Hacía varios días que no escribía y algunos amigos me decían: «¿Qué, ya te has cansado del blog?»
Sonríes y piensa que, con el trabajo que da escribir, quizá te lo pasarías mejor tomando un café o, mira por donde, ir al gimnasio a perder los kilitos de más de este verano.
Y es entonces cuando descubres que hay muchos temas de qué hablar. De Francisco Umbral, por ejemplo.
Ya sé que queda muy mal decir lo que voy a decir: no he leído ningún libro de este señor.
Su aspecto, su forma de hablar engolada y sus apariciones públicas no me invitaban a leer sus obras. Y sus textos periodísticos me han interesado muy poco, la verdad.
Un artículo, ayer, de una compañera, la periodista y escritora Olga Merino, me ha hecho cambiar de idea.
Entre otras cosas, Merino decía: «Paco Umbral ya estuvo muerto antes de morirse. El fallecimiento de Pincho, su único hijo, víctima de una leucemia a los 6 años, le convirtió en un cadáver que escribía, en un madero arrastrado por el oleaje de la rutina, inerte y sin rumbo, en un murciélago ciego estrellándose contra los muros. El niño amortajado es el eje en torno al cual se articula su mejor obra: Mortal y rosa (…) Adentrarse en suss páginas maestras (…) es medicina que reconcilia con el autor. Transido de dolor, Umbral reniega del malentendido de la fama y se despoja de todas las máscaras que inventó para ocultarse al mundo (…). Este país en el que vivimos es jodido: decidimos que fulano es así, y el susodicho ya puede bailar la jota encima del tópico, que no lo logrará siquiera resquebrajarlo.»
Pero ha sido Olga, con su escrito apasionado, y no Umbral, quien me ha animado a leerle.