El otro día estuve viendo a Samanta Villar en 21 días…
Hasta ahora, esta periodista se había metido entre pecho y espalda 21 días viviendo en una chabola, 21 días sin papeles y 21 días entre cartones. Eran actividades de la presentadora metida en ambientes de pobreza, que siempre da mucho juego y más audiencia. Pobre gente estos pobres, ¿no?
También se ha pasado 21 días sin comer y 21 días machacando mi cuerpo, dos excelentes formas de perder peso y ponerse en forma.
Y aquellos 21 días fumando porros ya fue otra cosa. Echaba humo…. o era una cortina de humo, vamos.
Lo que os decía: estuve viendo 21 días… de lujo. Me pareció una pantomima. Como aquel reina por un día del franquismo. ¿A qué conclusión quería llegar Samanta? ¿A que en estos tiempos de crisis sigue habiendo gente rica y muy rica a la que no le afecta la crisis? ¿Y qué le importa eso al espectador? Si no está en paro, es probable que tampoco pueda meterse en ese ambiente… a no ser que le toque la Lotería.
Hacer periodismo es otra cosa. Samanta hace teatro, hace espectáculo y en algunas ocasiones, del bueno. Cuando acaban esos 21 días, se quita de encima el personaje y a otra cosa. Y atención, que el próximo programa es en una mina. Sebastiao Salgado ha bajado muchas veces a una mina, pero él no es minero: es fotógrafo. El mejor.
Como dice hoy el maestro Ferran Monegal:
«Si este programa pretendía retratar y experimentar de verdad lo que es el lujo, más que mandar a Samanta a hacer posturitas teatrales, montada artificialmente en yates y joyerías, lo que deberían haber hecho, sencillamente, es seguir 21 días a la Lomana. Hubiera sido un ejercicio más auténtico y definitivo.»
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