He de reconocer una afinidad personal hacia Fernando Trueba. El cineasta, que acaba de cumplir 67 años, prepara el rodaje de una nueva película animada junto a su amigo Javier Mariscal, con quien parió la premiada ‘Chico y Rita‘, una de las historias más bonitas y tristes que ha dado a luz el cine de animación en España.
Pero esa simpatía que tengo hacia Trueba no es de ahora, ni proviene del hecho de que sea un director con una carrera de 18 títulos a sus espaldas, ni de que ganara el Oscar (el segundo español, tras el de Garci) por la magnifica ‘Belle Époque‘ (1993) ni por la reciente y estupenda ‘El olvido que seremos’ (2021). Viene del año 1982. Os lo explico.
Como os decía en una entrada anterior, 1982 fue el año de mi debut en El Dominical de El Periódico. Como colaborador, le proponía temas que a mi jefa, Margarita Rivière, que en general aceptaba. Algunas veces me sugería reportajes que precisaban cierta urgencia y para los que no tenía manos y otras le proponía yo entrevistas, que era mi género preferido.
Una de mis propuestas fue entrevistar a Fernando Trueba (Madrid, 1955), que había sido un ameno crítico de cine en el diario ‘El País’ y había logrado un gran éxito comercial, año y medio antes, con su primer largometraje como director, ‘Ópera Prima’ (1980), y también para charlar con su protagonista, Óscar Ladoire (Madrid, 1954).
Este actor –accidental, como él mismo se consideraba– había sido premiado en el Festival de Venecia por su papel, logró un Fotogramas de plata y desarrolló posteriormente casi toda su carrera como intérprete. Esos días, acababa de rodar su debut como realizador, ‘A contratiempo’ (1982), filme que estaba montando y se estrenaría durante ese mismo año.
Cogí un autobús (era el transporte más barato que podía permitirme), me planté en Madrid y fui a verles a la sede de su productora. Aquí os dejo el contenido de aquella conversación.
La entrevista con dos ‘locos por el cine’
Nacieron en Madrid hace 27 años y dicen que aún no han ido a la mili. Pueden vanagloriarse, a pesar de su humildad, de haber triunfado en el Festival de Venecia, donde recibieron la mayor ovación de su vida y el premio al mejor actor; o en el Festival de Chicago, donde les escribieron la mejor crítica que nunca leyeron de su ‘Ópera Prima’. Fernando Trueba y Óscar Ladoire, tanto monta, monta tanto, están a punto de estrenar el primer largometraje del segundo de ellos.
Cuando Trueba viene hacia uno, alto, ligeramente desgarbado, con su chaqueta de punto abierta ante su paso rápido, no puedes dejar de pensar en los andares de Groucho Marx o en aquel Ben Turpin, competidor de Charlot en muchas de sus películas mudas.
Me descubre, algo despistado, y me lleva amablemente junto al Citroën GS blanco que han utilizado en la película de Ladoire. También alto, delgado, con la pinta de progre que apuntaba en ‘Ópera Prima’, el actor tiene cierto aire de playboy, acentuado por su cabellera rizada, sus ojos azules y su ropa de profe universitario.
El gran piso que sirve de sede a la productora, Ópera Films, también es el domicilio de la revista de cine [‘Casablanca‘, nacida en 1981 y desaparecida tres años más tarde] que dirige Trueba y punto de reunión de sus muchos amigos. Justo enfrente de la puerta de entrada, un enorme póster de Woody Allen cubre toda la pared.
—¿Cómo os interesasteis en el cine? ¿Cómo empezasteis?
—Hombre –responde Fernando Trueba–, en esto hay que remontarse a un montón de años. Siempre se dice que viendo cine. Y es la verdad. Recuerdo que de crío y luego, cuando no íbamos a las clases de la facultad, nos pasábamos las mañanas en los cineclubs y por la tarde en la Filmoteca…
—Y empezar –añade Óscar Ladoire–, lo que se dice empezar, pues con el superocho. Yo he rodado kilómetros de superocho.
—Yo llegué a tener casi acabado un largo –dice Trueba— pero, lo de siempre, faltaron pelas…
—Con la aparición de la Facultad de Ciencias de la Información, rama Imagen, por supuesto, pensamos que sería como en la Escuela Oficial de Cine y que podríamos rodar gratis –comenta irónico Ladoire.
—Pero tampoco había otra cosa en aquel momento. Entrar en un rodaje, entonces, era algo impensable. No conocías a nadie.
—¿Cuándo os conocisteis?
