«Fina Sensada, una vida dedicada al cine y a la solidaridad» fue el título con el que publiqué inicialmente esta entrevista, el 4 de julio de 2021, en la web de Nosolocine. Con el mismo, anunciaba que el 19 de julio se iba a celebrar la puesta de largo de la fundación dedicada al compañero de Fina, Fernando Fonseca, el médico de los pobres, fallecido en 2014.
Hay personas que dejan huella, y otras que, al lado de estas, hacen posible que esa huella perviva. Ahora os hablaré de una de estas últimas. La primera fue el doctor Fernando Fonseca, cirujano traumatólogo, cooperante y fundador de Médicos del Mundo en Catalunya, que falleció en 2014.
Quien está haciendo lo imposible para que su legado siga vivo es su compañera, Fina Sensada (Barcelona, 1957), a quien conocí hace 35 años, cuando coincidimos en unos cursos de cine y luego, cuando fue la secretaria de rodaje de mi primer y único cortometraje, ‘Quizá no sea demasiado tarde’ (‘Potser no sigui massa tard‘, 1988). Su último documental es ‘Ojo a ojo’, sobre refugiados rohinyás en el campo de Kutupalong, en el sur de Bangladesh. Es a ella a quien quiero que conozcáis a través de esta entrevista.
–¿Qué era de tu vida antes del cine?
–Vengo de una familia normal, de clase media, de un pueblo del Bages, con dos hermanas mayores y sin ningún contacto con el mundo del cine. Mi padre era constructor y murió en un accidente de coche, cuando yo era pequeña. A mí, desde jovencita me gustaba la fotografía, pero en casa querían que yo hiciera Económicas. Como tenía un primo de mi edad que iba a estudiar Derecho, en la familia se imaginaban un despacho en Manresa, en el que pudiéramos trabajar los dos, una, como economista y el otro, como abogado. Así que me encontré haciendo una carrera sin que me gustara.
–¿De dónde te vino el gusanillo?
– Por esa época también hacía de canguro para sacarme un dinerillo. Así conocí a una maquilladora de cine, María Rosa, que iba a trabajar en ‘La plaça del Diamant’, de Paco Betriu, que ha muerto hace poco. Era el verano de 1981. Un día me preguntó si me gustaría estar en el rodaje, y lo dejé todo para estar en la película. Me apunté al equipo de decoración de Francesc Candini y estuve tres meses, entre preparación y rodaje. Entré en un mundo mágico. Me quedé enamorada del trabajo de Rosa Vergés, que era una de las ayudantes de dirección y lo controlaba todo. Y pensé que eso era lo que me gustaba: controlarlo todo, no ser de los que van antes y lo dejan montado, sino estar donde se hacen las cosas. Así empecé. Me quedé tan impactada que decidí que quería dedicarme al cine. Cuando se lo expliqué a la familia, pensaron que estaba loca, que quería vivir del cuento. Me peleé con todos e insistí e insistí, que aquello era lo que me interesaba. Les dije que estudiaría fotografía, porque inicialmente quería ser directora de fotografía, para poder entrar en ese mundo, porque entonces en Catalunya no había nada para estudiar. Y así empecé en el Institut d’Estudis Fotogràfics y me busqué la vida para ir de meritoria. Así estuve en una segunda película, ‘La revolta dels ocells’, de Lluís Josep Comeron, con Jorge Sanz casi un niño y yo le llevaba, casi como si fuera su canguro. Luego fui a parar al ICC e hice ‘Pueblos de Catalunya’, de nuevo con Betriu. Y paralelamente me apuntaba a trabajar en lo que salía, en películas, como meritoria de dirección. También me interesaba hacer formación y me apuntaba a seminarios y a lo que hiciera falta para hacer la parte teórica del cine que entonces no se impartía en ninguna parte. No había ninguna escuela reglada. Sólo algunas academias donde había gente que quería hacer dinero, más que otra cosa.
–Ah, sí, yo recuerdo haber hecho un cursillo de cine en Oviedo y otro en un centro de FP de la Zona Franca de Barcelona.
