Hace unos días, la Fundació Periodisme Plural, y más en concreto su responsable, Josep Carles Rius, me invitó a escribir en la web de Catalunya Plural de vez en cuando. Es una colaboración altruista que he iniciado con esta entrevista al escritor Ignacio Martínez de Pisón, con quien hemos hablado de la magnífica serie ‘El día de mañana’ (Movistar Plus), basada en su novela homónima.
Estrenada en medio del Mundial de Fútbol por Movistar+, la miniserie ‘El día de mañana’ se ha ganado, sin demasiada publicidad, el fervor de la crítica y, en menor medida, de un público cada vez más diversificado. Dirigida por Mariano Barroso a partir de un guion escrito por Alejandro Hernández y basado en la novela homónima de Ignacio Martínez de Pisón, la ficción narra la vida y milagros de un chaval de pueblo que llega a Barcelona a mediados de los años 60 acompañado de su madre enferma. Sus relaciones, especialmente con una joven y un inspector de policía, así como con diversos miembros de la burguesía catalana y la ultraderecha durante la Transición, retratan a un personaje que es mucho más que el chivato al que le reducen algunas sinopsis. El magnífico elenco de actores viene encabezado por Oriol Pla, Aura Garrido, Jesús Carroza y Karra Elejalde, entre otros.
He acudido a la biblioteca de mi barrio y no quedan ejemplares de ‘El día de mañana’.
¡No me diga!
He tenido que apuntarme a una lista de espera. Le confieso también que he intentado mirar si había alguna forma de leerlo por internet.
Ya, ya sé que hay webs piratas donde aparecen mis libros.
No se crea. Están cerrando muchas. Solo he visto un fragmento de su libro en un sitio. Pero ha sido más fácil: la novela está a la venta en la mayoría de librerías digitales y a un precio razonable.
Menos mal. Ya estoy acostumbrado a recibir alertas digitales sobre el tema.
Volvamos a ‘El día de mañana’, si le parece. ¿Ha visto la serie?
Sí, sí, claro.
¿Y qué le parece?
Yo creo que han construido una buena historia, que tiene ritmo, que los personajes funcionan, mantienen su complejidad. A veces te caen mal y a veces te caen bien, pero siempre te interesan..
Teniendo en cuenta su experiencia previa (‘Carreteras secundarias’, ‘Las 13 rosas’, ‘Chico & Rita’), por qué no ha participado en el guion de la serie?
Cuando me contactaron los productores Fernando Bovaira y Guillem Vidal-Folch, yo estaba liado con otras historias y ni me propuse yo ni me propusieron ellos redactar el guion. Además, cuando me dijeron que tenían a Mariano Barroso y que el guionista era Alejandro Hernández, no tuve dudas. Es un escritor cubano que lleva ya tiempo en España y que ya había hecho con Barroso ‘Todas las mujeres’. También ha escrito ‘Caníbal’ y ha adaptado la novela de Javier Cercas ‘El autor’. No le conozco personalmente, pero por lo que he visto es un muy buen profesional. El mérito de que la serie funcione es que el guion está muy bien construido.
¿Cree que han respetado el espíritu de su novela?
Yo no hablaría tanto de respetarla, sino de que han hecho suya la historia. Algunas de las tramas las han suprimido, porque no cabían, y otras las han modificado y enriquecido, porque era necesario tener dos hilos narrativos fuertes. Y lo han conseguido a través de la relación de Justo Gil con la chica, Carme Román, y con el policía, Mateo Moreno. En la novela son muchas las personas que hablan y que, al mismo tiempo que explican sus vidas, están contando la historia de ese que nunca habla, que es Justo. Es una visión plural con muchas perspectivas sobre el personaje. En la serie han tenido que reducirlas a una perspectiva central. Pero han logrado sacar de una novela bastante desperdigada dos hilos narrativos centrales que se siguen muy bien. Yo creo que es un guion estupendo.
Volviendo a la novela, ¿cual es su origen?
Aunque la novela la publiqué en el 2012, yo ya tenía antes en la cabeza contar algo sobre la Brigada Político Social (BPS) desde el punto de vista policial. Existen muchos libros de personas que fueron torturadas por [el comisario Antonio Juan] Creix y su gente en la Via Laietana [sede de la Jefatura Superior de Policía, en Barcelona] o por policías de la Puerta del Sol, en Madrid. Me faltaba el punto de vista de esta otra gente. A través de Pedro Costa me puse en contacto con Xavier Vinader y este me facilitó el contacto con un policía jubilado de la BPS, que fue quien me contó cómo eran las cosas en Via Laietana en los años 60. Eso era lo que me interesaba, porque nadie de esa brigada te explicará abiertamente todo lo que hicieron. Ese hombre, que vivía en Murcia, y al que vi varias veces y hablé luego mucho por teléfono, me ayudó mucho. Así, junto al testimonio que nunca ha faltado de gente que fue torturada durante el franquismo, pude incorporar este personaje de Mateo Moreno, que interpreta Jesús Carroza.
