Cuando era pequeño soñaba con una bicicleta y se la pedía con insistencia a los Reyes Magos. Siempre me defraudaron.
Cuando era un niño, jugaba con el perrito de la casa de mi abuela, pero los Reyes nunca me lo quisieron traer al piso donde vivía.
Ahora, ya mayor, pido cosas posibles a los magos de Oriente, como unas zapatillas, un cinturón, algún libro, disco o película, no vaya a ser que, encima, me dejen carbón.
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Esta mañana, paseando por la calle de Sants, me he encontrado a estos Reyes Magos, con fotógrafo incorporado, que cumplían con una muy sana misión: el niño entrega su chupete al rey de turno, que lo tira a la papelera, como forma de demostrar que ya no lo necesita, que ya ha crecido.
Pobre. La primera de una larga cadena de renuncias…
Ignoro si en altres parts d’Espanya tenen alguna tradició especial associada al Nadal.
Recordo, de petit, de l’Olentzero, al País Basc.
I des que visc a Catalunya, em segueix resultant curiosa, rara si es vol, la del Tió, un tronc al qual els nens peguen amb un pal i el fan cagar regalets i llaminadures.
Ignoro si en otras partes de España tienen alguna tradición especial asociada a la Navidad.
Me acuerdo, de pequeño, del Olentzero, en el País Vasco.
Y desde que vivo en Catalunya, me sigue resultando curiosa, rara si se quiere, la del Tió, un tronco al que los niños pegan con un palo y le hacen cagar regalitos y golosinas.
Ya sé que hoy es el día después, el de la realidad, el de los EREs regalados por las empresas, pero quiero volver la vista atrás por unas horas y mirer con nostalgia los obsequios dejados en las casas por los Reyes Magos que, como todo el mundo sabe, son republicanos.
En general, es en la mañana del día 6 cuando los niños (y muchísimos adultos) descubren maravillados las cosas que durante la madrugada les han dejado Melchor, Gaspar y Baltasar.
En la casa de unos amigos la magia se avanza a la noche del día 5.
Parece hasta más lógico. Si los Magos han desfilado ya por pueblos y ciudades y han empezado a descargar ya sus regalos, quizá es mejor esperarles despiertos, tras la cena, y así evitamos el estrés de la mañana. Los pequeños no necesitan levantarse a todo correr y los papas, tampoco.
La emoción es la misma, o mayor, si cabe, y los niños (y adultos) son felices un día más, unas horas más…