Siempre me ha intrigado (y molestado enormemente) uno de esos misterios del mundo de las obras en las calles de las grandes ciudades: ¿qué maldita costumbre obliga a los operarios a empezar a hacer ruido a las 8 de la mañana de un sábado, por ejemplo; parar a eso de las 9 para irse a desayunar después y volver cual marabunta a acribillarnos los tímpanos hacia las 10?
Lo dicho, todo un misterio, también aplicable a las reformas en los domicilios particulares. Recuerdo que, hace unos años, hice un pacto con los albañiles y el fontanero que trabajaban en mi casa: no vengan a las 8; desayunen antes de las 9 y luego entren a trabajar. Así la familia podía dormir, ducharse y desyunar tranquila… hasta su llegada.