“Estamos rodeados de robótica y no nos damos cuenta”, explica este conocido ingeniero catalán, experto en cómics, robótica y ciencia ficción. Aquí le entrevistamos para hablar de seres artificiales, reales e imaginarios, a raíz de la reciente publicación de su libro ‘Robots de cine. De María a Alita‘ (Diábolo Ediciones). Este texto ha sido publicado primeramente en el diario digital Catalunya Plural.
Jordi Ojeda (Barcelona, 1966) es de los pocos especialistas en ciencia ficción que sabe realmente de qué habla y escribe: es ingeniero industrial con un Máster en Producción Automatizada y Robótica por la Universitat Politècnica de Catalunya. Hace una década creó la empresa Rational Time, centrada en algo tan actual como la organización del tiempo de trabajo, que mantiene en standby. Responsable desde hace años del proyecto ‘Cómic, Ciencia y Tecnología‘, en el que usa la historieta como instrumento pedagógico y divulgativo, también es profesor del Departamento de Empresa de la Universitat de Barcelona y ha comisariado diversas exposiciones, las más populares, en el Salón Internacional del Cómic de Barcelona y el Sitges-Festival Internacional de Cinema Fantàstic de Catalunya.
-Usted es una rareza: ingeniero, experto en gestión del tiempo y comiquero de pro. ¿De dónde sale?
-Soy hijo de emigrantes andaluces. Mi padre era albañil y mi madre, ama de casa. Currantes que han trabajado toda la vida para que sus hijos pudieran estudiar y vivir bien. De pequeño era muy buen estudiante y un día descubrí que existía la carrera de Ingeniería Industrial, una formación que me permitía dedicarme a casi cualquier cosa.
-¿La descubrió, así, sin más?
-Me gustaba la ciencia. De pequeño decía que quería ser físico. Cuando estaba en el instituto, daba clases particulares de Matemáticas y Física a otros chicos, incluso de clases superiores, lo cual suponía una pequeña fuente de ingresos. Los profesores se enteraron y mi profe de Física, con el que con el que me llevaba muy bien, me propuso acudir a unos seminarios nocturnos que él daba en la Universidad.
-¿Y eso, con sólo 15 o 16 años?
-Sí, pero aunque me esforzaba mucho, no me enteraba de nada, porque eran temas muy avanzados: Física cuántica, Teoría de la Relatividad y similares. Un día, el profe me preguntó si me lo estaba pasando bien. Le respondí que me estaba costando mucho seguirle, pero que no se preocupara, porque me iba a esforzar, con la idea de ser físico como él. Y él, que ya empezaba a ser amigo mío, me miró y me dijo que muchas gracias, pero que él no era físico, sino ingeniero industrial.
-¡Vaya chasco!
-Sí. Casi me dejó hecho polvo. Pero me explicó bien en qué consistía la carrera y donde estudiarla, y decidí que eso era lo que quería hacer. La Ingeniería Industrial de hace 30 años te permitía formarte para muchas cosas. Allí se daban las Matemáticas más difíciles después de Exactas, la Química más difícil después de Químicas y la Física más difícil después de Físicas. Te formabas de manera más generalista y te preparabas para todo lo que vendría después: ¡yo estudié Informática con cartulinas perforadas!
-No me diga…
-Yo entré en la Universidad en 1984 y me convertí en becario de la Escuela de Ingenieros en 1987, con 20 años. Anécdota: ¡yo fui quien sacó de las cajas y montó los primeros ordenadores personales que se compraron en la Universitat Politècnica (UPC)! Ahora puede parecer ridículo, pero en aquel momento, casi nadie sabía lo que era un ordenador. Incluso organizamos visitas de profesores para enseñarles qué era un PC. Pero yo tengo correo electrónico desde 1988, uno de los primeros.
-¿Cómo entraron los robots en su vida?
