Estoy leyendo «La velocidad de la luz» (Tusquets Editores), de Javier Cercas, aunque mi velocidad sea la de un caracol. Leer cuesta. Así van las cifras de lectores en este país…
Cercas ha logrado aquello que todos nosotros (en ese corporativismo que tiene la profesión periodística) desearíamos ser: un periodista que se ha convertido en escritor y, además, le ha tocado la lotería del éxito… Bueno, lotería, nada, trabajo puro y duro.
Para quien aún lo ignore, la novela habla de un escritor que a su vez narra la historia de un ex-combatiente de Vietnam, entre otras cosas a las que aún no he llegado.
Pues eso, esta mañana, con la pereza típica de la post-verbena de San Juan, estaba leyendo a Cercas, ese metalenguaje que parece tan sencillo y que oculta horas y horas de pulido literario. De repente, en la página 111, allí donde habla de Vietnam, me he topado con una frase.
La frase dice así: «Lo atroz de esta guerra es que no es una guerra. Aquí el enemigo no es nadie, porque puede serlo cualquiera, y no está en ninguna parte, porque está en todas (…) En otras guerras se trataba de vencerlo; en ésta, no: en ésta se trata de matarlo, pese a que todos sabemos que matándolo no lo vamos a vencer».
El resto es mejor paladearlo en el libro.
Cercas habla de Vietnam, pero lo mismo podía hablar de Irak, de Afganistán, de tantas y tantas guerras encabezadas por los Estados Unidos de Bush. Probablemente esto ya estaba en la cabeza del escritor… aunque sólo se refiera a Vietnam.