Estos días cualquiera puede dudar de la imparcialidad de la justicia cuando toca temas que rozan la política y de su eficacia a la hora de juzgar esos pequeños delitos que tanto atemorizan al ciudadano medio.
Estos días en que los jueces supremos lidian con tropelías de altura resulta reconfortante ver que hay jueces de a pie con sentido común.
Me refiero ahora a Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955), un juez de menores de Granada bien conocido por sus sentencias ejemplares. En la Wikipedia citan algunas y en esta entrevista a Revista Fusión explica varias.
El jueves pasado, en La Contra de La Vanguardia, le explicaba a Víctor Amela la última: «Ha sido para dos niños pijitos de 16 años que habían hecho unas gamberradas… Ellos esperaban que los condenase a un trabajito por escrito… ¡Ja! Los he enviado dos días a servir al comedor de indigentes».
Calatayud aseguraba que «la ley ofrece recursos a los jueces para que intentemos que el delincuente regrese a la comunidad de modo constructivo». Porque, de lo que se trata es de eso: reinsertar al delincuente, no sólo castigarle por el delito cometido.
Pero una de las frases que más me impactó de su entrevista fue la referida a los hijos que se suben a la parra de los padres y que incluso llegan a pegarles.
P — ¿Cómo se llega a tan horrible situación?
R — «Fácil: dé al niño todo lo que pide, no le obligue a nada en casa, no le afee malas conductas, desautorice a sus profesores…»
P — ¡Fallos de los padres, por lo tanto!
R — «Sí: por miedo a parecer fachas, muchos padres no se han atrevido a poner límites a sus hijos. Y queriendo ser sus colegas… ¡les han dejado huérfanos».
P — ¿Mejor volver al ordeno y mando?
R — «Un niño necesita padres, y un padre es alguien que marca límites, que dice: «Hijo, te quiero mucho y por eso ahora te digo NO».