–Ese fue en el taller de cine que dio Rosa Vergés en el Institut de Noves Professions en el que coincidimos. A mí me gustaba mucho el trabajo de Rosa y luché por ser script (continuista, secretaria de rodaje). Inicialmente quería ser directora de fotografía, pero mi novio de entonces, Joan Benet, estaba en el departamento de cámara y para no competir en ese terrero me pasé al equipo de dirección. Para aprender y estar con muchos directores, pensé que lo mejor era ser script, porque estás a su lado, ves cómo planifican, cómo dirigen… Es perfecto.
– Tienes un carrerón.
– He estado en muchas películas y coproducciones, al lado de directores como Bigas Luna y Mario Camus, y me he ido a Argentina y a Chile. Y me elegían porque yo me he adaptado a todo el mundo. Me iba sola desde España a cualquiera parte, a donde fuera. Y he estado en películas muy grandes, muy espectaculares, aunque aquí igual no han tenido tanta fama, como ‘Tierra de fuego’, de Miguel Littin, sobre la conquista de la Tierra del Fuego; o ‘Nowhere’, de Luis Sepúlveda, sobre un grupo de presos chilenos enviados a las montañas; o ‘Ave María’, una coproducción mexicana de época, preciosa, de Eduardo Rossoff… Como experiencia vital, están muy bien, pero de todas ellas, de la que estoy más orgullosa es ‘Adosados’, de Mario Camus. Era un señor, un maestro. Lo tenía tan claro que era un placer verle dirigir. Lo tenía todo en la cabeza y lo bien que sabía tratar a su equipo y dirigir a los actores. Es con quien he disfrutado más en una película, haciendo de script. También, quizá, con Bigas Luna, haciendo ‘Las edades de Lulú’, en Madrid, aunque era un señor muy peculiar.
– Para ser script has de ser muy rigurosa, has de tomar notas, hacer polaroids de cada plano…
– Sí, pero lo más chulo de ese trabajo es que tú llevas toda la historia en la cabeza, controlas toda la continuidad de la película, y estás tanto en el rodaje como en el montaje. Estás en el medio, entre el director y el productor, para que el material que se ha rodado se pueda montar. Es un trabajo precioso, que tiene una parte creativa increíble ignorada por todos.
– Pero lo dejaste.
– No hubiera dejado, pero llegó un momento, a inicios de los 2000, que estaba muy quemada. Había vivido dos inviernos, uno aquí y otro en Argentina, no sabía dónde estaba, estaba harta de hoteles y de aviones. Llegaba la noche y no sabía dónde estaba. Así que dije basta. Llevaba casi 20 años trabajando y toda la década de los años 90 sin parar. Y decidí por mí misma, por mi familia, mis amigos, que ya sabía lo que eran había las grandes películas y las coproducciones y ese cine ya no me interesaba. Para aprender estuvo bien, pero quería hacer otras cosas, volver a Barcelona y trabajar aquí en lo que había, que eran telefilmes.
– Te pasaste a ayudante de dirección.
– Es que, a veces, como script, les daba mil vueltas a los equipos de aquí, era como un pepito grillo. Y ser script aquí era también como dar un paso atrás. En cambio, ser ayudante de dirección, me permitía subir de categoría y un mejor sueldo Aunque ser mujer y ayudante de dirección, trabajando como se trabaja aquí, hizo que me quemara mucho. También hice mucha publicidad, que me servía para ganar dinero. Eran cosas de calidad, pero no me gustaban nada de nada. Como una serie de 20 anuncios para Nokia, que rodamos en Barcelona, con técnicos y actores de todas partes.
– Y también lo dejaste.
– Creo que estaba rodando la serie ‘Des del balcó’ (2002), con Jesús Garay como director y Tomàs Pladevall como director de fotografía, y tenía tal estrés, tanta angustia, que después de ir un par de veces a urgencias, porque me ahogaba, con crisis de ansiedad, tensión y tensión, decidí hacer un parón. Fue tan duro rodar para el productor Ricard Figueras durante seis meses, con tan pocos medios, que me planteé tomarme un año sabático.
– Un cambio de chip.