¿Qué le contó ese policía?
Que a partir de 1968, cuando Creix fue destinado al País Vasco, después del asesinato de Melitón Manzanas, y aquí –según esa fuente que yo tenía- la cosa se suavizó un poco. Y aunque seguía habiendo malos tratos, la represión parece que no era fue fuerte como los años previos. Pero bueno, él me contaba algunas cosas que demuestran que el respeto hacia el ser humano era mínimo o nulo.
¿Recuerda alguna anécdota en especial?
Me acuerdo de una historia que yo metí en la novela y en la serie sale un poco cambiada: cómo hacen desaparecer un cadáver en El Garraf. Me contó que había una manifestación contra la guerra de Vietnam cerca del Consulado Norteamericano y que estaba tomando algo en un bar. Cuando salió, chocó contra un manifestante, y a este se le cayeron unas octavillas que llevaba ocultas. Total, que le detuvo, le llevó a Via Laietana, le esposó a un radiador y volvió a salir de Jefatura para vigilar la manifestación. Cuando volvió, al cabo de un par de horas, se encontró con que el chico se había muerto. Como no habían hablado con él, nadie sabía quién era, no sabían si era español o extranjero, y no llevaba documentación, pues decidieron despachar el cadáver por un acantilado del Garraf. Y por allí deben estar aún sus huesos. Quizá fuera cierto lo que decía: que empezaban a suavizarse las cosas, ya no que estaba Creix. Y probablemente se olían que se estaba acercando un cambio en España. Pero, al mismo tiempo, seguían comportándose como la policía de una dictadura.
En la novela, el protagonista, Justo Gil, sale peor parado que en la serie…
La historia de Justo es la de un tío que se degrada moralmente desde el momento en que se ofrece a hacer de confidente, porque una cosa es comerciar con objetos y otra, hacerlo con las personas que le rodean. El único objetivo de cada amistad que tiene es vendérsela a la policía. Y lo que logra la serie es que el tipo te caiga bien aunque sepas que las cosas que hace están mal. En la novela, en cambio, no necesariamente se produce esa identificación y hay momentos en que detestamos al personaje.
¿Justo reacciona así porque previamente le han maltratado?
Él en el fondo cree que los méritos que hace le pueden abrir camino. Y lo que estamos viendo es que estamos en una España donde los méritos no te abren ninguna puerta. El chico al que conoce y que es hijo de un empresario franquista ese sí que tiene todas las puertas abiertas. Pero él, que viene de un pueblecito aragonés, con una madre enferma a cuestas, él será quien reciba todas las tortas. Además también tiene una visión muy mercantilista de la vida que, en cierto momento, traspasa una barrera moral: pasa de vender productos por catálogo a vender a sus amigos y a las personas que te rodean. Y, además, a la policía, en una dictadura, donde las informaciones afectan a gente que están ejerciendo lo que ahora son derechos, pero que en aquella época eran delitos y eran perseguidos.
¿Qué opina del actor que lo interpreta?
Oriol Pla lo hace muy bien. Es muy buen actor. El personaje está muy bien construido. Han conseguido darle muchos matices y complejidad, y él los capta y los expresa muy bien. Y tiene la complicidad del espectador, que se identifica con él aún sabiendo que las cosas le van a ir mal.
En la década que acontece la trama, se ve cómo se pasa de la dictadura a una democracia incipiente.
Y el inicio de un antifranquismo que empezó a sacudir las conciencias a partir del Proceso de Burgos, en 1970. Estamos hablando de que aún le quedan cinco años de vida a Francisco Franco, pero que van a ser muy duros y de gran regresión, precisamente porque empieza a haber una mayor organización obrera y estudiantil. Por eso, el régimen, que en apariencia pretendía hacer un esfuerzo aperturista, se bunqueriza y se protege mucho más. Lo cual es realmente llamativo, porque si en los años 60 había habido pocas condenas a muerte, en cambio, en los últimos años de Franco hay un rebrote violento y empieza a haber muchas más y culminan en 1975 cuando matan a cinco activistas solo unos meses antes de la muerte del dictador.
La novela acaba casi con la legalización del Partido Comunista.
Un poco más tarde, en la época en que la ultraderecha era muy fuerte en Barcelona, cuando pusieron la bomba en ‘El Papus’ [septiembre de 1977].
