Como regalo de Navidad, os reproduzco aquí el texto de un pequeño reportaje que he publicado este mes de diciembre en la edición española de la revista ‘Viajes‘ de ‘National Geographic‘ sobre las numerosas islas que pueblan la laguna veneciana, con Murano y Burano como visitas habituales de cualquier turista.
En realidad, el texto que veis impreso en el pdf es algo más corto, por razones de espacio, que el que envié en su día a la redacción de esta conocida publicación, editada por RBA. Por ello, os dejo mi original a continuación, con algunas de las fotos que tomé en mi última visita a Venecia.
Vuelvo a echar mano de mi admirado Cees Nooteboom para hablaros de otra de las aficiones venecianas que también comparto con él: admirar y, en muchas ocasiones fotografiar, los cientos, miles de leones que hay en Venecia. Dice el escritor en su magnifico libro ‘Venecia. El león, la ciudad y el agua‘ (El Ojo del Tiempo. Editorial Siruela. 2020).
«A lo largo de los años, he conseguido hacerme con una buena colección de fotografías; las diferencias entre unos leones y otros son muy notorias. Si nos fijamos bien, el de la Piazzetta tiene cara de viejo enojado sobre un ancho collar babilónico (…) El del Museo Storico Navale es de madera dorada; además de sujetar una espada en la pata derecha, lleva una corona en la cabeza».
Y prosigue: «Mis favoritos son los que están en el muro del Ospedale, al lado de la Basílica dei Santi Giovanni e Paolo y de los grandes reyes afligidos que custodian el Arsenale (…) El día en que Venecia se sumerja en las aguas, todos los leones de la ciudad alzarán el vuelo como un escuadrón letal, girarán por última vez alrededor del campanile emitiendo el rugido de cien bombarderos y, a continuación, desaparecerán sobrevolando la laguna como un poderoso eclipse solar, mientras la ciudad se hunde detrás de ellos».
Hoy tendría que estar paseando por Venecia, pero por diversos motivos que no os puedo explicar por ahora, finalmente no he podido viajar a la ciudad de los canales. Para compensaros y, al mismo tiempo, curarme de la nostalgia, os quiero mostrar una serie de imágenes venecianas que no había publicado anteriormente.
Son detalles que me he ido encontrando durante mis paseos por la ciudad italiana y que me apetecía enseñároslas ahora para que las podáis apreciar. Desde el gondolero que ayuda a una chica a subir a su barca a la patadita que da otro colega suyo para enderezar la góndola tras un giro.
No solo hay piedras, monumentos y estatuas en la ciudad de los canales. Uno de mis placeres cuando viajo a Venecia es pasear por sus jardines, disfrutar de los verdes que estallan en primavera, cobijarme bajo las copas de sus árboles en verano y pisar el manto de hojas amarillas en otoño.
¿Cómo que no hay jardines en Venecia? Le respondí así a un amigo amante de los museos y del arte escondido en las iglesias venecianas, pero muy despistado con respecto a flores, plantas y árboles. Para hacerle ver que la cosa no venía de una moda actual, le enseñé este párrafo de la extraordinaria guía escrita en los años 60 del siglo pasado por Jan Morris, que quien ya os hablé aquí.
Tomàs Pladevall (Sabadell, 1946) es un reconocido director de fotografía que ha rodado más de 60 largometrajes y varios centenares de producciones audiovisuales (telefilmes, documentales, cortometrajes, anuncios), que acaba de ser galardonado con el Premio Gaudí de Honor, de la Academia del Cine Catalán, primero que se otorga a un técnico como él. Jubilado desde 2011, sigue colaborando con la Filmoteca de Catalunya. Hace unos años, con motivo de un libro que yo estaba preparando, le hice una larguísima entrevista en su casa de Roda de Ter, que merece la pena rescatar. Una versión más reducida la publiqué el viernes 11 de marzo en Nosolocine.net.
— Tomàs, eres de los pocos cineastas catalanes que fueron a la legendaria Escuela Oficial de Cinematografía (EOC). ¿Cómo fue eso? ¿Qué te llevó a ingresar en ella? — Yo empecé a hacer cine porque mi padre se compró una cámara cuando yo tenía 8 años. Él pertenecía a un grupo de Amics del Cinema de Sabadell, que ya en los años 30 rodaban en 9,5mm (aún tengo algún material). Cuando tuvo un dinerillo, se compró un equipo de 8mm y empezó a rodar películas familiares, básicamente documentales sobre Sabadell y, en verano, filmaba en Sant Llorenç de Morunys. Algunas veces me dejaba coger la cámara y hacer algún plano. Me hace mucha gracia, porque ese material, que yo tengo depositado en la Filmoteca, aguanta perfectamente el paso del tiempo, porque era Kodachrome y mantiene muy bien el color. De eso hace 50 años. No sé si el digital aguantará tanto tiempo.
