Siguiendo con los regalos culturales, el día de Reyes recibimos uno: dos entradas para acudir a un espectáculo realmente recomendable: Tranuites Circus, en el Teatre Nacional de Catalunya; un espectáculo de «teatro visual y circo», como lo definen su creador, Lluís Danés, y que cuenta con la actuación en directo de Lluís Llach.
En su larga cadena de actuaciones previas a su anunciada retirada, el cantante de Verges pone la banda sonora, excelente, como siempre, a los diferentes números de los trasnochadores personajes de la función.
Desde un punto de vista teatral, hay dos escenas destacables: una irónica y grotesca comilona de una pareja de burgueses; y la poética, frustrada, interpretación del Lago de los cisnes por parte de un patito feo, una bailarina con cestos en los pies, en lugar de zapatillas de ballet.
En el apartado circense hay algunos que dejan frío, otros que son correctos, como Jorge Albuerne y su trabajo en la percha china, y un par de ellos que están muy bien: el de la contorsionista Ane Miren, que traslada el espíritu viajero de Ítaca, ese «más lejos, siempre id más lejos, más lejos del presente que ahora os encadena», a una maleta de cuero donde empaqueta su pequeño cuerpo; y otro, bellísimo, del equilibrista Manolo Alcántara sobre la cuerda floja al son de Amor particular.
Si se observa cada parte de forma aislada, hay déficits claros. Pero el montaje –breve, de poco más de una hora– es «fuertemente visual, bien iluminado, en el que brilla el conjunto», como señalaba Gonzalo Pérez de Olaguer en El Periódico, y muy «sugerente», como decía Begoña Barrena en El País.
Evidentemente, no está a la altura de un Cirque du soleil, como algún entusiasta lo ha calificado, pero sí tiene una gran dignidad, la que merece los grandes aplausos con los que el público despide la obra, puesto en pie.