El blog del periodista Txerra Cirbian

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Las mejores series de 2023

La miniserie más cinéfila del año 2023.

Como en años precedentes, el amigo José López Pérez, de Nosolocine (donde he publicado inicialmente este artículo), me ha pedido elaborar mi lista de las mejores series del año que ahora finaliza y en el que no he podido ver todo lo que desearía. haber visto.

Por ello, os voy a citar algunas, pocas, ficciones que he podido ir viendo a lo largo de estos meses sin más voluntad que hacéroslas partícipe para que las disfrutéis un poco, si aún no las conocéis, o un mucho, si ya las habéis catado.

Como veréis, es una selección breve, por plataformas, en orden alfabético. No están Apple+, Rakuten ni Movistar+, que no tengo contratadas.

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Yo ya no voy al cine

Querían ustedes un titular llamativo. Pues ahí lo tienen: yo, un veterano periodista cultural, antiguo crítico de cine y hasta director de un cortometraje (pecados de juventud), ya no voy (casi) a las salas. Venga, admito ese ‘casi’ delante de la ‘boutade’. Y supongo que esta provocación será ‘castigada’ por buena parte de mis amigos y colegas, que empezarán a tirarme de todo (de forma figurada, espero). Y para añadir más leña al fuego les confesaré que lo mío, ahora, ya no es ‘Cinema Paradiso’, sino el ‘streaming’: ver películas y series a través de una pantalla conectada a internet.

Permítame el lector recordar unas palabras de Álex de la Iglesia cuando era presidente de la Academia del Cine, en la gala de los Premios Goya de 2011: “Hace 25 años, quienes se dedicaban a nuestro oficio jamás hubieran imaginado que algo llamado internet revolucionaría el mercado del cine de esta forma y que el que se vieran o no nuestras películas no iba a ser sólo cuestión de llevar al público a las salas. Internet no es el futuro, como algunos creen. Internet es el presente”.

Y seguía así: “Internet es la manera de comunicarse, de compartir información, entretenimiento y cultura que utilizan cientos de millones de personas. Es parte de nuestras vidas y la nueva ventana que nos abre la mente al mundo… (Los usuarios de Internet) son nuestro público. Ese público que hemos perdido y que no va al cine, porque está delante de una pantalla de ordenador. (…) No tenemos miedo a internet, porque internet es, precisamente, la salvación de nuestro cine”.

El director vasco, que acaba de estrenar su primera serie para una gran plataforma, ’30 monedas’, en HBO, fue clarividente. Hace casi 10 años de esas palabras y lo que dijo ya es una realidad. Recordemos que el vídeo bajo demanda (VOD) de Netflix para ordenadores empezó en el año 2007 y que el servicio de ‘streaming’ de HBO data de 2010 (como cadena de cable nació en 1966). Y ese mismo 2010 resurgió la catalana Filmin en la forma que ahora la conocemos, con una tarifa plana, aplicaciones para tabletas y la difusión en ‘streaming’ en alta definición.

Vuelvo al titular inicial. Siento confesar que ahora apenas voy a una sala de cine, y no es por ganas, porque siguen siendo el mejor lugar para ver una película, sin ninguna duda. Y no sólo superproducciones de estreno, sino los clásicos en blanco y negro que exhibe la Filmoteca.

Una sala de cine sigue teniendo algo de comunitario y misterioso, y más cuando la gran pantalla blanca, antes, se descubría detrás de unas cortinas gigantescas, generalmente rojas, como solían serlo también las butacas y las alfombras rojas que poblaban pasillos y vestíbulos.

Hubo una época en que conocía y saludaba a casi todos los porteros de cine de Barcelona. Y ellos a todos los periodistas culturales que acudíamos a los pases de prensa matinales y, luego, a las proyecciones de tarde y noche. Eran otros tiempos.

En parte estoy de acuerdo con lo que decía el colega Toni Vall, hace unos días, con respecto a la iniciativa de algunas de las grandes ‘majors’ de estrenar sus películas en sus plataformas digitales: «No tengo ningún interés en ver películas sólo en mi casa, aunque la dinámica de las distribuidoras y las productoras va hacia aquí. Contenidos ‘on line’ para ser vistos en casa, inexorablemente (…) Me estoy sintiendo expulsado del cine. Y es una sensación terrible, muy dolorosa».