Cuando hablamos de las fiestas de Carnaval es inevitable tomar como referencia las de Venecia, si bien este año volverá a ser un poco diferente a causa de la pandemia y las limitaciones que las autoridades sanitarias italianas están aplicando. Ningún viajero ha de olvidar el pasaporte covid y la mascarilla si quiere acceder al interior de locales, restaurantes, teatros y museos. Eso sí: el cubrebocas puede hacer juego con los disfraces.
La fiesta empezará este sábado, 12 de febrero, y finalizará el martes 1 de marzo, con presencia de artistas callejeros, payasos, malabaristas y acróbatas en las calles y plazas de la ciudad de los canales, pero no habrá cita multitudinaria en la Piazza San Marco. En esta ocasión se echarán en falta algunas de las actividades que más fama han dado al Carnaval veneciano. Si vais a ir, revisad el tema sanitario aquí, y si no viajáis ahora, podréis verlo por Internet.
“Viajar es barato si no te planteas dormir en hoteles de cuatro o cinco estrellas”, dice este montañero y autor de documentales, padre de Kilian Jornet, que estrena canal de Youtube
Eduard Jornet nació en vísperas de la Nochebuena de 1951, en Badalona, porque su padre, que era de Aitona (Segrià), empezó a trabajar en Ferrocarrils de Catalunya. Él fue el primero de su familia en convertirse en montañero, una afición que convirtió en profesión y que su hijo Kilian ha seguido y elevado a nivel de mito deportivo. Esta entrevista se publicó originalmente en el Catalunya Plural.
– ¿De dónde le viene esa afición a la montaña? – Del ‘escoltisme’. Del grupo de ‘escoltes’ de La Floresta, que era donde vivíamos. Si me preguntas cuándo empecé a priorizar la afición a la montaña sobre otras cosas, fue hacia los 17 años. Y a los 25 rompí del todo con Barcelona y me fui a vivir a un refugio, al Mallafré, en Sant Maurici.
— ¿Dejó los estudios?¿El trabajo? – No, no. Estudié el bachillerato y soy serigrafista de oficio desde los 14 años. A través de mi madrina, que era muy amiga de Ángel Camacho, que hacía los carteles de cine de Barcelona, logré entrar a trabajar en la sección de serigrafía de sus talleres. También hice una diplomatura en Marketing, pero lo dejé por la montaña. Evidentemente esos estudios me han servido para todo lo que he hecho luego, en los refugios y como pistero-socorrista en La Molina.
–¿Y eso de ser encargado de un refugio se consigue fácilmente? – No. No te lo daban así como así. Te hablo ahora del año 1977 y yo solicité gestionar un refugio a la delegación catalana de la Federación Española de Montaña. Tuve que demostrar al comité encargado de esas concesiones que yo conocía la montaña, que había hecho travesías por el Pirineo, que había ascendido a varias cumbres… Y me dieron la gestión del Ernest Mallafré del Parque Nacional de Aigüestortes y Estany de Sant Maurici.
–¿No le daba miedo la soledad? – Nada. Aunque soy una persona muy sociable, me gusta estar solo y caminar por la montaña solo sin ningún problema.
– Usted es guía de montaña desde 1978, pero también puede tener un accidente… – Has de asumir la parte de riesgo que tienes, pero has de controlar muy bien dónde vas, cómo vas y de qué manera. Tienes que conocer bien el terreno.
– ¿Y no es mejor ir acompañado? – Sí, sí. Es mejor ir con alguien. Lo aconsejo siempre.
– A inicios de los años 80 encontró a su alma gemela, Núria Burgada, que decidió acompañarle… – Ella también venía del mundo de la montaña y coincidimos en la Molina. Estuvimos varios años juntos y tuvimos a nuestros hijos, Kilian y Naila.
– Vamos, que de tal palo, tal astilla… – No, no. Nosotros les dimos a elegir qué querían ser. Kilian escogió la montaña, como profesional, y Naila decidió ser fisioterapeuta, pero también vinculada a la montaña, porque a ella también le gusta, y escala, hace parapente… No se lo inculcamos, sino que salió de una forma natural. De pequeños íbamos a la montaña y hasta donde llegaran. No era cuestión de hacer cumbre porque sí, porque había que llegar a la cumbre, sino que vamos allí y si llegamos arriba, pues muy bien, y si no, no pasa nada. No les forzamos nunca a continuar.
– ¿No le da miedo cada aventura de Kilian? – Claro que me preocupa, como a usted si su hijo sale de noche y ha de conducir por una carretera que no conoce para ir a una discoteca. La cuestión es conocer tus límites y conocer el terreno que pisas. Y en deportes de riesgo, hay que saber tomar la decisión correcta en el momento crítico. No pasa nada por no llegar a la cumbre. Lo importante es nuestro esfuerzo por intentarlo.