– Rosa Masip, del área de Internacional de TVE, me dijo: “¿Quieres conocer la realidad de este mundo? Pues ven conmigo. Iremos a hacer entrevistas. Tú llevarás la cámara y yo, los contenidos”. Me fui a hablar con mi amigo Llorenç Soler y le dije que quería comprarme una cámara e ir a rodar por esos mundos. Me recomendó una de las primeras cámaras digitales, una pequeña Sony. “Ponla en automático y no te líes. Déjate llevar”, me dijo. El primer viaje que hicimos con Rosa fue a Marruecos, ella y yo, mano a mano, con la idea de retratar a la joven generación marroquí y de entrevistar al rey, que no fue posible porque se produjo el incidente de la isla de Perejil [julio de 2002].
– ¡Qué casualidad!
– Luego fuimos a Gambia, para hacer un trabajo sobre la ablación; a Cisjordania, para seguir los pasos de un palestino; y otras cosas preciosas. En este periodo, como a inicios de 2005, me vinieron a buscar de Metges del Món por si quería acompañarles a hacer un reportaje a Sri Lanka, que acababa de sufrir el tsunami (diciembre de 2004). Y la persona que me entrevistó fue el doctor Fernando Fonseca (Caspe, 1946).
– Tu primer encuentro.
– Tomándonos algo en un bar de la plaza del Diamant, en Gràcia. Cuando empecé a hablar con él, vomité toda la frustración que llevaba dentro: que venía del mundo de la ficción, que estaba muy quemada, que yo no era de alfombras rojas, ni de actores, ni de frivolidades, ni de glamur… Mientras, él me iba mirando. Y me dijo: “Tú vas por buen camino. Has ido aprendiendo el lenguaje cinematográfico, la forma de expresarte en imágenes, que hoy en día es más importante que la palabra. Si yo doy una conferencia, aunque haya gente que piense que lo que digo es importante, seguramente estará pensando en otra cosa mientras hablo. Pero si tú haces un audiovisual con profesionalidad, corazón y amor, piensa que nadie en una sala dejará de ver lo que has hecho. Les atraparás. Y eso es importante en el sector donde nosotros nos movemos”. Y añadió: “Piensa que no todo es cine, sino que hay material sensibilizador para universidades, escuelas, conferencias… Y se ha de hacer con la misma rigurosidad que una película, porque las cosas, para que lleguen e impacten han de estar bien hechas. Y tú tienes la experiencia y las herramientas para que ahora puedas hacer cosas pequeñas con el nivel exigido, para hacer cooperación e irte por esos mundos donde, si no tienes las cosas claras, te pierdes. Hay que huir del sensacionalismo. Es muy fácil captar una imágenes, pero hay que ponerles ética. Tú, además, eres la última. No te pondrán las escenas a tiro. Captarás lo que puedas. Es supervivencia a nivel visual. Por eso, si no tienes experiencia, no harás nada”.
– Y te convenció.
– Me aceptaron y me fui con ellos a hacer el documental de su trabajo en la zona, donde habían instalado varios hospitales de campaña. Y me quedé tan impactada con aquel señor, que al cabo de tres o cuatro meses ya estábamos viviendo juntos. Hubo un intercambio mutuo, una conexión entre ambos. Me propuso ir con él para filmar expediciones quirúrgicas, él con su bisturí y yo con mi cámara. Y usaríamos ese material para medicina, universidades, sensibilización… Y ha sido impresionante desde entonces: el terremoto de Haití, los refugiados de Darfur… Todo lo que he aprendido a su lado ha sido impactante. Con Fernando yo he aprendido a ser más humana. Fue un gran maestro, una persona increíble.
– ¿Era mayor que tú?
– Sí, once años más. Era cirujano y presidente de Metges del Món (Médicos del Mundo Catalunya). En sus orígenes, él había estado también en Médicos sin Fronteras (MSF). Empezó a hacer cooperación con ellos y estuvo en la guerra de Bosnia y en la de Irak. Pero él no terminaba de creer en estas grandes organizaciones, porque hay mucha burocracia y le obligaban a ir a un país u a otro en función de sus programas. Razones políticas. Por esa razón, en el 2000 creó su propia organización, más pequeña, la Associació Humanitària de Solidaritat de Girona, con la que operaba cada año a 100 niños.
