Hace tres años que estuve en las Islas Feroe y dos que publiqué la primera guía en castellano de este pequeño país autónomo, dependiente de Dinamarca. En plena añoranza, quiero rescatar un reportaje que hice para la edición española de National Geographic Viajes, y que resume en 14 ítems lo esencial de ese archipiélago salvaje.

Lo complicado del caso es que las Feroe han logrado ser las primeras sin casos de covid-19, pero por ese mismo motivo están siendo sumamente restrictivas a la hora de volver acoger turistas. Desde el 15 de junio han abierto la mano a los viajeros de Dinamarca, Groenlandia, Islandia, Noruega y Alemania sin necesidad de cuarentena. Y a partir del 27 de junio se ampliará al resto de países europeos del espacio Schengen, excepto Suecia y Portugal (ahora mismo ignoro la razón).

Lo cierto es que los visitantes de las Feroe tendrán que llevar un justificante de estar libres de covid-19 o hacerse una prueba en el aeropuerto, según ha decidido el Gobierno de este pequeño archipiélago. Algo que será gratuito hasta el 10 de julio y de pago a partir de ese día: 390 coronas danesas (algo más de 50 euros). Menuda broma.

Volviendo a lo que iba. Que mi añoranza por las Feroe me ha hecho repescar lo que publiqué en su día en National Geographic. Aquí tenéis el texto.

UNA INDEPENDENCIA ADICTIVA
Las 18 islas rocosas de las Feroe se esparcen en el inmenso Atlántico Norte, a medio camino entre Islandia y Noruega, y unos 250 km por encima de Escocia. La roca oscura delata el origen de este archipiélago de pasado volcánico, que surgió de la cresta submarina que va de Islandia a las escocesas islas Shetland. Aunque pertenecen al reino de Dinamarca, desde 1948 goza de una gran autonomía política y económica: no forma parte de la Unión Europea –Dinamarca, sí–, tiene moneda propia y su selección de fútbol juega torneos internacionales.

CADA VEZ MÁS CERCA
Hasta no hace mucho, para volar a las Feroe había que pasar por Copenhague, pero desde hace un par de años se ha abierto una ruta semanal, de mayo a septiembre, desde Barcelona con Atlantic Airways al aeropuerto en la isla de Vágar. También se llega en ferry desde Dinamarca con la línea que pasa por Tórshavn, la capital feroesa, y continúa hacia Islandia.

SALVAJE E IMPREDECIBLE
Aún bastante desconocidas por el turismo, las Feroe son un paraíso para los amantes de la naturaleza y las aves marinas. Lo primero que asombra al viajero que aterriza en las Feroe es su naturaleza intacta. Acantilados cortados a pico, prados verdes que tapizan montañas y el mar omnipresente –se dice que uno nunca está a más de 5 km de la costa–. Expuestas al viento, estas islas de origen volcánico no tienen ni un árbol a la vista, y llueve una media de 210 días al año, siendo los meses veraniegos los más soleados. Precisamente el tiempo cambiante aconseja para las excursiones llevar capas de ropa y un calzado cómodo e impermeable.

TIERRA DE OVEJAS
El nombre danés del archipiélago, Føroyar («islas de los corderos»), está plenamente justificado pues en sus islas habitan 50.000 habitantes y 80.000 corderos. Aprovechando la movilidad de las ovejas, recientemente se equiparon algunas con cámaras para crear un mapa del archipiélago.

UNA COQUETA CAPITAL
Un 40% de los feroeses reside en la ciudad de Tórshavn y sus alrededores, en la isla Streymoy. La capital del archipiélago es una de las más pequeñas de Europa, de ahí que sea perfecta para visitarla a pie, pasar un par de días o convertirla en la base para recorrer el archipiélago pues en el resto de islas la red hotelera es muy escasa.

UN PUERTO ‘MOVIDITO’
La tranquilidad que se respira en las calles de Tórshavn contradice el significado de su nombre «puerto de Thor», el dios del trueno. Pasear por la península de Tinganes para ver sus casas negras con tejados de hierba, los edificios históricos de paredes rojas y la catedral de madera blanca, y comer en un restaurante del puerto es un plan perfecto. También apuntarse a algún evento cultural. Porque en Tórshavn florece la vida artística, especialmente la musical, con una orquesta sinfónica, diez bandas, decenas de corales y una veintena de grupos de rock y pop.