– ¿Cómo lleva no poder ver a Kilian, a Emelie y a su nieta, con esto de la pandemia? – Es duro, porque tenía que haber ido a Noruega en marzo, cuando empezó todo, y tal como están las cosas no sé cuándo podré verles…
– Volvamos a su faceta de fotógrafo y documentalista. ¿Cuándo le entró ese gusanillo? – Es una afición que me viene de mis primeras excursiones por el Pirineo con tres amigos ‘escoltes’ más. Debía tener 16 o 17 años cuando preparamos una travesía desde Setcases hacia La Molina y luego hacia Berga. Y le pedí a mi madre una cámara muy sencilla, con la que hice mis primeras fotos en blanco y negro.
– ¿Aquellas de estilo Werlisa o reflex tipo Praktica? – No recuerdo. Era muy sencilla, de plástico, tipo Instamatic de Kodak o Agfa. Con el tiempo, en cada salida, llevaba una cámara, que cada vez fue siendo más buena. La primera vez que fuimos a Benasque, mi hermano me dejó ¡una Yashica!
– Me hablaba del origen de su afición… – Como le decía, cuando empecé como serigrafista hacía el revelado de las fotografías. Y el encargado, además, era aficionado a la fotografía y al cine, y eso me ayudó. Más tarde, un año que íbamos a estar de vacaciones en Benasque, alquilé una cámara de cine de 8 mm e hice una primera película, que no me salió muy bien, con veladuras y tal. Pero me gustó tanto, que me compré una de aquellas de tres objetivos, que me sirvió para filmar una excursión a los Alpes y la subida al Mont Blanc.
– ¿Qué edad tenía en esa ascensión? – 20 años.
– Era muy joven… – Sí. En aquella época éramos así. En la colla de Sant Cugat había otros tres chavales con 17 o 18 años. Y subimos todos juntos. Pues lo que te decía, que me aficioné al cine, y del 8mm pasé al Super 8mm, con una Sanyo. Y también una empalmadora, para cortar y montar planos. En realidad era más fotografía que cine. No tenía mucha idea.
– Bueno, como todos los aficionados cuando empezamos… – Hacía mis pinitos e, incluso, grabé una de las clases de mi mujer, Núria, que estudiaba Magisterio, e incluyó la película en su trabajo de fin de carrera. Pero me faltaba algo. Veía los documentales de Jordi Pons y tenían una forma muy atractiva de explicar una historia. Y supe que necesitaba aprender un poco más.
– ¿De qué año me habla, más o menos? – Hacia 1993 y 1994. Un día vi un anuncio del Centre d’Estudis Cinematogràfics de Catalunya (CECC) y decidí a apuntarme a unos cursos de montaje y fotografía.
– ¿Se apuntó a una escuela de cine con 40 años cumplidos? – ¿Y por qué no? Habíamos dejado La Molina y me habían dado la gestión del refugio de Cap del Rec. Y en el CECC conocí a profesores estupendos, como el montador Manel Almiñana, con quien colaboré luego en varios cortometrajes, y el director de fotografía Gerard Gormezano. Y José Luis Guerín nos dio alguna clase de dirección. A partir de ahí hice varios cortometrajes más en super 8 mm y también me lié con una cámara de 16 mm.
– Esos son palabras mayores… – Sí. Hice un par de cosas, ‘La Vall de la Llosa’ y ‘La procesó de Meranges’, pero el 16mm era carísmo y lo dejé. Volví a la fotografía analógica y en cuanto apareció la digital me pasé a ella. Luego, también, empecé con el vídeo digital. Así he rodado en HD ‘La Gran Volta al Toubkal’, ‘Aladaglar’, ‘Muntanyes de Llum’ y ‘La casa dels Esperits, 238 Km en solitari en territori Mapuche’, sobre el volcán Rukapillan, en Chile. También he colaborado en algunos de los documentales de Kilian, como en ‘El contador de lagos’ [que puede verse en TV-3 a la carta].
– Además de efectuar grandes vueltas a la Cerdanya (con libro incluido), al Toubkal africano y al Rukapillan chileno, ahora está acabando otro documental. – Yo grabo pequeños documentales que me sirven para ilustrar las conferencias que doy por todo el mundo. Pero es un proyecto muy chulo: la gran vuelta al Mongun-Taiga, un macizo montañoso en la zona oriental de Siberia, tocando a Mongolia. Estuve viviendo allí varios meses, antes de la pandemia. Ya tengo un primer montaje y sólo me faltan algunas voces y detalles.
