Después de nuestra visita a La Roche-Bernard, en nuestro camino hacia el norte, decidimos prescindir de Nantes, cuna de Julio Verne y capital demasiado grande como para estar sólo unas horas. En cambio, optamos por hacer dos cortas paradas: en Vannes, la capital de Morbihan, en cuyo golfo hay un sinfín de preciosas islas, y Carnac, la conocida cantera del entrañable Obélix.

Era día de mercado y pudimos aparcar en una zona de parquímetros junto a los antiguos lavaderos, situados en los fosos de las murallas de la ciudad.
Fue aquí donde descubrimos que los franceses nos llevan dos horas de ventaja a los españoles: a las 12 del mediodía todo el mundo se va a comer a su casa, los parkings al aire libre quedan desocupados y se puede aparcar en estas zonas de forma gratuita… hasta las 2 de la tarde, claro. Es entonces cuando nosotros optamos por marchar y buscar algún sitio donde comer… el bocadillo, porque a esas horas ya no hay restaurante francés que se digne en servirte ni una tapa.

El centro histórico de Vannes es pequeño, con callejuelas donde cada edificio es ya un comercio, casas típicas con ese tradicional entrelazado de madera, como el que aparece en estas fotos. La catedral se asoma por encima de ellas, medio encajonada. Y en las plazoletas actúan mimos y malabaristas aficionados para deleite de los más pequeños.

Como nos gustan los mercados, disfrutamos con el que había allí instalado, con tenderetes que se desparramaban hacia y desde la catedral.
La atención en la Oficina de Turismo fue muy correcta. Y aunque nuestro francés era bueno, un joven nos atendió en castellano y nos facilitó las cosas. También nos indicó el camino hacia Carnac.
Si os apetece conocer más cosas de Vannes, la web del ayuntamiento permite recorrer virtualmente la ciudad y está en castellano. En su versión original francesa también incluyen varios vídeos de carácter turístico.