Yo tengo otras razones para quedarme en casa. Os las explico.

La primera, evidentemente, la pandemia. Los cines y teatros han hecho un gran esfuerzo para adecuarse a la situación sanitaria pero toda precaución es poca y, si uno es población de riesgo, prefiere abstenerse. Tengo muchos amigos que acuden cada día a las salas y ninguno de ellos ha pillado la enfermedad. Cuando he ido a ver una película me siento en silencio más seguro en una de sus butacas que en el súper de la esquina o el centro comercial más cercano.

Otra razón: me he vuelto comodón. Siempre había soñado con tener una pequeña sala de cine, como hacían los directores y actores de Hollywood en las películas. Algo sólo posible para ricachones con mucha pasta hasta hace poco. Eso ha cambiado con las nuevas y enormes pantallas de los televisores inteligentes, que convierten cada salón en una soñada sala de cine.

Unos meses antes de la pandemia decidí aprovechar una oferta y compré una tele de 55 pulgadas, que mi esposa vio muy por encima de las posibilidades del tamaño de mi sala de estar. Pero ahí está y ya no parece tan grande. Con mi colección de películas en DVD y Blu-ray, y con un trío de plataformas cuyo contenido no me lo acabaré nunca soy un poco más feliz.


Y una tercera razón: la económica. Una entrada de cine de estreno cuesta entre 4,9€ del día del espectador y los 9€ de un festivo, 6€ una matinal y 8€ un día laborable. Multipliquen ustedes por dos, si son una pareja, y añadan si van con niños. También hay un estupendo abono anual de la Filmoteca de Catalunya por 90€ (un talonario de 10 entradas sale por 20€).

Cualquier familia con niños que se apunte al Disney+ pagará 6,99€ al mes o 69,99€ al año. Yo mismo estoy suscrito a varias plataformas y comparto otras con familiares. La suscripción anual a Filmin, la única íntegramente española, es de 84€ al año (la mensual básica cuesta 7,99€), y luego se pueden ‘comprar’ estrenos por unos 4€, como hacen el resto de empresas de ‘streaming’ salvo Netflix, que lo hace sin coste adicional (su plan básico cuesta 7,99€). Evidentemente, con esta competencia, no hay color. La balanza familiar se decantará siempre hacia este lado.

¿Significa esto que nos encaminamos inexorablemente hacia la desaparición de las salas de cine? Espero que no. Hace unos años, cuando el mundo de la prensa escrita empezó a decaer frente a la naciente digital, muchos periodistas no queríamos creer que el papel pudiera desaparecer. Y vamos camino de ello, con algunas salvedades (diarios de fin de semana con sus suplementos; algunas revistas especializadas) por las que el lector aún está dispuesto a pagar un poco más.

Una cosa similar puede pasar con los cines, convertidos en refugio de cinéfilos militantes. Sobrevivirán un puñado de grandes salas para exhibir espectaculares ‘blockbusters’ y, también, si saben jugar sus cartas, pequeños locales donde se exhibirán producciones independientes (¿quizá bajando los precios de las entradas?). Un tipo de cine que está encontrando su refugio y mayor visibilidad en las plataformas digitales.

Quiero citar precisamente a Filmin, que no solo apoya y potencia nuestro cine, sino que ofrece películas y series europeas independientes de gran calidad, ha rescatado una maravillosa biblioteca de clásicos y, en estos tiempos difíciles de pandemia, ha exhibido ‘on-line’ los contenidos de numerosos festivales cuya programación presencial era imposible desarrollar. Esta solución provisional no significa que los muchos certámenes que existen vayan a desaparecer, pero son fórmulas que en un futuro quizá deberán coexistir.

Nota: originalmente, publiqué este artículo en la web de Nosolocine. También hablamos del tema con Jose López en su programa de radio Nosolocine en las ondas (hacia el minuto 15).

Indiana Jones en Venecia

Como acabo de encontrar en internet a un fan de como yo de escenarios de películas y estamos en las fechas indicadas, os dejo aquí este regalito de Navidad: un fragmento del capítulo que he dedicado a Indiana Jones en mi libro Venecia de cine y el vídeo de Youtube que lo describe.