– ¿Por qué Siberia? – Es que fuimos con una idea doble: la ruta alrededor del Mongun-Taiga en sí, en la que también participaron un grupo de excursionistas catalanes, y un proyecto de una amiga, Anna Panchischeva, para elaborar queso a partir de leche de yak. Cuando lo explicamos, les pareció muy interesante a la gente de allí e, incluso, a las autoridades locales, que nos ayudaron con ambos temas.
– ¿Podremos ver el documental en alguna tele? – No creo. Estoy muy desencantado con las televisiones. No las veo interesadas en lo que yo hago. Ahora mismo, en Filmin está ‘Amazigh’, un trabajo que codirigí con Alicia Almiñana, en Marruecos, sobre dos jóvenes bereberes que se preparan para participar por primera vez en una carrera ultra trail. Si alguna cadena o alguna plataforma quiere emitir el de Siberia, bien. Si no, se podrá ver en mi canal de Youtube.
– ¡En Youtube! – Sí, sí. Unos amigos lo están preparando para que se puedan ver todos mis documentales en un canal propio de Youtube, probablemente vinculado a mi página web: EduardJornet.com
– Aunque usted está jubilado como guía de montaña, no para de viajar por cordilleras de todo el mundo descubriendo nuevos lugares. Y, además, colabora con la Fundación Itinerarium, una entidad que cumple ahora 10 años. – Colaboro en el diseño de sus Circuitos Inclusivos, unos itinerarios que pueden ser recorridos por todas las personas, incluidas aquellas cuyas capacidades físicas o intelectuales estén mermadas. Son unas rutas señalizadas de forma permanente en diferentes ciudades y pueblos. El primero fue en Llívia y ya hay más de 40 en toda Catalunya, Madrid, Venecia, Chile y Estados Unidos. El próximo, antes de fin de año, será en Tiana.
– Vamos, que no se está quieto. Y seguro qué tiene algún proyecto más en mente. – Teníamos previsto haber ido este año a Oceanía, a hacer la gran vuelta al Tarawera, un volcán activo en Nueva Zelanda, pero la pandemia lo ha parado todo.
– Dado que viaja continuamente, ¿cómo lo hace para vivir fuera varios meses sin arruinarse? – Viajar es barato si no te planteas ir a dormir a hoteles de cuatro o cinco estrellas. Mira, yo tengo un presupuesto de 900 euros al mes y sé que no me puedo pasar. Hay jornadas que estoy de ruta y duermo en una tienda en la montaña y no gasto nada. Así, otro día puedo bajar a la ciudad más cercana y estar en un hotelito donde ducharme. Además, siempre hay amigos que te acogen en su casa y te dejan una cama donde dormir.
Hace casi 40 años que Ferran Sendra (Barcelona, 1958) retrata a estrellas del rock en concierto. Ahora ha querido publicar un libro de fotografías, titulado ‘Rocks on the Road’, donde nos descubre pueblos, detalles y paisajes de Estados Unidos y el Reino Unido que han inspirado grandes canciones de ese estilo de música y portadas icónicas de discos de Pink Floyd, Eagles, Led Zeppelin, Deep Purple o Guns N’Roses.
En el libro podemos ver lugares como la Promised Land, el Cadillac Ranch y las Badlans de Bruce Springsteen; el Misisipí de Johnny Winter; el Memphis de B.B. King; el Nashville de Johnny Cash; la Nueva York de Bob Dylan; la California de los Eagles; los desiertos de Mojave y Death Valley de los U2; las carreteras de Texas de los ZZ Top; callejones que inspiraron a los Clash, a David Bowie y a Lou Reed, y hasta la prisión de Illinois de los Blues Brothers.
Además del vídeo que resume el espíritu del libro, Ferran nos ha respondido a algunas preguntas sobre su triple afición (fotografía, rock y viajes) para los amigos de Nosolocine.net (donde se ha publicado originalmente este texto) y nos muestra algunas de las imágenes que ilustran su libro.
– ¿Cuándo empezaste a hacer fotos de conciertos y por qué? – Hace tanto que no recuerdo si primero fue hacer fotos y luego ir a conciertos, o al revés. Todo comenzó hacia 1976. Entré en el diario ‘Avui‘ con 17 años. Primero estuve en teletipos y luego en compaginación. Aún no había fotógrafos ni sección de Fotografía, pero con Jordi Garcia-Soler [fallecido el pasado 31 de mayo] empecé a ir y publicar fotos de los conciertos de la época. Básicamente cubríamos los de la Nova Cançó, pero pronto vi que los conciertos de rock internacional que llevaba Gay & Company eran los que a mí me interesaban, porque era el tipo de música que yo escuchaba. Aquellas primeras actuaciones de Lou Reed, Iggy Pop y Eric Clapton, entre otros, aún las recuerdo.
