Anoche fui a ver el documental Llach: la revolta permanent.
Como película encontré que tenía algunos peros: las dos líneas argumentales (la masacre de trabajadores por parte de la policía, el 3 de marzo de 1976, en Vitoria, y la posición de Lluís Llach antes, durante y después de estos hechos) no terminan de encajar con fluidez hasta su tercio final y están descompensadas por falta de material, como el propio director Lluís Danés ha admitido en alguna ocasión.
Todo ello se olvida al ver el filme como un todo. Me ha pasado como con Tranuites Circus, la otra colaboración entre Llach y Danés: es la presencia del cantautor, la fuerza de sus letras y su música, lo que eleva el conjunto.
Pero lo importante es que estamos ante una película necesaria –como lo es Salvador, en la que Lluís Llach también ha colaborado–, que no puede dejar indiferente a nadie y que nos recuerda que aún quedan puntos oscuros en el inicio de nuestra democracia.
Como dice en Campanades a mort: «(…) y tú tan viejo; envidioso de una belleza tan joven has querido desgarrar sus miembros, pero no podrás, porque todos guardamos esta luz y nuestros ojos serán relámpagos para tus noches.»