Anoche se presentó en Barcelona la película Salvador, la historia de Salvador Puig Antich, narrada en imágenes por Manuel Huerga.
Una de las personas que han colaborado en ella ha sido Lluís Llach, con una emotiva versión de I si canto trist.
«Y si canto triste / es para recordar / que no es así/ desde hace tantos años.»
Anoche, el cantante se desdobló bajo la lluvia y pudo acudir, primero, a la presentación del filme, y después, a la Sala Albéniz, de Tiana, el casinet, donde ofreció un recital de más de dos hora y cinco bises.
Hacía años que no oía a Llach. Unos amigos me convencieron para ir a verle. Era de noche, llovía a cántaros y tenía mis dudas.
Hubo un tiempo en que tarareaba (mal) sus canciones sin saber muy bien qué decía, porque mi lengua era otra.
Más tarde, cuando le pude entender mejor, huí de la ampulosidad gradilocuente de algunos de sus discos… Siempre me he preguntado por qué alguien que me emociona con un piano –o una guitarra, como Serrat– puede hacerme salir corriendo en su versión orquestal.
Ayer me volví a reencontrar con el autor de Verges, con su humor y fina ironía: «con la derecha, me tenía que meter bajo el piano por las garrotadas; ahora, a veces, con la izquierda también me tengo que esconder bajo el piano, pero de vergüenza», vino a decir él, nacionalista y de izquierdas de los de verdad, de corazón, de la tierra, sin exclusiones («hay quien sale a navegar en barca o yate y quien llega en patera»).
Volví a congeniar con sus palabras «qué estamos haciendo con nuestra juventud, a la que educamos en la competencia y el éxito en lugar hablarle de bondad y de ternura; yo prefiero a las buenas personas».
Volví a emocionarme con su poesía y con su música: Maremar, Un núvol blanc, Verges 50, Que tinguem sort…. Y en los bises, reclamados por todos nosotros, su espléndida Viatge a Itaca.
Afuera llovía y había refrescado, pero el interior de la sala estaba lleno de calor. El público no quería marchar y Llach, en una de esas noches en que está espléndido, tampoco.