La astracanada de Mourinho, ese meterle un dedo en el ojo al contrario, porque es incapaz de ganarle, esa impotencia del entrenador del Real Madrid, contrasta con la cara de felicidad, con el gesto humilde de un jugador de fútbol increíble, llamado Leo Messi, i de un equipo que juega como un equipo, y no como un puñado de estrellas.
Y su dedo victorioso no apunta hacia ningún ojo, sino hacia alguien, quizá allá arriba, que le echa una mano de vez en cuando.