– ¿De qué fotos de músicos estás más contento? – Es difícil elegir fotos, porque de las que estoy más contento no son las mejores. Las fotos que hice del primer concierto de Lou Reed en el Palacio de Deportes de Barcelona no valen nada, pero con tener una foto de esa noche ya tengo suficiente. Las fotos de los grandes del rock ya desaparecidos les tengo un cariño especial, como las de Frank Zappa, Rory Gallagher, Jerry Garcia, Bo Diddley, Pete Seeger… La lista es larga.
– ¿Cómo se te ocurrió la idea de viajar a los lugares del rock? – Todo viene de un primer viaje a Londres en 1980. Al ver la Battersea Station de la portada de ‘Animals‘, de los Pink Floyd. Hice aquella foto y empecé a buscar lugares y paisajes relacionados con los artistas y bandas que me gustan. Pero no me he limitado a las portadas. De los videoclips, documentales o biografías sacas mucha información. En el libro hay cosas tan diferentes como la portada ‘Hotel California‘ de los Eagles en Los Ángeles; la estatua de Willie Nelson en Austin (Texas); las ‘Badlands‘ de Bruce Springsteen en Dakota; la tumba de Jim Morrison en París y las casas de los cuatro Beatles en Liverpool. De hecho no es un libro de portadas de discos (aunque hay más de 50), ni de fotos de conciertos. Las fotos de conciertos son la base que hace que todo tenga sentido, pero no son lo más importante.
– ¿Cómo planificastes esos viajes? – Tengo una libreta donde me he ido apuntando todas las localizaciones que he encontrado. En cuanto tengo unas cuantas, de Chicago, por ejemplo, voy y trato de hacerlas. A veces, con un solo viaje no lo encuentras todo. Nueva York es un caso aparte, no te lo acabas nunca. Esto lo he hecho muy poco a poco. Prácticamente todas las localizaciones son de Inglaterra y Estados Unidos.
– ¿Qué imágenes destacarías? – Me gustan las que pueden pertenecer a más de un disco o una canción, esas que no tienen una referencia concreta y clara, que se pueden asociar a muchas canciones: imágenes del Misisipí, de Tennessee, los paisajes inhóspitos de la Gran América, aquellas carreteras interminables, desiertos, coches, trenes…
– Para acabar, veo que tienes grandes colaboraciones en los textos… – Era importante que los textos reflejaran el espíritu que yo quería dar a todo, y necesitaba gente que entendiera el proyecto desde el primer momento, amigos con los que he trabajado y pasado muchas horas. Manel Fuentes, David Castillo, Jordi Vidal y Jordi Bianciotto me conocen bien, han captado lo que quería enseñar y lo han clavado. Sus introducciones ayudan mucho a entender lo que yo he querido contar con imágenes.
Una novela gráfica y una película han coincidido en rescatar del olvido a un héroe: Francesc Boix, el fotógrafo que logró robar miles de negativos a los nazis y el único español que declaró contra ellos en los juicios de Nuremberg, mostrando las fotos de los horrores del campo de exterminio de Mauthausen.
“Tenemos en España y en Catalunya un héroe desconocido, que logró una hazaña que muy poca gente hubiera conseguido, robar unos negativos a los nazis, comprometedores para ellos, y después denunciarles y hacerles caer delante de la justicia”. Ese héroe se llamaba Francesc Boix. Así lo retrata Alfred Pérez Fargas, coguionista de la película ‘El fotógrafo de Mauthausen’, recién estrenada, dirigida por Mar Targarona y con Mario Casas como protagonista. Fue un “rebelde valiente”, como lo define Salva Rubio, guionista de un cómic previo que tiene el mismo título.
Francesc, Francisco, Franz o François Boix, según el idioma en que le llamaban, nació en Barcelona en el año 1920. Joven inquieto, de ideología comunista, se afilió a las Juventudes Socialistas Unificadas de Catalunya, rama juvenil del PSUC. Amante de la fotografía, al estallar la guerra civil fue reportero gráfico de la revista ‘Juliol’ y durante el año 1938 combatió con el Ejército republicano en el frente de Aragón.
Derrotados por el Ejército franquista, los supervivientes de su compañía pasaron a Francia en febrero de 1939. Boix y otros muchos compañeros fueron internados en campos de refugiados y, más tarde, integrados en el Ejército francés. En mayo de 1940, junto con otros muchos compatriotas, fue hecho prisionero por los alemanes, que acaban de invadir Francia. A principios de 1941, tras pasar por otro campo de prisioneros, fue enviado a Mauthausen, un campo de concentración situado en Austria, donde hubo más de 8.000 españoles internados. Sobrevivieron sólo menos de la tercera parte.
