Una operación de un familiar me ha supuesto una inmersión total en un pequeño hospital comarcal. Hacía tiempo que no pasaba la noche en uno pero, aún siendo nuevo, este centro me ha recordado la soledad y desamparo de muchos otros.
Pero lo que me ha estremecido han sido unos gemidos continuos, emitidos cada cinco segundos, por una garganta desesperada. Sólo decía «ven», pero en diferentes tonos y volumenes. Desde un «veeen» corto, seco e imperativo, hasta un «veeeeeeeeeen» implorante y lloroso.
A la mañana siguiente, una enfermera me ha explicado que era una anciana con demencia senil o con mal de alzheimer, procedente de una residencia de la tercera edad y que tenía una pierna fracturada.
Desde la puerta pude ver a una auxiliar que la tranquilizaba. «Esté tranquila, que nosotros estamos cerca, pero no me puedo quedar todo el tiempo con usted, Antoñita».
Y en cuanto se alejaba tres pasos, volvía a oírse: «Ven, veen, veeeeeen».