En estas fechas, uno se mueve entre los regalos que ansía y que no llegan, y entre los que llegan y no desea, o los que no le sirven de nada; por suerte, siempre hay alguno que acierta.
Es una especie de ley inexorable que se repite de año en año. Es ese consumismo que tanto criticamos pero en el que caemos.
Esta semana había leído un par de artículos sobre este tema. Más o menos, coincido con el que Sergi Pàmies expresaba en El País, titulado Regalos culturales, en el que concluía lo siguiente: «Cuesta ser original a la hora de acertar el regalo [… por ello] llevo años limitándome a hacer regalos de los mal llamados culturales».
Es un tipo de regalo al que yo también suelo apuntarme, cuando los Reyes Magos me piden que les ayude.
Pero, a veces, algo tan sencillo como una flor o una planta pueden convertirse en lo mejor del mundo cuando te la regala quien más quieres… pero de quien menos te lo esperas.