La situación de Venecia, al noreste de Italia, junto al mar Adriático y un poco más al norte de la desembocadura del larguísimo río Po, con los Alpes austriacos relativamente cerca, hace que el clima del Véneto y su capital, en particular, sea más bien frío en invierno y cálido y húmedo en verano. De ahí que, según la época del año en la que el viajero quiera visitar la ciudad, estas circunstancias serán uno de los factores a tener en cuenta a la hora de planificar la estancia.
Pero hay que reconocer que buena parte de los turistas prefieren el verano. En julio se dan las temperaturas más altas, con 22,9ºC de media y máximas históricas de 27,4ºC. También hay récords de calor en agosto, cuya media es algo inferior a julio (22,4ºC) y máximas de 26,9ºC, si bien se ha certificado que el día más caluroso del año suele ser el 2 de agosto, con 28°C de promedio y una mínima promedio de 20°C de máxima. Eso sí, la humedad puede convertir esas temperaturas en bochornosas.
Pese a ello, pasear por Venecia es muy agradable, porque la sombra que proporcionan la estrechez de sus calles mitiga la sensación de calor. Aunque es poco habitual que el visitante ocasional decida acudir a las playas venecianas, darse un chapuzón en el Lido es una delicia, porque el mar Adriático es mucho más cálido que en otras zonas del Mediterráneo, con temperaturas medias del agua de unos 26°C durante el mes de agosto.
El otoño y el invierno son muy especiales en Venecia: el número de turistas desciende y eso permite pasear casi en solitario por muchas de sus calles y plazas. También es cierto que llueve más, especialmente en noviembre, el mes durante el cual se producían las famosas inundaciones (‘acqua alta‘), que han disminuido gracias a las compuertas del sistema Mose.
La contrapartida es que la temperatura máxima en enero y febrero se sitúa entre los 6ºC y 8ºC de media, y no es extraño que las mínimas lleguen a estar por debajo de los 0ºC. Tenlo en cuenta si decides visitar la ciudad en febrero, durante el famoso Carnaval de Venecia. El sol suele lucir sus encantos, pero engaña: el frío gélido que llega de las cercanas montañas nevadas de los Dolomitas hace necesarios guantes, bufandas y gorros de lana.