutil para que un alemán pudiera entender cosas de aquella época. Una vez hecho esto, mandamos el libro a nuestro agente. Hubiera sido muy poético que se hubiera editado a la vez en España y Alemania, pero ahí es donde ves cómo funciona la industria editorial en un país y el otro. Siruela compró la obra en castellano y, como les gustó mucho, incluso adelantó su fecha de salida. En alemán lo adquirió Rowohlt, que dijo que la publicaría en año y medio, porque sus catálogos y programas ya estaban hechos.

Deben ser ustedes un caso único…

Sí. Somos las únicas que trabajamos a cuatro manos en dos idiomas. Y la única en novela policiaca, que es muy estructurada. 

Curiosamente, después de hacer debutar a Ana Martí como periodista de La Vanguardia, en ‘El gran frío’ se la lleva al Maestrazgo, para escribir un reportaje sobre una niña con estigmas para  ‘El Caso’.

‘Don de lenguas’ funcionó muy bien y rápidamente se planteó hacer una trilogía, y la editorial nos animó a hacerlo. No quisimos repetir la fórmula y nos llevamos a Ana fuera de Barcelona y la dejamos sola en un pueblo perdido de Castellón. Mis abuelos son de allí, así que me lo conozco bien. La metes en un caso totalmente diferente y la usas como única voz narradora, salvo los incisos de un chico, algo así como el tonto del pueblo, que tiene un discurso muy limitado, pero que es el que te está contando lo que realmente pasa en el lugar. Ese era el desafío. Y también cambiamos de técnica, porque la novela anterior nos llevó tres años y medio.

Yo la veo casi como una novela de terror, en un lugar aislado por la nieve, como pasaba en la película ‘El resplandor’ de Kubrick.

Sí. Y me gustó mucho hacerlo. Las escenas donde ella está sola en esa casa, en ese pueblo del que no puede salir, procedían de otra novela que al final no escribí. La idea del pueblo aislado es el terror, directamente. Estás encerrado y no puedes salir. Y eres la forastera, a la que todos miran, la que igual va a romper la fea paz que tienen, en ese pueblo de estructura medieval, donde sigue existiendo cierto feudalismo… En la tercera volvimos a cambiar de estilo, con Ana y Castro como voces y Beatriz que pone el bajo melancólico, el que dice es la última, nos estamos despidiendo. Y un epilogo para cerrar. Las tres novelas son diferentes.

¿Tuvo menos éxito la segunda que la primera?

Con perspectiva, para mí la segunda es la mejor, literariamente. Y si nos fiamos de la recepción, de los comentarios críticos, es la más intensa, la mejor de las tres, la más oscura, la más dura y terrible. La primera sorprendió mucho, por las dos mujeres, por la filología. Fue la introducción. La segunda es la mejor novela, la que tiene más críticas positivas. Y ‘Azul marino’, la tercera, es quizá la que tienen un trabajo más denso estructuralmente y es la más melancólica. Recibió menos atención. En una serie vas teniendo una pérdida de lectores.

¿Se han acabado las aventuras de Ana Martí?

Sí. Es que dijimos siempre que era una trilogía. En la primera era una joven a la que habíamos hecho periodista y no la íbamos a dejar así. Tenía mucho recorrido y lo que importaba era su evolución. La novatilla que tiene su gran oportunidad en ‘La Vanguardia’. Como ha sido tan buena, la echan, se va a ‘El Caso’ y la endosas el reportaje más feo y duro. Y en la tercera es una periodista más experimentada y también un poco desilusionada, porque ha tocado techo. Por eso en el epílogo final dejamos al lector con la idea de qué va a ser de ellas. Ana sería ahora una señora de más de 80 años.

¿Quizá escritora?

Puede que sí. Cuando hice la promoción de esta novela, un periodista que me entrevistó me dijo algo muy bonito: que se imaginaba a Ana Martí pronunciando el pregón de la Mercè. Y pensé: mira, Ana Martí está viva. Cuando te dicen algo así, te la imaginas. Pero, claro, es dejar al lector que se haga su película, se las imagine y piense en las vidas de los personajes. También he de decir que escribir a cuatro manos es muy cansado. Es mucho más trabajo.

¿Que diría Ana Martí de lo que pasa ahora en la prensa?

Quien ha tenido un recorrido como el suyo, seguro que escribiría otra vez. Sería una instancia moral, una voz respetada que dice lo que ve.

¿Esta Ana Martí sería unionista, federalista, independentista?

Ana Martí es demasiado inteligente: es federalista.