—En primero –responde Trueba— nos conocimos toda la gente que luego hemos hecho los cortos juntos y que han trabajado en las películas o están en la revista, como Antonio Resines, Carlos Boyero, Felipe Vega, Juan Molina…
—¿No habéis terminado la carrera, verdad?
—Bueno, a mí me queda una de quinto, que no creo que apruebe nunca. Había un fulano que… –dice Ladoire, mientras Trueba le interrumpe, entre curioso e indignado.
—¿Y como hiciste para aprobar más asignaturas que yo? A mí me quedaron un par de tercero y cuarto.
Entre ellos se desata una divertida pugna sobre sus respectivas capacidades intelectuales, que se salda rememorando sus primeros trabajos prácticos.
—En segundo –dice Trueba— y al margen de la facultad, hice un corto en blanco y negro, en 16 mm. Como no teníamos dinero, estuvo en el laboratorio todo un año. Y hasta cuatro años después no lo doblamos. Imagínate a Carlos y a Óscar, beodos ellos, intentando sincronizar voz e imagen… Bueno, ninguno de mis cortos ha pasado de un día de rodaje. Y hasta los dos últimos, sin electricista ni nada. Con luz natural o una bombilla y un flexo. En total, rodé cinco.
—Pues el primero que yo rodé –añade Ladoire— fue un desastre. Fernando hizo de protagonista. La historia iba de un melómano de Bartok, pero no sé si llegó a estrenarse.
—Fue el único papel protagonista que hice –señala Trueba, entre compungido y divertido–. Todos hacían de actores, excepto yo, que como era muy feo, solo aparecía de secundario. Sin embargo, Óscar, sin quererlo, ahí le tienes…
—¿Cómo surgió la idea de hacer ‘Ópera Prima’ y de que Óscar hiciera de protagonista?
—Yo había conocido a Fernando Colomo –responde Trueba— de hacerle una entrevista. Y luego, de saludarnos por la calle y de algún festival. Hubo una historia rara que comenté con él y empezamos a escribir el guión de ‘La mano negra’. Mientras la montaba, como era muy complicada y para no perder el tiempo, yo le había enseñado una especie de guión sobre un tipo que intenta ligarse a su prima. Le pareció que era una historia que podía ser fácil de hacer y, además, barata. Se lo presentó a otra gente y decidieron que se podía hacer. Yo había pensado que Óscar era el protagonista ideal, así que le llamé y en un mes hicimos el guión definitivo. Al mes siguiente, se rodaba.
—¿Se puede hablar de rasgos autobiográficos?
—No –responde rápido Ladoire, aunque después de mirar a Trueba, termina por decir– ¡Vamos, no creo! ¿No? Hombre, en la medida que uno no es actor y hace una serie de gestos o tics que pueden ser personales, estos se pueden ver reflejados en pantalla…
—En realidad –apunta Trueba— era una historia tan vieja como el mundo. Lo que pasa es que la situamos en una época que es la que conocemos y, desde luego, que refleja cosas que están a nuestro alrededor.
—Sabéis que alguna críticas os han tachado de costumbristas, chabacanos y chelis, entre otras cosas…
—Con personas que no saben de qué hablan, no tengo ni que hablar con ellos –responde Trueba–. Decir que mi película es cheli significa no saber qué es lo cheli. Pueden hablar de lo estúpida que les parece ‘Ópera Prima’, pero decir que es cheli es como hablar de lo ugandesa que es una película española.
Se le nota a Trueba cierto cabreo al recordar algunas de las críticas que su película recibió, sobre todo en las dos primeras semanas de exhibición. Luego, con el éxito y sus diez semanas en cartelera, la cosa cambió.
Ladoire, mas filosófico, recuerda una cita de Claude Chabrol: “Yo hago mis peliculas para mi. Que los críticos hagan sus criticas para ellos”.
—En realidad –añade Trueba— quienes más te critican son esos santones biliosos que saben que nunca podrán hacer una película.
En ese preciso momento, Carlos Boyero, esa “bestia parda” (como le califica Trueba), el enfant terrible de la crítica cinematográfica de la revista, aparece para comentar la fiestecilla que se prepara para celebrar la terminación de ‘A contratiempo’, la película dirigida por Ladoire.
—Esta noche champán, caviar, salmón y todo eso, ¿no? ¿Qué tal estás? ¿Con dolor de cabeza, borracho indigno? Fue algo lastimoso lo de anoche…
—¿Estuvisteis de farra? –pregunta un formal Trueba, que acaba de ser padre [de Jonás].
—Me los encontré por ahí –responde Ladoire.
