Hace varios años que dejé de fumar…
Mis pulmones me lo agradecieron y las personas que me quieren, también: mi aliento y mi ropa dejaron de ser malolientes.
En mi trabajo, la lucha contra el humo ha sido desigual: los no fumadores pasamos de ser objeto de burla por intentar defender nuestros derechos a ser calificados de «talibanes» por reivindicar espacios libres sin tabaco…
La tolerancia siempre ha sido patrimonio de los no fumadores. Recuerdo con disgusto las trifulcas con un fumador empedernido que había a mis espaldas: no dejó de lanzarme el humo de su apestoso puro ni estando yo enfermo. Por eso, el buen rollo, la autorregulación, no sirvió de nada hasta que llegó un día en que una decisión empresarial le obligó a dejar de fumar en su puesto de trabajo.
Desde hoy, además, podré salir de un bar o un restaurante sin que mi ropa huela a tabaco.