– Explícanos quién era Fernando Fonseca.
– Fernando nació en el norte de Marruecos. Su padre era un militar portugués, capitán de artillería, y su madre era aragonesa, de Caspe. De pequeño se hizo muy amigo de un niño bereber, un niño amazig. Cuando tenía 2 o 3 años, era un crío muy delicado y cogió una neumonía. Y su padre mandó buscar penicilina a Andorra, con una avioneta, y se salvó porque era hijo de un militar. Un poco más tarde, cuando tenía 6 o 7 años, su íntimo amigo cogió la tuberculosis, que era la enfermedad de los pobres. Y él le fue a pedir ayuda a su padre, pero este le dijo que su amigo no tenía derecho a la penicilina porque era un niño pobre. Según me contaba, ese puñetazo en su corazón infantil le impactó tanto, ver la realidad de aquel mundo, que por ser pobre no tenía derecho a una medicina, que decidió entonces que de mayor sería médico de pobres para redimir a su amigo. Y por eso, toda su vida se ha dedicado a ir por esos mundos, lugares de pobreza o en guerra, para ayudar a los niños a ponerse de pie. Por eso se hizo traumatólogo, especialista en manos y microcirugía, para poder atender a quemados y efectos de minas antipersonas… Y en cuanto pudo, empezó a ir por todo el mundo: a la India de Vicente Ferrer, a la Amazonia de Pere Casaldáliga o al Chad del Padre Michel, donde este capuchino francés tenía un pequeño centro para discapacitados, donde ayudaba a los niños con polio. Y Fernando iba allí, cada año, para operar a 100 niños.
– ¿Qué es lo que más te atrajo de Fernando?
– Cuando le conocí, me impactó su filosofía de vida. No tenía casa ni coche. Nunca quiso tener bienes materiales. Decía que si sólo llevas encima una mochila, con un par de camisetas y el cepillo de dientes, podrás salir del avión con la libertad que te da no tener que pararte a esperar la maleta. Y eso lo aplicaba a la vida. Si has de cambiar de país y no tienes nada, no tendrás que preocuparte por el apartamento que dejas. Si vas ligero de equipaje, no te preocupa esa presión.
– ¿Dónde había estudiado Medicina?
– Aquí, en la Central (Facultad de Medicina de la Universitat de Barcelona), pero luego se estableció en Girona, donde tenía un despacho privado, además del Hospital de Girona, donde le gustaba más trabajar, porque era un sitio más pequeño, con condiciones más precarias, donde podía aprender y era un ambiente más de pueblo y menos agresivo que Barcelona. A Fernando le gustaba mucho el cine. Siempre decía que cuando vio ‘Barbarroja’ de Akira Kurosawa, supo que él quería ser como el médico de la película. El cine le acompañaba siempre y por eso le interesaba mucho la imagen y cómo esta podía reflejar lo que él hacía. Por eso nos complementábamos tan bien. Él con el bisturí y yo con mi cámara.
– ¿Cómo falleció?
– En 2010 tenía muchos dolores de cabeza. Le hicieron un TAC y le vieron un tumor. Se lo estirparon, pero al ver que era maligno, le hicieron tratamiento (radioterapia). Murió el 19 de julio de 2014.
– Cuatro años duros…
– Sí, los más duros de mi vida. Y lo dejé todo para estar con él, para estar a su lado, cuidándole, haciendo de enfermera y de secretaria para que pudiera seguir viajando por el mundo. Hasta el día que se fue, con una gran dignidad. Me dio una lección enorme durante todo ese proceso. Él me iba informando de lo que le pasaba en cada momento, desde la enfermedad hasta la muerte. Y sin dejar de trabajar. Fuimos a Chad con su silla de ruedas, y al rodaje y presentación en Venecia de la película ‘La redempció dels peixos’ (2013), de Jordi Torrent, que produjimos nosotros porque Fernando consideró que allí había una historia interesante y que rodamos en la misma Venecia con la ayuda de Flavia, la esposa de Jordi, que es italiana. El último viaje fue a República Dominicana, donde me surgió un trabajo de docencia, y donde quiso venir también pese a su estado.