Quizá recordaréis que Indiana Jones y su amigo Marcus toman un avión hacia Venecia en busca del padre de nuestro héroe, Henry Jones. Ambos toman un vaporetto del que desembarcan junto a la Basílica de Santa Maria della Salute y allí se encuentran con la doctora Elsa Schneider.

Los tres se adentran en el barrio de Dorsoduro y caminan por la Fondamenta Gherardini, cruzan el Ponte dei Pugni y continúan por la otra parte del mismo muelle hasta llegar al Campo San Barnaba.

Elsa Schneider quiere enseñarles a Indiana y a Marcus la biblioteca donde Henry desapareció mientras buscaba pistas del Santo Grial en la sección de mapas de la ciudad. La imponente fachada de la iglesia de San Barnaba, con la torre de ladrillo detrás de esa biblioteca de ficción.

En efecto, San Barnaba ya no es una iglesia, sino que ejerce la función de sala de exposiciones, con una muestra permanente dedicada a las máquinas de Leonardo da Vinci.

Tras una serie de peripecias en su interior (tumbas, fuego, agua y ratas), Elsa e Indiana logran escapar a través de una alcantarilla, que abren en medio de las mesas de un café de la plaza y salen corriendo, perseguidos por los defensores de la Hermandad de la Espada Cruciforme.

Digamos que el Campo San Barnaba también ha sido el escenario de otras muchas películas, en especial de Locuras de verano, de la que hay también otro capítulo en el libro y que podéis hojear íntegramente y comprarlo, si os apetece, en la web de la editorial Ecos. También lo tenéis en Amazon, El Corte Inglés, La Casa del Libro, Fnac, Apple y Google Play.

Elsa e Indy aparecen junto a la Calle de Santa Lucia y los muelles industriales de Venecia, deonde se inician las escenas de una persecución en lanchas por unos canales. Ah… pero el viajero no encontrará esta localización: la verdadera calle de Santa Lucia desemboca en el Rio Terà Lista di Spagna y la Ferrovia. En cambio, en la ficción de Indiana Jones y la última cruzada, esa escena fue rodada en los citados estudios Elstree, días antes, en Inglaterra.

Después de la pelea entre Indy y Kazim, con la gran hélice de un barco detrás de ambos destrozando una de las barcas, la otra motora vuelve hacia el centro tras pasar frente a algunas localizaciones venecianas reales, como el Canal Lavraneri, un lugar situado en la parte trasera Sacca Fisola, una zona tan alejadas que prácticamente no la pisan nunca los turistas. Una vez en el canal de la Giudecca, la barca se desliza frente al hotel Hilton Molino Stucky Venice, que ocupa el imponente edificio de una antigua firma harinera.

La escena finaliza en el Gran Canal, a la altura del Puente de la Accademia. Detrás de los dos hombres, que hablan del Grial, van desfilando lentamente las fachadas de algunos de los palacios de ambos lados, como el Palazzo Venier dei Leoni, que alberga la Colección Peggy Gugenheim, y la bonita fachada del Palazzo Barbarigo. Finalmente, Indy deja desembarcar a Kazim en el muelle del Palazzo Barbaro, donde le explica que su padre está retenido por los nazis en un castillo fronterizo entre Austria y Alemania.

La mejor forma de admirar esos palacetes al borde del Gran Canal es, lógicamente, en una embarcación: la más barata, el vaporetto. También se puede acceder a los muelles más cercanos para observar los edificios desde la orilla contraria. Por ejemplo, el más cercano al último lugar es el Ponte dell’Accademia, mientras que la mejor perspectiva del Guggenheim puede ser desde justo enfrente, en la Fondamente del Traghetto de San Maurizio, muelle al que se puede llegar a través de la Calle Dose da Ponte, no muy lejos de la Piazza San Marco.

No sense el meu… iPhone?

