Mis amigos saben que no soy nada futbolero, aunque me identifico con el equipo de mi pueblo, el Athletic de Bilbao.
Pero después de más de 30 años en Barcelona, reconozco haber disfrutado esta temporada con el Barça de Pep Guardiola, un equipo donde abundan los chavales de la cantera, jugadores que vienen de todas las partes de España y también de otros países, y se convierten en barcelonistas.
En cierta forma, es lo que lleva haciendo toda la vida el Athletic, en el que está a punto de debutar un mulato: el primero de otros muchos, porque la sociedad vasca actual ya es mestiza, pese a quien le pese.
Pero vuelvo ahora al título de este artículo. Mi compañero Emilio Pérez de Rozas, que tiene una labia especial para estas cosas, lo explica a la perfección en un artículo que publica hoy en El Periódico: «Más que felicidades, gracias», dice Emilio, y lo razona a la perfección.
Yo sólo le tomo prestada estas:

«Gracias por convertir a los niños de casa, a los canteranos, en las columnas de tu Partenón futbolístico. Gracias por enseñarles que solos no son nadie y juntos se convierten en un equipo casi invencible. Gracias por convencerles de que el camino es la meta y no al revés.»