Hacía muchos, pero que muchos años, que no tenía fiesta en el día de Sant Jordi.
Curiosamente, el día más emblemático para los catalanes, no es festivo, sino laborable. En esta ocasión la guardia en el diario les correspondió a mis compañeros del área de Cultura, cuyo trabajo podéis leer en este enlace.
Pero, como os decía, este sábado no me tocaba trabajar, así que pude irme a pasear con mi chica desde primera hora.
Y para iniciar bien la jornada, decidimos acercarnos a La Pallaresa, toda una institución: es una de las chocolaterías más famosas de Barcelona, junto con Dulcinea, Xicra y Viader.
Así que nos dirigimos a la calle de Petritxol poco después de las 9.00 de la mañana, cuando aún no había empezado la invasión de clientes que llenaría poco después la granja hasta los topes.
Un buen suizo (chocolate caliente con nata) y unos deliciosos churros, nada grasientos -el defecto de muchos lugares-, fueron el prólogo del paseo.
En esta ocasión, para hacer tiempo hasta las 11.00, la hora en que los escritores empiezan a firmar ejemplares, decidimos acercarnos a la plaza de Sant Jaume.
A la Generalitat iba entrando personal trajeado -supongo que invitados a la tradicional recepción del president-, mientras que el Ayuntamiento lucía un cartel de «puertas abiertas«.
Aprovechamos la ocasión y entramos en la Casa Gran por la calle de la Ciutat y paseamos por una quincena de estancias emblemáticas del edificio, desde la sala de la Reina Regente, donde se celebran los plenos municipales, hasta el Saló de Cent, donde se celebran actos ciudadanos de importancia, pasando por el despacho del alcalde y… ¡oh, sorpresa! una sala presidida por el cuadro Complement, un Tàpies de 1999 que había estado expuesto en el Edificio del Fórum, cuyo lema reproduzco.
La otra foto es la del Sant Jordi que hay en el Saló de Cent. Bajamos por la Escalera de Honor hasta el patio, para finalizar la visita.
Cuando acabamos el recorrido -recomendable para cualquier visitante de la ciudad e imprescindible para todos los barceloneses- salimos del Ayuntamiento y nos dirigimos por la calle de Ferran hacia las Ramblas.
La calle era ya un hormigueo constante, donde empezaba a ser difícil dar un paso… Pero bueno, eso es Sant Jordi.
Casi enfrente de la fuente de Canaletes, a la altura del Teatro Capitol, vimos a Rafael Amargo, el famoso bailarín y coreógrafo que, enfundado en una camiseta, vendía rosas solidarias con la Fundación Sanfilippo.
Lo explicaba así en su web:
«Sanfilippo no es un hermoso pueblo. Ni una bella Iglesia. Es una terrible enfermedad degenerativa que destroza la vida de los niños que la padecen, hasta la muerte. Para financiar su estudio se creo la asociación Sanfilippo y para recaudar fondos hoy Rafael Amargo y la presidenta de la asociación Belén Zafra venderán rosas y el libro La infancia truncada.»
Pero Rafael, que está a punto de estrenar su último espectáculo, Solo Amargo, tuvo un momento idem: un funcionario municipal le instó a retirar el tenderete y situarse en el lugar para el que sí tenía permiso, que no era allí, sino en la calle de Mallorca.
Dejamos al bailarín dando explicaciones mientras seguíamos nuestro recorrido hacia la Rambla de Catalunya, donde se concentraban más escritores por metro cuadrado que en ningún otro lugar. Claro que frente a la FNAC de la plaza de Catalunya estaba Albert Espinosa, el escritor de amarillo, el autor que más vendido este año. Le han ayudado, eso sí, la excelente recepción que está teniendo «Pulseras rojas», su magnífica serie sobre niños con cáncer.
Un poco más arriba, Eduard Punset también firmaba libros a diestro y siniestro. A la altura de Diputació, había gente que repartía gratuitamente libros. Eran ejemplares de El tiempo de las palabras azules, de Pedro Brotoni Villa, ganador del cuarto premio Volkswagen Qué Leer. Seguro que fue el más leído.
Pero a esas alturas, ya estábamos agotados. Tocaba ir a comer.
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