El diario El Periódico publicaba ayer un reportaje sobre el Twitter: La red Twitter se erige en el nuevo vicio de los famosos.
La conclusión a la que yo he llegado, a partir de mi propia experiencia, es que la gente más famosa utiliza este sistema de miniartículos para mantener informados a sus seguidores de aquello que están haciendo en cada momento, pero sin mantener –en general– ningún tipo de interactuación con ellos.

 Pasa algo similar en Facebook y no sólo con famosos: políticos y líderes de esto que llamamos Web 2.0 han olvidado que existen unas cibermaneras, unas normas de cortesía en la red (netiquette) y que si dejan de interactuar con sus seguidores, éstos dejarán de seguirles.

«Los buenos modales establecidos para el servicio de mensajería instantánea, son similares a muchos de la netiquette estándar. En resumen (…) Contestar siempre, aunque sea para comunicar que estamos ocupados. O cambiar el estado a ocupado o no disponible. Ya que no contestar es lo mismo a que nos hablen de frente y no responderle a la persona o volver la cara.»

Puedo asegurar que he «borrado» a alguno de estos «amigos» de mi red de Facebook sin ningún remordimiento y que alguno más caerá.
¿De qué sirve que un político deje un comentario en su perfil («camino de Bruselas, a luchar contra los esquilmadores del atún rojo»), que la experta en temas de tecnología explique minuto a minuto lo que hace en un congreso digital o que un famoso bloguero salude con un cortés «holaaa, buenos díaaas» si ninguno de ellos es capaz de contestar a los comentarios de sus seguidores?
Volvamos al origen de estos programas de microentradas: son una forma de comunicación social y no de mercadotecnia, aunque lo estén aprovechando toda esa gente como herramienta publicitaria o de promoción.