Y dirigiéndose a Carlos Boyero, añade.
—.Tú acabaste bien… ¡Te fuiste a cumplir! Pero, ¡cuidado, que todo se está grabando! –dice con gesto divertido, señalando al periodista.
—¡Ah! ¿Les estás haciendo una entrevista? Perdón –se disculpa–. Nada, nada, ya nos veremos luego.
—¿Cómo surgió la idea de ‘A contratiempo’?
—Bueno –responde Ladoire–, yo había dado vueltas a muchas ideas. Pero fue Fernando quien me convenció de ir a un pueblo perdido en Portugal. Allí, después de hablar mucho, con una máquina de escribir frente a la otra, hicimos el guión.
—Era un hotelucho medio deshecho donde había estado filmando Win Wenders un mes antes –añade Trueba–. Lo descubrimos, precisamente, porque fuimos a entrevistarle Felipe Vega y yo.
—Allí no había nada –prosigue Ladoire— y durante dos meses, o hacías el guión o te morías de asco. Y la historia de Félix, un treintañero, que recoge a una autoestopista de 16 años, llamada Clara, con sus coñas, apareció por fin.
—¿Cómo encontrasteis a la chica?
—Pusimos anuncios –dice Trueba— y vimos a unas 500 niñas hasta quedarnos con Mercedes Resino. Oscar se fue luego con ella en su tercer viaje de localizaciones.
—¿No hubo problemas familiares o escolares?
—Cabía dentro de nuestras posibilidades que los hubiera habido –contesta Ladoire–, pero no los hubo. Además, el rodaje se hizo en verano. O sea que, para Merce fueron como unas vacaciones. Si, unas vacaciones muy especiales.
—¿Donde habéis filmado?
—En toda Galicia –responde Ladoire–. Bueno, desde Piedrahíta hasta Vigo, desde Finisterre hasta Bares, Sargadelos, Vivero… Toda esa zona tan maravillosa. El mismo rodaje ha sido como una continuación del guion. Muy bien, vamos. Un trabajo de locos, pero muy bien. Además, como estaba delante y detrás de la camara, rodaba con vídeo para ver cómo quedaba la cosa. No te puedes ni imaginar lo que es un rodaje. A veces no sabes ni a dónde vas.
—¿Por qué la idea de un viaje?
—Porque un viaje te permite aislar a esas dos personas durante un cierto tiempo –responde Trueba–. Desde que se inicia, empieza una especie de encantamiento durante el cual, el tiempo no existe… hasta que el encanto se rompa, claro. Pero, mientras tanto, esas dos personas se dicen cosas, se enseñan otras…
—¿No se identificará al Matías de ‘Ópera Prima’ con el Félix de ‘A contratiempo’?
—Hombre –dice Ladoire–, ambos personajes son identificables en la medida que mi forma de ser, mi forma de hablar, está en ambas. Pero no tienen nada que ver uno y otro.
—Tienen tanto que ver –interviene Trueba– como el Han Solo de ‘La guerra de las galaxias’ y el Indiana Jones de ‘En busca del arca perdida’. Vamos, que tienen mucho que ver y, a la vez, nada. Nos gustaría que esta película no se identificara con las clásicas películas de actor. Óscar está en el embolado de ser actor por puro accidente. El está en el cine por la misma razón que estoy yo: para contar historias, para escribir y dirigir.
—Estoy de acuerdo con todo lo que ha dicho este señor –apostilla sonriente Ladoire.
—¿Qué proyectos tenéis ahora?
—Ahora –dice Ladoire— lo más importante es ver cómo resulta esta película. Pero Fernando acaba de venir de Mallorca, donde ha estado rodando su segundo largo…
—Es una especie de documental –explica Trueba— sobre Chicho Sánchez Ferlosio, el hermano del escritor [Rafael Sánchez Ferlosio] e hijo de [Rafael] Sánchez Mazas. No es una cosa en plan familiar, sino sobre Chicho, su forma de ser, sus ideas, sus canciones… Me imagino que va a dejar asombrados a muchos de esos críticos de los que hablábamos antes. No se esperan algo como esto.
Vista con perspectiva, la ilusión puesta por Ladoire en su película no se tradujo en un éxito similar al de Trueba. Y para este último, su segundo largo [‘Mientras el cuerpo aguante’] no fue recibido como el primero, con polémica en San Sebastián incluida. La carrera de ambos ha sido muy diferente, más notable en el caso del Trueba director y más centrada en la actuación, en el de Ladoire. Eso sí, después de haberles conocido, siempre me quedó la intriga del porqué dejaron de ser amigos.
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