– ¿Qué pasó luego?
– Yo llevaba varios años descolgada de todo y de todos. Pero intenté seguir con un plan suyo de enviar material quirúrgico a Gaza, pero hubo unas historias muy raras y lo dejé. La parte idealista y romántica que yo había vivido con él no era igual en todas partes y organizaciones. Empecé a revisar todos los documentales que habíamos grabado con nuestra productora y que han pasado por varios festivales. Y empecé a pensar en hacer un documental sobre su deseo, que no pudo cumplir, de visitar a los niños a quienes había operado y que más le habían impactado. Teníamos el guion y todo. Sus niños ‘adoptados’ eran cinco: una niña de Bagdad, Mawj, que había perdido el brazo durante la guerra; Chanceline, una nena del Chad de 3 años, que se arrastraba porque no tenía tibias hubo que amputarle las piernas; Jose, un niño dominicano aquejado de graves deformaciones y a quien Fernando operó y logró poner derecho; un pescador cubano a quien un tiburón se le llevó una mano, y Bakité, un niño de 7 años de Darfour a quien una mina le arrancó las dos manos y un ojo. Fernando me había explicado el ruta que quería seguir para visitar a cada niño, y deseaba acabarla en Uzbekistán, la patria de Avicena, el gran sabio de la Medicina, e Iran donde esta su tumba.
– ¿Lo has podido rodar?
– Aún no. Pero como todo esto Fernando me lo dejó por escrito, tengo que hacerlo. Es su legado. Al inicio no sabía cómo, entre el duelo y las dificultades que me planteaba llevar a cabo el documental. Al final pensé que, además de esas historias, tenía que construir la parte central, la historia de Fernando niño y de su amigo Alí. Además de intentar levantar este proyecto, con la ayuda de Jordi y Flavia, paralelamente, pensé que se tiene que conservar su obra médica. Y para poder seguir con su labor, allí donde aún se necesitan médicos. Y fue Toni, de los cines Girona, y Jaume, su gestor, quienes me sugirieron crear una fundación. Y que la base inicial de la misma fueran las más de 600 horas de documentales que habíamos rodado. Algo en lo que también me ayudó Mariona, de la Filmoteca, a la hora de valorar todo ese material.
– Recuerdo que hubo un acto de presentación…
– En efecto. Fue el 27 de febrero de 2020, un acto precioso al que acudieron muchos amigos de Fernando, gente muy conocida de su ámbito. La lástima es que 15 días más tarde estábamos encerrados con el estado de alarma a causa de la pandemia. Durante todo este año he estado dándole forma a la fundación, y lo más importante, encontrar al equipo médico quirúrgico para seguir la obra de Fernando. Quedó oficialmente constituida el día de Sant Jordi de este 2021: medicina, cine, sensibilización, formación y cooperación. Los cinco pétalos de una rosa mosqueta.
Entre las personas que respaldan la Fundación Fernando Fonseca se encuentran el bailarín y coreógrafo Nacho Duato; el doctor Marc Garcia-Elias, cirujano-traumatòlogo especialista en manos; la doctora Anna Ey, cirujana-traumatóloga especialista en pies zambos; la periodista Ruth Gómez, consultora en temas de cooperación de las Naciones Unidas; el traumatólogo francés Dorio Djimamnodji; Joan Antoni Melé, miembro del Consejo Asesor de Triodos Bank y promotor de la banca ética; la coreógrafa y bailarina Catherine Allard de It Dansa; el periodista Joan Roura, de TV-3; Diego Chacaltana, un amigo íntimo de Fernando, y Assumpcio Fàbregas, otra amiga.
Y este 19 de julio, séptimo aniversario de la muerte de Fernando Fonseca, Fina Sensada y sus amigos volverán a recordarle con la puesta de largo de la fundación, en presencia de los patronos y dando a conocer sus proyectos de futuro. Eso sí, con la ética y la excelencia en el trabajo como polos de actuación.
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