En ‘Pensión Leonardo’ cambió de nuevo de época.

Si, a los años 60. Mi idea era retomar historias familiares. Mis abuelos tuvieron una pensión en El Prat, aunque yo no la llegué a ver, que era punto de llegada de muchos emigrantes que llegaban para trabajar en La Seda, en la Papelera. Era una pensión solo de hombres. Y debajo estaba la taberna. Siempre me ha interesado el tema del desarraigado, que se mueve en una cultura ajena. Es un contínuum en todas mis novelas. Y a través de la niña protagonista descubrimos cómo era la España de esa época. Es una de mis novelas favoritas.

¿Ya ha acabado alguna novela más?

Es una historia familiar, de las que me gustan, en la que también he incluido una trama policial, pero esta vez en segundo plano. No habrá muertos, pero sí misterios y secretos. Acabo de entregarla a la editorial.

¿Cómo ve el momento actual, con el creciente voto a la ultraderecha, como en Andalucía?

Cuando veo como está el patio, me acuerdo de un artículo de Juan Goytisolo de hace muchos años, en El País [‘¡Quién te ha visto y quién te ve!’], en el que hablaba  sobre nuestra desmemoria. Hemos sido un pueblo de emigrantes, y durante los pocos años que fuimos ricos, y éramos los que decidíamos, nos volvimos tan asquerosos  como los nuevos ricos. Goytisolo hablaba de El Ejido, de la xenofobia y el racismo. Después de un tiempo en que eso parecía olvidado, hemos vuelto a ser asquerosos e insolidarios. Y eso se hace cultivando y regando el miedo de la gente a perder las cosas, a pensar que te lo van a quitar todo, cuando olvidan lo que ha significado para muchos lo que ha sido la emigración, que la gente no se va de sus países ni por gusto ni por joder a nadie. Se van porque están muy mal.

Como quienes emigraron a Alemania…

Nosotros ya hemos pasado esto. Quién no tiene un pariente que tuvo que emigrar a Alemania, a Francia, a Suiza… Parece que no aprendemos. Y esto lo ves incluso en los emigrantes de primera generación. En la primera novela de Cornelia, hay un momento en el que la madre, que es una emigrante, que las ha pasado putas, llega a decir “y esta gente, ¿a qué ha venido aquí?” Viene a decir eso de “no cabemos más”, “no son como nosotros”. Somos así de brutos y muy fáciles de sugestionar por el miedo. De ahí el auge de la ultraderecha. Alemania es el país de Europa que más emigración recibe y que necesita gente que vaya allí a trabajar y también porque su población autóctona está envejeciendo. Pues, pese a ello, se oye eso de “nos van a quitar el trabajo”. Pero si les necesitamos… Y lo más triste es que donde más racismo hay es en los estados con menos emigración, como Sajonia, donde había un porcentaje muy bajo de emigrantes. Es un miedo creado artificialmente  a base de que “todos son delincuentes” o “maltratan a sus mujeres”. En Alemania, en efecto, también hay violencia doméstica, pero la mayoría de los agresores son alemanes;  el machismo está en todas las clases sociales. Pero es el discurso que criminaliza a los emigrantes y que está ganando adeptos cada día que pasa. Esa gente es muy crédula, muy cateta… porque, en el fondo, es un problema de falta de cultura. Si a eso le sumas la crisis económica y la desinformación, y la gente cae de patitas.

¿Y la situación actual en Catalunya?

Me apena mucho. Cuando pasó todo, pensé que peor no podía ir y que ahora la gente entraría en razón. Pero ya ves. Hay tantos errores, uno detrás de otro, y por todas las partes, y todo es tan visceral e irracional que llega hasta niveles de lo absurdo. Y cuando vives fuera piensas que todo es tan insignificante, tan micromundo… es un tema del que allí casi ni se habla ni se ve.

Escritor prolífico

Esta mañana me ha llegado un nuevo mensaje de José Luis Muñoz Jimeno, un escritor que me suele enviar noticias referentes a presentaciones de sus libros, entradas en su interesante blog
El correo se titulaba «cumplo 40 años» y me ha llamado la atención. Se refiere a la presentación, este jueves, 3 de marzo, de ‘Ascenso y caída de Humberto da Silva’, su última novela, en una librería de Barcelona.
Repaso su biografía y veo que es algo mayor que yo (él es de 1951). Y me da la sensación que esos 40 son los libros, que no años, publicados durante su carrera literaria, que creo empezó en 1985, con el premio Tigre Juan y la novela ‘El cadáver bajo el jardín’, que Júcar le publicó en 1987.
En todo caso me asombra este autor, porque yo soy un mero mercenario de la escritura desde hace casi esos mismos años, dentro del periodismo: sé lo que cuesta redactar una noticia, una crónica, una entrevista o un reportaje. Y últimamente, hasta lo que significa escribir un libro.
Aunque los tráilers de sus libros necesiten mejorar, este Muñoz es un tipo a admirar, sí.

