Hoy me había levantado pensando en las palabras de Adriana Faranda en el diario El País, el domingo, día 26. Esta exdirigente de la Brigadas Rojas italianas reflexionaba cómo habían encarado el fin de la violencia terrorista en su país, con seriedad y también con humanidad y sentimiento.
También en que Arnaldo Otegi tiene más razón que un santo cuando le dice al PSOE que se deje de vídeos («a ver quién ha hecho menos…. o a ver quién la tiene más corta») y que encare con ganas el proceso de paz en el País Vasco.
Pensaba en todo eso cuando he decidido reirme de mí mismo y hablarles de la mula.
La mula, o el burro, es un eufemismo para referirse al E-Mule, programa de intercambio de ficheros punto a punto (p2p), como explica bien la Wikipedia.
No quiero hacer aquí es una reflexión moral sobre este tema, sino explicarles un cuento con moraleja.
Reconozco mi inexperiencia en este terreno, pero un amigo aún más inexperto que yo me pidió que si podía bajarle de la red una determinada música. La curiosidad fue más fuerte que la posible ilegalidad de la propuesta: instalé el programa y me dispuse a buscar el disco en cuestión, que debía ser muy raro, porque no aparecía por ningún lado, aunque sí en forma de película.
«Ah, mucho mejor», dijo mi amigo.
Un par de días más tarde ya tenía un archivo con el título en cuestión y se lo pasé. Esa misma noche recibí una llamada suya, riéndose de mi: en el archivo de vídeo había 10 minutos de película, repetida hasta seis o siete veces, y con un claro mensaje antipiratería en su interior.