Nunca antes, como ahora, me habían cabreado tanto los martes… y eso que nací en un martes.
Desde hace unas semanas me encargo de un suplemento periodístico que se cierra en este día de la semana.
La jornada empieza temprano y, cuando llega la noche, decenas de páginas han pasado por mis manos, por delante de mis gafas. Frente a mi bailan miles de caracteres negros sobre fondo blanco y siempre aparece el temor a posibles erratas que burlen el cansancio de mis ojos.
Y de vuelta a casa me asalta otra vez la duda: ¿me habré equivocado?