En realidad, Mauthausen-Gusen fue el nombre de un complejo de cuatro subcampos situados junto a esas dos pequeñas localidades austriacas, que los nazis levantaron junto a unas canteras de la zona, y en donde encarcelaban en condiciones infrahumanas a sus enemigos desde el año 1938. Estos presos eran utilizados como mano de obra barata, tratados como esclavos, humillados, castigados, maltratados y asesinados de diferentes maneras, como explica el cómic de Salva Rubio, que incluye una impresionante documentación adicional en su parte final.
Francesc Boix se integró pronto en una organización clandestina de presos que le proporcionó un trabajo de confianza en el laboratorio fotográfico del campo. Junto con sus compañeros, logró ocultar miles de negativos que mostraban la realidad de Mauthausen: cientos de muertes, muchas de ellas camufladas como suicidios, y la presencia de altos cargos nazis en el lugar.
Precisamente el testimonio de Boix, en 1946, ante el Tribunal Internacional de Núremberg, durante los juicios contra criminales de guerra nazis, permitió condenar a algunos de ellos, como Ernst Kaltenbrunner y Albert Speer. Durante su declaración pudieron verse algunas de las fotos que, con la ayuda de otros prisioneros, había logrado ocultar de la destrucción.
Simpático, siempre sonriente y con un pose de seductor hacia las chicas que se ponían al alcance de su objetivo, Francesc Boix sería considerado un héroe en cualquier país normal. Pero su situación tras la liberación no fue fácil: los comunistas rusos no se fiaban de los supervivientes españoles del Holocausto y regresar a España era imposible, en pleno franquismo. Así que el joven fotógrafo se quedó a vivir en Francia, donde pudo ejercer de reportero gráfico para publicaciones próximas al Partido Comunista, como ‘L’Humanité’. Pero Boix moriría joven, un mes antes de cumplir 31 años, posiblemente a causa de una tuberculosis contraída en Mauthausen.
Cronológicamente, el cómic con guion de Salva Rubio, dibujos de Pedro J. Colombo y color de Aintzane Landa (vídeo ‘making of’ ), nació antes que la película de Mario Casas y tiene su origen también en un libro escrito por Benito Bermejo hace 16 años. Bermejo, guionista, escritor e historiador, fue quien desenmascaró en el 2005 a Enric Marco, un impostor que fue presidente de la asociación de deportados de Mathausen sin haberlo sido.
Bermejo fue quien efectuó la investigación histórica y el guion del excelente documental sobre el tema ‘Francisco Boix, un fotógrafo en el infierno’ (2000), dirigido por Llorenç Soler y con la voz de Pepe Sacristán como narrador, que estuvo nominado a los Emmy.
Luego, con todo el material recopilado, escribió el libro ‘El fotógrafo de Mauthausen’, que RBA editó en el año 2002. En el 2015, al publicarse una nueva y más amplia versión del texto, titulada ‘El fotógrafo del horror. La historia de Francisco Boix y las fotos robadas a los SS de Mauthausen’, la historia tuvo una mayor repercusión y propició tanto la traducción de la novela gráfica como la película que acaba de estrenarse.
Traducción, porque el cómic se editó antes en Bélgica que en España. Y es que el guion de Salva Rubio es previo. Este joven escritor y guionista madrileño, que acaba de cumplir los 40 y trabajó de librero para mantenerse mientras estudiaba Historia del Arte y Guion de Cine, se interesó en Francesc Boix al publicarse el texto de Bermejo.
“Cuando descubrí la historia de ese hombre, me apunté su historia y pensé que, si algún día podía, querría contarla y la transformaría en guion de cine. A partir del año 2007 llevé la idea a varias productoras, que fueron muy receptivas. Pero llegó la crisis, y hacer una película tan cara se convirtió en algo prácticamente imposible. Así que cambié de plan: si no podía hacer la historia en cine, la haré en cómic”.
“Hice un dosier con el argumento y un estudio de personajes bastante completo. Como sabes, en España no se puede vivir del cómic, así que me fui a Bélgica y presenté la historia a la editorial De Lombard, una de las especializadas en estos temas. Les gustó mucho la idea y me dijeron que buscara un dibujante. Busqué uno, que fue Pedro J. Colombo, que me gustaba mucho. El editor dio luz verde al libro y tiramos para adelante. Eso fue en el 2011”, añade Rubio. Pero una novela gráfica lleva su tiempo, y la primera edición en De Lombard fue en el año 2017, mientras que en España, Norma Editorial la ha publicado en este 2018.