-En aquella época asistí a un máster de robótica que dirigía Gabriel Ferraté, que era el rector de la UPC. Entonces era el Instituto de Cibernética, que luego cambiaría de nombre. Era todo muy novedoso, con los primeros robots, las primeras computadoras industriales… Y como yo destacaba mucho, me pidieron que coordinara el máster al año siguiente. Yo soy ingeniero, especializado en organización industrial. De ahí que me interesaran los grandes proyectos de esa parcela, la automatización en general, más que la robótica.
-¿Qué leía de pequeño?
-Soy el tercero de cuatro hermanos. Mi hermana es un año menor que yo pero mis hermanos son más mayores: cuando yo tenía 10 años, ellos ya eran unos jóvenes de 18 y 23 años. De ahí que yo crecí con los cómics y libros que leían ellos y con la música que escuchaban, nos llevaban al cine… Así que toda mi vida he visto, leído y escuchado cosas que no eran las propias de mi edad. Y de todas ellas, a mí me interesaba mucho la ciencia ficción, no sólo la tecnológica, sino la sociológica, la que reflexionaba sobre sociedades del futuro, de escritores como Aldous Huxley o H. G. Wells. Entre los 12 y los 15 años, los viernes y sábados iba de ‘caza’ por las bibliotecas de Barcelona en busca de libros raros. Si me hablaban de un libro de Isaac Asimov, por ejemplo, miraba qué otros libros había escrito y dónde los podía consultar.
-¿Y su afición por los tebeos?
-Como le decía, leía muchos cómics gracias a mis hermanos, ya que no tenía dinero para comprarlos. En especial, gracias a uno de mis hermanos, que se casó muy joven, a los 20 años. Sus suegros tenían un quiosco y durante muchos años nos pasábamos la noche del viernes al sábado leyendo todas las novedades de la semana. Eso sí, a las 6 de la mañana, volvíamos a dejar todo el material bien colocado y en perfecto estado.
-¡Qué suerte!
-Pues sí. Hasta que fui a la Universidad y ya no lo podía hacer, porque tenía que estudiar. Pero yo, con 18 años, estaba al día de todos los cómics que se publicaban y vendían en los quioscos: recuerdo en especial el primer número de la revista ‘Totem”, porque en ella salían el Corto Maltés de Hugo Pratt, la Valentina de Guido Crepax, lo mejor de Moebius… ¡Espectacular! ¡Y yo sólo tenía 11 años!
-Leía gratis, pero no tenía tebeos propios…
-No. Hasta que empecé a trabajar de ingeniero y pude comprar mis propios cómics e ir haciendo mi biblioteca. Pero esas lecturas me ayudaron a tener una cultura de la que aún ahora me aprovecho. Cuando acabé la carrera, en 1990, entré a trabajar en el Institut Català de Tecnologia y me empecé a encargar especialmente de proyectos de formación y divulgación. Me interesaba cómo podía explicar mejor la ciencia para que la sociedad la entendiera mejor. Y en 1997 surgió el proyecto ‘Cómic, ciencia y tecnología’, es decir, divulgar la ciencia y la tecnología utilizando como instrumento pedagógico las historietas.
-¿Qué pensaban sus jefes?
-En aquel momento, nadie tenía ni idea de lo que estaba haciendo, porque hubieran pensado que me pasaba todo el día leyendo ‘Mortadelo y Filemón’. De los 22 años que llevo en este proyecto, salvo mi familia y amigos, hace sólo siete u ocho años que lo saben mis jefes; cuando empecé a salir en la prensa, la radio y la tele.
-¿Y le han ayudado?
-Siempre me he buscado la vida. En la UPC ha habido gente que me ha ayudado y jefes que me han puesto todas las trabas del mundo, porque no saben ni qué son los cómics ni entendían la importancia de que pudieras cautivar y animar a estudiar carreras científicas a la gente joven a partir de la lectura de los cómics. Fíjate que, en los años 60, en plena guerra fría, el Gobierno de EEUU pidió a las editoriales que introdujeran motivos científicos y tecnológicos en las historietas, sobre todo en los de superhéroes. Este fue uno de los motivos por los que Stan Lee desarrolló en Marvel personajes que eran científicos. Así, Reed Richards, el líder de los Cuatro Fantásticos, es un científico; Spiderman es estudiante de Química; IronMan es ingeniero… Cuando lees que Hulk era un físico que investigaba los rayos gamma, te interesa saber qué son.
