El pasado 30 de agosto falleció Glenn Ford. El Festival de Cine de San Sebastián, que se celebra estos días, rindió un homenaje al actor hace ahora 19 años, en septiembre de 1987.
Aquellos días yo me encontraba en el certamen donostiarra y le hice una entrevista que saldría publicada el mes de octubre de aquel año en el dominical del diario El Periódico.
Como en toda entrevista, se hacen muchas preguntas y se habla con el entrevistado de forma extensa (si te deja su representante), antes de sintetizar sobre el papel la conversación mantenida.
Recuerdo al actor como un hombre alto y afable de 71 años, vestido con camisa, corbata y un cardigan de punto gris claro. Estábamos en su suite del Hotel María Cristina, y en el mueble bar había unas cuantas botellitas de agua y muchas más de cerveza… vacías.
Si se echa una ojeada a la IMDB, la base de datos de cine más consultada de la red, Glenn Ford casi no había vuelto a trabajar; de hecho sólo hizo unas cuantas apariciones en televisión hasta los primeros años de la década de los 90.
Había ido a Donostia para recoger un premio a toda su filmografía, en la que había despuntado desde que fue protagonista de Gilda, en 1946, y que había consolidado en los años 50 y 60 con películas como La dama de Trinidad, Los sobornados, Jubal, Cimarrón, Un gángster para un milagro y Los cuatro jinetes del apocalipsis, entre otras muchas.
Era una carrera que se inclinaba ya hacia el ocaso y que se había concretado de forma explícita cuando hizo de venerable padre adoptivo de Superman, en 1978.
Unas de las frases que me dijo entonces y que luego destaqué en titulares fue ésta: “Yo siempre he sido un gentleman, un caballero; no me hago el macho, como muchos hombres. Las mujeres prefieren que las traten de forma suave y tierna. Puedes demostrar más fuerza siendo amable que brusco”.
Entrevistarle fue todo un honor y una forma de recordar el mito que era, que fue.