Para Rubio, “Francesc Boix fue un rebelde y un valiente. Lo que hizo, en el contexto que lo hizo, fue extremadamente peligroso y muy arriesgado. Por la posición que tenía en el campo de Mauthausen, en el laboratorio fotográfico, su vida no corría peligro inmediato. Era un preso de confianza que podía no haber hecho nada y, quizá, podía haber salvado la vida sin haber hecho nada. Pero meterse en esa aventura de robar aquellas fotos le podía haber costado la vida, a él y a otros presos”.
No menos largo ha sido el proceso que ha culminado con el reciente estreno de la película ‘El fotógrafo de Mauthausen’ (2018), dirigida por Mar Targarona, con Mario Casas como protagonista, y que ha recibido buenas críticas.
Fue Alfred Pérez Fargas, coguionista junto con Roger Danès de telefilmes como ‘Jo, Ramon Llull’, ’13 dies d’octubre’, ‘L’últim ball de Carmen Amaya’ y la miniserie ‘Carta a Eva’, quien supo de la existencia del personaje a partir de una noticia en televisión y “unas fotos de la guerra civil y el historión de Francesc Boix”. Se sintió interesado, habló con su amigo Danès y empezaron a investigar.
“Era un filón del que no se había hablado mucho. Existía el documental de Llorenç Soler y el libro de Benito Bermejo, que es la biblia del tema. Pero poco más. Si hubiéramos estado en Hollywood, ya se habría hecho una trilogía sobre el personaje. Le presentamos la idea a Mar Targarona, a quien habíamos conocido en el Festival de Sitges. La idea le encantó y empezamos a tirar millas”.
“El hecho de que fuera militante comunista le ayudó, porque allí dentro los miembros del partido montaron un tinglado para poder sobrevivir. En la peli, nosotros le hemos colocado como jefe del comando que robó los negativos, pero evidentemente fue una tarea colectiva. Pero eso también tuvo sus consecuencias, porque al acabar la güera, el partido comunista de Stalin les consideró unos traidores. De hecho, las fotografías no las quería nadie. Boix las intentó colocar y no se las publicó nadie”.
La diferencia principal entre película y cómic es que la primera se centra en la estancia de Boix en el campo de exterminio, mientras que el cómic abarca un tiempo más largo, desde su juventud hasta poco tiempo antes de su muerte. La novela gráfica, además, incorpora como compañeros de Boix a personajes de ficción, para evitar especular con lo que hicieron o no los otros presos reales de Mauthausen y de los que no hay tantos detalles.
Tanto Pérez Fargas como Rubio fueron a visitar el campo de exterminio. El primero recuerda haberlo hecho en febrero, en la misma época en la que entró Boix y otros españoles: “Es superimpactante, fantasmagórico. Había niebla, nieve, hacía frío. Es impresionante. Yo salí enfermo. Es una tema que me ha marcado, que me ha afectado mucho”. Y Rubio reafirma una idea común a ambos: “Que esta historia haga que nadie olvide lo que pasó; las historias que no se cuentan, mueren”.
De vez en cuando huimos de Barcelona unas horas, un par de días, para coger aliento y luego regresar con fuerzas renovadas a la vida cotidiana.
Esta vez elegimos Móra d’Ebre como punto intermedio de esa amplia zona donde se produjo la tristemente famosa Batalla del Ebro.
Escogimos un hostal cuyo nombre, 7 de Ribera, y ubicación, en la agrobotiga (tienda de productos agrícolas de la zona) del pueblo nos hizo gracia.
Fue un acierto. De entrada, porque las habitaciones están bien: son nuevas, sencillas y confortables, con lo mínimo exigible y una wifi más que correcta.
Pero lo que más nos gustó fueron las responsables del hotelito.
La primera en recibirnos fue Glòria, una de las hijas de la propietaria, a cuya amabilidad se sumó algo fundamental para un viajero: información amplia y útil sobre qué ver y dónde comer o cenar.
Un paseo entre melocotoneros en flor desde Móra hasta Miravet, el paso del río en barcaza, y luego la reserva de Sebes, en Flix, fueron indicaciones precisas, que seguimos al pie de la letra.
Conocimos por la tarde a la madre de Glòria, la dueña del hostal, Concepció Blasi, con quien pudimos charlar por la mañana, durante el estupendo desayuno.
La primera sorpresa fue saber que era pedagoga, trabajo que compaginaba con el de hostelera. Y después, que tienda y hotel eran decisiones derivadas de su oficio: hacer pedagogía sobre las riquezas que hay en la zona, explicar a los viajeros y a quienes entran en su tienda las maravillas de los productos agrícolas que vende y de los vinos de Tarragona, Montsant y Priorat que tiene en sus estanterías.
Y también que montar un hotelito así no hubiera sido posible sin el apoyo de su marido y cinco hijos, razón por la que puso ese nombre: 7 de Ribera, una familia de siete personas de la comarca de la Ribera d’Ebre, y también «sed» de Ribera, que en catalán suena como «siete».
