En todo este asunto de ERC, el referéndum y el Estatuto, había optado por el silencio, pero hoy me ha parecido una buena ocasión para romperlo.
La reflexión me ha surgido tras ver a un Josep-Lluís Carod-Rovira entre decepcionado y harto, esta mañana, en una entrevista con Josep Cuní, en TV-3. Creo que ERC se ha despertado del sueño y se ha topado con la dura realidad: después de muchos años, la izquierda más catalanista había llegado a un Gobierno junto a otros dos partidos de izquierdas, y su sueño era lograr que el resto de España aceptara sus peticiones, plasmadas en el nuevo Estatuto.
No ha sido así: el resto de los españoles no entienden a la posición catalana y no van a permitir que se vaya mucho más allá. Los errores propios y el inmensatao aparato de propaganda ajeno han ayudado a esta ceremonia de la confusión.
El filósofo Josep Maria Terricabras decía hace unos días que «ERC ha hecho bien. No solamente porque ha adoptado la posición más clara, más fuerte, menos ambigua, sino porque su dirección ha sido capaz de rectificar y de seguir las directrices de las bases.»
Esas bases que, partiendo de un «no nos entienden» o «no nos quieren», han optado por la posición más radical: digamos «no» a todo, incluso a lo que de positivo tiene el nuevo texto.
Ayer lo expresaba perfectamente un artículo de Jordi Juan, escrito en La Vanguardia. Un texto que formula la opinión del sorprendido ciudadano medio, ése que no entiende por qué «el partido [ERC] que más ha hecho para que haya una reforma del Estatuto haya acabado pidiendo el voto en contra porque el texto resultante no le parece lo suficientemente bueno. Y prefiere contentarse con un texto de 1979 que es todavía peor que el que se somete a votación».
ERC y sus militantes se han topado con la dura realidad de la sucia política cotidiana. Están hartos y quieren ponerlo de manifiesto.
Pero en política, una posición así no lleva a ninguna parte.
Por eso, y cito textualmente a Jordi Juan, aunque «a un servidor, lo que realmente le viene en gana el próximo 18 de junio es irse a la playa y hacer una butifarra simbólica (…) me encuentro ahora pidiendo que la gente vaya a votar y que lo haga de forma afirmativa, porque el país necesita superar este bache anímico y encarar el futuro con tranquilidad. Al margen del cabreo que podamos sentir todos, la pregunta que nos hemos de hacer es: ¿qué ganaría Catalunya con un triunfo del no?».