Ya, ya sé que hay mucha gente a nuestro alrededor que nos chupa la sangre de una u otra menera, pero hoy sólo haré un breve apunte cinéfilo y literario sobre los vampiros.
Todo viene a cuento del estreno de Luna nueva, la segunda parte de Crepúsculo, esa blandita historia de amor imposible entre un pálido vampiro adolescente y una sonrosada chica humana…

Ha sido una peli de éxito entre los más jóvenes que hasta tiene su propio club de fans, y que anoche, en su pase por Antena 3 TV, atrajo a la friolera de casi un 30% de la audiencia y cinco millones de espectadores. Increíble.
Para quienes aún no sepáis de qué va este fenómeno sólo os comentaré que esta nueva entrega de la saga está basada en una segunda novela de la escritora estadounidense Catherine Hardwicke, es tan romántica o más que la primera e incluye algún que otro personaje habitual de las pelis de terror al uso, como un joven licántropo, un hombre-lobo…
Bueno, todo esto viene a cuento de que existe un largo camino desde los orígenes históricos del vampiro hasta el Drácula de la novela de Bram Stoker, origen de múltiples versiones que el cine ha dado: el Nosferatu de F.W. Murnau, el primero, en 1922, con Max Schreck; los Drácula de Tod Browning, en 1931, con Bela Lugosi;  de Terence Fisher, de 1958, con el gran Christopher Lee, y el de Francis Ford Coppola, de 1992, con Gary Oldman, para mí, los mejores.
Pero lo que ahora es quiero reivindicar otro libro: Interview with the vampire (Confesiones de un vampiro), la primera de las novelas que Anne Rice escribió sobre este tema. Publicada en 1976, esta obra fue la que revolucionó y revitalizó el género de vampiros, haciendo algo inusual hasta ese momento: es un vampiro más humano, tiene sentimientos y dudas, le duele matar a otros seres y no incorpora la parafernalia religiosa habitual (ajos, cruces, agua bendita), porque es un ser ateo.
Por desgracia, la adaptación al cine, con  Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas en el reparto, fue muy flojita.
Aún así, me sigue entusiasmando el inicio de este libro:

Ya veo… -dijo el vampiro, pensativo, y lentamente cruzó la habitación hacia la
ventana. Durante largo rato, se quedó allí contra la luz mortecina de la calle
Divisadero y los focos intermitentes del tránsito. El muchacho pudo ver entonces los
muebles del cuarto con mayor claridad: la mesa redonda de roble, las sillas. Una
palangana colgaba de una pared con un espejo. Puso su portafolio en la mesa y
esperó.
-Pero, ¿cuánta cinta tienes aquí? -preguntó el vampiro y se dio la vuelta para que el
muchacho pudiera verle el perfil-. ¿Suficiente para la historia de una vida?