Como quizá ya sabéis, Instagram es una red social y, al mismo tiempo, aplicación para subir fotos y videos a internet y compartirla con los amigos y seguidores. Creada en el 2010, su primeros usuarios eran, sobre todo, amantes de la fotografía.
La idea inicial era hacer la foto con el móvil y, una vez tomada la imagen, se le aplicaban unos retoques mínimos, publicarla. Como si se tratara de una Kodak Instamatic o una Polaroid. De ahí, la forma cuadrada de aquellas fotos.
Soy un nostálgico de los inicios de esta app y esta red, que ahora es un altavoz más de famosos de todo tipo, que muestran sus encantos para deleite de sus fans. En todo caso, aún quedamos aficionados que lo que nos gusta es una buena foto, sin más.
De vegades pujo fotos a la xarxa des del mòbil.
Habitualment faig servir Instagram, una aplicació per l’iPhone que m’agrada molt per la seva facilitat d’ús i immediatesa, així com per una petita col·lecció de filtres que li proporciona un toc especial a la imatge.
Tendeixo a publicar a Twitter i Facebook, de manera que moltes vegades passen desapercebudes per als que sou lectors habituals d’aquest bloc.
Per això he pensat en col.locaré aquí les últimes que he pujat, però sense retocar.
Avui us deixo aquest gegantí King Kong de llautó, convertit en tobogà infantil. La foto la vaig prendre a les rodalies de Coma-ruga (Baix Penedès), a la província de Tarragona.
I aquí sota teniu la foto original i la que vaig pujar a la xarxa mitjançant Instagram.
Vaig veure la pintada, amb aquestes sargantanes o potser salamandres, i la senyora amb les seves bosses. No ho vaig pensar gaire. Vaig treure el telèfon, vaig ajustar la càmera i vaig fer clic.
El resultat, el que veieu.
Els prats o plans d’Armadans estan en un punt en el qual es creuen les comarques de la Garrotxa i la Selva (Girona) amb la d’Osona (Barcelona).
Uns paratges que no tenen res a envejar a alguns paisatges d’Anglaterra o Suïssa, per posar dos exemples molt diferents. A la imatge s’intueixen els Pirineus, nevats, al fons.
Al marge de les meves fotos, més o menys correctes, he descobert el bloc d’en David Soler, un fotògraf de Salt (Gironès) amb unes imatges d’aquesta i altres zones realment espectaculars.
Aquest mateix matí, mentre el sol li anava guanyat terreny als núvols, va aparèixer aquest arc de sant Martí entre el Pla d’Aiats i un prat a prop de Rupit, a Osona.
Passejant per la platja vaig trobar aquest trosset de fusta.
No sé si la naturalesa l’havia convertit en un cor o si algú l’havia tallat amb aquesta forma, però el suau onatge de la riba l’empenyia amunt i avall, en un vaivé que em va recordar el que moltes vegades ens passa a nosaltres i als nostres sentiments.
A la zona de Lower Shankill, el barri unionista de Belfast, trobem aquests murals més moderns, en el cas de les tres primeres obres, que deixen de banda els enfrontaments entre comunitats per centrar-se en commemorar les experiències dels residents durant les dues guerres mundials. La quarta té un marcat accent poètic, molt més simbòlic.
Las cookies necesarias ayudan a hacer que una web sea utilizable al activar funciones básicas, como la navegación por la página y el acceso a áreas seguras de la web. La web no puede funcionar correctamente sin estas cookies.
No se usan cookies de este tipo.
Las cookies de marketing se utilizan para rastrear a los visitantes a través de las webs. La intención es mostrar anuncios que sean relevantes y atractivos para el usuario individual y, por tanto, más valiosos para los editores y los anunciantes de terceros.
No se usan cookies de este tipo.
Las cookies de análisis ayudan a los propietarios de las webs a comprender cómo interactúan los visitantes con las webs recopilando y facilitando información de forma anónima.
No se usan cookies de este tipo.
Las cookies de preferencias permiten a una web recordar información que cambia la forma en que se comporta o se ve la web, como tu idioma preferido o la región en la que te encuentras.
No se usan cookies de este tipo.
Las cookies no clasificadas son cookies que estamos procesando para clasificar, conjuntamente con los proveedores de cookies individuales.
No se usan cookies de este tipo.
Las cookies son pequeños archivos de texto que pueden ser usados por las webs para hacer más eficiente la experiencia del usuario. La ley establece que podemos almacenar cookies en tu dispositivo si son estrictamente necesarias para el funcionamiento de este sitio. Para todos los demás tipos de cookies, necesitamos tu permiso. Este sitio utiliza diferentes tipos de cookies. Algunas cookies son colocadas por los servicios de terceros que aparecen en nuestras páginas.