Esta mañana he ido al barbero a cortarme el pelo. Es una peluquería del barrio, de las de antes, donde los clientes esperamos nuestro turno sentados en las sillas de escay mientras miramos una revista o leemos un diario.
En esta ocasión, había un conocido periódico generalista y otro deportivo. Está visto que los bares y las peluquerías son la salvación de los diarios de papel…
He ojeado el deportivo y leído parte del otro, hasta que me ha tocado el turno. Es tan difícil hacer callar a un barbero como a un taxista, así que hemos estado charlando de lo divino y de lo humano.
Por puro interés personal le he preguntado al peluquero por qué compraba aquellos dos diarios y no los de la competencia. Si le gustaba la línea editorial, su opción culé en los deportes o la forma de enfocar la actualidad.
Su respuesta me ha descolocado: “A mi me da lo mismo este u otro periódico. Estoy suscrito porque así los clientes se pueden entretener mientras esperan. Pero yo hago como con los móviles: cada año, portabilidad”
Ante mi cara de asombro, ha añadido: “Cuando acabo la suscripción anual, me cambio a la otra empresa. Me hacen un descuento importante. En cambio, si sigo con estos dos diarios, no me hacen ninguna rebaja.”
Aún sigo con la boca abierta.
Conozco compañeros de profesión que hacen algo parecido. Cada fin de semana, al comprar la prensa local, cambian de periódico nacional con la intención de no dejarse llevar por una única manera de ver la realidad.