-Pura miopía de esos jefes suyos…
-Es no ver que la cultura popular, como son los cómics, enfocados a cualquier edad, pero especialmente a los jóvenes, puede ayudar no sólo a que estudien ciencias, sino simplemente para adquirir el hábito de la lectura. Yo corrijo muchos exámenes y veo que la gente no sabe leer, no sabe escribir, no sabe expresarse. Tienen problemas de compresión lectora.
-¿Y usted cree que la historieta puede ayudar?
-Para mí, el cómic tiene cuatro usos: como una lectura, un libro de texto, temático, histórico, genérico; como recurso pedagógico, que te ayuda a explicar una lección; como plataforma para estudiar otras disciplinas artísticas, y como herramienta de comunicación, porque un dibujo te permite transmitir o expresar emociones o sentimientos.
-Volvamos al proyecto ‘Cómic, ciencia y tecnología’.
-Surgió en 1996 tras una charla sobre el tema a cargo de Francesc Solé Parellada, un catedrático de Economía que es un gran amante y coleccionista de cómics, a la que únicamente asistí yo. Solé, que había sido profesor mío, me invitó a ir a su casa para enseñarme los cómics que tenía. Fui a su casa y aluciné con su colección. ¡Brutal! Yo le propuse hacer un libro entre ambos con toda aquella documentación.
-No recuerdo un libro suyo así…
-No, no, espera. Como aquello era un trabajo colosal (íbamos con fotocopias, no había ordenadores), le propuse a Solé cambiar el proyecto de libro por algo más sencillo, como una exposición. Y podíamos convencer a algunas instituciones para que nos ayudaran, como el Col·legi d’Enginyers Industrials, la UPC y el Institut Català de Tecnologia. Y en 1997 expusimos en la UPC, en la que sería la última muestra exhibida en su sala de exposiciones.
-¡De esa exposición sí que me acuerdo!
-Sí, porque al año siguiente, en 1998, estuvo en el Salón del Cómic, y viajó a siete u ocho sitios más de Catalunya, casi siempre acompañada de una conferencia que daba yo. Y después, estuvo en Pamplona, Logroño, Madrid, Castellón, Valencia… 25 lugares diferentes hasta el año 2006 o 2007.
-También ha organizado otras muestras…
-Cuando llevamos la expo a Cantabria, en 2006, entre los asistentes se encontraba el responsable de cultura del Puerto de Santander, y nos propuso un proyecto en el que explicáramos la contribución de los puertos al desarrollo histórico, económico y sociológico de los territorios y ciudades donde había. Y este sería el germen de ‘Cómics a puerto’ y ‘Faros de papel’. Del 2007 al 2011 me dediqué a este proyecto, del que salieron exposiciones, libros, conferencias, artículos, congresos.
-Y luego llegaron los robots…
-En el 2011, Carles Santamaría, director del Salón Internacional del Cómic de Barcelona, me pidió organizar una gran exposición central sobre los robots en el mundo del cómic, que se acabaría titulando ‘Robots en su tinta‘. Acepté con la condición de que el marco no fuera únicamente la historieta, porque los robots en la ficción surgen especialmente de la literatura y se han hecho muy populares en el cine y la televisión, pero son residuales en el cómic. Estuve trabajando en ello todo un año y la exposición se inauguró en la edición 30ª del salón, en el 2012, año que superó por primera vez los 100.000 asistentes. Fue un espectáculo, la mayor exposición sobre robótica que se había hecho en España hasta ese momento.
-Y fue el germen de más exposiciones sobre robots.
