Soy de aquellos privilegiados (o desgraciados) del primer turno de las vacaciones, de los del mes de julio.
Ahora veré marchar a mis compañeros de agosto y de septiembre, pensando aquello de «que «me quiten lo bailao».
Vuelvo a trabajar con las mismas ganas que un niño vuelve a la escuela tras las vacaciones: ¡ninguna!
El síndrome posvacacional ya existía cuando éramos pequeños.