UN PUEBLO CON ESTRELLA… MICHELIN
Alrededor de la capital se pueden realizar muchas excursiones. Una muy sencilla es a Kirkjubøur, un pueblecito al sur que fue sede episcopal durante la Edad Media y hoy es el sitio histórico más importante de las Feroe, con las dos iglesias más visitadas. Quizá por ello también aquí está el restaurante Koks, el único con estrella Michelin del archipiélago y cuna de la renovada cocina escandinava. 

UNA HISTORIA DE PIONEROS
Se cree que los primeros que poblaron estas islas fueron ermitaños del siglo vi que llegaron acompañados de ovejas y cabras desde las islas Shetland y las Orcadas. Un par de siglos más tarde se instalaron familias que huían de la tiranía del rey Harald I de Noruega. Se asentaron con paciencia y tesón en los prados y puertos naturales al abrigo de los fiordos. En la actualidad la mayoría de feroeses se dedican a trabajos relacionados con la pesca, base de su economía.

UN ‘ROAD TRIP’ INESPERAT
En las últimas décadas las principales islas han quedado unidas mediante carreteras con puentes y túneles: uno conecta Streymoy, donde se halla la capital, con la de Vágar, sede del aeropuerto, ambas separadas por apenas 46 km; otro túnel comunica las islas norteñas de Borðoy, Viðoy y Eysturoy.

ACANTILADOS Y ORNITOLOGÍA
De todos modos, las distancias en las Feroe son siempre cortas, y solo se alargan los desplazamientos cuando hay que tomar un ferry. Es importante saberlo si se desea visitar la isla de Mykines, en el oeste del archipiélago, un paraíso para los aficionados a la ornitología, solo accesible en barco o en helicóptero con buen tiempo; o cualquier isla del sur, como Suðuroy, cuyos acantilados también acogen miles de aves. Conviene disponer de una día para cada una de ellas.

LA TIERRA DE LOS FIORDOS
Hacia el norte, el punto más septentrional de las Feroe por carretera es Viðareiði, en la isla Viðoy. Allí un breve ascenso por el monte Villingadalsfjall permite contemplar una de las panorámicas más extraordinarias de este destino, con fiordos de enorme belleza y fáciles de recorrer por estrechas carreteras.

LA ‘FOTOGENIA’ DE SAKSUN
Desde este extremo de las Feroe, trazando un arco de regreso por la costa, surgen otras etapas imprescindibles. Gjógv, con un puertecito natural donde se practican deportes acuáticos; Eiði, para admirar los peñascos de Risin y Kellingin; la ensenada de Tjørnuvík, encajada entre un mar bravío y montañas que miran hacia el Gigante y la Bruja, como llaman a los citados islotes de Eiði; la bahía de Saksun, un remanso de paz entre colinas verdes y un arenal que suele aparecer en películas y anuncios, por el que pasear en la bajamar; y Vest– manna, de donde parten embarcaciones para ver impresionantes acantilados, cuevas marinas y los miles de pájaros que allí anidan.

EL EMBRUJO DE DRANGARNIR
Frente a la costa oeste de la isla de Vágar emergen los peñones de Tindhólmur y Gáshólmur, conocidos como las rocas de Drangarnir.

LAS CASCADAS DE INSTAGRAM
Profundizar en la isla de Vágar permite contemplar las dos cascadas más fotografiadas del archipiélago. La de Gasádalur se sitúa al final de la carretera que conecta la aldea de Sørvágur y la de Bøur, un excelente mirador sobre tres islotes que emergen entre la costa y la isla de Mykines. Y la cascada de Bøsdalafossur, cuya caída al mar únicamente puede verse tras la caminata que bordea el lago Sørvágsvatn, el más grande de las islas, muy cerca ya del aeropuerto. Una buena excursión como despedida de las Feroe.