Siempre me ha asombrado la capacidad de algunas personas, sobre todo políticos, de renunciar a sus ideas más progresistas para ascender en el mundo: en el trabajo, sobre todo; en sus partidos y en la vida pública, en general.
Se acepta, por regla general, que los años apaciguan los ardores ideológicos juveniles, que desde los extremos se converge en un cierto conservadurismo y conformismo de centro.
Víctor Alba, el irreductible (como le describió Pasqual Maragall tras su muerte, en 2003), hizo en el 2001 un apreciable retrato de estos «inconformistas del pasado, partidarios de imponer el conformismo».
Uno de esos casos es el de Josep Piqué, cuyo recorrido se inició en Bandera Roja y desembocó hace unos años en el Partido Popular.
¿Qué hace en el PP este político, de verbo fluido, brillante a veces, y dialogante otras tantas?
¿Cómo es capaz de convivir con las lenguas voraces de Aznar y Acebes, de Rajoy y Zaplana?
¿Cómo es capaz de aguantar, una y otra vez, que le digan: «¡que te calles!»?