Los primeros años de la Transición…
Sí, una época, y siempre se ha dicho y creo que es verdad, en la que desde Gobierno Civil se alentaban esas actividades. Y una parte de ese terrorismo y activismo de la ultraderecha estaba protegido o auspiciado por la Policía, como forma de contratacar y hacer frente al activismo revolucionario, de izquierdas. Ese terrorismo ultra gozaba de cierta protección, como me dio a entender Xavier Vinader. No sé si sabes que Vinader llegó a tener un carnet de Fuerza Nueva para colarse en la reuniones de aquel grupo, a las que acudían policías. Al principio, cuando aún no era muy conocido, se colaba en todas partes. Luego tuvo que marcharse para evitar que le encarcelaran por aquellos reportajes de Interviu. Más adelante, a la Policía ya no le interesó proteger a esa gente, cerró el grifo y ahí se acabaron los atentados de ultraderecha.
De hecho, el personaje de Mateo Moreno acaba saliéndose de la policía, montando un bar y en el PSOE…
Es que pertenece a ese grupo de policías que no tienen ideología, que igual trabajan para el Régimen de Franco que para el partido que gobierne en la democracia. Ellos trabajan para el Estado, con sumisión al poder, que en un momento dado es una dictadura y luego una democracia, con Martín Villa y luego con Felipe González. No tienen ideología, pero tampoco escrúpulos… En efecto: si tienen que zurrar en nombre de la dictadura, zurran, y si tienen que hacerlo en el de la democracia, también.
Pero eso también pasa con los Mossos, que el 15-M desalojaron a los indignados de la plaza de Catalunya…
Hicieron lo que les dijera el ‘conseller’ de turno. Si les ordena evacuar la plaza de Catalunya, la evacúan, claro.
¿Ve usted algún paralelismo entre la situación actual y la que acontece en la novela y la serie?
Aunque nos parezca que estos momentos son muy convulsos, y el otoño pasado nos pareciera muy caliente, hay que tener un poco de memoria para recordar lo convulsos que eran los años posteriores a la muerte de Franco. Realmente allí había muertos en las manifestaciones, había mucha violencia, existía la sensación de que en cualquier momento los militares podían, como de hecho lo intentaron en 1981, volver a tomar el timón de la situación. En aquellos momentos, el terrorismo, de diferentes signos, mataba a cientos de personas cada año. Nos hemos acomodado en una realidad tan confortable, como es la de la democracia y la Unión Europea, que ya nos hemos olvidado de lo agitados y convulsos que fueron los años de la Transición. Moría mucha gente y las manifestaciones y la represión eran muy duras, y la tortura seguía existiendo durante mucho tiempo en los calabozos. Y las condiciones de los presos en las cárceles eran terroríficas. Por eso, cualquier paralelismo es siempre forzado, porque las circunstancias son muy diferentes.
¿Cómo vive un escritor como usted, que escribe en castellano, en esta sociedad que prima tanto a los autores en catalán?
La sociedad catalana sabe que tiene un patrimonio tremendo con la lengua y la literatura castellana y creo nadie en sus cabales va a renunciar a eso. Habría que ser muy fanático para renunciar a esa otra parte que es muy enriquecedora. Sería absurdo. Es cierto, por otro lado, que existe una ultraprotección de lo catalán que hace que los escritores en castellano pues estemos un poco ‘marginados’… vamos, que no tengamos la protección que tienen los otros. Tampoco es que me parezca mal: la obligación de las autoridades de aquí es proteger esa cultura, que es más débil.
¿Apoya usted esas políticas proteccionistas?
Desde un punto de vista estrictamente cultural, me parece bien que se apoye la literatura y el cine en catalán, porque tienen que existir y, además, porque se están haciendo cosas muy buenas. No ha habido un momento tan bueno del cine en catalán como ahora. Y lo mismo pasa con la literatura en catalán, donde varias generaciones de autores en catalán conviven y escriben buenos libros. Y al final, en definitiva, ese apoyo está muy bien. Lo que pasa es que a veces ese apoyo se ha politizado y parece como si, a cambio de ese apoyo, a esos autores se les hubiera pedido una lealtad a una cierta idea, al procés o a lo que sea.
¿Saldremos del callejón político actual?
Yo creo que sí. Hemos tenido mucha suerte con esta extraña jugada de Pedro Sánchez que, creo, va a tranquilizar bastante las cosas. Espero que ni Puigdemont ni Torra vayan a bunquerizarse. La sociedad está deseando que las cosas se arreglen. Hemos vivido con gran tensión estos últimos meses, pero se ha de recordar que no ha habido ningún muerto, ningún estallido de violencia. No ha habido grandes heridas que no se puedan cicatrizar. La sociedad está deseando tranquilidad. Cuando una revolución funciona, lo hace porque las cosas están muy mal, porque la gente de muere de hambre, porque hay una opresión muy seria. Las revoluciones las protagonizan gente desesperada y yo creo que ahora no hay tanta gente desesperada en Catalunya. Vivimos en un estado de derecho y en uno de los núcleos más prósperos de la Unión Europea.