El periodista y escritor Eduardo Haro Tecglen murió ayer en Madrid. Tenía 81 años. Escribía una columna diaria en El País. Como periodista trabajó en muchos sitios, pero yo le recuerdo sobre todo de Triunfo en unos momentos políticos en que esa revista era casi el único soplo de libertad en una España ahogada por el franquismo.
De Haro, se pueden decir muchas cosas: rojo, republicano, hombre íntegro, periodista de raza…
Hoy hay muchos retratos en la prensa, un foro en el propio El País, y artículos como los que le dedican sus compañeros. Uno de ellos, el de Juan Cruz, puede leerse también En Profundidad.
Físicamente, le recuerdo con cierto parecido con el actor Al Lewis, el entrañable abuelo de la televisiva Familia Munster. Pero Haro era grande en todos los sentidos.
En su último y póstumo artículo, habla de nuestra profesión: «Un periodista no debe tener más ni menos obligaciones que una persona cualquiera: las laborales deben estar regidas por los acuerdos de su sindicato y sus patronos, en este régimen, y las de la posibilidad de escribir no deben tener más límites que los del Código: es decir, lo que pesa sobre cualquier ciudadano. Como la libertad de prensa no es un derecho del periodista, sino del ciudadano». ¡Del ciudadano!
Máximo viene a resumir nuestros sentimientos en su viñeta: como lectores, nos ha dejado solos, desolados.
(Días más tarde de colgar este apunte, numerosos artículos siguen recordando la figura de Haro. Uno de ellos, quizá el más entrañable, es el que Miret Magdalena publica hoy, viernes 28 de octubre, en el mismo diario El País, que también reflejo En Profundidad).
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