-Sí, a raíz de ‘Robots en su tinta’, realicé la exposición ‘Robots de película: de María a Eva’. Ambas son el germen de mi libro, junto a una tercera, pendiente de montaje, que se exhibirá en el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (MUNCYT) de Alcobendas (Madrid) a lo largo de 2020. Es un proyecto que inicié en el 2017, pero que tiene ocho años de investigación y trabajo detrás, desde el 2011. Y que, al retrasarse su puesta en marcha, me ha permitido trasladar el trabajo de investigación realizado a este libro.
-¿Todo sobre robots?
-En realidad, sobre el ser artificial. No me podía referir solo a robots como R2D2 y C3PO, de ‘La guerra de las galaxias’, sino que tenía que hablar del tema de forma global. Por ello, empiezo por los autómatas del siglo XVIII y la literatura de ciencia ficción y seres artificiales del siglo XIX (la palabra androide se inventa en una novela francesa). Ya en el siglo XX paso por el teatro, donde se inventó la palabra robot (aunque referida al ‘trabajo esclavo’) en una obra de Karel Capek, en 1921, y el cine, con la María de ‘Metrópolis’, así como la literatura de Isaac Asimov. Hasta los años 80 hablo de robótica de forma cronológica, pero después hablo también de cíborgs, exoesqueletos, drones, la realidad aumentada…
-¿Para usted, cuál es ese primer ser artificial?
-El que marca el inicio de la ciencia ficción moderna es la criatura de Frankenstein en 1818, el primer robot biológico, porque tal y como aparece en la novela de Mary Shelley, se crea a partir de trozos de varios cadáveres. Fíjate que en ‘Avatar’ (2009), una película tan interesante como taquillera, los cuerpo azules de los na’vi que usan los protagonistas no dejan de ser unas fundas con el cerebro de esos humanos. En el fondo, son robots biológicos.
-¿Están todas las películas del género?
-No. El libro no es completista, sino que destaco las películas que yo creo que son interesantes para el lector con una serie de salvedades: no salen muchos títulos orientales ni de animación porque es probable que escriba una segunda parte sobre el cine asiático y el anime japonés. Como no se trata de un encargo, utilizo un lenguaje divulgativo para todos los públicos. Y lo he dividido en muchos capítulos para facilitar su lectura y consulta posterior.
-En el libro hay títulos buenos y otros, más regulares.
-Es que no hago crítica de cine, sino que hablo de robots de película. Podría estar todo un día hablando de ‘2001’ (de hecho, el año pasado impartí un curso de 20 horas sobre esta película de Kubrick), pero en el libro sólo hablo de HAL.
-El prólogo lo firma Kike Maíllo, el director de las películas ‘Eva’ y ‘Toro’.
-Cuando Kike estaba a punto de estrenar ‘Eva’ en el Festival de Sitges del 2011, yo era jurado en aquella edición. Nos conocemos y hemos ido coincidiendo en diferentes conferencias y presentaciones. Le comenté lo del libro, le envié el texto y me dijo que le había gustado mucho y que no tenía ningún problema en escribir el prólogo. Que lo haya hecho le da una pátina de calidad, de que haya confiado en mi. También fue importante para el editor y para la promoción del libro, claro.
-¿Podemos sacar alguna conclusión de su libro?
-Que cada vez más estamos rodeados de robótica y no nos damos cuenta. Mira tu móvil: funciona con inteligencia artificial. Por eso, este no es solo un libro sobre robots en el cine, sino una reflexión sobre tecnología y el concepto de criatura artificial. Todo nuestro entorno, hasta nuestro ocio, tiene relación con la robótica. Es fácil imaginar que dentro de unos años podamos hacer una réplica de nuestro cerebro y tener una copia de seguridad en internet. O podríamos tener una impresión en 3D de nuestro cuerpo, una funda, como en ‘Avatar’. Pues quizá esto ocurra dentro de 20, 50 o 100 años. Y todo esto, en la ficción, ya lo ha plasmado alguien de alguna manera, como Richard K. Morgan, en ‘Altered Carbon’ (2002) y que Netflix ha convertido en serie (2018).