El día 7 de este mes de junio se cumplirán dos años del adiós del gran Chicho Ibáñez Serrador, y el 24 de abril, medio siglo del inicio de las emisiones de una de sus geniales creaciones, el mítico programa de televisión ‘Un, dos, tres, responda otra vez‘, un popular concurso que marcó toda una época en la pequeña pantalla.
Pero Chicho era muchas más cosas, y no lo digo por sus ‘Historias para no dormir’ (que ha tenido una reciente revisión actualizada), ni por sus dos estupendas películas: ‘La residencia’ (1969) y ‘¿Quién puede matar a un niño?’ (1976), sino por su personalidad. Por esta razón, en forma de homenaje, he querido recuperar una vieja entrevista que le hice hace ahora cuatro décadas, cuando él tenía 46 años y llevaba diez de éxito televisivo, mientras yo era un pipiolo de 24 primaveras. El texto se publicó el 14 de marzo de 1982 en El Dominical de El Periódico.
No os la reproduciré entera, sino las dos primeras preguntas y la última que le hice en su casa, porque son las que ahora veo más humanas. Ay, hubo un tiempo en que los periodistas conversábamos con nuestros entrevistados de tú a tú, sin poner demasiados límites al tiempo y hasta en las casas de los personajes.
Empezaba con esta descripción:
Tiene 46 años y una cara de niño grande oculta tras las gafas y la poblada barba. Es un hombre que se confiesa tímido, sentimental, romántico y al que le encantan las películas de terror. Convivió durante cuatro meses con Tenesse Williams, un pelirrojo autor de teatro al que no conocía, entonces, casi nadie. Ideó un programa con cicutas, calabazas y premios, al que llamaron ‘Un, dos, tres, responda otra vez’. Narciso Ibáñez Serrador, Chicho, para todo el mundo, es un realizador controvertido, pero indudablemente popular.
El inicio de la conversación fue un poco bronco, con una primera pregunta que venía a corresponderse con el tono inicial del encuentro, más bien brusco y frío, aunque luego se iría templando. A veces pasan cosas así en una entrevista.
Te recibe mirándote por encima de las caídas gafas. Te espeta un «¿qué tomas?» antes de saludarte. Chicho Ibáñez Serrador da la imagen de un hombre enfadado. irritado con la presencia de un extraño. Como si turbaras la paz de su refugio, no muy amplio, ceñido por las paredes rebosantes de libros. Muchos de ellos están dedicados al cine de terror. Otra pared está llena de diplomas enmarcados por raras y trabajadas máscaras de madera o de cerámica.
– ¿Es usted tan malhumorado como parece?
– No. En absoluto. Creo tener un gran sentido del humor que procuro cultivar. Soy tremendamente romántico y, desde luego, un sentimental. He sido un niño muy tímido. y se me notaba. Hoy en día, soy un adulto tímido al que no se le nota. Es cierto, como me comentabas, que si me encontrara con el señor lbáñez Serrador de frente, y no ahondase en él, si no le conociera a fondo, probablemente me caería muy mal. Y eso es debido a la timidez y al caparazón que uno se fabrica para que no te hieran. Yo soy muy poco amigo de fiestas o de estrenos. Allí sí que no puedo superar mi timidez, me quedo en un rincón y no sé hablar con nadie. Y vuelvo a tartamudear, cosa que no me pasaba desde que tenía 10 o 12 años. Claro, se confunde entonces la introversión con el distanciamiento. Y eso solo lo comprenden los buenos amigos. Que no son muchos, porque los buenos amigos nunca son demasiados. Ellos son los que están a mi lado cuando estoy deprimido, porque yo tengo grandes depresiones, charlando, escuchándome, dándome ánimos.
– ¿Tiene alguna cosa por la que deprimirse?
– Hay montones de cosas para deprimirse. Tal vez sea un bacilo, como el de Koch. Tal vez sea porque soy débil. Tal vez porque uno se canse ya de tener o de mostrar arrugas. O porque mucho de lo que se mueve alrededor es envidia o rencor. Soy una persona que cree en el ser humano, en la amistad. Y esas cosas, me duelen. Soy una persona que intenta darse a los demás. Y por eso hay muchas cosas que me deprimen.
La última de mis preguntas, muy neutra, dio pie en cambio a una respuesta que me sigue describiendo muy bien la personalidad de Chicho.
– ¿Cómo asume usted su popularidad, el éxito que tiene?
– Con mucha tranquilidad y con mucha humildad, porque no es para tanto y porque la base de ello está en que llevo golpeando el mismo clavo muchos años. Que yo sigo trabajando como un bestia. Que me levanto a las seis y media o las siete [de la mañana] y me acuesto a las dos o a las cuatro [de la madrugada], según dependa. Que en realidad yo soy muy casero, nada amigo del bombo y el platillo. Mira, yo soy un señor que tiene una especie de doble personalidad, de suave esquizofrenia. Por un lado me encantan mi casa, mi mujer, Diana, mis hijos, Pepita y Alejandro, mis libros, mi música… Todas esas cosas que me hacen feliz. Y la otra cara de la moneda es una vieja maleta, un pasaje, países extraños, gente diferente… Me siento muy atraído por Oriente. He estado varias veces en el Tíbet y en la India. Y me gustaría volver a Tahití, en los mares del Sur. Esos mares del Sur, donde todos los sueños que tenía de niño parecen hacerse realidad.
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