La meva amiga Carme (i uns quants familiars i amics) són usuaris d’iPhone, aquest claríssim objecte del desig de qualsevol enganxat a les noves tecnologies, els telèfons mòbils i internet.
Fa uns dies, parlava amb el meu fill de la anhelada espera del nou terminal d’Apple, l’iPhone 4.0, per part de molts clients de Vodafone, ja que sembla ser que aquest estiu deixarà de ser una exclusiva de Telefónica-Movistar.
Així que aquest matí, quan buscava detalls d’aquest tema, he arribat al vídeo que acompanya aquestes línies a través de diversos enllaços (XatakaApplesfera9 to 5 MacEngadget i el propi programa d’Ellen Degeneres, coneguda actriu i presentadora, i una de les poques professionals que ha tingut la valentia d’expressar públicament la seva homosexualitat) i que mostra, amb cert humor, les dificultats d’una persona normal al enfrontar-se al aparell.
No fa molt, un comercial amb sentit comú em va vendre per un familiar d’edat avançada un mòbil que només servia per a això: trucar per telèfon. I que tenia les tecles molt grans, adequades per a dits que ja no tenen l’agilitat i la mida d’un jovenet.
Aquest familiar únicament utilitza el seu telèfon quan és necessari. I la seva economia ho agraeix, és clar.

No sin mi… ¿iPhone?

Mi amiga Carmen (y unos cuantos familiares y amigos) son usuarios de iPhone, ese clarísimo objeto del deseo de cualquier enganchado a las nuevas tecnologías, los teléfonos móviles e internet.
Hace unos días, hablaba con mi hijo de la ansiada espera del nuevo terminal de Apple, el iPhone 4.0, por parte de muchos clientes de Vodafone, ya que parece ser que este verano dejará de ser una exclusiva de Telefónica-Movistar.
Así que esta mañana, cuando buscaba detalles de ese tema, he llegado al vídeo que acompaña estas líneas a través de varios enlaces (Xataka, Applesfera, 9 to 5 Mac, Engadget y el propio programa de Ellen Degeneres, conocida actriz y presentadora, y una de las pocas profesionales que ha tenido la valentía de expresar públicamente su homosexualidad) y que muestra, con cierto humor, las dificultades de una persona normal al enfrentarse al aparatito.
No hace mucho, un comercial con sentido común me vendió para un familiar de edad avanzada un móvil que sólo servía para eso: llamar por teléfono. Y que tenía las teclas muy grandes, adecuadas para dedos que ya no tienen la agilidad y tamaño de un jovencito.
Este familiar únicamente utiliza su teléfono cuando es necesario. Y su economía lo agradece, claro.

Apple

Los productos de Apple son preciosos, apetitosos. Como este reciente iPad que se acaba de publicitar.
Pero se ha de reconocer que, como en cualquier objeto que aúna diseño, tecnología y moda, sus precios son carísimos.
Comparen: un portátil de 10 pulgadas con idénticas prestaciones (menos lo de la pantalla táctil) sale por menos de 300 euros; el iPad, por más del doble.

Apple

Els productes d’Apple són preciosos, molt apetitosos.
Com aquest recent iPad, que s’acaba de presentar oficialment.
Però s’ha de reconèixer que, com en qualsevol objecte que uneix disseny, tecnologia i moda, els seus preus són caríssims.
Compareu: un portàtil de 10 polzades amb idèntiques prestacions (menys allò de la pantalla tàctil) surt per menys de 300 euros, el iPad, per més del doble.

El iPhone

Hace unos días hablaba con mi compañera Carmen Jané, reciente premio de periodismo Accenture, sobre los iPod, esos minúsculos reproductores de música digital, fabricados por Apple, que han provocado el furor comprador de todos los amantes de este tipo de cacharros.
Yo me mantenía en mis trece: no todo el mundo puede (o quiere) comprarse todo aquello que os gusta a los expertos en estos aparatitos. Hice una breve encuesta, en absoluto fiable, como casi todas las encuestas, y sólo tres personas, de la docena de periodistas allí presentes, tenía un iPod: un 25%, y eso que la muestra no era en absoluto representativa de la sociedad que nos rodea.
Sirva esta introducción para hablar del nuevo gadget de la empresa de la manzana: el iPhone. Ese nuevo artilugio, con más de 144 millones de páginas que lo citan en internet, que aúna funciones de teléfono móvil, reproductor musical, gps y otras mandangas, todo por un módico precio cercano a los 600 euros, unas 100.000 de las antiguas pesetas.
No niego que me encantaría tener uno, como me gustaría tener un iPod y muchos de sus productos, pero ¿merece la pena? Y sobre todo, ¿vale la pena esperar horas y horas a la entrada de algunas tiendas para tener el tonto privilegio de ser uno de sus primeros compradores?

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