Hace un par de días os hablaba de La Rochelle.
En nuestro viaje hacia el noroeste de Francia, optamos por descansar en un hotelito con encanto, de esos como los que salen en las películas.

Habíamos viajado unos 300 kilómetros desde nuestra etapa anterior, el cielo, de color gris plomo, sehabía oscurecido con unas gruesas nubes de tormenta y empezaba a descargar un fuerte aguacero.
Tenía a mano un folleto que me habían facilitado en la Oficina de Turismo Francés a través del departamento dedicado a su zona oeste (Vacaciones en Bretaña) y otro, que es el que utilicé, de Hoteles con Encanto en Bretañe. Me centré en la zona y reservé en línea en Le Domaine de Bodeuc.
No nos arrepentimos: bonito por fuera y acogedor por dentro, tenía wi-fi en las habitaciones y su cocinero nos sorprendió agradablemente esa noche. Su propietario, además, ejercía de maitre y somelier.
Fue este cultivado caballero quien nos sugirió una visita a La Roche-Bernard, un pueblecito de los englobados bajo el término de petites cités de caractère, uno de esos inventos turísticos que se les da también a los franceses, pero que, además, suelen corresponder a la verdad: ciudades con un casco antiguo relativamente pequeño, bien cuidado y con elementos artísticos e históricos interesantes.

El puerto de La Roche-Bernard fue, además, el lugar donde tomé esta imagen: la de un anfibio militar reconvertido en vehículo de paseo terrestre y marítimo, y la de la pareja que les acompañaba con un utilitario de similares características.
Llegaron, se metieron en el agua y siguieron su camino como si tal cosa.