Sin unos buenos guionistas no hay buenas películas, series o programas. Véase la gala de los Oscar de este año, escrita deprisa y corriendo.
Por eso, estoy absolutamente convencido de que la calidad y el humor que destilan Polònia –atención al especial postelectoral de mañana, jueves–, Buenafuente –anoche, de nuevo con Jordi Évole, montaron una llamada telefónica a ZP, que respondio al teléfono y bien– y Sé lo que hicísteis… no serían posibles sin ellos.
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Mi hijo, estudiante de cine, me dice muchas veces que la gran calidad de buena parte de las series de televisión norteamericanas procede de sus guionistas, de esos escritores que bordan la réplica ingeniosa del doctor House, las aventuras increíbles de Perdidos o las peripecias de cómic de Héroes, por ejemplo.
Pues esos plumillas se han puesto en huelga, porque ya están hartos de verse ninguneados por la industria del espectáculo.
Ayer mismo, Montserrat Domínguez, decía lo siguiente en ADN: «Apagón en Hollywood: los guionistas han cerrado sus portátilesy han dejado los lápices sobre la mesa. En 1988 estuvieron cinco meses de huelga: la industria sufrió pérdidas de 500 millones de dólares. Actores y presentadores se han solidarizado; saben que sin ellos no son nadie (…) Sin ellos, no hay ficción posible, ni análisis cáustico de la realidad: son los auténticos cocineros».
Si en una película de cine las cosas parecen –sólo parecen– algo más claras, en el de las series de televisión, ¿quién es más autor? ¿El productor que paga el producto? ¿El director de un par de episodios?