La brutal capacidad económica de las grandes plataformas, como Netflix o Amazon, está desplazando a los cines como pieza central de la cultura audiovisual. Estas son las claves de una nueva era en el consumo de películas, que publiqué inicialmente en Catalunya Plural.
La Academia del Cine español se reconcilió en su última gala con el, a veces injustamente olvidado, Pedro Almodóvar. Los Goya a mejor película, dirección y guión premiaban directamente al gran director manchego, además del logrado por su ‘alter ego’, Antonio Banderas, como mejor actor.
Pero lo que quizá quedó en segundo plano, fue la parte final de su discurso de agradecimiento del cineasta. Almodóvar puso el acento en la situación del cine independiente, de autor, “el cine que se hace fuera de los márgenes de las televisiones, de las plataformas, está en serias vías de extinción”.
Y añadía, dirigiéndose a Pedro Sánchez, primer presidente del Gobierno que acudía a la gala desde José Luis Rodríguez Zapatero en el 2005: “[Este cine] Necesita la protección, ya no de su Gobierno, sino del Estado, porque ese va a ser nuestro futuro y el de los directores que, dentro de 10 años, se inspiren en el cine que se está haciendo. Ese va a ser el futuro de toda esta gente, que ahora mismo lo tienen más difícil que antes”.
Y es que esta ‘edad de oro’ de las series de televisión tiene otras caras, no tan bonitas. La llegada de las plataformas de ‘streaming’, mayoritariamente estadounidenses, con Netflix y Amazon Prime Video a la cabeza, además de HBO, Rakuten, Apple, pronto Disney y los muchos de canales de tele de pago existentes (Movistar+, Fox, TNT, Cosmopolitan, Comedy…) supone un nuevo modelo de concentración global del capital propietario de estos medios audiovisuales.
Hace unas semanas, Jaume Ripoll, cofundador y director de Filmin, única plataforma española del sector, reflexionaba sobre el tema en este medio: “La inversión que están asumiendo y alcanzando estas grandes compañías no es para quedarse con un trozo pequeño del pastel, sino con un gran porcentaje de mercado, porque en caso contrario no llegarían a cubrir los gastos de producción. Ahora hay una guerra muy clara para convertirse en la plataforma hegemónica. Y lo que se intuye que habrá, tarde o temprano, son fusiones”.
Lo que está ocurriendo es una reordenación del antiguo sistema de estudios norteamericanos, basado en intereses comerciales y una concepción del cine como negocio y espectáculo, en el que empresas como Netflix o Amazon, que forman parte de conglomerados globales, han aparecido para sustituir a viejos estudios o absorberlos. Su brutal capacidad económica está cambiando de tal forma el panorama, que está forzando el sistema de ventanas de distribución y eliminando la importancia del cine como pieza central de la cultura y la economía del sector.
Hasta ahora, ese sistema era importante para conseguir los máximos beneficios posibles de una película: primero se veía en el cine, al cabo de unos meses en DVD y finalmente, después de un par de años, en televisión. Este modelo tradicional que defienden a capa y espada los exhibidores (propietarios de salas de cine) está en crisis a nivel global, ya que las plataformas más poderosas, como Netflix, estrenan (salvo contadas excepciones) sus películas directamente en la pequeña pantalla sin pasar por las grandes salas.
El propio Almodóvar comentaba en una reciente entrevista en El País’ “Es terrible que de películas como ‘El irlandés’ o ‘Historias de un matrimonio’ te enteres por casualidad de que llegan al cine, porque no hay interés en que sepas que puedes verlas en una pantalla”. En efecto, ‘El irlandés’ ha llegado a algunos cines sólo para que puedan competir en la gala de los Oscar, el próximo 10 de febrero. Ya pasó el año pasado con ‘Roma’. Sólo la insistencia de Alfonso Cuarón y la posibilidad de lograr la estatuilla doblegaron la intención inicial de Netflix de emitirla sólo para sus abonados.
Es evidente un aspecto positivo: la enorme inversión de los nuevos estudios está dando lugar a más producciones y más puestos de trabajo. En España, por ejemplo, son muchas las productoras y profesionales que se están beneficiando de ello. J.A. Bayona está rodando una nueva versión de ‘El señor de los anillos’ para Amazon; Alejandro Amenábar está adaptando el cómic ‘El tesoro del Cisne Negro’ para Movistar+ y Nacho Vigalondo ha dirigido ‘El vecino’ para Netflix.
“Si uno piensa en un montón de directores españoles de primera línea, todos estáis haciendo series. Y yo me pregunto: ¿cuál va a ser la producción española cinematográfica del año que viene? Las plataformas han llegado como un tsunami, con aspectos positivos como que todo el mundo está trabajando, o que haya más oferta de ficción que nunca, pero está cambiando el modelo de ver la ficción. Eso pretendían desde el principio y lo están consiguiendo”, le decía precisamente Almodóvar a su colega Amenábar en El País.
Se retoman las viejas prácticas de los estudios: contratar a los mejores creadores para que trabajen en exclusiva para ellos. Pero las plataformas y televisiones privadas hacen más caso de los algoritmos que de la creatividad artística. Apuestan por cierto tipo de productos que, salvo contadas excepciones, limitan y condicionan la labor de productores, guionistas, realizadores y actores en favor del número de visionados.
Y aquí entra en escena el factor público. Es evidente que los clientes de las plataformas de vídeo a la carta tienen a su alcance una enorme oferta audiovisual, algo que incide mortalmente en la afluencia a las salas de cine. Hay tantísimas series, películas y documentales que se necesitarían varias vidas para consumirlas.
En su contra juega la dificultad de separa el grano de la paja, el producto de calidad del mediocre y la obra de arte del último éxito comercial. Existen pocas alternativas (televisiones públicas como TVE y TV-3, y plataformas como Filmin, entre ellas) para que el buen cine español independiente y las series europeas minoritarias, pero de gran calidad, encuentren su público.
Como decía Almodóvar, sólo el apoyo del Estado y una fiscalidad más favorable permitirá que el futuro del cine español no sea tan negro como se barrunta.
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