Indiana Jones en Venecia

Como acabo de encontrar en internet a un fan de como yo de escenarios de películas y estamos en las fechas indicadas, os dejo aquí este regalito de Navidad: un fragmento del capítulo que he dedicado a Indiana Jones en mi libro Venecia de cine y el vídeo de Youtube que lo describe.

Quizá recordaréis que Indiana Jones y su amigo Marcus toman un avión hacia Venecia en busca del padre de nuestro héroe, Henry Jones. Ambos toman un vaporetto del que desembarcan junto a la Basílica de Santa Maria della Salute y allí se encuentran con la doctora Elsa Schneider.

Los tres se adentran en el barrio de Dorsoduro y caminan por la Fondamenta Gherardini, cruzan el Ponte dei Pugni y continúan por la otra parte del mismo muelle hasta llegar al Campo San Barnaba.

Elsa Schneider quiere enseñarles a Indiana y a Marcus la biblioteca donde Henry desapareció mientras buscaba pistas del Santo Grial en la sección de mapas de la ciudad. La imponente fachada de la iglesia de San Barnaba, con la torre de ladrillo detrás de esa biblioteca de ficción.

En efecto, San Barnaba ya no es una iglesia, sino que ejerce la función de sala de exposiciones, con una muestra permanente dedicada a las máquinas de Leonardo da Vinci.

Tras una serie de peripecias en su interior (tumbas, fuego, agua y ratas), Elsa e Indiana logran escapar a través de una alcantarilla, que abren en medio de las mesas de un café de la plaza y salen corriendo, perseguidos por los defensores de la Hermandad de la Espada Cruciforme.

Digamos que el Campo San Barnaba también ha sido el escenario de otras muchas películas, en especial de Locuras de verano, de la que hay también otro capítulo en el libro y que podéis hojear íntegramente y comprarlo, si os apetece, en la web de la editorial Ecos. También lo tenéis en Amazon, El Corte Inglés, La Casa del Libro, Fnac, Apple y Google Play.

Elsa e Indy aparecen junto a la Calle de Santa Lucia y los muelles industriales de Venecia, deonde se inician las escenas de una persecución en lanchas por unos canales. Ah… pero el viajero no encontrará esta localización: la verdadera calle de Santa Lucia desemboca en el Rio Terà Lista di Spagna y la Ferrovia. En cambio, en la ficción de Indiana Jones y la última cruzada, esa escena fue rodada en los citados estudios Elstree, días antes, en Inglaterra.

Después de la pelea entre Indy y Kazim, con la gran hélice de un barco detrás de ambos destrozando una de las barcas, la otra motora vuelve hacia el centro tras pasar frente a algunas localizaciones venecianas reales, como el Canal Lavraneri, un lugar situado en la parte trasera Sacca Fisola, una zona tan alejadas que prácticamente no la pisan nunca los turistas. Una vez en el canal de la Giudecca, la barca se desliza frente al hotel Hilton Molino Stucky Venice, que ocupa el imponente edificio de una antigua firma harinera.

La escena finaliza en el Gran Canal, a la altura del Puente de la Accademia. Detrás de los dos hombres, que hablan del Grial, van desfilando lentamente las fachadas de algunos de los palacios de ambos lados, como el Palazzo Venier dei Leoni, que alberga la Colección Peggy Gugenheim, y la bonita fachada del Palazzo Barbarigo. Finalmente, Indy deja desembarcar a Kazim en el muelle del Palazzo Barbaro, donde le explica que su padre está retenido por los nazis en un castillo fronterizo entre Austria y Alemania.

La mejor forma de admirar esos palacetes al borde del Gran Canal es, lógicamente, en una embarcación: la más barata, el vaporetto. También se puede acceder a los muelles más cercanos para observar los edificios desde la orilla contraria. Por ejemplo, el más cercano al último lugar es el Ponte dell’Accademia, mientras que la mejor perspectiva del Guggenheim puede ser desde justo enfrente, en la Fondamente del Traghetto de San Maurizio, muelle al que se puede llegar a través de la Calle Dose da Ponte, no muy lejos de la Piazza San Marco.

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