El sábado pasado se celebraron diez grandes conciertos contra el hambre en el mundo, llenos de música y de buena voluntad.
No estoy muy seguro de su eficacia real, aunque todo parece indicar que el impacto audiovisual es mayor que el de todas las campañas lanzadas por las ONG del mundo.
Es el poder de la televisión: una audiencia potencial de 5.500 millones de personas.
Pero no quería quedarme en lo general y gigantesco, sino ir a lo más pequeño.
Por casualidad, entre los diarios que hojeé ayer, la primera de las páginas dedicadas al tema en La Vanguardia era la 45. Pues bien, en la 44, justo a su izquierda, supongo que por casualidad, estaba la página de Religión. Y en su columna de la izquierda, la de Cáritas Diocesana de Barcelona (plaza Nova, 1. Teléfono 93.301.35.50).
Se trataba de una columna que, bajo el antetítulo de «Solidaridad», se indicaba «Servicio de ayuda económica» (con el teléfono arriba indicado, y el horario de atención de 8 a 14 horas, por si alguien está interesado en llamar).
Empecé a leer la columna y me dejó de piedra. Sólo quiero citar un par de casos. «Padre de família con empleo a tiempo parcial. Ingresos insuficientes. Para ayuda de alimentos: 300 euros». «Mujer separada por maols tratos, con una hija pequeña. Ingressos precarios. Para ayuda de alimentos: 300 euros». Había 14 casos más. Peticiones para pagar medicinas; recibos de la luz, gas y agua; el alquiler o realquiler del piso o habitación…
El hambre y las situaciones de pobreza no sólo están en el tercer mundo. Sólo hace falta echar una ojeada a nuestro alrededor.
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