Hace unos días, comí con unos familiares en el Restaurante Maxim, de El Vendrell.
La comida estaba muy bien: no se puede objetar nada a una cocina de mercado, basada en el producto fresco, que evidentemente queda reflejada en la factura final.
La atención no estuvo a la altura. La camarera que nos atendió fue inicialmente tan poco amable que estuvimos a punto de marcharnos del local sin haber casi llegado a sentarnos.
El problema, habitual en muchos lugares, incluido nuestros lugares de trabajo, era el aire acondicionado, muy por debajo de los 25º que recomienda la Generalitat. Ese frío sólo lo nota quien entra del calor exterior al gélido interior, no la empleada, que no tiene frío porque se está moviendo continuamente. La joven despachó nuestra petición de menos frío con cajas destempladas.
Apaciguados luego los ánimos, la camarera se vengó luego de una forma sibilina.
Al pedir agua para todos no nos sirvió cualquier agua mineral o del grifo, sino un agua noruega, la selecta Voss.
Curiosamente, el año pasado visitamos el pueblo homónimo y bebimos su agua sin detectar ninguna virtud especial.
Puedo parecer un pueblerino, pero ¿es necesario importar un agua mineral de Noruega? La joven, que ya había abierto las dos botellas solicitadas, anunció que sólo tenían esa marca u otra japonesa.
Seguro que la famosa sumiller de aguas Manoli Romeralo discreparía de opinión, pero me pareció una modernez de nuevos ricos que en aquel restaurante sólo hubiera un agua noruega y otra japonesa. Ni una catalana, ni una española, y eso que las hay excelentes… y mucho más baratas.
Como es lógico, pagamos religiosamente la cuenta, incluidas las dos carísimas botellas de agua mineral, no sin pensar en la actitud de la camarera. Había consumado su venganza.
También ha perdido unos clientes.