Era el domingo 11 de julio –razón por la que este relato aparece con esta fecha–, estaba de vacaciones y no quería ver la final del Mundial de Fútbol de Suráfrica…
Unos días antes, en Cork, había visto el choque contra Alemania y los españoles superaban en jolgorio a los escasos hinchas alemanes que había en esa ciudad irlandesa. Lo celebré, aunque siempre me ha dado pudor lo del griterío colectivo, con banderas y camisetas rojas. Me da cierta vergüenza ajena. ¡Qué le vamos a hacer!
Como os decía, no quería ver la final. «Perderemos y me cabrearé», pensaba. Así que nos fuimos a cenar a un pequeño restaurante de Sligo. «Ya veré luego los goles», me resigné.
Pero en Irlanda existe una diferencia horaria de una hora con respecto a España y cuando salimos de cenar, el partido aún no había acabado… O mejor dicho, había finalizado en empate y se jugaba la prórroga.
Íbamos en dirección al B&B donde dormíamos y, al pasar por delante de cada pub, nos parábamos a observar las grandes pantallas de televisión que ofrecían el encuentro. Seguían marcando un inexplicable 0-0.
No sé cuántos pubs fuimos sobrepasando sin que nada rompiera esa rutina. Sólo sé que al llegar a uno, vi a Andrés Iniesta corriendo como un loco y mostrando un mensaje en su camiseta, dedicado a su amigo Dani Jarque, el fallecido jugador del Espanyol (si visitáis su interesante y divertida página web, Andres Iniesta.es, en ella podéis encontrar su carta a Jarque).
Ya en el B&B pudimos disfrutar de la repetición de las mejores jugadas y del golazo de este chaval.
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