El Papa Benedicto XVI quizás ha metido la pata o ha sido inoportuno en sus palabras sobre el islam. Probablemente sus palabras añaden más distancia entre el mundo cristiano y el musulmán, el gran desconocido.
Pero lo importante quizá no sean las palabras textuales de Joseph Ratzinger, sino cómo son transmitidas al mundo islámico y reflejadas en una sociedad en la que religión y política van muy unidas, donde la libertad de expresión está muchas veces supeditada al poder religioso.
Estamos delante de un caso que no difiere tanto del de los famosos dibujos ofensivos hacia Mahoma y que ya comenté en febrero.
Como decía entonces, Dios es amor y tolerancia, pero no violencia. La libertad de expresión, que no de insulto, es un derecho irrenunciable y no hemos de tener miedo a la reacción de los fundamentalistas, encantados de arrimar el ascua a su hoguera.