Esta mañana, mientras paseaba por un mercado, he preguntado a una chica si tenía mi talla de una prenda de ropa… Hacía frío y la feriante, con las manos en los bolsillos, me ha dicho: “Usted revuelva, revuelva, que ya la encontrará”. Soy un inútil y no lo he encontrado.
Poco después, en una zapatería, buscaba unas botas de mi número. Había tres dependientas charlando. Ninguna de ellas se ha dirigido a mí para preguntarme qué quería. Lo he hecho yo. Finalmente, una me ha traído el modelo que pedía, pero no era mi número. Me hacía daño y le he preguntado por otros modelos parecidos, y me ha dicho: “Usted mismo, mire y revuelva… aunque como su número es el más normal, quizás ya no encuentre nada”.
Esto no pasa tan sólo con la ropa y el calzado, no… Me pasó con el coche. Hace unos meses tuve que cambiar de vehículo… Tres o cuatro vendedores de grandes marcas pasaron de mí olímpicamente… Y eso que estamos hablando de unos cuántos miles de euros.
Un compañero del trabajo que se quería comprar un escúter fue a una tienda y el joven vendedor no le hizo ni caso… Parecía que no le interesara en absoluto venderle la moto, y nunca mejor dicho… “Escúcheme… Querría probar esta motocicleta antes de comprarla. Cuando quiera que venga a hacerlo, me telefonea», le dijo mi amigo. Todavía espera su llamada… Y se ha comprado la moto en otro lugar.
Cada vez más me desesperan este tipo de vendedores: más que querer venderte algo, parecen esperar que seas tú quien compres o ni siquiera esto; parece que tu presencia les moleste…
¿Quizá sea que el sueldo que cobran no contempla la atención al cliente?