Revolviendo entre mis artículos de archivo, he descubierto uno de mis primeros escritos viajeros, este que dediqué a Puerto Rico y que salió en mayo del año 1984 en una publicación médica, ‘Jano’, y no en una revista de viajes, gracias a la generosidad de su director, Carles Esteban, a quien conocía de la época Tele/eXpres, un diario vespertino que fue mi primer trabajo profesional.
Estamos hablando de hace 40 años, cuando, entre otras muchas cosas, Apple presentó su primer Mac, Michael Jackson lanzó su famosa ‘Thriller‘, ‘Amadeus‘ arrasó en los Oscar y el Athletic Club ganó 1-0 al Barça en la Final de la Copa del Rey. Y yo, que acababa de entrar en plantilla en mi diario, gané por chiripa un viaje pagado a Puerto Rico, Estado Libre Asociado a EEUU, el gigante norteamericano.
Aquel viaje fue el premio de un sorteo celebrado en mi empresa, El Periódico de Catalunya, durante la fiesta por el quinto aniversario de su fundación. Fue pura lotería, ya que yo había entrado a trabajar como redactor fijo hacía relativamente poco tiempo (no cuento los dos o tres años previos como colaborador). Nunca me había tocado nada y nunca más me volvió a tocar, y menos un premio así.
No os penséis que mi empresa puso un duro: no le costó ni una peseta (para los más jóvenes, un euro eran 166 pesetas). Ese viaje para dos personas, con hotel y avión incuido, era la forma en que el departamento de Turismo de Puerto Rico compensaba un amplio publirreportaje. Este tipo de intercambio suele ser de tipo económico para la publicación en la que se inserta esa publicidad. En esta ocasión incorporaba mi premio, sin necesidad de incluir más reportajes a posteriori.
Esa fue la razón por la que pude disfrutar del viaje con total tranquilidad, sin necesidad de tener que pensar en publicar ningún texto a la vuelta. Pero Puerto Rico merecía de por sí un buen reportaje periodístico, al margen de la publicidad, y eso es lo que acabé haciendo para una revista que no entraba en conflicto de intereses ni con mi diario ni con ningún otro medio del Grupo Zeta.
Así que, mi esposa y yo nos fuimos a ese país del Caribe, situado a escasos kilómetros al este de la República Dominicana y muy cerca de las Islas Vírgenes. De hecho, hicimos una excursión de un día en una avioneta a una de las islas de ese último archipiélago, concretamente a Saint Thomas, la más cercana de esas islas pertenecientes a EEUU (hay varias que son colonias inglesas).
Volviendo a Puerto Rico, llegamos en un avión de Iberia que nos perdió las maletas: se las llevó hasta Bolivia y regresaron al cabo de un par de días. Tuvimos una bronca monumental con los empleados de la compañía en el aeropuerto de San Juan, que al final accedieron a adelantarnos una pequeña cantidad de dinero con la que nos pudimo comprar lo básico: una muda de ropa y cepillos de dientes.
Después tomamos un taxi que nos acercó al hotel en el que la oficina de Turismo nos alojaba y que, la verdad, estaba muy bien. No sólo por la habitación, que era enorme, sino porque descubrimos que también nos invitaban a las comidas de los diferentes restaurantes que había en el hotel. Fue la primera vez que probamos langosta del Caribe, algo más densa que la europea, pero igual de rica.
Como habíamos llegado por la tarde-noche, no nos acercamos al casco histórico de Puerto Rico hasta el día siguiente. Nos dirigimos a la Oficina de Turismo principal y allí nos presentamos como los periodistas españoles a quienes –teóricamente– esperaban. ¡No nos esperaba nadie!
Bueno. En esas circunstancias, era cuestión de presentarse ante algún directivo presente y explicarle que estábamos invitados por el país y que si nos podían organizar la estancia de forma que pudiéramos ver lo más importante de la capital, San Juan, y del resto del país. Una señora, muy amable, lo solucionó con eficacia y en un plis plás nos organizó las visitas de los siguientes cuatro días. Tuvimos que alquilar un coche para algunas de ellas, pero qué menos.
Así, pudimos pasear por el casco antiguo de San Juan de la mano de una guía local; visitar el impresionante Radiotelescopio de Arecibo (clausurado en 2020); conducir hasta Ponce, la segunda ciudad en importancia de la isla; ver un poblado taíno reconstruído en el Centro Ceremonial Indígena de Tibes; bañarnos en la bonita playa de Boquerón e, incluso, mojarnos bajo una lluvia cálida en la impresionante zona boscosa y montañosa de El Yunque.
A la vuelta a Barcelona, para compensar los gastos extras que tuvimos en el viaje, ofrecí el reportaje a algunas publicaciones, para finalmente recalar en Jano. Naturalmente se quedaron con las mejores imágenes (hacía fotos en color, en formato diapositiva) del viaje, que nunca pude recuperar. Las dos de arriba y esta otra son una muestra de las que no me compraron en la revista. Las que reprodujo la publicación las tenéis en las páginas escaneadas.
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