Així, sense pensar-ho molt, vaig a afusellar un paràgraf de Javier Marías, en el suplement dominical de El País.
Era la seva columna La zona fantasma del dia 28, que titulava Lo que no vengo a decir.
«Los que escribimos estas piezas intentamos…
en términos generales, contar, decir y explicar, razonar, argumentar, criticar, exponer una cuestión y matizarla, analizar, llamar la atención sobre aspectos de la realidad que nos parecen inadvertidos, examinar pros y contras de algún asunto, y desde luego influir, persuadir, convencer y crear dudas. Ustedes leen nuestras columnas en pocos minutos y a menudo distraídamente, y así debe ser: lo que se opina en un diario también tiene mucho de pasatiempo para el lector. Pero eso no quita para que los articulistas nos esmeremos en lo que decimos y dejamos de decir, dediquemos varias horas a componerlas y algunos hagamos un borrador o dos antes de la versión definitiva. No siempre, pero con frecuencia, uno procura afinar y no expresar las opiniones de manera gruesa ni demasiado tajante; pensamos -mal o bien- sobre las cosas, no soltamos lo primero que se nos ocurre, damos vueltas a nuestras convicciones y a veces descubrimos que hay cuestiones sobre las que es difícil tener una opinión, porque son complejas o desconcertantes: nos limitamos a exponer nuestra perplejidad y nos abstenemos, por tanto, de emitir una conclusión a la que no hemos llegado. Incluso a veces hacemos virguerías para matizar una postura o para que no se entienda algo distinto de lo que uno ha querido decir.»
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