A lo largo de 1962, ahora hace 60 años, el director británico Terence Young (1915-1994) filmó en diferentes escenarios de todo el mundo ‘Desde Rusia con amor‘ (1963), la segunda entrega de las peripecias del espía más famoso de todos los tiempos: James Bond.
Con guión de Richard Maibaum, a partir de la quinta novela de Ian Fleming sobre el personaje, Sean Connery volvía a meterse en la piel de 007, Daniela Bianchi encarnaba a la chica de la película y Robert Shaw y Lotte Lenya eran los malos-malísimos de turno.
La mayor parte de los paisajes reales se rodaron en Turquía, pero el inicio se situaba en un campeonato de ajedrez dentro de un palazzo veneciano y el final discurría bajo el famoso Puente de los Suspiros, con la pareja protagonista besándose, con el tema ‘From Russia with love’ de Matt Monro sonando de fondo. ¿Era Venecia? Os lo explico.
De hecho, sólo habían pasado los cinco minutos iniciales del filme, tras los títulos de crédito, cuando una vista de la torre de la Plaza de San Marcos y el Palacio Ducal desde la punta de la Dogana, con unos gondoleros en primer término, nos situaba en la capital del Véneto y, rápidamente, en el escenario de un torneo de maestros de ajedrez.
El salón era una amplia y bella estancia decorada como un palazzo de la ciudad y que podía recordar a Ca Giustinian, sede de los torneos internacionales de ajedrez de los años 50. En la partida destacaba un jugador de la Europa del Este, que no paraba de fumar, interpretado por Vladek Sheybal, un actor polaco de rasgos afilados.
Era uno de los malos, un miembro de la famosa organización criminal Spectra, que aquí intentan hacerse con una máquina descifradora de códigos secretos con la ayuda de una guapa desertora rusa, Tatiana Romanova, interpretada por Daniela Bianchi, una miss italia que no tuvo gran carrera como actriz.
Bond se encargaba, cómo no, de ayudarla, protegerla y seducirla en un hotel veneciano con vistas al Gran Canal o al Canal de la Giudecca. Pero el cine engaña: cuando los dos personajes se asoman al balcón, la panorámica en picado de la Plaza de San Marcos está tomada desde una altura inexistente en los hoteles de la ciudad. Seguramente, la cámara estaba situada en el campanile de San Giorgio Maggiore, frente al Palacio Ducal.
Cuando la pareja se dispone a abandonar la habitación para regresar a Londres, Bond y Romanova aún tendrán que hacer frente al zapato-puñal de la villana Rosa Klebb (encarnada por la pequeña gran actriz alemana Lotte Lenya), que intenta hacerse con la máquina a la desesperada. Pobre. No sabía que 007 (casi) siempre triunfa.
Así que luego les vemos en una lancha-taxi que les lleva hacia la estación de tren a través del Rio di Palazzo y por debajo del Puente de los Suspiros. Una pareja de turistas, desde el el Ponte della Paglia, no se pierde detalle y les filma con una cámara de super 8, mientras ellos se besan.
«Repórtate, James, que nos están filmando», le dice Romanova al espía antes de volver a besarse. Este desenrolla el microfilm que han recuperado y que acaba por dejar caer al agua. Con la Piazzetta San Marco y las góndolas de fondo, se inician los títulos de crédito con el anuncio de la próxima película de 007: James Bond volverá en ‘Goldfinger’.
Pues bien: ni Sean Connery ni Daniela Bianchi pisaron Venecia ni se besaron bajo el Puente de los Suspiros. Una retroproyección mostraba a los actores en primer plano con el Bacino de San Marcos y la Piazzetta de fondo. Y todo ello sin moverse de los famosísimos estudios Pinewood de Londres.
El palazzo del torneo de ajedrez, el hotel y el resto de los interiores de la película fueron rodados en decorados londinenses. Las pocas escenas en los canales, las escaleras de la estación de tren y esas últimas escenas se deben al trabajo de una segunda unidad, sin más actores que un par de figurantes-turistas.
Hubo que esperar tres lustros a que James Bond se paseara de verdad por la ciudad de los canales. Y ya no con el rudo aspecto de Sean Connery sino con la elegancia setentera del simpático Roger Moore. Fue en ‘Moonraker’, pero esa ya es otra historia.
Y para despedir esta entrada, la música de Matt Monro, por supuesto.
Deja una respuesta